miércoles, 12 de febrero de 2014

A dónde me he ido

Y te trinan los ojos rancios y chiquitos que los siento en el seno de mi nariz, presionando fuerte, aferrándose de algún secreto que pensas que guardo. Y los reproches que se erigen uno tras otro de todo aquello en que he fallado y, vamos, por sobre todo lo que fallaré; que a medida que el rubor trepa por tus pómulos suaves, tu boca pronuncia apercat tras apercat y yo tú sparring que no esquiva, me apeno, claro que me apeno, pero no te lo puedo contar, jamás te conté algo. Lo mío siempre será otra cosa, ser otra cosa mientras chupo de este mate tan rutinario como toda esta deliciosa oportunidad. Y vos que clavas los puños sobre el mantel desteñido para que quite mi vista de este libro que repito y repito y que te quise regalar alguna vez, desesperado, pero te observo de refilón, con la mirilla de los párpados, como se miran en las películas que dejamos de, bueno, mirar, y te apretas las sienes discurriendo lo mismo que hace peleas atrás pero ya no puedo defenderme siquiera, ya no ofrezco resistencia y me avasallas con todos los recursos. Y te miro el ombligo que se desnuda de tu remera ajustada y del jean que se ciñe a tu cintura jocosa, la piel de tus caderas, el perfume de tus muslos, el aliento en el cuenco de tu pecho y te deseo más que nunca cuando te estás alejando hacia la cocina, hacia brazos de otro, hacia la vida, a lavar tus lágrimas y a beber del grifo opaco entre platos manchados y fuentes con restos de alguna hoja verde, que tomas esa agua que se hace gotas de perla en la comisura de los besos que ya no has de darme, y admiro tu fantástico trasero que se expone cuando ya no aguantas más y te deshaces sobre la mesada, la cabeza escondida entre los hombros y y el sollozo perenne capaz de conmover a todas las religiones y yo hundido en la misma silla, el mismo libro, la misma vida, las mismas promesas que sigo sin cumplir y el eco sonoro de todo lo que no estás diciendo se hace añicos contra los pañuelos que vas desgastando y arremetes con nuevas energías, guiada quizás más por la desesperación que por el fundamento, contra todo aquello que no te dí y, lo que es peor, contra todo aquello que dejé de darte. Pero no entendes y yo no puedo explicarme porque un sparring no habla, no pide clemencia, su razón de ser, su propósito es aguantar, atajar la vida que se le viene encima mientras piensa qué va a cenar, qué dirán las noticias, quién lo llorará cuando ya no pertenezca a este mundo. Pero intento aguantar, ¿acaso no lo ves?, al tomarte por la cintura cuando te escabullís y te siento la piel con escamas y viscosa, fría, adyacente a mi mano que queda perpleja y se debate en la correntada de aire que tu caminar dejó suspendido. Y ya siento en el pecho ese portazo que estás dando con el ruido de una cartera que no tiene más que sueños que llevarás a otro lugar, y qué será de vos, y repetís desde el pasillo, entre el rebote de los tacos en las escaleras, el que me vaya bien, que tenga suerte en la vida, y pienso que si sólo bastara con suerte sería todo distinto, si sólo bastara. Pero me quedé sin cigarrillos y a vos no te gustaba que te fume los besos porque la lengua se hace espesa y agria y eso no es amor, eso es otra cosa, que nos merecemos algo distinto, los dos, otra vida, otra suerte y si sólo dependiera de eso, un apercat no viene de casualidad.