jueves, 30 de agosto de 2012

Por el río


Estoy en el río. En un muelle por demás desgatado de mareas que no se deciden si subir o bajar. Ya es de noche. No, todavía no, está anocheciendo, el ciclo del tiempo. Es de tarde y el sol brinda el espectáculo diario de posarse sobre las margenes imaginarias del río. Camino por el muelle, hay personas que pasean, que compran flores secas que nunca jamás usaran, otras que llevan canastos de mimbre, pinturas estandarizadas y que emergen de una especie de catamaran. Estoy en el Tigre, está haciendo frío y las luces aclaran su voz para darse paso al canto nocturno que les deparará el resto de día. Prendo un cigarrillo mientras veo a una chica de rulos eternos que manipula en una disqueria, que también vende libros usados, unos discos. Me acerco y noto que mira vinilos de Phil Collins y que lleva, bajo el brazo derecho, un libro, lleva 'Las mil y una noches'. Una suerte de inexplicable congoja se apoderó de mí y tuve la inquietud de querer hablarle, saber su nombre, preguntarle qué opina de la eternidad. Pero ella se fue al paso que prendía un cigarrillo, mientras yo terminaba el mío.
Con un suspiro me retiré del local y continúe un camino sin andar, sin destino aparente. Ya la noche acogió al lugar. El río está calmo, las lanchas y botes no merodean la zona y se puede ver, sin esfuerzo alguno, el alma reflejada en las sinuosidades del agua. Así, noto que el lugar se comienza a llenar, nuevamente, por jóvenes, por chicos sacados de un country, de una cancha de rugby, de una caja de zucaritas que se disponen a cenar, a tomar algo, también hay un boliche nuevo donde merman muchachos y muchachitas de la misma estirpe, todo queda del lado de adentro del ligustro. Yo sigo caminando y, de a ratos, paro para observar el río, unas de las pocas cosas sencillas capaces de otorgar calma. Voy diezmando el atado de cigarrillos y pienso que es necesario buscar un quiosco, algo, pero es tarde ya, muy tarde.
Sin embargo, encuentro abierto un café, refugio de los errantes, en una esquina oscura poco transitada, distante del centro de intercambio comercial. Pero voy, lo considero acogedor y, en estos trámites, mientras menos personas vea, mucho mejor. Tomo asiento en una mesa cerca a la ventana, que también está cerca al río y pido un café doble, que también traigan un cenicero. El lugar está, sin que lo pareciera por fuera, atestado de marineros, de pescadores y de viejos ebrios que parecen parte del cuadro del bar, como una escenografía permanente y viva, como la vida misma. No prestó mucha más atención al respecto ya que prendo otro cigarrillo y el café es de una admirable calidad.
De pronto, una ráfaga de viento cálido entra por puertas y ventanas del café y las luces del lugar parpadean, todos callan y se miran unos a otros. Acto seguido, un viejo pescador, alto y cubierto de un tapado, hace su entrada y todos reanudan sus tareas anteriores. Unos juegan a los dardos, también se escuchan suplicios de un envido con pinta, de un truco con ganas de ser verdad. El último de los parroquianos, el pescador del tapado, se acerca a la barra y pide un trago, creo que ginebra. Y, en una de mis acciones más características y estúpidas, lo miro en el mismo instante que él me mira mientras se para y comienza a caminar hacia mi mesa.
Suelto una ligera puteada hacia abajo a medida que se iba acercando con un olor similar al río, como si fuera parte de las aguas. Luego, el pescador, toma asiento sin siquiera preguntar si la silla estaba ocupada. Pensé, en ese momento, que no doy la imagen de un tipo acompañado. Contra todo pronostico, el hombre no soltó una palabra, solo me miraba y esbozaba una sonrisa, como esperando un comentario de mi parte. Pasamos unos diez, quince minutos sin hablar hasta que dijo: -Las aguas están calmas esta noche.- y me estremeció el brillo de sus ojos, la fortaleza dentro de su voz. -Dentro de unas horas amanecerá y sería un desperdicio no poder navegar en la pasividad del río, ¿no es cierto?- quiso saber.
Sin desearlo, estaba consumiendo mi segundo café,compartiendo una botella de ginebra con el pescador y haciendo chistes sobre la desgracia. Fue, digamos, como un salto, como un salto de línea hacia otra parte. Recuerdo que, luego de sus primeros comentarios, el pescador se levantó, yo pestañeé y ya me encontraba en esa situación, con el vaso meciéndose en mi mano derecha, riendo, hora y media más tarde de haber entrado. Pero ya estaba en el ahora y era cuestión de seguir la corriente, siquiera hasta que salga el sol y así poder irme, intentando no faltar el respeto al pescador.
Luego de continuar en esa misma línea, el hombre se paró y me convido a que lo acompañe, que tenía que mover el bote y amarrarlo en otro lado. -Son estas mareas de mierda, que te cambian todo, de un momento a otro.- se quejó y salimos del café.
Llegados a un alejado muelle, recordé momentos de mi vida que nunca creí haber vivido. Me acontecieron increíbles ganas de tocar la lira, de saborear nuevamente las aguas dulces del amor. Cruel destino que arrebata los momentos que acabamos de vivir. Unos instantes luego de soltar amarras, le pregunté al pescador si podría llevarme a dar un paseo, que necesitaba aire para recomponerme, que una suerte de congoja invalidaba mis sentidos. El barquero accedió pero pidiéndome un óbolo, dijo que era para la nafta aunque usaba un curioso y largo remo. Se quitó el tapado que lo cubría y comenzó a remar, mientras yo yacía sobre la proa del bote, mirando al horizonte, al nunca jamás.
Estuvimos navegando por un tiempo parecido a la eternidad pero sin que amanezca, sin la fragilidad de los relojes. Entre los elementos que comprendían a la utilería del bote, encontré un instrumento de cuerdas y comencé, como si lo supiera de toda la vida, de otras vidas, a tocar melodías para acompañar el viaje. Pude ver como el barquero mezclaba sus lágrimas con las aguas del río. Seguimos del mismo modo hasta llegar a cercanías de nuevas tierras. Pero, pensé, que esto, en Tigre, siempre pasa, está repleto de islas que nacen con cada día. No me sorprendí cuando Caronte, el barquero, me pidió que bajara, que hasta acá tenía que llegar, acá iba a encontrar mi destino y me estrechó la mano. Por último, me comentó que allá me esperaban, que camine, que siga tocando, que continué cantando, que no baje los brazos.
Y, ahora estoy acá, más o menos fue todo eso lo que pasó. Creo que está amaneciendo y deberíamos concluir con esto. Ay, Hades, tanto tiempo, viejo amigo.




