viernes, 7 de junio de 2019

Fuera de temporada

Nos encontramos de golpe, vos salías de uno de esos locales que venden sahumerios, ropa hindú, algunos libros sobre el nirvana y cómo alcanzar al ser, a otro ser pero no el que sos, algo que uno es y no es, algo que quizás alguna vez podrías ser sin tan solo pudieras olvidarte de ser. Aún se sentía en vos una estela arómatica a palo santo como si vinieras de otra época, como si te hubieras dormido allá por los años setenta y pum, siglo veintiuno, hambruna, húmedad por todos lados, los bichitos de luz que desaparecieron, la comida macrobiotica, todas las operaciones disponibles y las ganas de que esto que nos hemos convertido funcione de alguna manera porque la pifiamos y no queremos reconocer que era por otro lado el asunto.
Y nos miramos. Por mi lado, llevaba prisa aunque no tenía un lugar al cual llegar. Cargaba con un libro, el cual sigo arrastrando a cuestas. Leer no me sale como antes, varias cosas ya no me salen como antes. Me dijiste hola con una mezcla de alegría y tristeza, a mí se me dibujó una sonrisa. Hola, te respondí. Que tanto tiempo, que cómo iban las cosas, que hace rato no nos veíamos, qué loco está el tiempo. Te ves bien, te dije. Vos también, mentiste. Y no sé bien cómo nos encontramos tomando un café, te conté una vez que estuvimos sentados que ya no tomaba café, que fue una prueba para mi mismo, quería proponerme algo y ver cómo salía. Que me dió la nafta como para probar con eso, con el café, que ya no me animaba a tanto. Y te reíste como te reías antes, como íntima, una risa para vos, mirando hacia un costado y secando tus labios con una servilleta. Me contaste de tus viajes, de cómo fue tomar la decisión de irte, de aventurarse a la vida, vos sola con tu mochila, una cámara y las ganas de descubrir por qué viniste al mundo, qué carajos haces acá. Yo te escuchaba atento mientras hacías gestos y muecas con las manos y la boca, contando travesías en otros países donde no entendías un corno del idioma o que jamás hubieras imaginado que existían. Si te llevabas geografía siempre, te dije. Y vos me hablabas del olor a especias que habían en los mercados de Trípoli, o cómo refresca en Egipto cuando cae el sol, cosa de no creer. Me contaste que en Nom Pen lloraste cuando viste a un ciego tocar un instrumento que en la puta vida te imaginaste que pudiera existir y que todo bien con Japón pero la gente ahí se suicida mucho.
Pensamos en vos alta que teníamos que intentar ir una vez más, que la habíamos pasado bien y que no está mal volver a esos lugares donde uno fue feliz. Aparte, dijiste, Gesell queda acá nomás. Me gustaba mucho Gesell, dijiste. Y se me agolparon todos los recuerdos entre las manos y el pecho, las noches de cerveza y viento salado, la vez que nos perdimos en el bosquecito buscando vaya uno a saber qué, o esa vez que me puse celoso porque mirabas a uno de otro grupo y yo sabía que no estaba a la altura, la tarde aquella que mirabas perdida al mar cuando no quedaba casi nadie de gente en la playa y vos fumabas unos cigarrillos arrugados, con la mente en otro lugar. Pensé, claro, que cuando dijimos que si, que Gesell iba a estar bien y que teníamos que ir, que todo iba a quedar en eso, en decir que íbamos a ir como se dicen tantas otras cosas cuando se suceden los reencuentros. No me imaginé en ningún momento que iba a estar manejando como ahora, así, fuera de temporada y rozándote los dedos entre los mates que me pasas sin mirarnos. Siempre me llamó la atención esto de tomar mates manejando, digo, un acto tan de uno o dos o varios que conduce a formar grupo, a mirarse a los ojos y esperar a que llegue el turno, un acto noble por si mismo pero que toma una especie de ritual exógeno como algo que sucede fuera de nosotros mismos cuando uno maneja y otro ceba.
Fue muy rápido el viaje, nadie viene para acá, y por eso llegamos de prepo. La casita está bien, me decís, mientras moves las cortinas de un lado a otro. Si, viste, es cómoda. Vamos a dar una vuelta, te dije. Ya se hizo de noche y los negocios están por cerrar. Comer una pizza, unas cervezas y fumar en el patio de un viejo bolichito es algo tan banal que adquiere una especie de volatilidad y misterio cuando te veo mover los hilos de humo desde tus dedos. Hace un frío lindo, de esos que te hacen tiritar tanto cuando lo sentis como cuando los recordas, y vos te acurrucas en la silla de lona, buscando tapar un poco tus piernas blancas con la campera negra que te acabo de dar.
Vamos a la playa al otro día, algo abrigados pero hambrientos de querer caminar con los pies descalzos sobre la arena. Llevamos el mate, una lona, tu cámara que vio el mundo y las ganas de que algo de nosotros se despertara.
Salgo a patear recuerdos mientras vos sacas fotos, a las olas que se rompen, a unas latitas que quedaron tiradas cerca nuestro y a un perro bigotudo y con cara de vago que olfatea la superficie de la arena buscando cosas que ya no están. Y camino un poco, arrastrando los pies y me pregunto qué pasará en dos minutos, en dos días, en dos años o en dos vidas. Entonces decido que debo volver y verte y decirte todas esas cosas que callé en Gesell hace mil veranos atrás, donde quedé paralizado por ese otro tipo algo rubio y alto que vos mirabas tanto. Y llego a donde nos habíamos separados, ya no sacas fotos pero estás fumando, con la mirada perdida más allá del límite del mar, ausente, como aquella vez de los cigarrillos arrugados. Y noto en tu mirada algo que no vi o, mejor aún, que vi pero no quise asumir porque ya estoy cansado de tanto perder. Y me miras desde ahí, con las rodillas flexionadas y contenidas por tus brazos, la capucha que se desprende ligeramente de tu cabeza por el viento que no da tregua, y asentís en silencio con los labios finos hacia dentro. Sabes lo que estoy por decir y por eso me callas con la mirada porque te lo tenía que haber dicho antes, lo diferente que hubieran sido las cosas, los mundos que nos quedaron por hacer.

