Los labios carmín, el pelo suelto, al viento, enredándose sobre sí mismos y las puntas flotando detrás de sí, como un halo de luz. Las perlas blancas de los aritos brillan en la cálida noche. Lleva sus zapatos en la mano y calza una suerte de alpargatas para ir más cómoda. Sus piernas se entrecruzan al andar, rozando la piel de los muslos entre sí.
En el día hizo calor, mucho calor, sol y río, agua que brota entre las piedras donde no se sabe bien si baja o si sube, donde no se sabe bien dónde está uno mismo. Ahora de noche, alcohol, una fiesta pueblerina, caras conocidas, luces de colores en el patio de una vieja casa, se mezclan acentos, tonadas, música latina y el caluroso viento de las sierras. Transpiran los brazos, las espaldas, se humedecen las frentes y brillan los labios pulposos y espesos, la piel se pega con la piel, se pasa el alcohol, se lo convida, se suspira alcohol, brota de las manos, de la casa vieja, de una heladera siam a la intemperie, como el agua de los ríos.
Ella decide salir a caminar. O no. No lo decide, sólo se encuentra a sí misma caminando, deambulando, al son - primero - de la música que se hace eco en los pastos, en las piedras para luego trastabillar al ritmo del agua que choca con paredes desgatadas a correntadas, al imparcial, constante y superfluo capricho del agua, que baja, que sube, que se estanca.
Cierra los ojos pero sabe que es peligroso: negarse a ver en la oscuridad es como no tener hambre cuando no hay para comer. La boca reseca y se agrietan los labios. Ríe. Las luces se ven lindas desde lejos. Ella es linda, ojos azules. Se ríe con los ojos, se eriza la piel, sigue caminando y el viento la acompaña, haciendo llegar vestigios de ritmos latinos. El río se encuentra cerca, detrás de unos yuyos altos y frondosos, secos, puntiagudos, que se agitan levemente, a destiempo del viento. Ojos color miel se desprenden de la noche y dan el zarpazo guardado.
La encuentran aturdida, aún respira, entre dormida y sedada. El sol bronceó sus mejillas redondas, su cara quema, resalta el color de sus ojos, azul profundo-celeste turquesa. La toman de los brazos y ayudan a que se reincorpore. Aqueja un dolor punzante en el bajo vientre. Siente que duerme y que sueña, los destellos de luz al abrir y cerrar los ojos, el sonido de una sirena, una camilla metálica que se desenvuelve más arriba de donde se encuentra.
Los labios se rompen en un millón de pedazos, arden sus muslos también. Se siente cansada, busca dormir pero no la dejan. La suben, ella ayuda a que la ayuden. Está subiendo - la suben -. Cuando están acomodándola en la camilla nota su pollera blanca expuesta al sol, sobre una piedra de mediana altura. Se toma la cabeza, le abandonan todas las fuerzas y rueda una lágrima que erosiona los pómulos acalorados y se estanca en los labios opacos y muertos.
Y pensar que los ojos color miel suelen asociarse a la dulzura. Un cambio de paradigmas nunca viene mal, lástima las circunstancias.
ResponderEliminarAbrazo!
Las apariencias engañan, maestro. Siempre ha sabido ser así.
EliminarLo saludo con afecto.
Abrazo.
Nos estamos convirtiendo en blogs "de culto" jaja! Abrazo!
ResponderEliminarComo dijo Humberto: Se está depurando la cuestión y van quedando lo que realmente le gusta esto. Pero también las cucarachas, como en el fin del mundo. La cuestión es que no sabemos quién es quién, cuál es cuál. Jaja.
EliminarAbrazo!