lunes, 31 de diciembre de 2012

Sobre dos formas

Prendí el ventilador y coloqué una de esas pastillas para ahuyentar los mosquitos. La noche anterior esos malditos bastardos me dejaron ronchas desastrosas, por doquier. No me sentía muy bien, no pude cenar nada por los nudos dentro de mi estomago. No quise llevar la cuenta pero sabía que ya pasaron dos semanas desde que Victoria se fue de la casa. Todo había terminado, no importan los motivos, jamás importan.
La humedad de esta época en Buenos Aires es desastrosa. Hace tiempo dejó de hacer calor para sólo ser humedad, nada más. Así, con una botella de un malbec vacía sobre la mesa manchada de gotas de vino, me fui a acostar. Bueno, como decía, prendí el ventilador y coloqué una de esas pastillas para ahuyentar los mosquitos.
Di vueltas en la cama, pateando recuerdos y girando las sábanas. En un momento, una ráfaga de viento entró por la ventana abierta e hizo bailar a las cortinas sucias. El ruido del tránsito que agonizaba entraba conjunto al viento. Para el infortunio, el aire era caluroso y yo traspiraba. De pronto, todo cesó, los ruidos, el viento, el ventilador, los mosquitos, los vaivenes dados por el vino. Me levanté y me senté en el comedor. En la heladera encontré un pedazo de queso olvidado al cual recurrí dada la situación, la necesidad. Dentro, aún, del congelador, escuchó el ruido de la puerta del baño abriéndose. Victoria salía del recinto y sonreía hasta que me vio. Luego, dio media vuelta y tomó a su hermana, de la cual se llevaba unos cuatro años, de la mano y se marcharon. Sin entender qué hacía la hermana en la casa, salí a correrlas, mientras daba brincos intentando colocarme un pantalón.
Las alcancé en la esquina del departamento, la hermana de Victoria, Amelie, le decía que estaba bien dejarme, de qué servía yo y que no tenía que escucharme. Le pedía a Victoria, mientras tanto, que parara, que quería hablar, que no dejemos que todo termine así. Desde el momento en que Victoria pronunció un sonido como aceptando hablar y Amelie protestaba, pasó un tiempo que prefiero obviar. Le pedí, en suplicas, a Victoria que vuelva, que la amaba, que no podía seguir así. Amelie le decía que no, se reía, luego se reían. Dentro de todo este letargo, la desesperación se hizo agonía cuando quise decir mucho sin las palabras precisas para hacerlas. Noté que por más que haya leído, visto u oído, no sabía cuáles eran las palabras justas para pedir por el retorno. Lloré, lamento decirlo. Lloré desconsoladamente cuando empecé a balbucear porque ya no tenía sonidos necesarios para poder producir amor en el corazón de Victoria nuevamente. Ellas se fueron, mirando atrás solo para reír luego, para burlarse.
Es claro que todo lo anterior fue un sueño, un producto de deseos inconscientes. Sí, pasaron más de dos semanas, al día de hoy, de que Victoria se fue, quisiera arriesgar que ya son meses, pronto serán años, no importa. Lo curioso es que la vi a Victoria ayer, en la estación de tren la creí reconocer y luego lo confirmé cuando viajábamos parados, en el mismo vagón, a una distancia menor de lo que se pueda extender un vagón de tren.
Hacía tiempo que no nos veíamos. Jamás, luego de separarnos, volvimos a hablar. Era claro, de todas formas, que la seguía queriendo pero no podía decírselo, ella se había ido y no existe cosa alguna peor de aquel que desea ser querido por aquella persona que no lo quiere, es decir, no existe recurso alguno posible para poder sintetizar la necesidad de deseo del otro hacia uno y, por ello, no valía nada el hablarle. entonces, nos vimos en el vagón, en el tren, en una coincidente mirada fugaz. La reconocí, ella creo que también porque sonrió e hizo un movimiento, una muesca que duró una céntima de segundo, como queriéndose acercar. Sí, claro, había terminado todo en buenos términos  dije las cosas necesarias para simular que todo era un mutuo acuerdo, que yo tampoco podía sostener una relación así, después no, no le dije más nada, no le confesé que la quería, que también la odiaba por haberse marchado así, que la necesitaba conmigo. Pero, esta vez, no hizo falta hablar sobre ello. Volteé mi rostro hacia otra dirección y la ignoré. Con eso bastó para decirle todo lo que la seguía amando.



