domingo, 6 de enero de 2013

Hasta acá llegamos

- No sé, Cacho, ya estoy podrido de las minas, qué queres que te diga.- rezongó Jorge quien, con los brazos cruzados sobre la mesa del bar, se introducía sin parar manotazos de maní en la boca a medida que le convidaba tamaña reflexión a su amigo.
Llevaban horas en el bar, como solían acostumbrar. El resto de la barra ya se había retirado y, sin quererlo, se quedaron solos, como náufragos en la balsa representativa que configuran los bares dentro de los océanos agónicos que son las ciudades. Cacho curioseaba, desde el otro extremo de la mesa, enfrentado a Jorge, por la ventana hacia la calle, donde jovencitas de vestidos breves y piernas eternas se adentraban a la noche, a los boliches, a la vida. Esa misma vida que a ambos, a la muchachada, a la barra que seguía en pie, se les escapó sin pedir permiso, sin dejar nota de despedida, porque, en fin, la vida es sólo la juventud, de la cual ellos solo ostentaban ligeros recuerdos, tan ligeros como las caricias de la primera novia dentro de la salamandra de la memoria.
- Son un tema las minas, Jorgito. Pero no sé bien de qué te quejas si siempre anduviste con mujeres que rajaban la tierra. - le comentó Cacho mientras oscilaba su mirada entre su amigo y las chicas que pasaban por la calle.
- No sé, eh. Vos fijate que siempre pasó lo mismo. Se fueron o propicie sus partidas o también me he ido que en todos los casos es lo mismo. Me canso, Cacho. Y no sé bien qué es lo que quiero. Creo que es eso, puta che. - Jorge le pidió a Carlin, el mozo del bar, que renueve la jarra de cerveza tirada y un nuevo platito con maní, que no cambiara el cenicero, que así estaba bien.
Cacho lo miró, esta vez atentamente y aplaudió  con un aplauso sordo, apoyando los codos sobre la mesa, y se rió. - ¿Acaso no te acordas de los pedazos de hembras  con las que anduviste? ¡Dios mío! Lo que era Mariela, ¿no te acordas? Y ni me hagas acordar de Soledad, de la rubia Victoria, de la carita tímida y furiosa de Daiana o el cuerpo esculpido a mano de Josefina. O de esta chica, estem, de aquella de rulitos, te acordas seguro. - Cacho apretaba la base de la palma de su mano derecha contra su frente mientras hacía chasquear el pulgar con el dedo mayor de la mano restante y apretaba los ojos bien fuertes, buscando el nombre - ¡De María! Sí. María, Camila, no sé, decime que te acordas. Sabes de cuál hablo, ¿no?. ¡Qué mujeres! - y Cacho apretó los puños, haciéndolos temblar frente a Jorge. Cacho estaba eufórico ante la seriedad, la pasividad de Jorge quien menguaba un porrón de cerveza y hacia chasquidos con los labios para sacarse restitos de maní de entre los dientes.
- Si, Cacho, ya sé pero fijate. Todas estaban buenas y, lo que es de no creer, me querían. Y vos sabes bien que yo las quise también. Pero las quise bien, Cacho, eh. Pero no sé, algo me faltó, algo no alcanzó para que ninguna siga estando conmigo. Quizás me faltó a mí, ¿viste? Pero es más fácil excusarse con lo de afuera, con lo del pasado. Qué se yo, Cacho. - Jorge estaba serio, muy serio para una sobremesa de la mesa de amigos.
Cacho movía un escarbadientes gastado de un lado a otro por sobre los labios. Pensó. Cacho pensó un rato y no dijo nada. Jorge tampoco dijo nada esperando que Cacho diga algo. Cacho arrugó la frente y con la diestra se sacó el mondadientes y le preguntó a su amigo: - Jorgito, ¿y vos qué queres? - y pasó a tomar un sorbo de cerveza helada.
Jorge se cruzó de brazos y los colocó por sobre el pecho. Se acomodó en el respaldo de la silla de maderas gastadas y miró el viejo candelabro de foquitos quemados. Lo miró brevemente, buscando respuesta alguna para darse paso a contestar: - Mirá, Cacho, ya estoy cansado. Tengo miedo a pensar que viví mal la vida. Vamos, viejo, ya no somos pibes, ya no hay tiempo para arrepentirse, para levantarse mañana y comenzar de nuevo, con sueños, con esperanzas. Es decir, hasta acá llegamos, hasta acá hemos hecho. Sí, claro, nos quedará profundizar una o dos cositas por acá o por allá pero ya no es lo mismo Cacho. - y resopló, todavía mirando para arriba, con los brazos cruzados pero asintiendo con la cabeza a sí mismo.
Autos con música fulminante pasaban por la calle y Carlín procedía a bajar las persianas del bar. Mañana iba a ser otro día y tenía que dejar todo preparado para los clientes matutinos, para los proveedores también. Cacho entró en duda y, a medida que iba devolviendo el vaso a la mesa, le preguntó a Jorge sobre a dónde quería llegar con eso y qué tenía que ver con las mujeres. Le dijo: - Jorge, ¿a dónde queres llegar con eso y qué tiene que ver con las mujeres? - Cacho se puso serio, también, pero las mañas lo podían y, cada tanto, desviaba su atención hacia las jóvenes que usaban las veredas como pasarela.
- No sé, Cacho. Es que tengo la esperanza de encontrar una mina que no sea estructurada, que no sea como yo. Vos fijate. Las que mencionaste antes, todas pero todas tenían la vida más o menos hecha. Sí, ya sé, nadie tiene la vida comprada pero ya tenían el futuro a flor de piel, tenían todo planeado y eso, te juro, me aterraba. Me sigo aterrando por eso, che. Pero porque yo soy así, Cacho. Y necesito encontrar una antítesis una contradicción, alguna con la libertad, con la concepción de felicidad mezquinamente contradictoria a la mía. ¿Ahora me entendes? - los ojos de Jorge ya eran distintos. No, no estaba por llorar, tampoco reía. No se le iba la vida, quizás se le fue hace tiempo. Los ojos de Jorge transmitían otra cosa, algo así como desesperación, como necesidad, como algo que todavía no es verbo ni adjetivo.
- Sí, claro que te entiendo, Jorgito. A mí también me pasa, a todos nos pasa en cierta medida. Quizás vivimos como el culo y nunca nos dimos cuenta. ¿Pero sabes también qué pasa? Los que vivieron diferente a nosotros, también se hacen la misma pregunta. Pero vos, Jorgito, ¡dejate de hinchar las pelotas! ¡Anduviste con cada mina! ¿Cómo no te vas acordar de la de rulitos? ¡La puta madre!




