domingo, 5 de agosto de 2012

El mago

El mago reune a los chicos frente a él, conformando, con ellos, una especie de semicirculo. Les pide que se queden lo más quietos posibles y que practiquen el silencio lo más hondamente posible. Les dice que les hará unos trucos, que lo van a pasar bien, que todo va a salir bien.
Entonces, el mago, se para recto y cierra los ojos, toma aire y lo guarda en los pulmones, hincha el pecho. Luego, deposita los dos brazos tensos juntos a su cuerpo mientras una fina nota de silencio requerido envuelve el ambiente. Por detrás, se escuchan delicados cantos de pájaros, una gota de destello de luz solar invade el ambiente, alumbra la punta del zapato izquierdo del mago. Es así que él, el mago, súbitamente abre sus ojos y extiende su brazo derecho, el cual concluye en un control remoto, para prender un equipo de  música que se encuentra detrás de su público. De ahora en más, la música será el telón, la cortina de atrás de todo el acto.
Comienza a hablar y a caminar en una línea recta paralela a su público, con pasos cortos que acompaña tomandose con las manos las solapas de un viejo saco negro, percudido por largos inviernos. El mago se presenta como 'El Mago Max' y da inicio a su show. Los niños, con un contenido entusiasmo, sigue con la mirada al mago, algunos se paran para ver mejor, otros fueron tentados por un pote de chizitos y se perdieron los primeros pases de magia que práctico Max.
Max, el mago, quien no medía más de un metro sesenta y ocho, hacia aparecer pequeñas palomas de todos los rincones de su acotada humanidad. Sacó dos palomas blancas desde las mangas oscuras del saco; luego pasó a presentar una paloma blanca con una mancha marrón en el lomo, como café con leche, que apareció desde el bolsillo interno del mencionado atuendo. Con palabras mágicas y movimientos de sus manos, llamó a una paloma que se materializó desde atrás de una maceta, la cual se acercó al mago caminando, portando un delicioso y elegante moñito negro. Los niños rieron y produjeron los primeros aplausos. Animado, el mago Max tomó un mazo de cartas francesas desde el bolsillo izquierdo del saco. Retiró los naipes e hizo ademanes de mezclarlos y los mostró a los pequeños que nunca habían visto este modelo de cartas. Invitó a uno de ellos a que lo ayudara a participar en el próximo acto.
Así, el niño fue invitado a tomar una carta, a ocultarla ante el mago y a mostrarla ante sus pares. El mago prometió que la adivinaría, que todo iba a salir bien. De esta manera, el pequeño tomó un dos de corazones que el mago jamás logró adivinar. Sin embargo, los niños se divertían frente a las penurias del mago, quien empezaba a traspirar, mientras yacía en cuclillas pensando en qué fue lo que salió mal.
El mago Max decidió dejar el mal momento de lado y continuar con otros procedimientos para divertir a los chicos. A medida que prosiguió con los trucos, todos comenzaron a fallar. Los pañuelos que sacaba de la galera se terminaban rápidamente, las palomas resolvieron no seguirle la corriente y las cartas dejaron de tener figuras para ser pura y enteramente lomo, de un lado y del otro. Max empezó a darse por vencido.
De todas formas, los pequeños reían con cada desacierto del mago cansado, que se encontraba rendido sobre una silla desde donde buscaba un piolin de un truco anterior y algún sentido para seguir. El grupo de niños, al ver la escena, se acercaron al mago Max y lo abrazaron. Uno de ellos le dijo que le re gustó, que lo hizo reír. 
Max sonrió y fue ayudado por los chicos a juntar los elementos usados, a correr las palomas para llevarlas hasta el dueño, a acomodar los pedazos de la historia del mago. Luego, Max anunció la hora de retirarse y los niños lo acompañaron hasta la puerta de la residencia y, con una renovada mirada, lo siguieron hasta la esquina, donde el mago llegó arrastrando la botamanga del sucio pantalón, para esperar el colectivo.
Los chicos volvieron a dentro y siguieron riendo con el recuerdo de los pases mágicos. Luego, fueron servidos unos ansiados panchos que tenían gusto a felicidad.

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1 comentario:

  1. Yo sé que los pequeños, los niños reían con la inconsciente consciencia de la metáfora de lo que vendrá.
    Presiento que reía para no llorar. Presiento que sabían, que saben, que su vida será como el acto del mago, con trucos inconclusos, con pañuelos descoloridos, galeras perdidas, cartas marcadas y en la constante búsqueda de cómo hacer para remarla, seguir con toda esta puesta en escena que se llama vida un poco más, intentar dejar de arrastrar la botamanga.

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