lunes, 21 de septiembre de 2015

Deliciosa oportunidad

Shh, shh. Tranquila, ya va a pasar. Dale, pichona, no te me pongas así. Claro que me pongo mal yo también, es que va por dentro lo mío, es difícil de explicar, para un varón es difícil, nunca nos dejaron llorar, nos decían que estaba mal y ahí uno va formando una cascarita, una costra, que crece desde dentro, bien dentro, y te hace duro pero bien duro, eh. Y sin embargo, sentís tras esa cascarita, sentís que algo se mueve como bailando, como retorciéndose, así, y todo es por dentro porque no sale, es muy jodido que salga. Pero he visto a hombres que se les escapa, que esa coraza se rompe al chocar con un poste de luz a ciento cuarenta, se hace una abolladura y se escapa; si vieras llorar cómo lloran esos hombres, el primer llanto que se les permite, si los vieras, te juro que se te parte el alma, lloran como chicos, como recuperando todas aquellas veces que se han tenido que tragar las lágrimas y brotan como un manantial y el tipo no sabe qué hacer, cómo contenerse. Qué pena, nena, vieras qué pena. Yo creo que cristo decidió entregarse a la cruz cuando en aquel monte, la noche anterior, vio a un hombre llorar así como te digo. No, es una forma de decir, no sé bien qué dice la biblia sobre eso. Y, por el contrario, a ustedes se les da fácil llorar. Sí, de verdad te digo, date cuenta. Ven una película que las emociona y lloran; discuten fuerte con alguien y lloran, fijate. Esperá, no digo que esté ni bien ni mal, sino que sucede. Ustedes tienen la capacidad de llorar mucho más fácil y, así, parecer frágiles, de porcelana y a uno lo abruma ver eso, nos dijeron que teníamos que cuidarlas siempre, primero con hermanas o primas más chicas, con la mamá también, y luego con las novias, con las esposas, y con las hijas, las nietas, así. Entonces ahí uno tiene que bancarlo todo: llorar pero no llorar.
Pero seré breve aquí. Sí, sé que no es una de mis destrezas, pero lo intentaré. Todo va a pasar, pichona, tranquila. Quizás lo que te diga no resulte, no sea atinado para ahora, es probable que no lo entiendas en este preciso momento, esta deliciosa oportunidad. Sé que te gustan estas palabras, me gusta cuando vos te sonreís así, con lágrimas y las comisuras de los labios hacia dentro, sos especial, en verdad lo digo. El tema es que te hago falta. Bueno, no yo literalmente. Este momento, esta situación, este no que te estoy diciendo, es a lo que me refiero.
Verás, no es fácil. También estuve de ese lado y ahora puedo decir que lo entiendo, recién ahora, a ciencia cierta, ésta cuestión. Todo venía bien hace un tiempo atrás hasta el punto del equilibrio, donde los problemas mayores era no tener queso para los ravioles o sostener un desacuerdo con algún puntaje en esos programas donde humillan a las personas para después, bueno, ponerles un puntaje.  Eso lo era todo. No había sorpresas, las mismas medias de nylon, el mismo maquillaje, el mismo perfume, la misma forma de moverse en la cama, esa agonía de domingo que se te desprendía desde la piel. Estábamos cómodos, estabas cómoda con todo aquello, desgastando las mismas teclas de la máquina de escribir que eramos. Y eso a veces, está bien. O por lo menos eso nos dicen, nos quieren así porque incómodos, con los labios secos de revolución, no les somos útiles, no nos quieren. ¿Pensar? Que piensen los gerentes que los cómodos brutos lavarán las alfombras. Bueno, no quería desviarme así. No, no me mires de esa forma, dije que sería breve. Sí, me había quedado en eso, en que te hago falta. Porque sí. Porque sé que te va a hacer mal que me marche tal como lo estoy haciendo ahora. Por eso me necesitas. Porque me vas a olvidar, porque seré el bosquejo de un recuerdo, de aquél esfuerzo que uno hace al querer recordar un sueño que se hace polvo en la memoria, eso seré para vos en un tiempo. Y así debe ser. Pero primero vos te harás polvo, te romperás en treinta y nueve mil pedazos. Lo sé, no, no es nada lindo decirlo así pero un momento más. He aquí lo bueno. Me necesitas para eso, para romper las columnas de tú estructura, saquear los graneros de tu ser, incinerar la Roma que vive en vos para que se haga añicos, cenizas, polvo. Para que vos te puedas reconstruir. Serás Nerón, te refundarás en vos misma, vas a estar bien.
Shh, shh, de verdad todo va a estar bien. Sí, hace frío, ya pronto amanecerá, pichona, ya pronto.