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lunes, 27 de agosto de 2012

Epistemología

'Una de las teorías de la epistemología, afirma que un científico, un investigador, un estudioso, un cualquiera, a la hora de elegir, es decir, de delimitar su campo de estudio y de intereses para realizar ciertas averiguaciones, produce un corte en el tramado del universo total donde se desarrollan las cosas. Habitualmente, esto se explica con un gráfico de estilo torta, donde el universo es comprendido, obviamente, por la totalidad. Entonces, luego, se genera una separación, un recorte, se quita una porción a la torta señalando, así, la extracción de la parte a trabajar. Esta misma teoría, argumenta que, a la hora de establecer los límites que comprenderán al trabajo y a la investigación, se niega todo lo demás. Con ello, se refiere a que, cuando se procede a seleccionar un objeto o fenómeno de investigación, estamos desechando todo lo demás, perdiendo oportunidades'.
Juan cerró el apunte luego de subrayar algunos pasajes, hacer garabatos al margen de la hoja y de no haber entendido casi nada de lo que terminaba de leer. Es que, si bien, le gustaba filosofía, nunca imagino tener que saber sobre epistemología, sobre temas que pocos se acordaran luego de cursar la materia. Sin embargo, Juan ponía empeño, siquiera lo intentaba. Es que él se había anotado en la facultad de filosofía y letras, en la particular carrera de filosofía por Martina, la amiga de toda la vida, la que siempre quiso en secreto pero, por miedo a perder su amistad, jamás atinó a ir más allá. En realidad, Juan siempre quiso ser alguien más, hacer algo más. Pero el amor, el sentimiento que lo atañaba a Martina era tal que se olvidó de sí mismo. Es que, a veces, la combinación de buenas discusiones con una fémina sobre metafísica conjunto a una esbelta figura y la tolerancia a las drogas, es atrayente, desafiante, casi imposible de encontrar más allá de Púan.
De tal forma, se pasó leyendo a Khun, a Popper, Klimosvky y otros muchachos con apellidos que oscilaban entre rusos, austriacos y polacos. Lo único que pensaba Juan, mientras compraba apuntes y más apuntes en la fotocopiadora, que nunca sería feliz, que jamás lograría terminar estos estudios y que de nada le servirían para su pasión. Juan amaba la música, era prodigio en la guitarra, aficionado al piano y un erudito en la percusión. Aprendió siempre solo a tocar diferentes instrumentos, tenía una magia especial, un oído absoluto y la posibilidad de cantar en diversas tonalidades.
Pero Juan, fue relegando sus posibilidades musicales para intentar estudiar algo que no quería, que nunca sintió como propio. Es que Martina iba avanzando en la vía expresa del régimen de correlatividades, y Juan la iba perdiendo. Compartían cada vez menos materias, menos espacios y el muchacho moría cuando la veía reír con otros, discutir entusiasmadamente sobre la teoría Tomista, sobre el giro Cartesiano.
De tal manera, Juan perdió sus habilidades. Ya no distinguía de un Fa a un La, las escalas se disolvieron en el jugo Tang de su mente y perdió indicios de aquella voz capaz de ofrecer increíbles interpretaciones. Pero un buen día, el muchacho cosechó ánimos y se atrevió a hablarle a Martina sobre sus sentimientos, sobre todo lo que sentía por ella, mientras estaban discutiendo sobre el materialismo dialéctico. La muchacha argumentó que los sentimientos son la neblina de entendimientos, quitando, así, la metafísica de la filosofía. Juan propuso que el estudio del pensamiento, de la vida, no es totalmente comprensible dejando de lado a lo que se siente, al cariño. Discutieron acaloradamente en el bar de la facultad de filosofía y letras, asumiendo posiciones contrapuestas y complementarias. La chica seguía sosteniendo que las ideas son producciones que aceptamos de manera colectiva e inconsciente y que en ellas caben millones de adaptaciones a la vida de cada quien, como si tomáramos un tomo de la gran biblioteca humana para hacerlo propio y por eso nos confundimos. Juan lo negaba, no concebía al conocimiento como algo anterior a uno, capaz de ser y permanecer antes del nacimiento, por eso prefirió acotar que todos somos una tabula rasa en la cual inscribimos categóricamente los preceptos que iremos complementando a lo largo de la existencia, para dar como fin a un libro que jamás será editado. Martina no dijo nada y mordió una medialuna comprada a precios populares. Luego, razonó que la factibilidad de los sentimientos queda supeditada a la reciprocidad de los mismos, como si no existiera algo más allá de lo compartido. Así, con esa frase, tomó sus apuntes y el café y se marcho, dándole un beso en la frente a Juan, quien no encontró palabras para confrontarla, para atarla unos minutos más a la mesa que compartían.
Luego, Juan pensó sí en realidad la mesa, el café, la medialuna, la discusiones, las ideas, Martina, los apuntes y la facultad, realmente existían o eran producciones de un sueño compartido, de un momento del que estamos a punto de despertar, siempre, pero del que jamás logramos escapar. El muchacho tomó, nuevamente, el juego de fotocopias y leyó: 'Lamentablemente, la elección de cada camino, borrará las posibilidades de haber cambiado el curso. Lo que elegimos condicionará, de ahora en más, todas las decisiones que tengamos que realizar. Tanto en la indagación científica como en el decurso de la vida, las posibilidades no optadas se ven como las prodigiosas, las verdades absolutas. Quizás es así y estamos condenados a caminar perpetuamente, hasta el fin de los tiempos, en los senderos de caminos erróneos.' Juan tomó un sorbo de café y subrayó el pasaje. Acto seguido, quiso recordar una vieja melodía de una canción que le daba ánimos, ganas de seguir, pero no pudo, sólo cabían en él las fechas de los próximos parciales.




jueves, 23 de agosto de 2012

Pizcas de sal

Cuando de chico le preguntaban a Patricio qué era lo que quería ser de grande, el muchacho, siempre un tanto más robusto y alto que lo normal de la edad, afirmaba que quería ser doctor, médico, especializarse en la sala del quirófano, en algo, más no podría decir. El decurso de los años le mostró a Patricio que los deseos no se cumplen de la forma que uno los anhela como en un principio sino que estos se van modificando, amoldando para ser adaptados a esta película infiel que es la realidad. De tal manera, con el paso del tiempo, Patricio adquirió un oficio distinto, hizo de sí mismo un prolijo carnicero. Es que, no sin esfuerzos, el muchacho terminó la secundaria y se le hizo evidente que no llegaría a su sueño. Así, dentro de de las rutinarias tareas de la carnicería, acompañaba su ratos libres acercándose tanto a la medicina como la televisión se lo podría proveer. Fue mirando documentales en Discovery Health, a veces sólo en Discovery, sintiendo la pena de las pocas revanchas que da la vida.
Pero Patricio, de todas maneras, estaba enamorado y eso bastaba para suplir las demás desgracias que cultivaban penas en su corazón. Conoció a María Pía en un bar, un jueves que salió con unos amigos. Ambos se miraron y se gustaron. Patricio se acercó con un trago en la mano y, con la otra, le corrió un mechón de su castaño pelo que descansaba sobre la frente, para luego decirle que quería pasar un tiempo con ella, pasar todo ese rato que dura la eternidad. María Pía lo besó y nunca lo dejó ir. De esa noche al día de hoy han pasado alrededor de unos cuatro, casi cinco años. Si bien la relación fue creciendo, también se fue desgastando. Sin embargo, tenían un proyecto en común, ganas de crecer juntos, ver los nenes vestidos de blanco corriendo por el Tigre. Con valijas llenas de sueños, fueron a vivir juntos. Alquilaron un departamento en Almagro y sacaron a pagar una heladera más grande que la cama, que tenía facultades especiales, como calentar comida en un compartimento.
Afortunadamente, con los dos sueldos alcanzaba para vivir bien, darse un gusto los fines de semaa, planear viajes para las vacaciones. Es que, además, María Pía trabajaba. Era maestra jardinera en un colegio de Boedo, y sus alumnos le decían seño Mari. Todo era perfecto para ellos.
Cierto día, Patricio se fue temprano al trabajo, más temprano de lo usual ya que debía de recibir unas medias reces que llegaban casi de madrugada. Esto lo beneficiaba porque pidió salir un poco más temprano para poder pasar más tiempo con su amada, sorprenderla con una linda cena, decirle cuánto la amaba. Así, Patricio se arregló el pelo con gel, con agua y gel, y salió de su casa. El sol, aún, no daba noticias de sí iba a aparecer ese día o no.
En el desarrollo de la jornada, Patricio despachó la clientela con suave armonía y de manera eficaz. Por ese lapso que duró su tiempo de trabajo, parecía que él había nacido para eso, que ser carnicero era su razón de ser. Así, se retiró del lugar. Antes, fue a su locker y buscó una mochila donde tenía guardada ropa limpia aunque decidió salir vestido como estaba, con el uniforme y las botas blancas, para ganar tiempo y bañarse en la casa. Eran alrededor de las cinco de la tarde y estimó que cercano a las seis rondaría por el hogar. Por último, enrollo un kilo, kilo doscientos de una tira de asado conjunto a medio kilo de vacío para hacerlo al horno. Inmediatamente, los guardo agregando su delantal manchado de sangre para poder lavarlo.
Patricio sabía que María Pía, la adorable maestra jardinera, llegaría, ese día, cerca de las siete porque pasaría una hora, quizás unos minutos más, por una clase de gimnasia, aerogym, aerobox, algo que le daba aires. Entonces, el carnicero con ansías de médico, podía darse el gusto de llegar con tiempo a su casa, acomodarse, brindarse un baño, salar la carne herida. Y así lo hizo una vez que llegó a su domicilio. Colocó el producto bovino en una fuente, sobre la mesada, mientras esperaba que el horno tome una temperatura adecuada. Acto seguido, se aprestó para ponerse su delantal rojizo del contacto con reces irreconocibles y se prometió que luego lo dejaría en remojo. Quiso cocinar a oscuras, para darse un respiro, se dijo. Sólo dejó, como implacable compañía, encendido el televisor en el Discovery Health.
Se hicieron las siete y veinte cuando un ruido de auto se escuchó desde el tercer piso donde se situaba el departamento. En ese instante, Patricio colocó la carne junto a algunas papas dentro del horno y bajó el fuego, quería que se haga en su jugo, despacio. Pasaron unos breves minutos hasta que el juego de llaves de María Pía se lo escuchó bailar en el pasillo, al son de risas y de besos de adolescentes enamorados. Al momento, entró la seño Mari, resquebrajando la oscuridad del lugar con su natural luz, junto a un tipo. Era un hombre, algo mayor, de unos cuarenta años, con aspecto de joven, de profesor. Sí, eso, era, sin lugar a dudas, un profesor, quizás de música, posiblemente de filosofía. El tipo entró abrazando a María Pía y cubriéndola de besos mientras la iba desnudando al mismo tiempo que caminaban, enceguecidos por la pasión, hacia el dormitorio. Patricio quedó boquiabierto y anonadado en la penumbra calurosa de la cocina. Desde allí, escuchó como esa misma boca que elegía los nombres de sus hijos, pronunciaba al extraño: 'Dale, apúrate. Dame todo tu materialismo dialéctico antes de que llegue mi marido'. No quedó duda alguna, era profesor de filosofía.
Mientras tanto, en la televisión, en el canal, estaban explicando sobre el funcionamiento de las arterias fundamentales dentro del espectro del sistema circulatorio. Una rubia, con aspecto similar a modelo más que a doctora, profundizaba acerca del camino que recorre la arteria femoral por la pierna. Así, con el instructivo resonando por el televisor y con la vista nublada de lágrimas y sueños rotos, Patricio se dirigió a la habitación para proceder a cortarle el cuello al profesor, destinándolo a desangrar sin alcanzar a pronunciar las afamadas ultimas palabras ya que el corte alcanzó a las cuerdas vocales. Luego, abanicó el cuchillo, sacudiéndolo, mostrando el brillo y su capacidad par hacer daño frente a María Pía quien, entre sollozos, pedía perdón, piedad. Patricio tomó con fuerzas la pierna izquierda de la amada y pinchó sobre la arteria femoral sin problemas, como cualquier entendido sobre la materia, como cualquier residente hospitalario. De este modo, procuró que la seño Mari desangrara hasta morir, ahogando sus gritos con un precioso almohadón de plumas que habían comprado hace unas semanas atrás.
Finalizado el acto, el carnicero se sentó sobre la punta de la cama, brindando la espalda a los dos cuerpos y observó su delantal, confundido entre manchas de sangre viejas, resecas, con otras nuevas y frescas. Inmediatamente, recordó la carne en el horno y lo cara que está como para desperdiciarla. Por ello, se sentó en el living comedor con una botella de malbec y miró Discovery Health saboreando una tira de asado espectacular con papas doradas por fuera y tiernas por dentro.
Más tarde, le dió sueño y fue hasta su pieza, se desvistió y empujó al profesor que cayó, como cae un muerto, al piso. Se acostó al lado de María Pía y durmió. Empero, en el medio de la noche, se despertó sintiendo frío para descubrir que dejó abierta la ventana de la alcoba. Se levantó para cerrarla y, con una delicada frazada, tapó los restos de la maestra y se tapó él.
Ya en el otro día, Patricio se levantó y se arregló el pelo con gel, con agua y gel, y salió de su casa. Llegado al trabajo, mientras acomodaba unos carteles negros con ofertas y precios en la vereda, un cliente se le acercó. Era el viejo González que le preguntó cuánto estaba el vacío. Patricio le dijo que estaba por aumentar. Los dos se quejaron de lo caro que sale vivir esta vida.

