domingo, 8 de septiembre de 2013

Antes de endulzar tu café

- Yo lo vi, patrón, yo lo vi. – emitió, agitado, Braulio. Tenía la boina azul gastada y cubierta de polvo que no se podía diferenciar si era del bagazo o de la tierra que se sucedía en el viento. El pantalón que él consideraba nuevo, pero que había pasado por dos peones más anteriormente, tenía las rodillas emparchadas y la parte de las botamangas gastadas del roce con el suelo. Le quedaba chico y sus tobillos desnudos se mostraban tímidos, curtidos por las inclemencias del clima, al igual que sus manos callosas y sucias y cansadas. – Yo lo vi, patrón, gritó mucho y después no gritó más, patrón. – y los ojos de Braulio brillaban en lágrimas. Señalaba, en la desesperación, un lugar, un norte, donde dijo haber visto algo que le llamó la atención. No podía precisar la distancia o alguna referencia por la conmoción del momento.
El patrón se encontraba frente a Braulio, entornando los ojos para divisar la dirección señalada. Colocó su mano derecha como visera para aclarar la vista mientras que su mano izquierda descansaba en el bolsillo de su nueva bombacha de campo. Miró para otra dirección, giró la cabeza, miró al piso y revolvió la dentadura y la lengua para lanzar un escupitajo indiferente. Se colocó un escarbadientes que sacó del bolsillo derecho del pantalón y comenzó a moverlo, ayudado por su lengua seca y rasposa. No emitía sonidos. Braulio continuaba agitado, había corrido tanto que no se dio cuenta que perdió una pulsera de hilos que su esposa le había confeccionado. Gotas de sudor brotaban desde la boina azul de Braulio, gotas secas, sucias de tierra y bagazo.
- Yo lo vi, patrón. Él desapareció, Marcelino desapareció. – dijo al patrón mientras yacía encorvado, apoyado sobre sus muslos para recuperar el aire. Su voz se aclaraba y no se animaba a escupir frente al patrón.
- Y, escúchame vos, Braulito. – el patrón no lo miraba a Braulio, simplemente estaba parado junto a él, mirando para cualquier otro punto de fuga, con ambas manos en los bolsillos, con las piernas separadas, cómodo, seguro, el pecho sobresaliente - ¿Vos qué viste precisamente, Braulito?
- No lo sé, patrón – contestó, temblando. Ahora la agitación y el cansancio eran cuestiones secundarias. Ahora el miedo a un reto del patrón se volvía patente, una cuestión real. Quizás lo dejaría sin vales para cambiar en la proveeduría o lo mandaría a hacer el trabajo pesado que hacían los nuevos negros que tenían que dormir parados, hacinados, en una pieza que llamaban “rancho”. – Yo escuché el ruido, patrón, algo que se movía entre las cañas. Y vi que algo que agitaba, patrón. Y Marcelino, patrón, Marcelino. ¿Vamos a ir a buscarlo? ¿Qué le decimos a su familia, patrón? Usted sabe, patrón, Marcelino tuvo una hija hace poco, patrón, y cómo la quiere, usted vio cómo la quiere, patrón.
- No sé, Braulito, no sé. Vos quédate tranquilo que ya hablaremos con la familia. No sé si mandar a que lo busquen, Braulito. Por eso quiero saber, qué pasó, qué viste. ¿Acaso no fue…? – y por primera vez el patrón miró a Braulio para descifrar la expresión en el rostro mientras formulaba la continuación de la pregunta suspendida.
Braulio dudó. No estaba seguro de lo que vio. O sí. Vio a Marcelino desaparecer entre el cañaveral. Escuchó que gritó fuerte pero por sólo segundos. Y luego recordó que estuvo corriendo, que ya no tenía la pulsera hecha de hilos. Braulio tuvo miedo de no saber la respuesta, de no acertar con lo que se quería oír porque, en verdad, el no sabía nada.
- No sé, patrón. Perdóneme que me ponga así. – Braulio largó lágrimas que brotaban como un manantial. Braulio jamás había visto un manantial, el norte argentino, donde el se encontraba, era muy árido, muy seco, el río era como un mar para él. – Es que usted sabe, patrón, lo que ha estado pasado estos últimos tiempos. Sí, para mí fue él. Fue El Familiar, patrón. – y Braulio respiró hondo para meter hacia sus adentros las mucosidades que pendían de su troncosa nariz.
- Sí, me lo temía, El Familiar. Hiciste bien en correr, Braulito. – y el patrón lo palmeo en el lomo cansado y lastimado – Hiciste bien en correr.
- ¿No lo van a buscar, patrón? Yo voy si usted me lo pide, patrón. Yo lo quiero mucho a Marcelino. Y acaba de tener una nena que él quiere mucho, patrón. – los argumentos de Braulio comenzaban a repetirse, a ser menos.
- Braulio, Braulito. Vos sabes cómo son las cosas. No puedo arriesgar a más gente. El Familiar no perdona. Vos bien viste que Marcelino no estaba portándose bien, que estaba muy rebelde. Y eso, El Familiar lo huele, lo sabe. Hay que ser bueno, Braulito, hay que trabajar y dejarse de joder. Así que anda, anda a seguir con las cañas y déjate de joder. – dijo, serio, el patrón.
Y Braulio corrió nuevamente dejando su presencia, su olor, mezcla de traspiración con tierra y bagazo. El patrón se cruzó de brazos y miró la dirección que señaló Braulio por unos instantes. Por detrás, el vehículo de la policía se acercaba levantando polvo. El patrón volteó al momento que el sargento descendía del automóvil, riendo y haciendo muecas de borracheras.
- Ya está, patrón. – dijo el sargento. – Ya está lo que pidió. ¿Se le ofrece algo más? – y se paró cerca del patrón.
- No, sargento, no. Está bien. Usted vaya. Y cuide ese vehículo. Es el segundo que les proveo en el año. No se abusen. – remarcó el patrón a medida que ensayaba un gesto con el rostro indicando que se podían retirar.
La policía provincial se fue al destacamento que tenía dentro del predio del ingenio. El patrón volvió a su oficina y verificó las ventas por concretar. Había buena cosecha y la mano de obra si bien era rebelde, era efectiva. Plata dulce, se dijo a sí mismo, plata dulce. Y rió por lo sarcástico de su propio comentario.
Eran las cinco de la tarde y ya estaba por irse. Su esposa lo esperaría para tomar lección a los hijos acerca de conocimientos generales.
Eran las cinco de la tarde y Delfina se reunió con María en la casa de la primera. Es la hora del té y las dos, divertidas, se encontraban actualizándose acerca de las novedades del barrio, de quién se iba a casar con quién, de quién se iría de viaje y así. En el vaivén de la comunicación, María, despistada, empujó el jarrón con azúcar mientras intentaba endulzar su bebida. De tal forma, el jarrón se hizo añicos contra el piso, con tal suerte que un pequeño trozó ha cortado un poco el desnudo y suave tobillo de María, derramando sangre por sobre la azúcar desperdigada. Ambas rieron por el incidente. Delfina le dijo a María que no se preocupe, que la mucama limpiaría a la brevedad. Asimismo, le indica que debería colocarse azúcar por sobre su herida. Le afirma que la azúcar cicatrizará sobre la sangre.