domingo, 16 de agosto de 2015

Por hoy va a estar bien

- ¿Cómo?
- Lo que dije.
- No te escuché, lo siento. - estaba exhausto, la fábrica, el vino, habíamos terminado una sesión de sexo y ella no se había marchado, y hablaba. Algo iba a pasar,
- A eso me refiero, justo a eso.
- ¿Puedo ayudarte en algo?
- ¿Acaso no te importa nada?
- Si, hay cosas que me importan. Pero no les importo a ellas. Es nefasto. - busqué cigarrillos en el pantalón, quedaban dos, debía administrarme.
- Otra vez haciéndote pasar por el estúpido de bukowsky, que carver, que ernest, que toda esa bolsa de mierda. Seguro que ellos escuchaban a sus mujeres. - sabía dónde atinar un buen golpe.
- No metas a buk en el asunto, ¿qué es lo que sucede?
- Que ya es hora de terminar.
- Es lo que acabamos de hacer, cuando me caí al costado tuyo, lo pasamos bien.
- Sos un enfermo.
- ...
- Que cortemos, que esto no funciona, ya basta. - pareció contener mil palabras cuando escondió sus labios dentro de la boca, aguardando una respuesta.
- Bueno, está bien, me parece bien.
- ¿Que te parece qué? - eran las mil palabras que recorrían todo su cuerpo, algo para buñuel, quizás para pollock.
- Que sí, que quizás tengas razón. Bueno, no quiero que te apresures en levantarte. Buscaré algo más de vino.
- Vos no buscas nada. ¿Por qué sos así? Leer esas mierdas te hizo mal, vos estás mal. - y me miraba y meneaba la cabeza de un lado a otro, en un movimiento negativo, la boca abierta y las mil palabras rebotando en el cráneo.
- No entiendo a qué apuntas. Sobre el tema no hay nada más que hablar.
- ¿Pero no me queres? ¿No queres escuchar por qué tenemos que terminar? Estuve hablando con mi analista y algunas compañeras del trabajo, también con juliana, y un compañero de la universidad me estuvo invitando a salir desde hace tiempo y...
- Lo siento, no.
- ¿No qué?
- No hace falta todo eso. 
- ¿Qué cosa no hace falta?
- Eso.
- Por el amor de dios, ¿podes ser más expresivo? Cuando escribís, sos joyce, sos los hermanos karamazov, y acá nada, nada, nada. Estás enfermo, estás loco, nene, loco.
- No hagamos de esto lo que no es.
- ¿A qué te referís? No estás planteando una metáfora, no tenes que probar ningún punto, hablemos de esto.
- Mira, no quería llegar a este punto de explicar. Es sólo eso.
- ¿Y por qué? Sos imposible, eso sos. - me quedaba un cigarrillo y un poco de vino, por hoy va a estar bien, pensé.
- Buenos, veamos. No hace falta que hablemos. Si no funciona, no funciona. Y listo.
- ¿Es tan fácil para vos? - las mil palabras se descuartizaban en humedales oculares. No esto de nuevo, pensé.
- No, no es fácil. Se me viene un sentido de practicidad en estos casos, en estas deliciosas oportunidades. No va, listo. El motivo, ¿acaso importa? Que la ideología política, que el compañero de universidad, que tu prima, que el vaticano, los cigarrillos, el pan de ayer, la mugre en las uñas. No importa. No importa. No impor...
- Si que importa, si me queres, importa.
- Eso es otro tema. 
- Sos un pelotudo.
- También es otro tema.
- No te soporto. No entiendo cómo estuve este tiempo acá, en qué momento habré pensado que esto estaba bien. A ver, seguí, seguí explicando. - ya relajada, o resignada, nunca supe leer esas cosas en la gente.
- Marx lo definía así: 
- Ahora vas a marx. Sos la peor decisión que pude haber tomado.
- Así lo definía: el fetichismo de la mercancía produce la imposibilidad ver reflejado en un producto el trabajo de, bueno, los trabajadores, estableciendo así una relación de consumidor y elemento de consumo, borrando el creador de todo el asunto.
- ¿Y?
- Bueno, marx lo pensó para hablar del capitalismo, yo lo comparo con esto que nos pasa. Por más explicaciones que podamos encontrar, la decisión está tomada, el producto está hecho.
- Ya no te entiendo, - apenada, sí, apenada era la forma en la que se la veía, ahí, desnuda, cubierta por una sábana que solía ser blanca, sentada en la cama, refregándose la sien derecha con movimientos circulares desde las yemas de sus dedos.
- Bueno, nunca fui bueno para estas cosas.
- ...
- A veces no sé si he sido bueno en algo.