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lunes, 20 de agosto de 2012

Revisionismo adaptativo

Cenamos a la luz de dos, tres velas, cortitas y distribuidas por una mesa que nos queda grande. Siempre te he dicho que anhelo a que lleguen estos jueves, estos días así para poder cocinar juntos, decirte cuánto te extrañe en la semana, en todo el tiempo que no comparto a tu lado. Noto en la relajación de tus sonrisas, dentro de la paz de tus ojos, que jamás te han abrazado así, que nunca habías reído con estas ganas, que nunca pensaste que la vida podía salir de ese guión tan desastroso para convertirse en una película linda, real, que nunca quisieras que termines.
El rubor de la radio deja estelas de sonidos que nos acompaña mientras creamos un beso, una caricia en tu hombro desnudo. Me apresto a deambular entre cortes en juliana, otros en brounoise y me apodero de un vaso de vino, tinto, con notas de frutos rojos, de chocolate y de madera de pino traído desde Bielorrusia, acorde reza la etiqueta, pero yo te digo que le siento gusto a vino y vos reís, cubriendo tu sonrisa con el antebrazo y luego me contestas que la percepción es la idea que tenemos sobre lo que nos rodea y que es lo único con lo que contamos ante la idea de que no sabemos nada, de que nada existe, y por ello siento gusto a vino pero que tomaste y notaste que tenía gusto a notas de cerezas.
Juego con la copa en la mano derecha, mientras cruzo el brazo izquierdo sobre mi pecho, me recuesto sobre la mesada y te miro. Noto que queres decirme algo, que queres conversar mientras terminamos de cocinar, de cenar, hablar cara a cara, dejar de lado esas comunicaciones por celular, por internet, mirar al otro y hacer un recuerdo de todo. Así, te veo ir a apagar la radio mientras me dedico a acomodar platos, cubiertos, elementos en la mesa. Y desde el fondo, venís aclamando que la realidad no existe, que todo es una mentira colectiva y que te hartaste de ello. Yo me río, miro el modo en el que agitas los brazos y te abrazo. Te contesto que las trampas son necesarias, que sin la mentira sería imposible vivir, son los efectos del contrato social, del sistema.
Me apartas y vas a echar los ravioles en el agua. Ravioles de ricota y verdura, pienso, y prendo un cigarrillo. Me decís, desde la cocina, que estás cansada de esta mentira que es la libertad, del fraude del capitalismo, arrojas que Nietzsche te parece un pelotudo importante que lo único que hizo fue introducir conceptos ya conocidos. Te aviso que no, que no coincido con lo que referís del autor, que si bien es un tanto oscura, pesimista su relato, es realista, si podemos llegar a coincidir que la realidad existe; pero remarco que coincido con las mentiras del capitalismo, del sistema corrupto y agrego que el cambio de paradigma está cerca, a unos trescientos, quinientos años. Ya venís con los platos rebosantes de ravioles y brindamos.
Entre bocados, me recordas que lo peor de Nietzsche fueron los que le sucedieron, aquellos que tomaron la posta de sus enseñanzas. Te pregunto si te referís a los estructuralistas y me indicas con un ademas de tus ojos que sí, que esos forros te tienen la tetas hasta el piso, referís que se dedicaron a temas tan abstractos y desprolijos sobre el conjuntos social mayoritario, que te dan repulsión.
Te entiendo, asiento con la cabeza para decir que comprendo a donde queres llegar y, al momento en que decido contestarte, noto que miras el reloj y buscas el control en la noche, el control del televisor en el medio de la mesa y prendes el aparato. Me percato que también buscas tu celular, que corres a la pieza a buscarlo mientras te voy gritando, como cuando un profesor grita, como cuando grita en el aula magna de la facultad de economía de la UBA para quinientos alumnos, te grito que no me parecen tan malos los estructuralistas pero que eran mejor los post por los años, por la experiencia y la posibilidad de contrastar teorías, que no podes negar los signos lingüísticos de Lacan, los análisis de Foucault y los estudios del genial Lévi-Strauss. Pero ya no me escuchas, te sentaste en la mesa y masticas un raviol que dejaste olvidado en el tenedor.
Y creo que no escuchaste nada de lo que dije, de lo que intente hilar desde la mejor de mis ignorancias. Es que te veo escribiendo un mensaje, te veo que estás mandando BAILA CHARLOTTE al 20200, y que me pedís que me calle, que Pachano está dando su veredicto y no te lo queres perder.


