martes, 2 de julio de 2013

Muzzarella media masa

- Y así es, Patricia, así son las cosas para mí.
Patricia me miró extrañada, frunciendo el entrecejo y… No, en realidad no me miró. Quiero creer que me miró y que fruncía el entrecejo por algún proceso mental que le exigía concentración, un esfuerzo descomunal. Pero no. Patricia no me miraba, estaba distraída, observando su reflejo en el espejo que estaba por detrás de mí. Estábamos en Las Cuartetas donde la muzzarella se respira, donde los mozos parecen eternos, con la postura de los doce apóstoles. Y es de común sentido que en Las Cuartetas hay espejos sobre una pared, antes de llegar a la parte final. Y sí nadie lo sabe, bueno, es porque está todo mal. Desde la educación de los chicos, con esos manuales santillana o kapelus donde le dicen quién fue Sarmiento o cuándo empieza el otoño o por qué los cuentos tienen introducción, nudo y desenlace. Todo eso le dicen y no les cuentan cómo duele amar a alguien que no los ama. O por qué van a trabajar toda su vida para los sueños de otros, olvidándose de los propios. O no, nunca, no, no le dicen que la maestra se coge al profesor de educación física antes de las reuniones de padres, a veces en el baño de profesores en los recreos y que por eso la señorita llega tarde. Y, mucho menos, que Las Cuartetas tienen mozos bíblicos y paredes con espejos.
Yo no amaba a Patricia. No estaba siquiera cerca de quererla. Pero no tenía mejores planes y ella, bueno, al parecer tampoco. Entonces, ahí estábamos, los dos, eligiendo perder el tiempo de esa forma, el uno con el otro. Siquiera eso teníamos en común.
Quizás por aburrimiento o por sonar interesante o por esas cosas de la galantería de hacer una introducción antes de pedirle que vayamos a un hotel, le expliqué eso de La paradoja, de cómo hay corazones duros, de que podemos correr tan rápido como el perro mitológico y, aún así, no alcanzar lo que queremos. Y, detalle no menor, que podemos alcanzarlo pero, en realidad, no sabíamos bien qué queríamos.
- ¡Miserables! – golpeé con mi puño cerrado el borde de la mesa, haciendo saltar los utensilios. Mi vaso se lastimó al tocar brutalmente contra el plato de Patricia. - ¡Somos unos miserables! – comencé a sollozar. Me quería deshacer en lágrimas. ¿Qué hacía yo ahí? Explicándole a una cualquiera temas que me llevaron noches y noches reflexionar. Y ella tomando lo dicho con las yemas de sus dedos, introduciéndolos a su boca para moverlos de un lado a otro, hasta secarlas, secando mis ideas, y luego escupirlas, como esos carozos de aceitunas que dejó abandonados al costado del plato. La boca de Patricia aceitosa, la mirada extraviada, la vida en otro lado.
Ella, sin decir nada aún, me sirvió una porción de pizza. Muzzarella media masa. Brillaba la porción tal si fuera una de las tablas que dios le dio a Moisés en aquel monte. Yo quería correr de ahí, llevarme a mi paso el mundo, salir a Corrientes y fumar, parar en una esquina para ver cómo un viejo de setenta años acaricía la cintura de una pendeja de veintitrés, envuelta en un tapado, perfumada con tintes europeos. Vaya a saber por qué, me quedé, casi paralizado, aplastado en la silla gastada.
- Come. – dijo Patricia. – Dale que se enfría. – y sacó un nuevo carozo de su boca.
Corté la porción y mastiqué. Algo sucedió ahí. Algo que no sabría explicarlo de otra forma, sin ninguna metáfora, sólo tal como sucedió.
No sé cuántas pizzas harán un sábado por la noche en Las Cuartetas. De muzzarella, quizás, arriesgo, unas doscientas o trescientas pizzas, por estimar algún número. Algo sucede con la pizza si uno presta atención. Por debajo, la masa suele estar semi dorada, un tanto dura. Por la superficie, en ese maremoto de muzzarella, el queso se quema, se funde, es impresionante. Sin embargo, en el medio, donde se junta queso/masa, bueno, ahí el calor no alcanza a ser justo, no cocina del todo al compuesto. Ahí, la masa es blanda, blanca, no cruda pero suave, calurosa como el abrazo de una madre. Y, también, la muzzarella es amarilla, casi blanca como la masa, tierna como caricia de enamorado.
Ahí, justo ahí, está el nexo de todo, la función de todo.
Más allá de lo duro de las superficies, de la corteza, el centro es tierno, mágico, esponjoso de sensaciones.
Así, pensé, deben de ser los corazones más nobles.
Finalmente, le agradecí a Patricia por su compañía. Ella sonrió y se acomodó un mechón de pelo que yacía sobre su frente. Su boca brillaba y tuve que contener fuertemente mis ganas de besarla.

4 comentarios:

  1. Algo parecido suele pasar cuando cocinás algo congelado con el microondas. Por alguna razón los microondas (la doble o a esta altura me parece redundante) tienden a calentar la superficie, es más es necesario revolver la comida para calentarla bien, sino te encontrás con parches que te queman y otros semi congelados. Calculo que la vida es así. Hay que revolverla cada tanto para que caliente parejo.
    En cuanto a Patricia, si con una pizza coge, es buen material, al menos para empezar.
    Y cuanto a su pregunta del post anterior: Es Valhalla. Pero sólo van los muertos en combate, y la mitad, la otra va a Fólkvangr, que está administrada por Freyja, la diosa del amor y la belleza. No se cuál sería más conveniente. No dice nada sobre los que mueren de viejos o fueron cagones. Calculo que a ningún lado. Casi un favor, porque una vida de cagón eterna debe ser un infierno. Abrazo!

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    1. ¡Claro! Es algo así también lo que pasa con los microondas. Pero en ese caso uno sabe que tiene que revolver, sabe con qué se va a encontrar. O debería pensarlo.
      Y cuanto a Patricia: no es cualquier pizza, es de Las Cuartetas. Los arrabaleros que habrán comido de dorapa allí o los boxeadores que habrán galanteado con alguna modelo. La historia.
      ¡El Valhalla! Cierto. Y no sabía de la otra mitad a dónde iba. Según dicen, los que no morían en batalla como que eran menospreciados en comparación a los otros. Y sí, preferible perder siempre habiéndolo dejado todo antes que abandonar la lucha.
      ¡Fuerte abrazo!

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  2. No es lo mismo. Seguro que si estamos con el microondas no cogeremos con Patricia.
    Ud me suele traer imágenes tenebrosas del pasado donde podía cenar con una mujer sin siquiera hablar, como tantas otras parejas a las que hoy veo y me sigue corriendo frio por la espalda. Abrazo

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    1. La comida recién hecha tiene otra magia que la recalentada, cualquiera que fuese su proceso. Claro, dejando de lado lo home made que, usualmente, adquiere mejor gusto al siguiente día por esa magia de la concentración de los ingredientes.
      Y esas imágenes, bueno, quizás otros nos miran a nosotros y también les corre ese frío por la espalda. Son sólo perspectivas, etapas, posicionamientos del observador.
      ¡Abrazo, Dany, gracias por pasarte!

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