martes, 17 de diciembre de 2013

Flotando en el pecho

No sería muy difícil. Tampoco la primera vez que se practicaría en la historia de la humanidad. Además, ¿de qué forma podría verificarse? Ella llevaría todo el procesos en sus finas y delicadas yemas de los dedos. Nadie podría dudar de su nombre, de su prestigio, sus reconocimientos, años de trayectoria a lo largo del tiempo. Sería muy simple. Sólo un intercambio. Contaba con los elementos necesarios, la complicidad de una colega y de una amiga con vocación de actriz. Muy convincente todo. Como si fuera poco, el feto era de verdad, un niño nacido muerto, conservado en un gran frasco de formol, resuelto a colaborar, a tener una interpretación más en las tarimas de la, bueno, vida.
Respiró profundo, intentando controlar sus pulsaciones. Sus manos sudaban y el barbijo pálido se movía nervioso, implacable. Dudó unos segundos pero no podía dar marcha atrás. Planeó todo desde la primera consulta de la paciente, una deliciosa joven soltera que jamás habló acerca del padre de la criatura más allá de intentar responder esas preguntas de antecedentes de la salud de él. Bajo dicha circunstancia, se podía percibir la vibración del aire producto del movimiento efectuado de tragar forzosamente saliva por parte de la joven madre. Solía acompañar sus respuestas con la cabeza encogida entre los hombros y atenta al semblante del suelo del consultorio, arrullando su creciente útero, brindando un abrazo invisible a su vientre lleno de vida.
Todo estaba colocado en su sitio al momento de estar bajo los recuerdos de las consultas realizadas por la paciente y de todas veces que intentó quedar embarazada y de todos aquellos abortos espontáneos que hacían retorcer ferozmente sus entrañas sangrantes, cuando un mordido grito la hizo volver en sí. La madre pujaba una vez más. Luego, vendría su parte, su papel de actuación.
Rápidamente, tomó al recién nacido y lo lavó. Apretó la boca del pequeño para solidificar un silencio atroz mientras que solicitaba ayuda. Sin cavilaciones, su colega abrió la puerta y juntas corrieron hacia una sala de laboratorio reservada con antelación. En ese instante, la amiga actriz, disfrazada de enfermera, corría de un lado a otro a lo largo del pasillo donde la reciente madre, confundida por el dolor, las drogas y la desesperación, podía verla ir y venir, sintiendo retumbar el trinar de los zapatos de goma en sus oídos.
En un punto dado, una seña lanzada por la doctora desde el marco de la puerta del laboratorio, indicaba el ingreso sollozante de la actriz, ahogando lágrimas, demostrando portar una mala noticia. Se arrimó a la paciente a medida que la colega médica se apersonaba portando una especie de platillo metálico con un bulto cubierto por una toalla sangrante.
La joven madre, olvidando el dolor físico, se arrojó de la cama para abrazar, lo que ella creía, su hijo.

Registro de nacimientos. 13.05 horas nace el niño Benjamín Cabrales, de la unión de su madre Julieta Cabrales y su padre (sin datos). Pesa 2.800 kilogramos, midiendo 48 centímetros. Se le asigna el siguiente número de documento…
Registro de defunciones. Hora de muerte: 14.15 horas. Nombre y apellido: Benjamín Cabrales. Edad: recién nacido. Causa de defunción: deficiencia de desarrollo pulmonar, agravado por taquicardia posiblemente producto de antecedentes de presión alta de su madre Julieta Cabrales. En la Ciudad de Buenos Aires, a los trece días del mes de Enero del año…

Libro de actas. Vigilador: Marcelo Orienti. Legajo: 11472. Hora: 23.38 se retira la doctora Silvana Duccetti. Lleva consigo un bulto de ropas entres sus brazos, aparenta ser ambo médico. Se visualizan manchas de sangre, producto de operación realizada en el día de la fecha. Trece de Enero del presente.

Una cuna blanca con mantillas y sabanas de algodón celestes. Un cuarto blanco con juguetes de colores vivos y pasteles, se suceden osos de felpa que desprenden perfume de lavanda. Ropa acomodada en un placard marrón, la cual data de hace muchos años y reposa envuelta en bolsones de un plástico transparente que permiten ver el planchado de las finas y diminutas prendas. El bebé de la doctora Silvana Duccetti descansa luego de una noche más de tumultos y espasmos, de tos constante y agotado por los nervios que contrajeron sus músculos como una roca. La doctora Silvana Duccetti duerme acalorada bajo las sábanas acosadas por el viento de un espasmódico ventilador de techo.
El niño no lo sabe a ciencia cierta pero extraña algo, a alguien. Se despierta quejoso pero no emite sonido alguno. Frunce sus ojos sin saber que aquello que hace se llama fruncir y que sirve para ahogar las lágrimas, sin embargo desempeña dicha tarea con la destreza de un aprendido en la materia. La doctora Silvana Duccetti se retuerce y no logra despertar. Gime una mueca como una sonrisa triste y se vuelca sobre su lado izquierdo, en posición fetal. El niño lanza un suspiro que se suspende en el aire, rebotando en las paredes blancas, durando un segundo más de vida que él mismo.