lunes, 27 de julio de 2015

Liquidación de temporada

Bueno, un poquito más y va a quedar bonito, bonito. Una costura acá, que baje desde la axila hasta la cadera. Queda lindo con un pantalón azul. Pero también se lo he visto a esas chicas con los shortcitos tan cortos que parecen tener piernas de largas que los hombres no saben a dónde mirar. A ver, ya voy haciendo unas veinte de este talle. ¡Pero qué chiquitos que vienen ahora! Habrán de morirse de hambre para encajar en estas cositas tan chiquitas. Pero quedan tan lindos, también. Yo no quiero que Camila se aguante el hambre para ponerse una de estas prendas. Igual, no, no tengo que pensar en eso aún, ella es una criatura aún, mi ángel. Va a cumplir los siete añitos ya, ¿o eran los ocho? Si, ocho añitos son los que va cumplir. El que va a ir a los siete es el Arielito que está cada día más terrible, es la piel de Judas este chico. Pero él es bueno, en realidad. Es que se junta con los hijos de la Beatriz y los de la Marcela y como el Arielito es el más chico, lo agarran para todas las travesuras. Y es amoroso, mi niño, si el otro día me abrazaba y me decía cuánto me quería, así, de la nada, sin pedirme algo, no como los hijos de las demás que le dicen que las quieren para después salirle pidiendo una moneda o que les compren algo. No, Arielito es amoroso. Bueno, así va quedando bien. Ahora el cuello, un corte circular y un poco de caída en la mitad, doblo hacia dentro y a la máquina, hilo blanco casi invisible por acá, ¿dónde dejé la tijera? Ah, acá está, bien, cortamos acá un poquito y paso el cepillo así, listo, treinta y dos remeras de este talle. Voy a hacer de otro así voy pareja en todo y presento en la mesa grande y larga, como paquetes a los distintos talles y la patrona ve todo lo que le trabaje y se pone contenta. Porque cuando la patrona está contenta, a una la trata distinta. Y yo sé que ella me quiere más que a las otras porque cuando pasa me acaricia el pelo y me sonríe y cuando le hago los trabajos, queda chocha, me mira y ya con la mirada me lo dice todo. Claro, no va a andar hablando delante de todas porque se ponen celosas, porque acá hay cada bicha, cada arpía que si me descuido me sacan los ojos para cocerlos como botones de esos pantalones tan horrendos. Encima, los hacen mal, porque están atolondradas, pensando en cualquier barbaridad, entonces las costuras de los pantalones van para cualquier lado, y la patrona lo sabe y no las mira como me mira a mí y tampoco les acaricia el pelo, no, no las quiere para nada. Pero será de dios, ¿qué son esos gritos? Toda la noche fueron de esos gritos así, de ese llanto, de quién será la criatura aquella, pobrecito. No puedo ver desde acá, no hay mucha luz por aquel lado, cerca de la cortina de metal que da a la calle. Ay, y justo en ese lugar se vienen a meter, que entra tanto todo ese frío que hace doler los huesos, qué cabeza la de alguna gente, eh, qué cabeza. Igual, ¿quién soy yo para juzgar, no? Cada loco con su tema, que sea lo que el niño jesús diga. Y que proteja a mis chiquitos, sí, que el niño jesús los proteja, a ellos que tanto extrañan al padre y ya no sé qué contestarles cuando me preguntan sobre él; es que el Claudio no me ha vuelto a escribir, dijo que estaba por entrar al país pero que venía con la plata muy justa y el Claudio es un hombre muy correcto, muy bueno y de tan bueno que es, la mala gente se abusa, lo toma para el chiste y para hacerse pagar rondas de bebidas y el Claudio no quiere quedar mal con nadie y se brinda con todos, él tan bueno, mi hombre. Yo también lo extraño pero tengo que ser bien fuerte por los chiquitos que me piden que les cuente las aventuras de su papá allá en las montañas, de cómo nos conocimos y bailamos toda la noche la primera vez que nos vimos. Y yo les cuento, les cuento todo una y otra vez. Pero el Arielito se me distrae y se va, será de dios este chico, y de pronto agarra un ovillo o una bobina de hilo como pelota y tengo que salir atrás de él para que no rompa nada ni para que la patrona se entere aunque sé que ella entenderá porque el Arielito no lo hace con maldad, es bueno el niño pero es travieso, y si las otras arpías lo ven al Arielito haciendo de las suyas, van a inventarse mil historias todas mentiras para decirle a la patrona. Pero la patrona me quiere a mí y sabe cómo soy en el trabajo, yo me siento en la máquina y no me saca nadie hasta que esté todo terminado, no le desperdicio nada de material, nada, nada, y siempre cuido a mis niños para que no molesten en la casa o hagan ruido contra la cortina aquella que da a la vereda para no llamar la atención. Ahora así, pasamos por abajo, por arriba, por abajo, la aguja que atraviesa la tela y este pedal de la máquina que cada vez me da más y más trabajo, ¿o seré yo que no tengo fuerzas? La espalda me está jorobando de nuevo, este clima tan húmedo, ¿cómo ha hecho la gente para vivir acá? Será de dios. Un paquete más de este talle, ahora agarro ese pedazo de tela para envolverlos, un nudo acá, así, lo aseguro con otro y ya está, quedó precioso, y cada vez me falta menos, ¿qué hora será? ¿estará nublado afuera? Yo creo que el Claudio también piensa en mí, me había dicho que me quería y que no veía la hora de estar toda la familia junta de nuevo, que ya estaba viendo en qué gastará la plata que hagamos acá, que el primo del amigo, del Gabriel, hacía tratos por unos terrenos líndisimos cerca del pueblo. Y ahí vamos a dejar que los chicos jueguen todo lo que quieran, que el Arielito patee todas las pelotas que quiera para todos lados y que Camila cante todo lo que quiera, con su voz de niña, mi reina. Quizás podríamos tener un varoncito más con el Claudio, que nos ayude el día de mañana en la casa, o también una nena para que juegue con Camila, mientras que sea sano, que sea lo que el niño jesús quiera. Y si nos vamos, le voy a pedir a la patrona que me deje llevar alguna remera de esas, o el shortcito así, para Camila, que si no quiere, bueno, se lo compraría, pero la patrona no dejaría que yo le dé mi plata, ella me quiere, me dice todo con la mirada, a las otras no les acaricia el lomo como a mí, no, la patrona sí que me quiere más a mí.

