miércoles, 12 de diciembre de 2012

El retiro

Tan solo días le faltaba a Hilario para retirarse. Casi toda su vida en la oficina, en ese cubículo que supo ser de paredes blancas, de vidrios transparentes y de alfombras tan limpias que hasta se podía comer desde ellas. Pero ya se iba.
Sí, claro, como todos ha tenido amores fortuitos, deslices en la juventud con secretarías con piernas que parecían no tener fin y, más grande en edad, ha sabido no negarse a cualquiera que le convidara con una caricia, un guiño, siquiera un frotar en la espalda. También supo hacerse de amigos, de pocos para conservar algo de intimidad. Por varios años asistió a los bares luego de la oficina, los jueves, con los muchachos, para tomar algo, divertirse, mirar lindos culos que salen a dar una vuelta por enrededores de la zona.
Con el ahorro de los años, más allá de la casa que Hilario tenía en Parque Chas, se pudo comprar una pequeña propiedad en San Luis, cerca de Córdoba, lindo lugar donde veraneo con su esposa y sus dos hijos varones por largas temporadas. Había decidido retirarse allí, visitar el pueblo más cercano sólo para buscar la plata de la jubilación y el depósito de los alquileres de la casa de sus padres heredada y la que dejaba en Parque Chas. Ya los chicos se hicieron grandes. El mayor formó familia y se instaló en La Paloma, en las costas de Uruguay. El otro, el rebelde Benjamín, luego de una furiosa gira europea, se quedó en Laos, donde abrió un parripollo con un singular éxito.
Sin querer, los días pasan como las vueltas de páginas de un libro. Fueron un poco más de treinta y dos años trabajando en el mismo lugar, haciendo las mismas tareas, viendo cómo entraban nuevos postulantes y cómo se iban entrañables figuras del lugar que ya parecían parte del decorado oficial de la compañía. La empresa rotaba el personal sólo bajo las condiciones legales de jubilación, se podría decir que es una de esas pocas organizaciones que todavía el temita de la globalización, el just in time, la terciarización y esas consecuencias de los sistemas productivos, todavía no había tocado. Por ello, cada persona, cada gesto, cada saludo de buenos días general y las pláticas sobre mujeres, fútbol, el clima y la política, eran parte de un guión compartido, como si al fichar se les diera a cada uno las líneas que debían decir, la forma en que debían sentarse y hasta el cómo caminar ondulante que sólo las secretarias saben hacer. En fin, Hilario se jubilaba un jueves, ese iba a ser su último día, también su último after office con los muchachos que de jóvenes sólo les restaban unas fotos amarillentas y las risas de lo que fue. El viernes a la tarde, a las diecinueve horas, partía en un micro a San Luis. El auto lo había vendido y le molestaba la rapidez del avión, por ello sacó un pasaje de ida desde Retiro. Un flete se encargaría de entregarle los recuerdos a destino.
Entretanto acomodaba los últimos vestigios y delegaba las tareas que quedaba rezagadas al próximo postulante, escenas invadían la memoria de Hilario. La vida en la oficina, la llegada de la hora que siempre esperó, fichar por última vez e irse de la ciudad. Allí, recordó la muerte de su esposa por ese puto cáncer que se la comió sin siquiera pedir permiso y su apuro por querer volver al trabajo mientras ella yacía internada y su vida se agotaba. También se avecinó a su evocación, la relación con los hijos; lamentó no haberlos visto crecer por las malditas horas extras o los turnos de guardia o la acumulación de archivos que le impedían llegar a su casa cuando los chicos estaban despiertos. El reproche se hizo más hondo cuando, luego de terminar de acomodar y del after, llegó a su casa y encontró las marcas de los cuadros de fotos sobre las paredes color crema del hogar. Jamás se había parado a mirar una sola foto en el apuro de llegar temprano a la oficina y fichar a horario, más en esa época donde estuvo aquel gerente chupa medias del directorio, que se creía dueño del recinto.
Se apoyó, flexionando cuidadosamente las rodillas, en una de las cajas que decía frágil. Ni él sabía qué contenía la caja, ¿qué podría ser tan frágil dentro de los pedazos de cartón?, pensó. Sin querer, descubrió en un costado de la pared del living, unos garabatos que los chicos habrán hecho al crecer, con crayón azul y tintes verdes. Hace mucho no hablaba con ellos y todavía le faltaba conocer a su segundo nieto, el uruguayito que, según fotos, tenía la cara de todo buen porteño pícar. Sí, Hilario nunca les hizo faltar nada a sus hijos y ahora les podría dedicar tiempo, ir a visitarlos. Pero tendría que viajar a Laos, a La Paloma, al cementerio de la Chacarita y esa caja de mierda que rezaba la fragilidad de algo que ni él sabía que era.
El micro esperó hasta las diecinueve y veinte por el último pasajero que no abordaba, luego se fue. Al llegar los del flete, llamaron a la vecina de Hilario ya que ella tenía la llave para cargar las ornamentas dentro del hogar y llevarlas. La señora fue la primera en entrar y dar dos pasos hacia atrás, tapándose la boca con todas las manos que podía. Uno de los chicos del flete llamó a la policía; el otro movió a un costado la caja que decía "frágil", la cual usó Hilario para pararse y luego saltar, quedando en un sigiloso movimiento de un efecto pendular, ahorcado desde el tirante que cruzaba la casa de Parque Chas.