lunes, 27 de julio de 2015

Liquidación de temporada

Bueno, un poquito más y va a quedar bonito, bonito. Una costura acá, que baje desde la axila hasta la cadera. Queda lindo con un pantalón azul. Pero también se lo he visto a esas chicas con los shortcitos tan cortos que parecen tener piernas de largas que los hombres no saben a dónde mirar. A ver, ya voy haciendo unas veinte de este talle. ¡Pero qué chiquitos que vienen ahora! Habrán de morirse de hambre para encajar en estas cositas tan chiquitas. Pero quedan tan lindos, también. Yo no quiero que Camila se aguante el hambre para ponerse una de estas prendas. Igual, no, no tengo que pensar en eso aún, ella es una criatura aún, mi ángel. Va a cumplir los siete añitos ya, ¿o eran los ocho? Si, ocho añitos son los que va cumplir. El que va a ir a los siete es el Arielito que está cada día más terrible, es la piel de Judas este chico. Pero él es bueno, en realidad. Es que se junta con los hijos de la Beatriz y los de la Marcela y como el Arielito es el más chico, lo agarran para todas las travesuras. Y es amoroso, mi niño, si el otro día me abrazaba y me decía cuánto me quería, así, de la nada, sin pedirme algo, no como los hijos de las demás que le dicen que las quieren para después salirle pidiendo una moneda o que les compren algo. No, Arielito es amoroso. Bueno, así va quedando bien. Ahora el cuello, un corte circular y un poco de caída en la mitad, doblo hacia dentro y a la máquina, hilo blanco casi invisible por acá, ¿dónde dejé la tijera? Ah, acá está, bien, cortamos acá un poquito y paso el cepillo así, listo, treinta y dos remeras de este talle. Voy a hacer de otro así voy pareja en todo y presento en la mesa grande y larga, como paquetes a los distintos talles y la patrona ve todo lo que le trabaje y se pone contenta. Porque cuando la patrona está contenta, a una la trata distinta. Y yo sé que ella me quiere más que a las otras porque cuando pasa me acaricia el pelo y me sonríe y cuando le hago los trabajos, queda chocha, me mira y ya con la mirada me lo dice todo. Claro, no va a andar hablando delante de todas porque se ponen celosas, porque acá hay cada bicha, cada arpía que si me descuido me sacan los ojos para cocerlos como botones de esos pantalones tan horrendos. Encima, los hacen mal, porque están atolondradas, pensando en cualquier barbaridad, entonces las costuras de los pantalones van para cualquier lado, y la patrona lo sabe y no las mira como me mira a mí y tampoco les acaricia el pelo, no, no las quiere para nada. Pero será de dios, ¿qué son esos gritos? Toda la noche fueron de esos gritos así, de ese llanto, de quién será la criatura aquella, pobrecito. No puedo ver desde acá, no hay mucha luz por aquel lado, cerca de la cortina de metal que da a la calle. Ay, y justo en ese lugar se vienen a meter, que entra tanto todo ese frío que hace doler los huesos, qué cabeza la de alguna gente, eh, qué cabeza. Igual, ¿quién soy yo para juzgar, no? Cada loco con su tema, que sea lo que el niño jesús diga. Y que proteja a mis chiquitos, sí, que el niño jesús los proteja, a ellos que tanto extrañan al padre y ya no sé qué contestarles cuando me preguntan sobre él; es que el Claudio no me ha vuelto a escribir, dijo que estaba por entrar al país pero que venía con la plata muy justa y el Claudio es un hombre muy correcto, muy bueno y de tan bueno que es, la mala gente se abusa, lo toma para el chiste y para hacerse pagar rondas de bebidas y el Claudio no quiere quedar mal con nadie y se brinda con todos, él tan bueno, mi hombre. Yo también lo extraño pero tengo que ser bien fuerte por los chiquitos que me piden que les cuente las aventuras de su papá allá en las montañas, de cómo nos conocimos y bailamos toda la noche la primera vez que nos vimos. Y yo les cuento, les cuento todo una y otra vez. Pero el Arielito se me distrae y se va, será de dios este chico, y de pronto agarra un ovillo o una bobina de hilo como pelota y tengo que salir atrás de él para que no rompa nada ni para que la patrona se entere aunque sé que ella entenderá porque el Arielito no lo hace con maldad, es bueno el niño pero es travieso, y si las otras arpías lo ven al Arielito haciendo de las suyas, van a inventarse mil historias todas mentiras para decirle a la patrona. Pero la patrona me quiere a mí y sabe cómo soy en el trabajo, yo me siento en la máquina y no me saca nadie hasta que esté todo terminado, no le desperdicio nada de material, nada, nada, y siempre cuido a mis niños para que no molesten en la casa o hagan ruido contra la cortina aquella que da a la vereda para no llamar la atención. Ahora así, pasamos por abajo, por arriba, por abajo, la aguja que atraviesa la tela y este pedal de la máquina que cada vez me da más y más trabajo, ¿o seré yo que no tengo fuerzas? La espalda me está jorobando de nuevo, este clima tan húmedo, ¿cómo ha hecho la gente para vivir acá? Será de dios. Un paquete más de este talle, ahora agarro ese pedazo de tela para envolverlos, un nudo acá, así, lo aseguro con otro y ya está, quedó precioso, y cada vez me falta menos, ¿qué hora será? ¿estará nublado afuera? Yo creo que el Claudio también piensa en mí, me había dicho que me quería y que no veía la hora de estar toda la familia junta de nuevo, que ya estaba viendo en qué gastará la plata que hagamos acá, que el primo del amigo, del Gabriel, hacía tratos por unos terrenos líndisimos cerca del pueblo. Y ahí vamos a dejar que los chicos jueguen todo lo que quieran, que el Arielito patee todas las pelotas que quiera para todos lados y que Camila cante todo lo que quiera, con su voz de niña, mi reina. Quizás podríamos tener un varoncito más con el Claudio, que nos ayude el día de mañana en la casa, o también una nena para que juegue con Camila, mientras que sea sano, que sea lo que el niño jesús quiera. Y si nos vamos, le voy a pedir a la patrona que me deje llevar alguna remera de esas, o el shortcito así, para Camila, que si no quiere, bueno, se lo compraría, pero la patrona no dejaría que yo le dé mi plata, ella me quiere, me dice todo con la mirada, a las otras no les acaricia el lomo como a mí, no, la patrona sí que me quiere más a mí.