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A todo aquel que pase por este sitio, le deseo un feliz año, toda la prosperidad.
En esta ocasión, no quise ausentarme de mi mismo. El pequeño cuento, la historia, es sobre el amor, como casi todas. Porque si no se ama, si no se ejerce o si intenta siquiera una vez, una minúscula vez, para nada, entonces, hemos vivido. Y no me refiero a ese amor platónico, a lo que tiene que suceder, a lo que las comedias románticas nos han acostumbrado. No, eso no. Amar siempre es otra cosa que jamás espero poder contestar porque no existe búsqueda más noble que aquellas que comprenden a la eterna lucha y construcción de lo que es infinito, siempre bajo la misma paradoja de querer delimitar cuestiones eternas por seres mortales. Así, me atrevo a decir que el amor, la sabiduría, la felicidad, entre otras cosas, son todo lo mismo, son todo.

6 comentarios:

  1. Muy buena reflexión, "y no existe cosa alguna peor de aquel que desea ser querido por aquella persona que no lo quiere", pero existe una pócima, y es no NECESITAR ser querido. Recalco, no necesitar. Curiosamente, al quitarle la condición de NECESIDAD, a uno suelen quererlo, bastante, porque les resulta fácil. Pero no hace falta creerme, inténtelo por su cuenta y después me cuenta. Abrazo grande y lo felicito por el debut. PD: le advierto que en la zona hay una estación llamada Victoria - Está entre Beccar y Virreyes. Le aviso por si acaso.

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    1. Sí, eso lo sé. Es como toda necesidad, vos sabes. No necesitamos tres televisores para una casa de dos habitaciones. No necesitamos estar conectados todo el tiempo. Pero vaya a saber qué cables se cruzan en el medio de las sinapsis para sentir necesidad, sentir que sin eso no se puede vivir. Si se supiera y se podría arreglar, los problemas serían menos, montones menos.
      Gracias, Ato. Por pasar siempre, por las ayudas.
      PD: algún día contaremos de verdaderas Victorias.
      Fuerte abrazo.

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  2. Esos cables por lo general los creamos nosotros. Obviamente a todos nos gusta ser queridos, amados, etc. pero una cosa es gustar y otra necesitar. Lo único que NECESITA una persona para vivir, es oxígeno, agua y comida, y para vivir un poco mejor, con un poco màs de sentido, le agregaría un propósito, todo lo demás es superficial. Pero para mayor claridad, te sugiero hables con un superviviente de la ESMA, por ejemplo. Un consejo de amigo bloguero, quitale un poco de melancolía a tu vida, no te la merecés. Abrazo!

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    1. Claro, claro, a ello me refiero. Lo que en verdad se necesita es mínimo.
      Con respecto a la melancolía, es sólo un capricho. Merecer, no sé sí la merezco, a veces toca. No, no es siempre, no soy así en verdad. O sí, pero lo más importante es que no me creo así, todo lo contrario. Pero me siento cómodo haciéndome el ambiente, el personaje, el todo. Espero que no se haga costumbre.
      Fuerte abrazo.

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  3. Y no sé, si te sentís cómodo en ese ambiente, algo hay. Así es cómo suelen generarse los acostumbramientos. Abrazo!

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    1. No te miento si te digo que es posible, que ya fuí advertido. Es lindo coquetear con la tristeza, la melancolía, esas cosas. Quizás el tema se pone turbio cuando te dan bola en serio. Espero que no llegue, frenar a tiempo.
      ¡Abrazo!

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