martes, 25 de diciembre de 2012

En las probabilidades

A Claudia la amaba. La amé mucho. Nos conocimos de chicos, de adolescentes, amigos en común. Sin querer, con el paso del tiempo golpeándonos sigilosamente las espaldas, formamos una familia. Nos fuimos a vivir juntos, de esto hará unos doce años, a San Cristóbal. Domingo por medio frecuentábamos un viejo bodegón ubicado sobre la avenida San Juan.
Es hoy en día que miro atrás y le echo la culpa a la rutina, al habernos embarcado en la relación todavía siendo chicos y no haber usado el tiempo en otras cuestiones, más personales, individuales. Es que los últimos años no fueron buenos, muchas discusiones por cualquier cosa, todo era motivo para inaugurar una nueva guerra mundial. Claro, sí, habíamos hablado de separarnos, tomar distancia siquiera por un tiempo, ya no sabíamos qué hacer pero teníamos en claro que la convivencia, de la forma que se estaba brindando, no era buena para nadie. Pensamos que lo mejor sería dejar pasar las fiestas y hablarlo en Enero, para saber cómo y qué haríamos.
De una manera extraña, todo el mes de Diciembre fue tranquilo, exitosamente preocupante. Nos llevábamos bien sin motivo alguno y nos reíamos de todo, casi todo el tiempo. Me daba gusto volver a casa luego del trabajo, sentirla cerca. Ciertamente, fue demasiado raro.
Al llegar la nochebuena, nos dirigimos a la casa de mis suegros, en Villa del Parque. El año nuevo lo pasaríamos solos en casa. Me mentalicé que debía aguantar, una última vez, ver a los padres de Claudia y a sus detestables hermanos. Jamás aceptaron nuestra relación y lo hacían notar.
El tiempo fue goteando, desgastándose en cada bocado de vitel toné, en los suspiros de botellas de vino apiladas y con etiquetas manchadas del rojo carmesí de lo que solía ser su contenido. En ciertas ocasiones, el uso y abuso del alcohol lleva al sincericidio. Y, en este caso, no hubo excepción. Escuché el susurro de Marcelo, el hermano mayor de Claudia, que le decía al padre que ya quedaba poco y me señaló con un giro de su cabeza, acompañado de una risa burlona. En ese momento, me paré y le dije que sí, que sí se refería a ello, sí, les quedaba poco. Afirmé lo que en el aire se sentía, la separación que se daría en los próximos días. La madre se paró y abrazó a Claudia mientras juntaban los platos manchados. Marcelo y mi suegro se daban la mano mientras Esteban, el hermano menor, volvía del baño con la alegría de haber escuchado a través de las paredes. Mientras ellos reía y se felicitaban, prendí un cigarrillo y salí al jardín delantero. Los primeros fuegos artificiales resonaban desde distintos puntos, se aceraba todo a las doce.
Todavía afuera, escuché como descorchaban bebidas y brindaban, y reían. La noche se iluminaba con los ansiosos de los vecinos que dejaban la vida en cada haz de luz, en cada ruido ensordecedor, comos si estuvieramos en una nueva guerra y había que abatir, acabar con el enemigo. La luna se tiñó de humo de pólvora y el aire se espesó cuando Claudia salió rechinando los dientes por apartarme de la familia, por ser así siempre, que no se podía contar conmigo, que si no quería que me vaya, que no tenía que esperar a Enero y otras cosas que gritó pero casi no pude escuchar.
A Claudia la amé, la amaba mucho. Todavía en las noches la recuerdo, ese Diciembre, ese Enero que jamás quise que llegara porque, por más que el orgullo y la soberbia me lo impidiera, no podía imaginarme sin Claudia. Sigo acariciando su recuerdo, de esa noche de navidad donde le dí el último abrazo, el último beso tibio de labios frágiles, donde mis lágrimas se derretían en el calor de su sangre que recorría todo su rostro hermosamente maquillado, con el impecable brillo de sus ojos donde se reflejaban los haces de luz y la luna manchada de pólvora.
Es hoy en día que pienso en las probabilidades, en las casualidades, en las causalidades, en qué fue eso que llevó a algún vecino a disparar su arma al aire sin pensar siquiera un instante en las consecuencias, en Claudia.


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2 comentarios:

  1. Cómo cuento muy bueno, ahora si esa es tu coartada, no sé, espero que tengas un buen abogado, porque el vecino ya me pidió que declare que la pasó conmigo en San Fernando. Pero viendo que disfruto tus cuentos te doy una oportunidad de mejorar la oferta. Y no, este comentario no sirve como prueba.
    Abrazo grande y Feliz 2013!!

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    1. Y, sí, como coartada se hace agua apenas se la pone a la luz. Pero es que a muchos les cuesta tanto creer, ¿vio? Cuando pasan cosas así siempre me acuerdo de esa película donde el tipo trabajaba en un banco y lo acusan de matar a su mujer y al amante de ella. El tipo no fue pero es condenado a de por vida, algo así. Después salió de la cárcel, escapó por un tubo de quinientos metros de mierda ya que era un desagüe. Y después siguió. Como pasa en cualquier película, digamos, también en cualquier relación.
      Y a declarar voy a tener que ir pero espero que no nos crucemos. Digo, es feo que siquiera no se mantenga neutral en el asunto.
      Fuerte abrazo y próspero año, Ato. Lindo haberte conocido por este medio. Salud.

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