sábado, 11 de julio de 2015

Te he hecho de menos

Te echo de menos.
No hice el duelo, no te lloré.
¿Qué sonidos habrán encantado
a tus oídos, a tus odios,
para que dances de esa forma?
De esas formas.
Sutiles, imperceptibles movimientos
que nunca pensé en observarte.
Sé de mi tendencia quijotiana, 
de querer ser Emilio Gauna,
el joven Werther,
el pescador sin la balsa
o
la misma cicuta.
Soy tan impredeciblemente
previsible.
Mis pasos están marcados
con la tiza de los pizarrones
de cuando eramos tan 
solo niños,
la misma que marcó
el destino,
las baldosas de rayuelas,
la misma que supo
dividir
entre
cielo,
entre
infiernos.
Pequé de inocencias,
de una basta falsa seguridad.
Te creía mía, como las arenas del mar.
Todo fue un fetichismo,
sólo un disfraz.
Fue guardarte como un
rayito de sol,
en una caja de fósforos,
en esta inmensa y obstinada
oscuridad.
Tan fútil como el aire
en las praderas.
Dulces mesetas verdes,
ahogándose en ternuras,
ternuras cómplices.
Pequeño paraíso terrenal,
el cielo llora porque
no te puede guardar.
Llorar. Suspiros.
Recuerdos de las noches,
de todas las noches
que en verdad fueron,
de todos los días
que en verdad fueron,
del sabor a la realidad,
el palpito de todos,
todos
los sueños juntos.
Con el mismo viento que te roza
una y otra vez,
en diferentes carnavales
de payasos
pintados de caras tristes,
de melancólicas sonrisas,
de alegres llantos.
No fui el mejor,
nunca pretendí serlo.
Autosabotearme fue
lo mejor que
supe hacernos.
Qué marchitas se ven
las horas,
las fotos se vuelen
amarillas
y
se desgranan
todas las células
de lo que alguna vez fui,
que fuimos.
Ocupa tanto lugar
todo este espacio
vacío.

