lunes, 19 de agosto de 2013

El hielo ya no enfría tu bebida

María Pía sube al taxi un tanto mareada y con destellos de rubor en sus pómulos redondeados. Se sienta en el medio de la parte de atrás mientras sus otras tres amigas se distribuyen en los asientos restantes. Lleva consigo una petaca de licor sin tapa desde la cual reparte sorbos y sonrisas, calor y vida eterna.
Ha pasado un tiempo desde que María Pía no sale a bailar o siquiera a un bar a tomar algo. Las obligaciones de ser madre soltera no le permiten una movilidad en la vida social nocturna y, además, ella se sobreexige muchísimo en la crianza de la pequeña Catalina, quizás para paliar la ausencia de la figura paterna. Desde niña había soñado con el marido perfecto y los hijos perfectos, con los domingos en la casa de su madre rodeada de niños, de las vacaciones en alguna playa tranquila, en la preparación de la comida para alimentar a su familia, ser el alimento de su familia. Donde sus demás amigas o compañeras de curso veían una vida rutinaria y vacía, María Pía veía la felicidad en estado puro. Sin embargo, las piruetas del destino la depositaron en un divorcio conflictivo, en un ex marido acompañado con jovencitas que aún poseen dibujadas en sus muslos las tablas de las polleras de los institutos y una cuota alimentaria mínima, miserable. Pero Catalina era preciosa y un abrazo de ella podía derrocar a todos los miedos de su madre.
Hombres han sido pocos hasta ahora. Nada de sexo aún. Sólo ha llegado a unas citas, alguna salida al cine y el estímulo en su entrepierna cuando dos dedos callosos apretaban y marcaban su clítoris. Todos malos tipos, en su opinión. Un compañero de trabajo en una dependencia del Estado,  un ex amigo del secundario, una cita a ciegas con el primo de una vecina, y así, y así.
En esta deliciosa ocasión, María Pía viaja con sus compañeras de trabajo, en un taxi, a una de esas calles donde los bares crecen uno encima de otro, donde hay discotecas que prometen todo. Su madre casi le rogó que salga, que ella cuidaría a Catalina, su linda nieta, y que se divierta. Su madre la ha visto triste a María Pía, que ya no sonríe como antes y que está tomando muchas pastillas que le receta el psiquiatra. Salí, le dijo, yo le preparo lo que más le guste y la llevo a tomar un helado, aprovecha, le dijo, sos hermosa hija, píntate un poco y vestite bien, le dijo. Y María Pía se enguajo sus ojos para no llorar. Está bien mamá, le respondió, pero ceno con ustedes. Y así había sido hace unas horas atrás. María Pía terminó cocinándole uno de esos snacks con forma ficticia de pata de pollo, rellenos de lo que dicen ser pollo, con una ensalada mixta de la cual la linda Catalina sólo comió los trozos de tomate. Luego, miraron una película infantil hasta que la nena cayó rendida. La arropó, besó su frente y su madre le recordó que estaba llegando tarde. Entonces, María Pía comenzó a cambiarse, no quería que la nena mirara su producción. Sacó de una bolsa de papel madera un pantalón divino que compró esa misma tarde. El pantalón es azul, le ajusta las piernas, las aprieta y levanta su cola. También se colocó una remera suelta, blanca con la imagen de una famosa actriz fumando. Lleva un corpiño negro que le sostienen sus pechos suaves, un tanto decaídos pero que excitan de todas maneras, que cumplen su objetivo. Se maquilla, aplica una base, contornea sus labios pulposos, delinea sus ojos marrones y enaltece sus pestañas. Por último, deja caer su pelo por sus hombros como lluvia y rocía gotas de un perfume frutal. Se observó en el espejo y se sintió hermosa, cautivadora. Su madre le dijo que el taxi, otro taxi, ya estaba en la puerta, que estaba preciosa y que la pase bien. Se abrazaron, madre e hija, en el umbral del domicilio y María Pía se fue.
De tal forma, se dirigió al departamento de una de sus compañeras de trabajo. Realizaron allí los últimos retoques en sus cuerpos, en sus rostros. Bebieron de extrañas botellas una suerte de líquido que portaba un color radiante. Rieron, fumaron, bailaron entre ellas con la música de la moda. María Pía puso un poco de rubor en sus pómulos redondos y fue sorprendida cuando, al irse, le dieron una petaca sin tapa para ir disfrutando en el camino.
Ahora en el taxi, se siente irresistible. El taxista la mira por el retrovisor y le comparte un guiño sordo. Ella esconde su sonrisa entre sus hombros. No le gusta el taxista que bien podría ser su tío o su padre pero le gusta gustar, eso le hace bien. Las amigas gritan agudamente, miran chicos que pasan con autos de lujos, musculosos, con remeras casi pintadas en sus cuerpos y camisas de colores burlones.
Llegan a su destino y notan que es un tanto tarde para continuar en un bar, por ello deciden directamente ir al boliche. Una de las compañeras de María Pía conoce al encargado de la entrada. No hacen fila e ingresan divertidas por la puerta grande del recinto, secundadas por la atenta y frustrada mirada de aquellos que esperan y exasperan por entrar.
María Pía ríe y camina al ritmo de la música. Sus tetas danzan deliciosas y entrecierra sus ojos con toda sensualidad. Hasta que observa, hasta que mira detenidamente.
Cientos de jovencitas, miles de ellas, con vestidos apretados, con piernas eternas, con bustos prominentes, dispuestas a todo, paradas sobre los parlantes, sobre tarimas, acodadas en la barra, ingresando y saliendo del baño, frotándose contra hombres indiferentes que saben que pueden elegir entre otras más jóvenes y más predispuestas. Y se abruma. Casi nadie la mira, no la notan. La boca se le contrae y la saliva se le torna amarga. Sus compañeras están en el guardarropa a punto de dejar sus abrigos.
María Pía ya no baila, ya no camina. Mira que nadie la mira. Y esconde su tristeza entre sus hombros.

