martes, 31 de diciembre de 2019

Cenizas

Me parece que nunca te lo conté pero, bueno, viste, hay tantas cosas que no se dicen. ¿Me escuchas? No, te pregunto porque quizás con la puerta cerrada no llega lo que te digo. Pero si, hace lo tuyo, yo hablo. No sé, hoy lo volví a pensar de nuevo, cuando te vi ahí, de espaldas en el café, en el momento en el que pude chusmear tus hombros encogidos mientras tenías con las dos manos la taza y mirabas a un costado, a la ventana, pero no observabas afuera sino, más bien, a la pestaña del entramado de madera y vidrio donde no había nada, así como cuando uno mira para dentro, ¿viste? Te juro que fue ahí y vos sabes bien que yo no juro al menos que esté muy seguro, esa costumbre que me quedó de chico como llorar por el gol del Diego o enojarme cuando las cosas no me salen como quiero. De ahí no dejé de pensar a cada rato sin embargo fuimos haciendo las otras cosas, lo de caminar por la plazita del bajo tan callada como nunca y la calesita que crujía de no moverse, ¿sabés? Bueno, y yo pensaba, se me venían imágenes y me las quería quitar de encima pero me invadían. Y no creo mucho en las casualidades, eso no, pero a veces pasan. O quizás es uno mismo que va atando los hilos y va remendando algo que nunca existió y le pone uno nombre de casualidad  y ahí nos tenes creyendo en que por nacer en un determinado día y horario todo está dicho, las estrellas hablan, los planetas te putean y la vía láctea se fuma un pucho mientras se te caga de risa. ¿Te acordas que estaba la feria en la plaza? Bueno, después del puesto de los duendes y los sahumerios, estaba el viejo de los libros. Yo solía comprarle una vez cada cinco semanas dos libros, más o menos ese era el promedio. Carlos, se llamaba el tipo. Aún se llama así. Y cuando hoy lo vi, y el me vio, nos saludamos con un gesto austero, levantando la cabeza y volviéndola al lugar original sin más remedio. Al momento de ir haciendo lo propio, noté el título de un libro prolijamente acomodado. La Pesquisa, ¿te acordas? Creo que no lo viste y yo tampoco te dije nada al respecto, me parece que nosotros también estábamos crujiendo de silencio. Y no pude evitar cerrar lo que pensaba porque antes de que nos encontráramos, pude ver una pareja que discutía. Estaban sentados uno al lado del otro y no se miraban, bueno él no miraba mientras ella lo observaba con algo parecido al odio pero peor, quizás decepción, a medida que repetía cosas que habían pasado, enumerando con cierto detalle los errores y las interpretaciones de las acciones que, al parecer, él había cometido. Y algo que dijo ella, lo escuché anteriormente. Resulta que un tiempo atrás, me encontraba caminando por una plaza de México, por Coyoacán, y encontré a una chica que estaba llorando, sola, sentada en un banco verde con los codos apoyados en los respectivos muslos, teniéndose la cara con las dos manos abiertas. Tendrías que haberla visto. Era la perfecta definición de inestabilidad y devastación. Ideal para una película de Fellini, quizás mostrando a una joven que acababa de perder a su novio luego de que este último se arrojara al río Tiber aún traumatizado por la guerra; faltaba verla en blanco y negro nomas. Bueno, me acerqué a ver si podía ayudar en algo, no sé, me salió así. Y le pregunté qué le estaba pasando, si necesitaba que llamara a alguien. Tardó un poco en componerse para poder decirme que no, que la dejara pero me quedé porque realmente sentí que no podía sólo irme con ella en ese estado. Pude ver que tenía sobre su regazo un libro, imagino que sabrás cuál. Sí, La Pesquisa de Juan José Saer. Quedé impactado porque era muy raro que encontrara a alguien que conociera la obra fuera de Argentina, inclusive ahí era difícil que fuera nombrado. Esas son las injusticias que nos vuelven locos. Empecé a hablarle sobre la novela, sobre el drama que entretejió el escritor para llegar a ese final, todos los caminos alternativos y, a veces, antagónicos que generaban ganas de tirar el libro al diablo y seguir con otra cosa. Ella rió con la boca forzada por la desolación, generando un gesto agridulce que me pareció de lo más sincero que había visto en la vida. Le dije que debíamos ir por un café, en esa época aún yo lo tomaba, hace un año que lo dejé, ¿te acordas? Ya no sé bien qué dejar para el próximo. A veces siento que la vida es una constante contracción de placeres, ¿sabes? Bueno, fuimos a un barcito que tenía mesas en una peatonal. Me contó que encontró a su novio con la hermana, con su propia sangre, desnudos en el living de la casa de verano que habían alquilado junto a su familia en las costas de Puerto Escondido. Aún no podía superarlo, me dijo. Y era claro, habían pasado menos de veinticuatro horas porque ella automáticamente se tomó el primer vuelo y se volvió a la ciudad. Pensó que caminar le iba a hacer bien, que Coyoacán, a pesar del ruido, si te alejas unas cuadras, podes encontrar tranquilidad y ahí, ella, podría repensarse. Tomó su cartera, el libro y se largó a caminar, dejando atrás todo rastro de racionalidad que le fuera otorgado producto del shock de descubrir a su hermana y su prometido transpirados y desnudos en el piso del living. Y en un punto, en la plazita que tiene esa iglesia tan antigua como México, se derrumbó. Su vida, todos los puntos que había trazado en el mapa de su futuro, habían sido tirados, derrumbados del tablero con el cual estaba jugando. Es que, me dijo, pensaba irse con él a Europa, iban a migrar primero a España, luego a Italia, donde él tenía familia y una finca que esperaba sus conocimientos de agronomía. Ella ya había seleccionado los libros que llevaría, la ropa que iba a dejar y no podía parar de pensar sobre la toscana y lo lindo que debería ser el calor cerquita del Mediterráneo. Todo se había desmoronado tan rápidamente como las cenizas de los cigarrillos que fumaba, uno tras otro.
Esperá, no te entiendo, escucho tu voz desde la ducha que acaba de silenciarse. Es que ella tomaba la taza como vos lo hiciste hoy, ¿sabés? Y de pronto se me apareció ese primer recuerdo, luego la plaza, la calesita, la pareja discutiendo, el libro. No sé, até todo sin querer. No, no te entiendo, nos conocimos hace dos días, me decís desde toda tu piel sin ropa apoyada en el marco de la puerta del baño. ¿Cómo esperas que sepa todo eso? Sí, tenes razón, te digo. A veces no me doy cuenta. Es que siento que estamos tan solos y tan desnudos en todo esto. Discúlpame.

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