viernes, 12 de junio de 2015

La presencia de la nada

Esto que voy a contar es algo corto, conciso, pero necesario, por lo menos para mí es necesario. Lo he guardado por un tiempo porque no encontraba su sentido ni su razón de ser por tanto no le di demasiada importancia, en ese aspecto es similar a lo que dicen aquellos que están pendiendo del hilo del último aliento, ante la fugacidad de la existencia, que ven pasar toda su vida por delante de sus ojos, todos esos momentos que han sido almacenados, y los recuerdan con una óptica distinta, jugando con los significados, viendo dónde estaba la importancia de cada instante. Creo que también les debe suceder a los que han tenido un vicio. Siempre pensé que aquellos que han tenido que cargar con ese deseo que hace mal, en realidad no saben en ese instante que se les está apagando algo de sí mismos, que están muriendo de esos ratos, de darse al deseo, al vicio; y que sólo son capaces de entender en lo que se encontraban cuando han podido salir de aquello que les daba vida y les daba muerte al mismo tiempo, y miran hacia atrás y juzgan lo que creían que estaba bien. No importa el vicio, bien podría ser cocaína, caballos, mujeres, correr maratones. Eso no importa. El sentido va cambiando, lo que antes parecía una nimiedad, se torna imprescindible, y viceversa. Uno mismo va cambiando, también debe ser por eso. Consigo, también se modifican el orden de importancia de las sucesiones que acontecen: deja de valer lo que antes cotizaba en la vida misma, el peso de lo eterno se flexibiliza.
Me encontraba discutiendo con M. como siempre solíamos hacer. En ocasiones, esas discusiones eran precisas, aguardaba que la semana se pasara volando para sentarme frente a ella y hablar sobre cualquier cosa para poder llevarle la contra, y estoy convencido de que, en ocasiones, ella también esperaba por ese día y preparaba una contraofensiva. Eran aquellos tiempos donde sólo nos veíamos ciertos días, a veces por temporada, y podíamos hablar por horas. Sin embargo, también existían aquellos días donde ninguno pronunciaba una palabra y eso estaba bien de todas formas. Compartíamos, o mejor dicho, sentía que compartía con ella una suerte de conexión que nos permitía sentirnos menos solos en el mundo, despreciábamos a la gente en su masividad y eso se nos notaba en las muecas de nuestros rostros. Y ahora que recuerdo esto, me sorprendo al considerar que mientras más descrédito le brindábamos al resto de los mortales, más se nos acercaban desbordando simpatía, quizás no pudiendo entender que nos encontrábamos bien de esa manera, solos, apartados, inconclusos.  Discutíamos sin saber,  difamando a Poe o a Rimbaud sin haber leído nunca sus obras, señalando lo nefasto de la idea de Kafka o coincidiendo con Huxley pero ignorando si alguno de ellos era escritor o músico de jazz.  Nos sentábamos enfrentados, en mesas y sillas de maderas, aplastadas por las inclemencias de la ciudad, del clima, e hilos de un humo blanco tan blanco que parecía tener consistencia propia, se expedía de los labios de M. que cruzaba la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, enlazando sus brazos para dejar extendida la mano siniestra donde ondulaba el cigarrillo mientras sus pequeños bucles rebotaban de risas por sus hombros hasta desaparecer a la altura los omoplatos. Fue al contemplarme a mí mismo en el momento exacto que miraba a M., describiéndome todas sus acciones casi narrando una historia o un abstracto poema, que lo noté. La quería. Quería a M. con todas las palabras que jamás nos habíamos dicho, con las fuerzas de ese abrazo partido en mil pedazos. Por ello fue tan triste cuando ocurrió. Sin embargo, no fue una