jueves, 2 de agosto de 2012

Valores

Es en un restaurante, en una noche cálida, linda para salir, donde invitas a tu compañera de la facultad a comer, luego de cursar, de escuchar teorías que se alejan de todo pragmatismo. Pedís ravioles de ricota y nuez con salsa roja y tu compañera solicita una ensalada del atardecer. Mientras su conversación prosigue, notas que el lugar es lindo, con pequeñas llamas de velas que danzan sobre finas notas de un blues escondido que suena desde un rincón y, además, vas percibiendo que ya pasó más de media hora y no hay señales sobre lo solicitado. Con un gesto suave haces llamar la atención de la moza para que se acerque, para preguntarle cuánto tardaran. Te dice que ya sale, que perdón por las demoras. En el derrotero de las arenas del tiempo, notas que pasaron unos cincuenta y cuatro minutos por las pastas y pensas que es demasiado. De la misma forma, sentís que ese mismo tiempo para una ensalada es devastador. Luego de terminar los platos, recordas que tenes ganas de compartir con ella un flan con crema y dulce de leche. Lo pedís y te dicen que va a tardar, que salen recién hechos y que la espera lo vale. Serán unos treinta, treinta y cinco minutos más. Luego de aguardar una hora por el postre, el flan llega con movimientos oscilantes en manos de la moza. Impacientemente, devoran el contenido antes de que la empleada siquiera amague a depositarlo en la mesa. Acto seguido, procedes a pedir la cuenta y la misma chica que te atendió amablemente te dice que hay problemas con un cierre de caja anterior, que lo están viendo y que tan pronto se solucione, van a poder cobrarte. Como forma de disculpas y reconocimiento, la casa ofrece café con riquísimas masitas de manera gratuita. Llevas esperando alrededor de una hora y cuarto. Entonces, pagas, dejas una considerable propina y agradeces por los servicios a la moza y te retiras abrazando a tu compañera.
Es en un restaurante, en una noche cálida, linda para salir, donde invitas a tu compañera de la facultad a comer, luego de cursar, de escuchar teorías que se alejan de todo pragmatismo. Pedís ravioles con ricota y nuez con salsa roja y tu compañera solicita una ensalada del atardecer. Mientras la conversación prosigue, notas que el lugar es lindo, con pequeñas llamas de velas que danzan sobre finas notas de un blues escondido que suena desde un rincón y, además, vas percibiendo que el pedido está pronto a ser entregado, que no tardaron nada. Comen, beben y brindan entre risas cómplices y miradas que prometen que todo se volverá a repetir. Con un gesto suave haces llamar la atención de la moza para que se acerque, para preguntarle si es posible ir pidiendo el postre. Confluyen en solicitar un flan para compartir, con dulce de leche y crema. En un giro por parte de la moza, ya tienen un flan con oscilantes movimientos que es depositado en la mesa. Acto seguido, procedes a pedir la cuenta y la misma chica que te atendió amablemente toma tu tarjeta de crédito y tu identificación para poder facturar lo que ha sido una linda noche. Como forma de atención, la casa ofrece café y riquísimas masitas de manera gratuita. Entre sorbo y sorbo, vas mirando lo que detalla el ticket y notas que es un lugar caro que se toma el prestigio de cobrarte unos veinticuatro con treinta el servicio de mesa por cada comensal. Mental y rápidamente, recontas los ravioles que comiste y sabes que no es más allá que media plancha empero el restaurante insiste que cobrarlos ciento siete pesos la fuente es un precio justo. Suspiras y, como venganza personal, decidís no dejar propina, más allá de lo que pueda pensar de vos tu acompañante. Acto seguido, traen tu tarjeta con la correspondiente identificación para informarte que hubo problemas, que la tarjeta no pasa y habrá que hacer una verificación telefónica de datos, mientras la moza te mira con la sospecha de que todo sea falso, irreal, que vos no sos quien decís ser. Finalmente, podes pagar aunque ves un recargo más, que se adjunta como otro ticket más pequeño, en concepto de recargo por pago con tarjeta. En ese momento, repensas todo lo que sucedió, los ravioles, la ensalada de mierda que salió setenta y ocho pesos, las teorías impragmaticas, la salsa con gusto a culo de camello disecado y las ganas de empernarte a tu compañera. Inmediatamente, comenzas a gritar, a rugir, a desabrocharte la camisa, a golpear las mesas con las palmas de las manos. Le pegás a la moza también, tiras una caja registradora y, ya rojo de furia, meas, meas ahí, sobre la barra, en la mitad de la cena que le restaba a una deliciosa familia. Pasas a gritar con ganas, a gritar que no es posible, que ya basta, que te van a tener que dar una devolución, un descuento, alguna retribución. Mientras tanto, tu compañera se retiró abrazando tu alegre ausencia.


1 comentario:

  1. Probablemente, no me expliqué bien.
    Lo que quise decir es que cuando el dinero es más fuerte, más desesperante y más estimulante, es decir, más importante, que tu tiempo, ahí, justo en ese momento que lo notas, estás subsumido en un precioso problema.
    Son uno de esos actos o escenas de la vida donde, al darte cuenta, queres largarte a llorar, solo llorar y desear volver a empezar, tener un botón que diga 'Reset'.

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