jueves, 20 de diciembre de 2012

Lo más triste

- ¿Te acordas que el otro día te dije algo sobre la frase más triste? - le digo a Mariela que, absorta su mirada en el juego casual que establece soplando las miguitas de las masas secas que vinieron con el café , intentando juntarlas todas en un mismo lugar, eleva cada tanto los ojos para verme, casi apoyando la pera en la mesa marrón gastada, y me ve de vez en cuando, como en busca de asegurarse que yo esté ahí o, más bien, demostrar que me esta prestando atención.
Había pasado tiempo sin ver a Mariela. La suerte de las decisiones, de las pequeñas bifurcaciones que existen en el día a día de la vida, nos llevaron a distanciarnos. Si bien tuvimos una relación hasta el punto de llegar a convivir en un departamento en Parque Patricios, la daga de la rutina y del desencantamiento que creímos que iba a durar por siempre, se hundió entre las carnes propias hasta dejarnos sin más remedios que prescindir del otro. Quizás con fortuna, quizás no, pudimos seguir hablando, continuar ello como algo símil a la amistad. Sin embargo, jamás pude lograr establecer una relación de esa índole con una ex, no ha formado parte de mi codificación de adn poderme ver nuevamente como si nada hubiera existido con aquella que ha formado parte de mi historia más mía. En ocasiones, reconozco haber envidiado a esos hombres que pudieron continuar viendo a la mujer amada bajo la condición de amistad y que ella les cuente sobre sus nuevas andanzas, de sus nuevas preocupaciones, de la suerte que ha tenido hasta ese momento; por otro lado, en la mayoría de esas mismas ocasiones, también me ha dado una suerte de congoja el futuro de esos hombres que al no resignarse a perder el objeto de deseo, se humillan instantáneamente con la excusa que se autoimploran de 'si continuo cerca, algún día podré enamorarla nuevamente'. En este caso, Mariela ya tenía aspecto de amiga más que de otra cuestión, tanto a ella como a mí nuevos amores y desatinos nos han marcado la senda de nuestros caminos. Así, sin querer, me la crucé un día por Almagro y nos pusimos hablar en una esquina, no recuerdo cuál. Y ahí le hablé sobre la frase más triste pero el apremio del tiempo y de los compromisos nos hizo dejar la conversación para otro día, con un café de por medio, en el bar que estamos sentados ahora.
- Sí, algo me dijiste la otra vez. Pero espera, no me cuentes todavía que quiero pedir algo para comer. Esos fosforitos no llenan a nadie y los bocados de masas secas son una cargada. ¿Vos queres algo?- responde a medida que posiciona el cuerpo apoyando bien la espalda contra el respaldo de la silla y llama al mozo. Aunque, con la paciencia característica de Mariela, ella grita, está gritando ahora mismo que le traigan un pedazo de selva negra. Sí, está gritando 'pedazo', con las dos manos que se juntan en la boca, buscando formar un cono para que suene mejor, más fuerte la pronunciación. Mariela repite 'Selva negra'. Ahora, está retorciendo la lengua por el labio superior, como limpiándose restos de la torta que todavía no trajeron, como queriendo que perdure el sabor de lo que todavía no es, no fue. - Sí, contame. Perdón es que esto de la dieta no me sale, sabes que siempre fui igual y cuando entramos acá miré la torta y pensé 'tiene que ser mía' - y Mariela sonríe como una niña que acaba de cometer una imprudencia, como quien obtiene la concreción de un capricho. - Ahora sí, decime eso de la frase, ¿qué pasó?.