9 comentarios:

  1. Ariel, un tipo normal, 1.70, con ciertas cualidades estéticas aceptables, 33 años, separado, también decidió salir a oxigenarse, después de pasar 6 meses en El Impenetrable chaqueño, colaborando con una ONG internacional para construir casas, pozos de agua, instalar techos solares, en una comunidad "originaria" le dieron un sentido a su vida, pero ahora necesita otra cosa. Hace una hora que está en un boliche ruidoso, lleno de aromas y gente. Hace una hora que ve desfilar a un montón de mujeres, semi diosas, que apenas parecieran advertir su presencia, finalmente le pregunta a la novia de un amigo porqué no le dan bola, y la amiga le responde casi en tono de reproche: "Es que tenés cara de bueno". Abrazo!!

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    1. "Pero ahora necesita otra cosa". Pero qué genialidad, qué genialidad. Una vez hablaba con una señorita que afirmaba que yo era todo un partido: sensible, semiculto, expresivo, interesante, todos calificativos que puede tener un televisor. En aquella ocasión, le respondí que las mujeres prefieren a los "tipos malos" o los a.torrantes.
      ¡Un fuerte abrazo!

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  2. Bueno una genialidad me parece por ej. no sé, la invención del teléfono, la 9º Sinfonía, el gol de Diego contra los ingleses, pero se agradece igual...Y sí, recién cuando tienen 35 años, solteras, separadas, con o sin pibes, es como que comienzan a ver al "Homus Televisivus" con ojos más benignos y si es un plasma mejor...:-) Abrazo!!

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    1. La genialidad debe ser apreciada en lo cotidiano. Sí, esas cosas que se inventan una vez, son históricas, leyendas. Pero deprecia al tipo que aparece con el bocado justo, con la acotación precisa, con el invento oportuno.
      Y sí, tenía treinta y algo aquella. Con el caballo cansado, cualquiera se acerca al LCD o plasma.
      ¡Un abrazo!

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    2. Pucha, no Soy Leyenda...Con respecto a las treintiañeras, tal vez bajen sus expectativas, pero debo admitir que no tanto como para verme siquiera como un ByN de 14". Debo estar en categoría: Modular BGH...Tal vez a alguna que coleccione cosas retro...:-)

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    3. Mi abuelo supo decir, en cierto momento, en cierta circunstancia, algo como: "No se me amilane, compañero. No se me amilane".
      ¡Fuerte abrazo!

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  3. Buena charla de hombres!...Con permiso entonces... Pensaba en que sì es verdad que muchas mujeres van/vamos (voy en via de curarme) detrás de la figurita dificil, y como siempre busco explicación concluyo en que tiene que ver con la continuidad edìpica...suena horrible pero no encuentro otra boluda razón para hacerlo.
    Es hacerse grande y asumir responsabilidades sobre nuestro bienestar...

    No me maten!

    Besos a los dos.

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    1. Ah ah, ¿cómo es eso de la continuidad edipica? Me interesa y no es una boluda razón. Hace poco leí Maldición eterna a quien lea estas páginas de Puig y hay una tratativa edipica en un hombre de unos cuarenta años que está genial.
      Hacerse grande. Qué raro que suena.
      Besos y gracias por pasar.

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    2. Charla de hombres? Si sólo estamos hablando de televisores - Que siga la cura...:-)

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