()

Imagen de acá
Con la suerte de inspiración de acá (gracias, Ato)

4 comentarios:

  1. Ante todo gracias por el reconocimiento "inspiracional". Los Jorge de este mundo suelen hacer estas reflexiones cuando andan solteros durante cierto lapso o acaban de ser colgados. Son los que dejan a los Cachos colgados "porque me estoy comiendo una mina que es un sol/diosa y todos los demás adjetivos que usó Cacho". A mi me ha pasado algo parecido-pero con los laburos-Cada laburo que conseguía era EL laburo, y a los seis meses, tres años, según lo que tardara en convertirse en rutina, me terminaba hartando. Las mujeres me duraban más que los laburos, ahora es al revés.
    A los 52, descubrí que podía hacer algunos muebles, lo suficientemente buenos y baratos, como para venderlos en Mercado Libre. La sensación de poder hacer algo útil, agradable a la vista, sólido, con las manos es realmente placentera. Ahora me falta el reconocimiento económico genuino, es decir, pasar de barato a "no caro". Abrazo y a seguir buscándole la vuelta a uno mismo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En primeras partes, no hay por qué. Como te había dicho, más allá de mi acotada edad, hay preguntas que son, digamos, existenciales o, no sé, de por siempre. Y eso fue lo que me transfirió lo tuyo.
      Por otro lado, lo de Jorge, lo de Cacho, sí, siempre nos ha tocado elevar la situación con una mina, anteponiéndola ante todo, tal vez por la falta de experiencia, por la urgencia, por aprovechar el momento, vaya uno a saber. Lo bueno es que quedan esos buenos amigos que lo siguen a uno o, mejor, que son perennes, que siempre están, que a uno lo entienden. Claro que es sumamente sustituible, acá como en otros cuentos, las mujeres por cualquier otro recurso literario, de la vida.
      Con respecto a tu oficio, es claro que quiero un link, ver la mercadería.
      Y, sí, es eso. Hay que seguir buscándole la vuelta a uno, a uno mismo.
      ¡Fuerte abrazo!

      Eliminar
  2. Qué conversación creíble, Diego, me partió. Logras que me enganche como si yo también estuviera sentado allí escuchándolos hablar, si hasta me dio ganas de contar mis experiencias con las minas.
    Un abrazo.
    HD

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pero Humberto, cuéntelas. Al fin y al cabo, al irnos, sólo dejaremos buenas historias, gotas de experiencia, alguno que otro cd o libro para repartir.
      Gracias por el halago. También por haber pasado.
      Fuerte abrazo.

      Eliminar