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viernes, 17 de agosto de 2012

Concepciones

En una entrevista, a Alejandro Dolina le preguntan cuál es el significado de la vida, el por qué estamos acá. El genial periodista, radiolocutor, etcéteras indescriptibles, toma una copa, un vaso de algo y mira a una mesa ratona desgastada de ver personajes poco ilustres pasar por el artificial living del decorado canal de televisión. Piensa y habla. Primero cita a Santo Tomas de Aquino en una lujosa frase, luego responde. Dice que sospecha por dónde anda la respuesta, que no lo sabe a ciencia cierta pero estima que se encuentra cerca del amor, del acto físico de amar. Cierra su percepción indicando que en el momento de terminar el acto amoroso, esos segundos de gloria, uno se cree y se siente inmortal. Allí yace el significado de la vida.
Ella me pregunta, mientras tapa su delicado cuerpo con una fina sábana, cuál es el significado de la vida. Me paro y camino en líneas rectas por la habitación, mientras tanteo en los bolsillos de mi pantalón desparramado por el piso en busca de un atado de cigarrillos. Prendo uno y doy una honda pitada. Me siento en la punta de la cama, le brindo la espalda y deambulo entre diferentes cavilaciones que me abordan. Me recuesto en el desarmado lecho, irreconocible luego del proceso ya finalizado. Procedo a inspirar un poco más de humo de tabaco y le respondo citando a Dolina, que cita a Santo Tomas de Aquino y le digo que si me pregunta eso, la respuesta no la sé; empero, si no me lo preguntara, posiblemente encontraría y sabría la verdadera razón. Le aviso que sospecho sobre el significado, le pido disculpas por la falta de certezas. Indico que momentos, minutos atrás lo sabía, creía saber la respuesta sobre la pregunta que invade al hombre desde tiempos inmemorables. Cierro los ojos en la oscuridad de la habitación y ella se acerca, esperando algo más, unas palabras que marquen el camino a seguir para saber, para conocer. Así, con toda su atención, le susurro, le pregunto si le pido un remis, me demuestro preocupado por saber con qué medio se iba a ir.


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jueves, 16 de agosto de 2012

Vapor de baño

Las diferentes necesidades hicieron que tanto Natalia como Camilo tuvieran que trabajar, lo cual recortaba el tiempo que podían compartir juntos. Esto se veía profundamente agravado debido a que ambos estaban empleados en turnos diferentes y contrapuestos.
Era una pareja deliciosa, digna de aparecer como ejemplos de fotografías en los portarretratos que se venden en el Tigre, en el puerto de frutos. Lamentablemente, como ya ha sido mencionado, los horarios laborales fueron impidiendo que se reúnan, se encuentre, se vieran siquiera.
Camilo se encontraba cumpliendo tareas en una fábrica de amortiguadores y de arreglos de cajas de cambio para camiones cisterna. No le gustaba mucho lo que hacía pero le pagaban bien, además, el trabajar de noche le traía beneficios compensatorios, es decir, le daban más guita. Por otro lado, Natalia era maestra jardinera en dos jardines, siempre amó a los nenes y desde que estuvo en el jardín quiso ser maestra. A parte del trabajo, ella estaba realizando una licenciatura sobre psicología relacionada al ámbito educativo y a los procesos sociales actuales. De tal manera, la pareja llego al dramático punto donde no se veían para nada ya que, como si todo fuera poco, Camilo trabajaba los fines de semana con los francos rotativos dentro de los días laborales de Natalia. Así, ocurría la desdicha de que cuando uno llegaba, el otro terminaba de irse.
Sin embargo, se mantenían en contacto mediante un curioso y adorable mecanismo. En el momento en que el otro se bañaba o cuando cualquiera de ellos terminaba de ducharse, se dejaban mensajes en el vapor materializado del espejo del baño, mensajes escritos con las yemas de los dedos. Toda la comunicación se daba por esta vía, desde deseos de buenos días o noches hasta las necesidades que planteara mantener el hogar. De la misma manera, ocurrían las peleas, discusiones y reproches mediante el uso de las esquelas de vapor sobre el vidrio.
Ellos sabían que no iba a ser fácil la convivencia, la relación, el todo que conformaban pero creían que el sacrificio de hoy les propiciaría un prometedor futuro, donde podrán estar juntos, felices, dejar de escribir en el espejo.
Desafortunadamente, la vida es un constante desencuentro producido por el destiempo. Así, la relación se fue desgastando. Las peleas a través del vapor del espejo se hicieron cada vez peores y trágicas. Natalia dejó de escribir su usual frase final, su 'Te amo hasta en los vapores' y la cambió por un 'Te quiero'. Camilo se deprimió por el mero hecho de que el hombre enamorado se deprime ante cualquier flaqueza que pueda tener el amor que no se le es devuelto en propicias cantidades. De a poco, Camilo decidió que tenía que hacer algo por el mismo, no se sentía nada bien. Así decidió ir dejando menos mensajes, menos afecto, procurando guardarlo para él, hacerse bien. Al parecer, la estrategia de Natalia fue la misma, sus respuestas o, cuando las había, comienzo de conversaciones, iban demostrando desinterés y hasta desconocimiento de frases, de promesas hechas y, en ocasiones, hasta el propio nombre de Camilo.
El hombre dijo basta y se mudó sin dejar mensaje alguno, quiso que todo quede en la nebulosa de los recuerdos, del vapor del baño, no se le apetecían las despedidas. Igualmente, no quería que Natalia sospechara, siquiera por unas semanas, por unos meses, en caso de que se arrepintiera y quisiera volver. Fue con esta idea que Camilo se animó a pedirle a su amigo Marcel que realizara las mismas actividades que él solía hacer dentro del hogar. Marcel era un gran amigo de Camilo, de toda la vida, desde que el uso de la conciencia les permitiera recordar, ellos se veían juntos. Marcel aceptó, no hubo mayores complicaciones.
A medida que pasó el tiempo, las semanas, los meses, Natalia iba recobrando, al parecer, un amor perdido por Camilo que era traducido en los mensajes que ella dejaba sobre el espejo. Natalia recuperó la gastada frase del 'Te amo hasta en los vapores' y usó un nuevo y mejorado repertorio como 'Quisiera prenderte el piloto' o 'Muero por pasar por tu palo enjabonado'. Marcel, que tenía ascendencia francesa, se enamoró. Los sentimientos no son moldeables y nadie es impermeable a caer en la dichosa laguna del amor. Así, el francés, como era el apodo de Marcel, contestaba con un 'Ansío depositar mi jabón en tu jabonera' o, en un rapto de lujuria e inspiración, 'Las nubes de vapor son extensiones de mi brazos que te rodean, de mis besos que te acarician y de mi poron', el espejo no era muy extenso como para continuar.
Marcel hizo lo valeroso, optó por la vía express del raciocinio y le contó a Camilo que era lo que sucedía, qué era lo que sentía por Natalia. Camilo lo entendió, eran amigos de toda la vida y supo apartarse no sin soltar una lágrima. El francés le comentó que esa misma noche iba a encontrarse con Natalia, que la iba a ver y que con su poron... Camilo no lo dejó terminar, pidió que lo perdonara, que se marchaba, que luego arreglaba con él por las pertenencias olvidadas en el viejo hogar.
Cuando Marcel llegó a la casa, se aprestó para acomodar las pequeñeces del departamento. También decidió cocinar un exquisito pato a la naranja que su abuela le había enseñado a preparar. Claro que no había pato, por no ser temporada, así que lo sustituyó con un pollo y, como se acobardó en arruinar la velada con la graciosa combinación de pollo y naranja, decidió hacerlo al horno y con papas. Era cuestión de minutos de que Natalia llegara de cursar y todo debería de estar preparado.
Por otro lado, Camilo decidió salir a caminar por el centro, por las viejas calles donde caminaba con Natalia, antes de irse a vivir, antes de que pasara todo esto que los condujo hasta esta situación. Camilo caminaba y lloraba, parandonse en las esquinas precisas donde se dedicaba a besarla hasta el cansancio, donde miraba el brillo de sus ojos dentro de la oscuridad de las noches, de la vida. Camilo no resistió y decidió ir al departamento a buscar a Natalia, impedir que todo pase.
Marcel estaba dando vuelta las papas en el momento que escuchó las llaves atravesar la cerradura de la puerta para dar paso a una esbelta y rubia figura con tacos altísimos, con piernas que prometían que todo iba a salir bien. Luego, una melodiosa vos, con tonada de Marseille, dijo: 'Bonne nuit, vapeurs dans le miroir'. Marcel la besó con pasión, ahorrandose palabras que estuvieran demás. Las papas se quemaron pero ya no importaba.
En el momento de llegar a la esquina del edificio, Camilo vió a Natalia sentada en la mesa del viejo bar que solían frecuentar, haciendo muescas con sus dulces labios empapados de un café con leche, con la mirada perdida. Camilo entró, la miró y la besó. Natalia le confesó que ella se había ido del departamento hace unos meses, que estaba viviendo con su mamá, que sintió que necesitaba un tiempo y dejó a su prima, Camille, recién llegada de Francia, suplantándola. Camilo pidió un café y le preguntó a Natalia cómo estaba, qué era de su vida.