Tengo que contener la risa, lo tragicómico de la escena. Le digo: - Habrá sido tres o cuatro días antes de que nos crucemos. Estaba terminando de pintar la parte del frente de la casa de mis viejos. Ah, vamos a vender la casa, al parecer. Bueno, a lo que iba. Estaba terminando de pintar y noté cómo ese viejo barrio donde he crecido, con terrenos baldíos, con calle de tierra, de pocos autos y niños jugando, se ha convertido casi en una urbe nueva, donde el asfalto brilla, los coches relucientes estacionados en las puertas, casas de dos o tres pisos, se yuxtaponen con los antiguos vecinos, quienes hoy en día están más antiguos. En fin, lo que pasó es que uno de estos vecino pasa, ayudado por un bastón, por la vereda y se me queda mirando. Luego de largo rato, mirándolo yo también, nos reconocemos. Era el viejo Carlos. El viejo siempre había tenido fama de mujeriego y jugador. Es decir, es al día de hoy que no recuerdo haberlo visto alguna vez con algún bolso del trabajo o ropa para ir a laburar. En fin, la guita que alguna vez consiguió se la aprovechaba para comprar vino. Era usual verlo pasar con su cajita de vino blanco. Sin acentuar en más detalles, lo ví, se paró y le pregunté cómo andaba, qué era de su vida. ¿Me estás escuchando?
Mariela está con la mirada reluciente frente a la torta que le acaban de traer y da la primera cucharada, cortante, desestructurante, a la humanidad del pastel. Desde donde estoy se puede oler las pizcas de chocolate, ver la suavidad de un dulce de leche y la cremosidad de un mousse. Lame la cuchara y me mira. Asiente con la cabeza diciendo que me está escuchando atención y levantando la pera dos veces me pide que continue.
- Bueno, don Carlos me responde que andaba más o menos pero que era lindo verme, que hace tiempo no pasaba por el barrio, que mucho ha cambiado. Hablamos un poco del pasado, de quiénes sólo ha quedado el nombre y de las distintas personalidades nuevas, los nuevos comentarios. De pronto, recordé que me había dicho que andaba más o menos. Es raro, ¿viste?. Hoy en día sólo se dice bien, y listo, a otra cosa. Pero él parecía tener la necesidad de contarlo, de referir que andaba más o menos. Le pregunté qué era eso que le pasaba, qué tenía.
- Tenes que probar esto. Es de puta madre. La torta no puede estar mejor. Lo sabía, lo sabía. Creo que le voy a pedir un pedazo más para llevar. ¿No queres?. Perdón que te haya interrumpido, no me dí cuenta. Me nació este impulso, sabes cómo soy. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la frase más triste? Ah, ¿no habías terminado?.
- No, Mariela, justo te iba a decir. Le había preguntado a don Carlos qué era eso que le pasaba. Ante todo, noté un brillo particular en sus ojos. Tragó saliva, hundió la comisura de sus labios y arqueo las cejas. Con una mirada grave, me lo dijo todo. Después lo volcó en palabras sólo para darle la sutileza del lenguaje.
- ¿Y qué? ¿Qué fue eso? ¿Qué te dijo?
- Don Carlos me respondió: Tengo hambre. Y se fue caminando lentamente, arrastrando los tobillos, con la fatiga de la desesperanza.

2 comentarios:

  1. Excelente imagen de una reunión que nunca debió haberse realizado. En cuanto a la frase, coincido, es muy triste y para mí comparte el podio con: "Tengo miedo y no sé porqué". Abrazo de Sobreviviente del Fin del Mundo!

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    1. Hay muchas reuniones que nunca debían de haber sido pero fueron, son. La culpa, a veces, es de uno. Como cuando se manda un mensaje con un Te extraño, como cuando se busca encontrarse con el otro. A veces, el deseo se va de las manos y también muere en la misma comitiva.
      Lo más triste de todo, igual, es que en verdad pasó lo de don Carlos. El tipo me respondió: Tengo hambre, con una mirada que podría derretir todo como también congelar al minutero. Fue, sino la primera, una de las primeras expresiones que me han dejado helado, con el escalofrío por todos los órganos.
      Y lo de "Tengo miedo y no sé por qué" la encuentro absolutamente desesperante. Es muy buena. La tendré en cuenta, si me lo permitís, para hilarla en donde pueda.
      Abrazo de sobreviviente a los saqueos.

      PD: ¿Afecto por tu zona, cierto? ¿Todo bien?

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