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4 comentarios:

  1. Irónico, ¿no? Pensar que el tipo se llamaba Hilario y tuvo una vida triste, una caja que decía Frágil lo sostuvo y al final la vida lo dejó colgado. Un relato que me hizo reflexionar. Tantas cosas me he perdido y a su vez encontré otras que en otras circunstancias me hubiese perdido. Es difícil sopesar los pro y contra de las pérdidas y hallazgos que uno realiza durante la vida. Su blog lo voy a poner en la bandeja de los pro, y no, no soy macrista. Abrazo y buen fin de semana!

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    1. Las distintas decisiones nos van llevando a diversos parajes. Al mismo tiempo, la toma de esos caminos implica, indiscutiblemente, la negación de todos el resto. Es decir, ahora estoy escribiendo esto en vez de trabajar, en vez de estar tomando un café en Viena, en vez de mirar el bamboleante caminar de una de veinte con vestido al viento, y así. Sí, claro, hay que decidir todo el tiempo en algo en detrimento de lo otro. Acá, lo feo, es pensar que luego de trabajar toda la vida, pensando que la libertad llegará después, al jubilarse, y no pararse un poco en el medio de la vida para ver qué pasa. El tipo casi ni se enteró de que su mujer murió.
      Vivió la vida como Hilario, sí, a su modo, pero luego la fragilidad de la soledad y el ver atrás todo eso que hizo mal por no haber llegado al momento que tanto pensó, que imaginó, como él quería, dio el punta pié necesario para la decisión.

      Gracias por dejarme en la bandeja de los pro. Es un grato reconocimiento que no pretendo reconocerlo como macrista. Nuevamente, gracias, Ato.
      Fuerte abrazo y un estupendo fin de semana.

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  2. La verdad "lo feo de la vida" es pretender que sea justa, linda, divertida, etc. La vida es como te sale. Hay quienes pueden disfrutar un kilo de helado y otros que no tienen ni siquiera acceso al agua potable y si lo tienen, está restringido. Una ducha es equivalente a un tour por el Caribe de otros.
    El gran problema de muchos que disfrutan tours por el Caribe, es que se quejan cuando no hay maracujá en la heladería.
    Otro error que suele cometerse es confundir trabajo con algo desagradable. El trabajo, cuando uno hace algo que disfruta, es casi una bendición, un privilegio poco apreciado por aquellos que lo disfrutan. Algunas veces hay que decidir, entre viajar en colectivo/subte o un BMW OKM. Pero como dice ud. son elecciones, y en paises como el nuestro, todavía se pueden tomar.
    Es más, jubilarse a los 65, con una expectativa de vida como la actual, en mi caso equivaldría a pegarme un tiro en las bolas.

    Y de nada, se lo merece. Es de los pocos blogs que conozco, que me provoca satisfacción, reflexión y en el cual disfruto comentar. Abrazo!

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    1. Claro, justamente es eso. Lo que pasa es que no todos trabajan de lo que quieren y, también pasa, nadie disfruta de algo mínimo del trabajo. Es larga y tediosa la concepción acerca de ello, como todo. Lo que también noté cuando la idea se me formaba era que muchas veces uno en pro del trabajo, de cumplir, olvida otras cosas, como la familia, los amigos, los compromisos sociales, digamos. Y es algo con lo que he crecido, de otra escuela.

      Bueno, los halagos que usted vuelca son mucho para este pequeño espacio escondido en la blogosfera. Pero sí eso es lo que este lugar le causa, me siento hecho.
      Gracias, Ato, en verdad. Fuerte abrazo.

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