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lunes, 13 de agosto de 2012

Cita a ciegas

Jamás fui partidario de los juegos absurdos de las citas a ciegas pero mi amiga Carol sugirió que era buena idea, que ella justamente tenía una amiga que andaba en búsqueda de conocer a alguien interesante, agradable, salir de las globalizadas góndolas de hombres aburridos que ofrecía el mercado de la humanidad. Pensé que Carol me ofrecía un cumplido pero no lo quise acatar, ya antes lo habían dicho: 'No existe defensa alguna contra los halagos'. Indudablemente mi segundo pensamiento fue considerar por qué Carol insitia con arreglar esta reunión con su amiga, es decir, seguramente Carol le debía un favor a ella o algo similar y necesitaba cumplirlo de esta manera. Inmediatamente, pensé que la amiga de Carol tendrá alguna particularidad, alguna característica que la haya llevado a recurrir a las citas a ciegas para conocer a alguien. Es decir, cuando se transita la vía del encuentro con el desconocido es porque se han acabado otras alternativas más seguras, selectivas, dependientes de uno. Me refiero a que se ha fracasado por la propia cuenta y queda la oportunidad de la mano amiga como administradora del encuentro con un tercero. Además de esa posible opción para la amiga de Carol, se interpuso la opinión de que ella no haya sido muy agraciada, ya sea de manera física como socialmente hablando. Tal vez sea fea, aunque no conozco allegados a Carol que sean repelentes; o quizás no tenga tacto, probablemente esté alienada o sea histérica. Pero decidí que ya había fracasado por mi cuenta, dejaré que mi amiga se encargue de todo.
Carol me llamó a los dos días diciéndome que había una nueva exposición de arte, en una galería del centro, que ella es aficionada a pintores relacionados con el nihilismo y que sería buena ocasión para que nos conozcamos. Medité, mientras afirmaba lo que mi interlocutora ahondaba, que estaría bien como primer lugar. No está la incomodidad del silencio ya que hay diversos murmullos; también está la posibilidad de intercambiar ideas y percepciones con respecto a cada obra; luego, cerca de la galería, había un lugar donde servían linda comida, buenas bebidas. Pensé que sería una agradable noche, ya estaba arribando el calor de primavera luego de desnudas y frías noches de invierno. Le dije a Carol que sí, que no había problemas. Que me deje arreglar unos asuntos en casa, que en lo posible ella pueda acompañarme ya que, con mi habilidad para equivocarme, podría ir a flirtear a la persona equivocada y gestionar una gran salida con un verdaderamente extraño. Carol aceptó, dijo que me señalaría quién era ella, Maggie, su amiga, para poder llevar a cabo lo planeado. Me despedí con un hasta luego y dejé el tubo del teléfono en la original posición que acostumbra tener. Procedí a caminar los veinticuatro pasos que me alejaban del baño y empecé a bañarme.
Luego, una penosa duda se formuló en mis adentros, en el medio de la ducha, mientras enjabonaba mi angosto torso. ¿Qué es lo que se debe poner uno para ir al museo? ¿Qué atuendo es ideal para una primera cita y a ciegas?. Decidí que lo más acertado era cancelar y salí disparado del baño para llamar por teléfono a Carol y decirle que me sentía mal, inventar algo en el momento, tal vez un resfriado, quizás alergia a las pinturas renacentistas, no sé. Sin embargo, mi amiga me calmó, me dijo que vaya tipo casual, que no me haga la cabeza.
Terminé con la ducha y decidí irme, estaba casi llegando tarde, como siempre. Me encontré con Carol en la puerta, dijo que vió pasar a Maggie pero evitó que ésta la viera ocultándose detrás de un taxi. Entramos y nos conducimos a la parte de los pintores nihilistas. Y la ví, la ví luego de que Carol me la señalara primero. Era preciosa, con todo el estilo inspirado en su piel. Tenía una sonrisa perdida que danzaba sobre las pinceladas de los cuadros, mientras torcía la cabeza para contemplarlos de manera diferente, como si acabase de leer 'Las puertas de las percepción' y mirara todo con ojos nuevos. Carol me indicó que avance, que me presente, ella esperaba en otra sala.
Es así que me acerqué, intentando descartar su asombrosa belleza para no quedar en un plano inferior, y la saludé, me presenté como el amigo de Carol y ella rió, extendió su mano derecha y me dijo que era un gusto, dijo: Mucho gusto. Decidí en ese momento que era perfecto comenzar todo preguntando por lo que pensaba acerca de la obra que estaba en frente y ella contestó de una manera magnifica, puso en palabras todo el significado del artista, hasta logró conmoverme porque era exactamente lo que yo pensaba. Aunque, no lo pude evitar. No logré contenerme, seguir la conversación, hacer como si nada pasara. Le miré el escote. Me apresté a ojearle las tetas de tal manera que era imposible dar vuelta atrás a tremendo acto. Tenía que intentar seguir, preguntar algo, desviar la atención hacia otro extremo. Le pregunté qué hacia el sábado, ella contestó algo que nunca jamás logré captar por estar enfocado en sus dos perfectas y maravillosas tetas. Tuve que preguntar qué hacia el viernes antes de que abandonara la sala, antes de que se fuera para siempre. No contestó y noté que hasta los esfuerzos ajenos son imposibles conmigo.
Y ahora siento que he conocido al amor de la vida, aquella que sólo ocurre una vez y que ella me rechazó, se dio cuenta mi perversidad con sus tetas. Claro que lo he sentido, que he sido lastimado y que me tuvieron que ayudar a juntar los trozos de mi mismo que se desparramaron por un sucio piso de blancas cerámicas del museo. Sin embargo, considero que aquel amor que siento por Maggie tiene la facultad de perdurar en mis pensamientos, de calar hondo en los sentimientos por el mero hecho de que ella no estaba interesada, que no podía en el momento que yo sí y que no me permitió el tiempo necesario para que se erosionen las ilusiones plasmadas en su persona, aburrirme de ella quiero decir.