()

5 comentarios:

  1. *diego, dice usted, repito yo 'leer no me sale como antes'. todas las chicas que se abrazan las rodillas flexionadas con todas las capuchas puestas en todas las noches de todas las playas forever ajenas. no me queda más que citar a su amigo buk: juventud, hija de puta, dónde te has ido. lo saludo y lo respeto.
    JH

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. JH, en relación a lo que comenta y a quién cita, entendiendo que el todo es más que las sumas de las partes por lo que cualquier cosa que pueda decirle, estará de más; no me queda más recurso que dejar lo siguiente del mismo autor:
      Se subió más la falda. Era como el comienzo de la vida y de la risa, era el significado verdadero del sol. (Acoto: Se soltó la capucha, estiró las piernas, me sonrió no tan íntima pero sí más sincera, el restó lo dicho).
      Gracias por pasar por estas playas, le dejo un abrazo.

      Eliminar
  2. Permiso. Seguí la recomendación del de arriba (JH) a quien hace años que sigo.....
    A mi, escribir, ya no me sale como antes. Un libro que quedó entre amigos y regalos, los elogios de mi compañera y poco más.
    Quizá en otra época lo visite, me recuerdo muy dinámico en el intercambio de blogs.
    Me gustó el texto, me dió alguna nostalgia.......lo valió.
    Mis saludos.

    ResponderEliminar
  3. Ahora que volví a entrar a mi blog luego de años veo que te tengo en la lista de blogs a seguir........que memoria....ya no me sale como antes.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dany, me gusta eso de la nostalgia. Considero que un texto se completa sólo cuando genera algo en el otro, una movilización por así decirlo. Y le comento, ya que abriendo esa puerta, que conservo un ejemplar de su libro, datado de aquel asado en una casita en San Fernando. Cómo se aglomeran los años.
      Le dejo un abrazo.

      Eliminar