sábado, 11 de julio de 2015

Te he hecho de menos

Te echo de menos.
No hice el duelo, no te lloré.
¿Qué sonidos habrán encantado
a tus oídos, a tus odios,
para que dances de esa forma?
De esas formas.
Sutiles, imperceptibles movimientos
que nunca pensé en observarte.
Sé de mi tendencia quijotiana, 
de querer ser Emilio Gauna,
el joven Werther,
el pescador sin la balsa
o
la misma cicuta.
Soy tan impredeciblemente
previsible.
Mis pasos están marcados
con la tiza de los pizarrones
de cuando eramos tan 
solo niños,
la misma que marcó
el destino,
las baldosas de rayuelas,
la misma que supo
dividir
entre
cielo,
entre
infiernos.
Pequé de inocencias,
de una basta falsa seguridad.
Te creía mía, como las arenas del mar.
Todo fue un fetichismo,
sólo un disfraz.
Fue guardarte como un
rayito de sol,
en una caja de fósforos,
en esta inmensa y obstinada
oscuridad.
Tan fútil como el aire
en las praderas.
Dulces mesetas verdes,
ahogándose en ternuras,
ternuras cómplices.
Pequeño paraíso terrenal,
el cielo llora porque
no te puede guardar.
Llorar. Suspiros.
Recuerdos de las noches,
de todas las noches
que en verdad fueron,
de todos los días
que en verdad fueron,
del sabor a la realidad,
el palpito de todos,
todos
los sueños juntos.
Con el mismo viento que te roza
una y otra vez,
en diferentes carnavales
de payasos
pintados de caras tristes,
de melancólicas sonrisas,
de alegres llantos.
No fui el mejor,
nunca pretendí serlo.
Autosabotearme fue
lo mejor que
supe hacernos.
Qué marchitas se ven
las horas,
las fotos se vuelen
amarillas
y
se desgranan
todas las células
de lo que alguna vez fui,
que fuimos.
Ocupa tanto lugar
todo este espacio
vacío.