tristeza normal de esas en las que se siente el crudo y frío pinchazo del dolor al instante de haber sido afectado, fue algo más profundo, un frío más seco, un pinchazo más angustiante, fue una pena, sí, esa es la palabra perfecta: pena. Porque el dolor venía arrastrado desde antes, la tristeza en sí misma venía de tiempos ancestrales y había mutado en algo más profundo, sin vértices ni puntos de referencias, una gran ausencia de todo, la presencia de la nada misma. Aún sigo un tanto aturdido por estas cuestiones y me olvidaba de una parte crucial de este asunto. Ocurrió una vez – algunas cuestiones son tan shockeantes que sólo necesitan de aparecerse una vez para retumbar en el eco de la eternidad – cuando caminábamos con M. por un costado del parque Lezama, por Brasil, frente a los bares y discutíamos sobre Sábato y El túnel, imaginando al pintor corriendo por el parque, a Ernesto mirándolo desde la punta del Bar Británico; y nos reíamos con M. al notar que ya doblábamos por Paseo Colón hasta meternos en las entrañas del parque para luego resurgir al mirador que da frente a Almirante Brown con todo ese rugir de la gente que viene y que va, esas almas desesperadas. Y yo miraba a M. que fumaba, que si no hubiera sido por el ruido podría haber jurado estar mirando una pintura de Courbet. Y ella reía al viento, sí que reía. Pero vi la mano trémula del destino, su retraído y recóndito asomo al acecho, cuando esa anciana se acercó tímidamente pidiendo una moneda y que ante nuestra negativa se aproximó aún más a los dos, primero a M. susurrándole unas palabras al oído, imperceptibles, pero que produjeron una mutación en las facciones de mi compañera, dejándola petrificada. No tuve tiempo de reaccionar al notar que la anciana posicionaba sus dichos sobre mi hombro para suavemente condenarme. Dijo, cómo olvidarlo, que me maldecía “te enamorarás de la más cruel en el amor”. Y se marchó en dirección a Defensa. 
Por alguno de esos motivos que simplemente suceden y no son cuestionados, jamás habíamos vuelto a hablar sobre el asunto. Concluimos tácitamente que no deberíamos compartir aquello, que fue una situación sin importancia. Pero algo había pasado en ambos luego de ese día. En los ojos de M. ya no se notaba el particular brillo que fue siempre característico, también nuestras discusiones o habladurías fueron apagándose de manera tan paulatina que no pudimos notarlo. Además, por mi parte, no podía terminar de descifrar aquello que había pronunciado la anciana. Siempre había evitado las relaciones con personas sumamente conflictivas o que levantaran sospechas en sus acciones. He querido y me han querido bien hasta que se apagaba el sentimiento y no quedaba más remedio que continuar por caminos separados. La más cruel en el amor había dicho. Y así fue. Es por ello M., es por ello. Dejamos de ser eternos tan particular y mundanamente que no lo notamos, y fuimos cediendo a todo lo demás, ya nos aburrían objetos distintos y cada uno fue alternando el orden de las propias importancias hasta el punto de dajrme de incluir en aquello que le importaba, vaya a saber uno porqué. Y fue cuando se marchó de la última mesa que compartimos, de nuestra última conversación, que por fin lo había comprendido. Después de hablar de Derrida, Sartre, Lévi Strauss, de todos ellos, que tuve la respuesta en tú beso de despedida, a aquella pregunta de la vida. No es la más cruel en el amor aquella que lastima con su presencia sino la que aprisiona con su ausencia, M. Sentí que debía decírtelo, en ocasiones aguardo que te presentes espontáneamente en algún café, arrastrando tu figura, envuelta en tu piloto marrón, riendo con los ojos, tus bucles saltando al sol.