sábado, 11 de agosto de 2012

Como el sinsonte

'El sinsonte es un ave de la familia de los plumiferos. Usualmente, habita en zonas norteamericanas y caribeñas. Se posa solo en tres tipos de árboles que no procederemos a detallar y tiene una vida activa en los caminos de la superficie, siempre y cuando no este volando. Se han visto diversos comportamientos sociales hacia el interior de la bandada como liderazgo, división de tareas, procedimientos de vigilancia, etcétera. Dentro del abanico de sus posibilidades, el sinsonte se caracteriza por un hecho o habilidad particular. El pequeño pájaro tiene la facultad de imitar diversos sonidos y hacerlos propios, reutilizarlos cuando se le venga a la gana, guarda un repertorio se podría decir. De esta manera, se ha sabido que la habilidosa ave es capaz de imitar cantos de otros pájaros, así como de reproducir el sonido de un motor renault doce con caja de cuarta o pronunciar, sin esfuerzos, cánticos de la barra brava de Aldosivi...'
Leí el artículo en el suplemento del diario mientras revolvía el café. En verdad, parecía que estaba jugando con el contenido de la delicada taza al momento de quedar perplejo por lo que acababa de conocer. A primera vista, el rectángulo que ocupaba la redacción de las características del sinsonte parecía ser un lugar a rellenar, un espacio vacío que algún sponsor o auspiciante se arrepintió de solicitar. Sin embargo, las palabras me dejaron pensando y tuve que detener la lectura, además de dejar de revolver el café.
'El pequeño pájaro tiene la habilidad de imitar...' repetí hacia mis adentros y diversos momentos de mi vida se adueñaron de mis pensamientos. Recuerdo que aprendí portugués luego de pasar cinco días en Ipanema, que todos se sorprendieron cuando me vieron, con mis tiernos siete años, hablando en un almacén y pidiendo bondiola, salame y queso con la naturalidad de un autóctono de la zona. Pestañeo rápidamente, intentando borrar el recuerdo, darle paso a uno continuo, de cuando tenía doce años y aprendí a tocar el piano en el colegio, despues de una misa, donde una monja tocaba diversas melodías para acompañar las alabanzas; recuerdo haber ido a presionar el piano, a tocar, a deslizar los dedos sobres frías teclas e imitar lo que recién terminaba de oír. También recuerdo que aprendí a levantar paredes, a hacer contrapisos, colocar membranas, tejas, azulejos, cerámicos, instalaciones eléctricas, de agua y gas cuando al lado de mi casa construyeron una nueva vivienda. Vi, además, películas donde se besaban y supe como dar besos de película.
De tal manera, sumarizando, noto que también puedo imitar todo, como el sinsonte. Así, tengo la habilidad de poder estudiar los actos y acciones humanas hasta encontrar la chispa justa de magia que los actuantes otorgan a las ejecuciones y, una vez encontrada, la puedo imitar, entender, razonar, hacerla propia, guardar el conocimiento como un repertorio se podría decir. Y sonrío, asiento con la cabeza al silencio mismo mientras sostengo el diario y prosigo a revolver un café digno de no darle un sorbo más.
'Más allá de esta curiosa habilidad del sinsonte, que le ha válido varias evocaciones en poemas, canciones y distinciones', continúe leyendo, 'el pájaro es incapaz de reproducir un sonido que sea plausible de adjudicarsele como propio es decir, no posee un canto personal.'
Sin querer, volqué un café por demás mareado y me eché a llorar

miércoles, 8 de agosto de 2012

Circunstancias

Dentro del antiguo territorio perteneciente a la corona de Aragón, precisamente el que suscribe a la parte de la actual España, nunca pasó nada harto interesante que pueda inscribirse dentro de los anales de la historia como hechos y sucesos capaces de voltear el rumbo de esta carrera de go karts que es la humanidad.
Sin embargo, se encuentra la historia del rey Cipriano de Aragón y de sus dos hijos mellizos. Desde el momento que el rey supo de la existencia de dos criaturas, imagino el suplicio que sería llegada la hora de transferir su legado. El rey Cipriano tenía razones para temer. Su primo Jávit, quien precedía un principado en tierras austrohúngaras, había sido padre de mellizos años atrás y, resumiendo, vivió con gran pesar frente a las constantes disputas que sus hijos mantenían por el trono las cuales, finalmente, condujeron al peor de los desenlaces, acabando con la vida de uno de ellos y al destierro del otro.
Cipriano decidió, reprobando los augurios y recomendaciones de sus consejeros, educar a los hermanos en distintos principados dentro del territorio, enseñarles diferentes lenguas, evitar que se encuentren en los primeros años de la vida, distanciarlos uno del otro, enviándolos a diferentes puntos del territorio. El rey Cipriano estaba convencido de que, con esta implementación, los hermanos crecerían en un entorno que no les impartiera competencia entre ellos, que, formados dentro de escuelas teóricas de civilización y adoctrinamiento católico, los hermanos llevarían un legado inspirado en la fraternidad y los buenos usos y costumbres una vez que sean reunidos para gobernar. Sin embargo, Cipriano pidió, directamente, a las nodrizas de sus hijos que ellos nunca se enteraran que tienen una contraparte, es decir, un hermano idéntico hasta que el rey se acerque al lecho de su muerte. Una vez solicitado esto, el rey dio nombre a los pequeños y los despidió con un beso en la frente a cada uno. Además, les depositó, en las respectivas vestiduras que cuidaban los cuerpos de los príncipes recién nacidos, una moneda acuñada especialmente para el evento. Dicho obra llevaba impresa la cara del rey, su perfil; mientras, en la parte posterior, rezaba la frase Alea iacta est. Uno de los niños partió hacia territorios donde, hoy en día, se creen que están los restos del apóstol Santiago. El otro, fue retirado a la zona francesa, cerca del actual Lyon.
Los años pasaron con el rítmico paso de los años. Hubo guerras, ampliación de territorios, prosperidad. Los niños fueron jóvenes, luego adultos. Aprendieron latín, francés, italiano y español. Fueron educados en las artes de la guerra, en la táctica en el campo de batalla, en la conducción de flotas a través de los mares con el método astronómico; luego, también, aprendieron a usar la espada, la pica, el escudo, los caballos acorazados, el arco y la flecha. Subsumidos dentro de la religión católica, profetizaban con sus actos la desinteresada ayuda al prójimo. Defendieron pueblos, localías, pequeños principados ante las injusticias de gobernates o las sorpresivas invasiones barbáricas. Fueron, así, ganando prestigio y fama, apoyo de los pueblos y corazones de doncellas.
Luego, un día que podría decirse lunes en este calendario gregoriano, el rey cayó enfermo, preso de fuertes dolores de cabeza que lo desterraron a permanecer en su alcoba. El rey presentía que era su fin, que no estaba en condiciones de gobernar, de reinar. Hizo llamar a sus hijos, a pedirles que vengan. Obviamente, los príncipes no llegaron hasta luego de diecisiete días después de la solicitada del rey. Para ese momento, Cipriano yacía muerto.
Ambos príncipes se encontraron frente a frente, por primera vez luego de ser separados, en el lecho de su padre. Nadie se había atrevido a enunicarles que eran hermanos aunque ellos sospechaban peculiar parecido entre ambos y, a su vez, con el reciente muerto. Uno y el otro se acusaron de ser el asesino del rey, refiriéndose, ambos, como su propio padre, llevando, así, la discusión a un plano un tanto distanciado de lo armonioso. El que venía de Lyon dedujo que el otro era un hechicero, que martirizó a su padre y que se las iba a tener que ver con la muerte. El otro, levantó su espada en la habitación y, con ella, señaló al hermano que no conocía para luego imponerle un duelo por la verdad, además le dijo que tenía aspecto a afeminado, que parecía puto quiero decir.
Debido a las educaciones que habían tenido, acordaron a llevar el duelo esa misma tarde, antes de que se ponga el último rayo de luz, antes de que el alma del padre atraviese los cielos se sabría la verdad. Llegado el momento, tomaron espada y escudo. Se batieron en espectacular lucha que dio por terminada la vida del hermano proveniente de Lyon. Sin embargo, el otro, durante su festejo, tropezó con el cadáver del hermano que nunca supo tener y cayó sobre una roca, una roca de un tamaño considerable, una roca capaz de torcer el cuello del príncipe, de matarlo como lo hizo, aprovechando la oportunidad. Luego, dos monedas rodaron desde los cuerpos de los aún más recientes difuntos, hasta perderse en unos espesos pastos verdes. El reino de Aragón, en verano, era de un color verde de envidiar.
Finalmente, al morir los dos príncipes, un sobrino del rey, proveniente desde la corona portuguesa, tomó el trono e hizo de su reinado uno de los más olvidables de toda la historia.