sábado, 2 de mayo de 2015

El canto del último grillo del mundo

Que sí, que no. Las miradas se entrecruzan cómplices o por raconditos lugares comunes, a través de un símil rito presencial. La casa fría y húmeda mientras las hojas del primer otoño surcan puerilmente el aire. Al sol se está bien, el pasto aún se rehúsa a dejarse tomar por las heladas  brinda reflejos de un verde dulce, agradable. Solo el sonido del carraspeo y la tos constante es lo que se oye en el lugar, vestigios de los cigarrillos transcurridos, sonido que retumba en los rincones de las paredes despintadas. Los hijos se han marchado hace tiempo, siguiendo caminos propios, con mayor o menor atino en ciertas ocasiones. Suele visitarlos unas dos o tres veces al mes, llevando estruendosos e hiperactivos nietos que derrochan vida a cada paso, dejando un alboroto en toda la casa. Y esperan que esas sensaciones de compañía se prolonguen en el tiempo para no sentirse así, así como se sienten, heridos en el cuenco del alma, que se siente en el pecho o quizás en la boca del estomago. Un chispazo reluciente hecho de nada misma que lo come todo, produciendo que el empujón de la sangre se torne frío, distante, como si no fuera propio. Y se contemplan, uno al otro, de cerca o lejos, sin hablarse, y se tienen pena o bronca o tristeza, a sí mismos o hacia el otro, también. Por todo lo que pudo haber sido y no fue, además por todo lo que fue y ha sido. Silencio, revolotean las alas de un pájaro que surca el jardín sin conmoverse. Vuelve el silencio que se convierte en un ser aterrador que abraza todo, envolviendo en un aura eterna a todo aquello que sucede. Se come con todos aquellos sonidos crueles de las muecas que se producen al introducir alimentos en la boca; los cubiertos que chocan con platos, los vasos que golpean la mesa, las burbujas de una gaseosa o quizás de una soda que saltan alegres y ajenas a todo. La comida danzando en los molares y el carraspeo que acompaña la ingesta. Quizás todo debería haber sido así, quizás, quizás. Se conforman porque temen, les duele la situación pero se conforman. Pica en el alma, no en el cuenco, en otra parte, molesta, se vive bajo incomodidad. Silencio que se hace eco en el silencio. Y temen al porvenir, a los dos futuros posibles: a seguir así o a animarse a una oportunidad, a darse otra chance de conseguir algunas gotas de rocío de la felicidad. Pareciese que la comodidad ha retorcido sus cuerpos, sus costumbres, sus posibilidades. Chocan miradas sin querer y por un instante concentran su atención uno sobre el otro, y sucede. No reconocen a aquel que miran, se vive con un completo extraño, ausente de todo aquello que pudo haber encantado en el pasado. Pero aún peor, no se reconocen a sí mismos en el reflejo sordo de las pupilas lejanas de aquel otro. No hay risas ni sueños disponibles, saborean simultáneamente un tenor amargo y gris que empasta los paladares. Tuercen las miradas acongojados, hacia otra dirección. Se oye el silencio, imitando suave, constante y cruelmente el canto fino del último grillo del mundo.

jueves, 15 de enero de 2015

El engaño de los sentidos

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos
Rayuela, Cap. I
Julio Cortázar



Me percato que tus labios ya no son tus labios. No son la misma contextura, han cambiado los surcos que los caracterizaban. Lejos están de esa peculiar y predispuesta humedad, para el beso, para su razón de ser. Sus comisuras ya no tienen contacto, no son las mismas, no son. ¡Ni quisiera hablarte del gusto! Si ya tienen sabor a nada, dulce pena amargada por el devenir del tiempo, el haber saboreado tantas derrotas juntas.
Que tu mirada ya no es tu mirada. Hoy tan vacía, tan vana, sin rastros de esa forma de reír con los ojos, capaces de calmar tempestades solo con una caricia de tu vista. Deambulas con aquellas perlas azules, de un azul profundo como el mar profundo que traga barcos, que entierra aviones, que refleja todo aquello que se para frente de sí, impersonal, en orden de un acto pueril como las prostitutas que hacen muecas de placer sólo para que aquel que arremete y respira encima de ellas, se vaya rápido, se marche lo más lejos posible de allí.
Te observo desde este ventanal del café que es inundado de luz del atardecer, que poco a poco comienza a ser una parada obligada para transeúntes, parejas, algunos ancianos y madres con chiquillos del colegio. Te observo desde la distancia que separa una vereda de otra, de esta famélica calle en la cual han rebotado tantos sueños. Quizás ha sido una casualidad la sincronía de estos pasos, millones de personas llevan a cuestas sus vidas en esta ciudad y entre el caudal de penas, te encuentro con la mirada y te siento fría como si algo te faltara o quizás te sobrara pero sin tener lo que se quiere.
Y es aquí donde el tiempo se vuelve propio no de nosotros mismos sino de cada situación, encontrándose con miradas tiempo y espacio, en danzas fluctuantes, en ritmos alternativos, donde cinco años pueden pasar delante de los ojos con la rapidez de un chasquido de los dedos pero este instante donde te observo a través del ventanal del café, parada en una vidriera con la cabeza agachas, la mirada nerviosa, tropezando con todos los desatinos que habrán pasado por los rincones de tus esquinas, se extiende sin miramientos, se vuelca todo a la rapidez y a la lentitud a la vez.
Quizás todo forma de algo planeado desde siempre donde tenía que haber estado aquí, con el café entibiado, el saco en el respaldo de una silla continúa, el libro que se arruga entre las manos, la pausa de los días. Y vos habrás venido de dios sabe qué destinos para acabar allí, tal vez esperando a alguien o algo, que sucediera alguien o algo de una buena vez por todas, apretando una bolsa plástica en la mano izquierda, con tu traje de mil inviernos y la bufanda que esconde tu cuello, las penas todas juntas acurrucadas en el medio del cuerpo como si fueran miles de cronopios que ya no saben cómo reír o saltar o cantar o que han perdido de vista a todas las esperanzas.
Pero puede que siempre hayas sido así, arrebatada por un halo de temeridad, de inocencia, de que la vida siempre ha pasado por ser otra cosa y has deambulado entre caminos adversos o donde los sentidos han sidos olvidados. Y soy yo el que está distinto y ahora puedo notar todo aquello que antes no notaba, el que de mí salía el color de tus ojos y el gusto de tus labios, los movimientos de tus manos y la capacidad de olvidar el mundo siquiera por un rato. Pero es que yo miraba distintas las cosas y te miraba distinta a vos también. Y no es tanto el mal que hace un ciego que no quiere ver sino que es un mal mayor lo que hace aquel cuando ve lo que quiere ver, otorgando propiedades a circunstancias, cosas, personas que no las tienen, el autoengaño de los sentidos.