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martes, 7 de agosto de 2012

Explicación

Ana Laura me dijo que me invitaba a cenar. Me pareció raro ya que nunca lo había hecho. Si bien me había ofrecido a salir en otras oportunidades, jamás invitó. Dijo que tenía que decirme algo importante, que teníamos que hablar y le parecía oportuno hacerlo mediante una cena, en un lugar ajeno.
Fuimos a una pizzeria. Era un lugar que, antiguamente, solía ser afamado. Habíamos recurrido a este rincón de la ciudad en varías oportunidades en nuestras primeras salidas, luego del teatro, del cine quizás. Sin leer la carta, pedimos una fugazzeta rellena y una cerveza.
Apenas retirado el mozo, Ana Laura me indicó la oportunidad de hablar, le pregunté qué era eso que tenía para decirme. Sin extenderme, remarcó la necesidad de dejarme, de separarnos, de distanciarnos. Comenzó a dar explicaciones, qué fue lo que la había llevado a esta decisión. Me contó que lo habló con su analista, descubrió que no era feliz conmigo, que se merecía a alguien mejor, que sentía ganas de sorprenderse, de enamorarse una vez más. Dentro del torrente de excusas usadas, trajeron el pedido. La muzzarella chorreaba dentro de la bandeja donde vino la pizza. Se podía ver una especie de danza clásica que reproducían las cebollas dentro de un mar de muzzarella. Era todo un espectáculo.
Mientras nos servimos las porciones, Ana Laura continuaba explicándose. No me molestaba tanto lo que me decía empero logró conmoverme cuando me pidió que diga algo, que reaccione.
Yo tomé aire, procedí a introducir a mi boca un pedazo cortado de la fugazzeta rellena que reposaba en el tenedor, mientras ella juntaba sus manos en el mentón, sosteniendo, con la parte posterior de las mismas, su cara y permitiendo a sus dedos jugar con una servilleta casi de seda. Ella me mira, espera una respuesta, una reacción, algo de mi parte. Le han enseñado, en la facultad, en algún curso, que un estímulo produce una conducta en la otra parte, piensa que lo que dijo es un estímulo, que falta mi conducta. Me detengo a masticar. Siento la combinación del jamón con el queso, con la suavidad de una cebolla preciosa, pienso que sería oportuno volver a esta pizzeria en algún otro momento. Concreto otro corte en la porción, dejo relegado al nuevo bocado a la comodidad del tenedor, como tener una bala en la recámara del arma.
Tomo el salero y un servilletero, encuentro en el plato de Ana Laura un borde de masa, perteneciente a una extinta porción, que no comerá; también lo tomo y junto los tres elementos en el medio de la mesa. Ella levanta una ceja, la izquierda, y abre la boca, causando la justa impresión de querer decirme que soy un completo idiota por estar haciendo lo que hago. Levanto la mirada y, sin enunciar palabra alguna, hago una señal de alto, de que pare, extendiendo la mano derecha, mostrándole la palma. Dispongo los tres elementos, sumo un vaso, mi vaso, a la demostración. Primero tomo un sorbo del vaso, lo vuelvo a depositar. Junto, junto bien junto, a los cuatro elementos, los uno, los abarco con las manos, y le digo a Ana Laura: -Dentro de todas las líneas discursivas que conforman a la teoría del Big Bang, existe un páramo que explica el constante alejamiento de los objetos, principalmente, de los cuerpos celestes, estrellas, nebulosas y etcéteras.- a medida que voy diciendo lo anterior, procedo a separar los cuatro elementos en direcciones contrarias, unas de las otras. Prosigo: -Entonces, es posible decir que en cada momento, nos separamos, nos estamos distanciando en cada parpadeo. Quiero decirte que, seguramente, ahora no estamos tan juntos como cuando esta mañana orinaste mientras me cepillaba los dientes, ya dejamos de estar en el mismo plano como cuando pedimos la pizza, perdimos la distancia en el momento de servir la primera porción.- Ana Laura miraba la disposición del vaso, del salero, del servilletero y del borde de la pizza que continuaba alejando hasta que el tamaño de la mesa dijo basta. Ella, todavía asombrada por mi destello de genialidad, me preguntó: -¿Qué queres decirme con esto?
Tome el tenedor nuevamente que contenía el bocado de pizza y comí el contenido. Luego de terminar con este proceso, me apresté a contestarle: -Sé que estas poniendo de manifiesto tus ánimos de dejarme, de que nos separemos. Lo que yo me refiero es que sabía que esto iba a suceder, por el proceso del alejamiento de los cuerpos, sabía que era cuestión de tiempo. Ahora bien, te puedo refutar que no podes dejarme, que nunca estuvimos juntos sino que coincidimos en separarnos, en distanciarnos en todo momento, mientras compartíamos un escenario cercano pero en perpetuo alejamiento.- renové la servilleta y miré a Ana Laura que contenía, con ganas, lágrimas que no tenía previsto soltar, que nunca se había imaginado llorar.
Ella casi se recostó sobre la mesa, corriendo su plato, vaso y los elementos demostrativos, para susurrar un: -No me dejes. Me retracto. No sé en qué estaba pensando. Perdóname.- tomó aire por la nariz y cerró los ojos.
-Bombona, yo no te dejo, vos no me dejas. Todo es, simplemente, un proceso, una fuerza que se nos es ajena. Estamos destinados a producirnos una constante y creciente distancia.- pedí la cuenta y el mozo se acercó con el ticket en la mano, se notaba la ansiedad que tenía por que nos distanciemos del lugar. El mozo me dio la sumatoria y le dije: -No, paga la chica. Muchas gracias.



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lunes, 6 de agosto de 2012

Ideas

Sí te digo que todo es una idea, puede que te sorprendas, que no me creas, que anuncies que soy un idiota. Posiblemente, no te equivoques, el profanar mi nombre ya es una asignatura olímpica, equivocarme es lo mejor que he hecho. Sin embargo, permitime explicar.
A la hora de elegir una carrera, una curso, algo parecido, imaginamos la idea de cómo nos veríamos una vez recibidos, qué haríamos, de qué elegantes formas diríamos que no a todo lo que sea erosionante a nuestra moral, a las buenas costumbres. Entonces, labras una idea, queres a esa idea, vas en constante persecución para lograr ser lo minimamente parecido a esa idea que te impulso a elegir determinada carrera universitaria. De dicha manera, tus actos se convierten en ideas más pequeñas para conseguir la idea mayor, recibirte, ejercer, desempeñarte idealmente, podría decirse.
Luego, a la hora de trabajar, aspiras a un puesto, una empresa,  que conlleven la idea de prestigio, de poder desarrollarte, de hacer el bien. Es así que vas buscando completar la idea que tenes con respecto a una posición laboral. Aunque, posible y objetivamente, no logres encontrar dicho lugar, vas a generar sobre el mismo la idea de que está bueno, de que sirve, de que lo podrás cambiar, de que estás cómodo, que es lindo esperar para ver por home banking tu sueldo depositado, que luego de ello respiras diferente, idealizas que todo está bien.
Podes comprar y leer un libro, también. La idea del best seller te asegura que va a estar bueno, que tantas personas no se pueden equivocar, mantenes la idea de que más es mejor. En el transcurso de la lectura, sujetas la exacta idea contraria a lo que el autor quiso decir pero el usado dicho de que existe tantas interpretaciones como lectores haya, alimenta la idea de que vas bien, que está bueno el libro, que vas a memorizar alguna de las líneas para poder repetirla luego frente a entendidos, para que se formule la idea de que sabes, que leíste.
Nunca podrá faltar la idea de enamorarse, la más elaborada de todas, las trampas necesarias. Básicamente, y sin rodeos, uno se enamora de una idea. Sonará extraño pero me paso a explicar, a excusar. Al producirse el fenómeno del enamoramiento en un ser, el mismo amplifica lo bueno del objeto deseado y remueve los defectos completamente, otorgándole al destinatario del afecto un estado de divinidad, se convierte en una deidad ante la mirada del enamorado. De esta manera, el objeto o persona amada se vale de todas las armas para cometer los errores más impuros que el somnoliento enamorado jamás podrá aceptar o considerar como verdad. La idea perdurará hasta llegar al amor y resumiré esta sección con un etcétera. Me interesa, además, asumir que el enamorado también extraña, una vez abandonado o jamás correspondido o aceptado. Entonces, extraña la idea, la idea de esa persona, de cómo se sentía o sentiría al lado de ese dios creado y depositario de todos sus ánimos.
La lucha constante por cambiar de ideas, de manera consciente, es una derrota anunciada, un knock out en el primer round.

Buenas noches, felices sueños.
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domingo, 5 de agosto de 2012

El mago

El mago reune a los chicos frente a él, conformando, con ellos, una especie de semicirculo. Les pide que se queden lo más quietos posibles y que practiquen el silencio lo más hondamente posible. Les dice que les hará unos trucos, que lo van a pasar bien, que todo va a salir bien.
Entonces, el mago, se para recto y cierra los ojos, toma aire y lo guarda en los pulmones, hincha el pecho. Luego, deposita los dos brazos tensos juntos a su cuerpo mientras una fina nota de silencio requerido envuelve el ambiente. Por detrás, se escuchan delicados cantos de pájaros, una gota de destello de luz solar invade el ambiente, alumbra la punta del zapato izquierdo del mago. Es así que él, el mago, súbitamente abre sus ojos y extiende su brazo derecho, el cual concluye en un control remoto, para prender un equipo de  música que se encuentra detrás de su público. De ahora en más, la música será el telón, la cortina de atrás de todo el acto.
Comienza a hablar y a caminar en una línea recta paralela a su público, con pasos cortos que acompaña tomandose con las manos las solapas de un viejo saco negro, percudido por largos inviernos. El mago se presenta como 'El Mago Max' y da inicio a su show. Los niños, con un contenido entusiasmo, sigue con la mirada al mago, algunos se paran para ver mejor, otros fueron tentados por un pote de chizitos y se perdieron los primeros pases de magia que práctico Max.
Max, el mago, quien no medía más de un metro sesenta y ocho, hacia aparecer pequeñas palomas de todos los rincones de su acotada humanidad. Sacó dos palomas blancas desde las mangas oscuras del saco; luego pasó a presentar una paloma blanca con una mancha marrón en el lomo, como café con leche, que apareció desde el bolsillo interno del mencionado atuendo. Con palabras mágicas y movimientos de sus manos, llamó a una paloma que se materializó desde atrás de una maceta, la cual se acercó al mago caminando, portando un delicioso y elegante moñito negro. Los niños rieron y produjeron los primeros aplausos. Animado, el mago Max tomó un mazo de cartas francesas desde el bolsillo izquierdo del saco. Retiró los naipes e hizo ademanes de mezclarlos y los mostró a los pequeños que nunca habían visto este modelo de cartas. Invitó a uno de ellos a que lo ayudara a participar en el próximo acto.
Así, el niño fue invitado a tomar una carta, a ocultarla ante el mago y a mostrarla ante sus pares. El mago prometió que la adivinaría, que todo iba a salir bien. De esta manera, el pequeño tomó un dos de corazones que el mago jamás logró adivinar. Sin embargo, los niños se divertían frente a las penurias del mago, quien empezaba a traspirar, mientras yacía en cuclillas pensando en qué fue lo que salió mal.
El mago Max decidió dejar el mal momento de lado y continuar con otros procedimientos para divertir a los chicos. A medida que prosiguió con los trucos, todos comenzaron a fallar. Los pañuelos que sacaba de la galera se terminaban rápidamente, las palomas resolvieron no seguirle la corriente y las cartas dejaron de tener figuras para ser pura y enteramente lomo, de un lado y del otro. Max empezó a darse por vencido.
De todas formas, los pequeños reían con cada desacierto del mago cansado, que se encontraba rendido sobre una silla desde donde buscaba un piolin de un truco anterior y algún sentido para seguir. El grupo de niños, al ver la escena, se acercaron al mago Max y lo abrazaron. Uno de ellos le dijo que le re gustó, que lo hizo reír. 
Max sonrió y fue ayudado por los chicos a juntar los elementos usados, a correr las palomas para llevarlas hasta el dueño, a acomodar los pedazos de la historia del mago. Luego, Max anunció la hora de retirarse y los niños lo acompañaron hasta la puerta de la residencia y, con una renovada mirada, lo siguieron hasta la esquina, donde el mago llegó arrastrando la botamanga del sucio pantalón, para esperar el colectivo.
Los chicos volvieron a dentro y siguieron riendo con el recuerdo de los pases mágicos. Luego, fueron servidos unos ansiados panchos que tenían gusto a felicidad.

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jueves, 2 de agosto de 2012

Valores

Es en un restaurante, en una noche cálida, linda para salir, donde invitas a tu compañera de la facultad a comer, luego de cursar, de escuchar teorías que se alejan de todo pragmatismo. Pedís ravioles de ricota y nuez con salsa roja y tu compañera solicita una ensalada del atardecer. Mientras su conversación prosigue, notas que el lugar es lindo, con pequeñas llamas de velas que danzan sobre finas notas de un blues escondido que suena desde un rincón y, además, vas percibiendo que ya pasó más de media hora y no hay señales sobre lo solicitado. Con un gesto suave haces llamar la atención de la moza para que se acerque, para preguntarle cuánto tardaran. Te dice que ya sale, que perdón por las demoras. En el derrotero de las arenas del tiempo, notas que pasaron unos cincuenta y cuatro minutos por las pastas y pensas que es demasiado. De la misma forma, sentís que ese mismo tiempo para una ensalada es devastador. Luego de terminar los platos, recordas que tenes ganas de compartir con ella un flan con crema y dulce de leche. Lo pedís y te dicen que va a tardar, que salen recién hechos y que la espera lo vale. Serán unos treinta, treinta y cinco minutos más. Luego de aguardar una hora por el postre, el flan llega con movimientos oscilantes en manos de la moza. Impacientemente, devoran el contenido antes de que la empleada siquiera amague a depositarlo en la mesa. Acto seguido, procedes a pedir la cuenta y la misma chica que te atendió amablemente te dice que hay problemas con un cierre de caja anterior, que lo están viendo y que tan pronto se solucione, van a poder cobrarte. Como forma de disculpas y reconocimiento, la casa ofrece café con riquísimas masitas de manera gratuita. Llevas esperando alrededor de una hora y cuarto. Entonces, pagas, dejas una considerable propina y agradeces por los servicios a la moza y te retiras abrazando a tu compañera.
Es en un restaurante, en una noche cálida, linda para salir, donde invitas a tu compañera de la facultad a comer, luego de cursar, de escuchar teorías que se alejan de todo pragmatismo. Pedís ravioles con ricota y nuez con salsa roja y tu compañera solicita una ensalada del atardecer. Mientras la conversación prosigue, notas que el lugar es lindo, con pequeñas llamas de velas que danzan sobre finas notas de un blues escondido que suena desde un rincón y, además, vas percibiendo que el pedido está pronto a ser entregado, que no tardaron nada. Comen, beben y brindan entre risas cómplices y miradas que prometen que todo se volverá a repetir. Con un gesto suave haces llamar la atención de la moza para que se acerque, para preguntarle si es posible ir pidiendo el postre. Confluyen en solicitar un flan para compartir, con dulce de leche y crema. En un giro por parte de la moza, ya tienen un flan con oscilantes movimientos que es depositado en la mesa. Acto seguido, procedes a pedir la cuenta y la misma chica que te atendió amablemente toma tu tarjeta de crédito y tu identificación para poder facturar lo que ha sido una linda noche. Como forma de atención, la casa ofrece café y riquísimas masitas de manera gratuita. Entre sorbo y sorbo, vas mirando lo que detalla el ticket y notas que es un lugar caro que se toma el prestigio de cobrarte unos veinticuatro con treinta el servicio de mesa por cada comensal. Mental y rápidamente, recontas los ravioles que comiste y sabes que no es más allá que media plancha empero el restaurante insiste que cobrarlos ciento siete pesos la fuente es un precio justo. Suspiras y, como venganza personal, decidís no dejar propina, más allá de lo que pueda pensar de vos tu acompañante. Acto seguido, traen tu tarjeta con la correspondiente identificación para informarte que hubo problemas, que la tarjeta no pasa y habrá que hacer una verificación telefónica de datos, mientras la moza te mira con la sospecha de que todo sea falso, irreal, que vos no sos quien decís ser. Finalmente, podes pagar aunque ves un recargo más, que se adjunta como otro ticket más pequeño, en concepto de recargo por pago con tarjeta. En ese momento, repensas todo lo que sucedió, los ravioles, la ensalada de mierda que salió setenta y ocho pesos, las teorías impragmaticas, la salsa con gusto a culo de camello disecado y las ganas de empernarte a tu compañera. Inmediatamente, comenzas a gritar, a rugir, a desabrocharte la camisa, a golpear las mesas con las palmas de las manos. Le pegás a la moza también, tiras una caja registradora y, ya rojo de furia, meas, meas ahí, sobre la barra, en la mitad de la cena que le restaba a una deliciosa familia. Pasas a gritar con ganas, a gritar que no es posible, que ya basta, que te van a tener que dar una devolución, un descuento, alguna retribución. Mientras tanto, tu compañera se retiró abrazando tu alegre ausencia.