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Marx, en algún punto, habló sobre el fetichismo de las mercancías. Básicamente, señalaba la posibilidad y, aún más, el hecho que el consumidor pierde noción acerca de lo que consume. Es decir, no denota el trabajo atrás del producto, como si el mismo surgiera espontáneamente. De tal forma, ya no habría relación entre personas sino que los productos ocuparían a las personas.

7 comentarios:

  1. Vamos por parte, al leer la reseña pensé en la monopolización del poder, la ignorancia y el hambre en el que se somete a la mano de obra que hay tras un producto para que sea muy barata. El estado, mientras exista, es responsable.
    Recordé el sinsabor con el que volví de Catamarca donde el Sr. Feudal, no me animo a decir "El familiar", es el Estado. Un ingenio bastante tirano que también se vale de la ignorancia del pueblo y de ciertos temores.
    En cuanto al cuento, que decirte, llegué al final de un saque, entretenida y ávida por saber de que se trataba.
    En algunos lugares la rápida cicatrización no se logra con azúcar sino con algunos billetes.

    Me gustó Che!

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    1. Lo que sucede es que, por esas zonas, el Estado es el Ingenio, el mismo dueño, el mismo hacedor de leyes, aquel que dice lo que está bien y lo que está mal. Y el Estado, no sólo el nacional, es responsable pero por ser la primera ventanilla de queja. El Estado es funcional a los intereses económicos y he ahí la cuestión a protestar pero implicaría derrumbar arquetipos de orden del día.
      Me alegra que te hayas quedado enganchada y lo hayas leído. Y, lo que no es menos, comentado.
      Me gustó que te guste.
      Abrazo.

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  2. No se si atreverme a decir que fue el mejor cuento que te leí. No digo escribiste, porque tal vez no leí todos. Es más, es muy probable. No se por dónde empezar a describir mi complacencia con la narración. Obviamente es algo que es más familiar para un argento, que sabe o intuye lo que podría haber sucedido en Ledesma o en La Esperanza donde la familia Leach, que suena igual a Leech y que su traducción al castellano significa sanguijuela hayan endulzado su sangre con mucha azúcar. Es curioso que la caña de azúcar tenga tanto ribetes distintos. Fíjese que si la corta bien, puede generar una lanza bastante eficaz. La plata mal habida nunca es dulce, es más ni siquiera la bien habida, sólo hace falta chupar una moneda por ej. y ver qué gusto tiene. Pero el peso más amargo siempre será mejor que un vale de esclavitud. En fin, me lo llevo. Aunque éste a decir verdad, también lo copio y guardo en word por si acaso también. Jódase, como todavía no publica bánquese el robo - y si no le gusta, llámelo al Familiar. Abrazo!

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  3. Si bien esto atenta contra mi futura prosperidad (es decir cuando publique la versión plagiada de sus cuentos) le recomiendo se comunique por ej con La Novia que tiene un sistema de protección de contenido muy eficaz. Yo al menos aviso, pero me pregunto si no será víctima de personas menos escrupulosas que yo. Abrazo renegado!

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    1. Buento, Ato, muchas gracias. Hice lo que pude pero algo más o menos salió. Esperemos seguir en la misma senda. Y lleve no más, están para eso (en parte, no sea que cualquiera venga a llevarse así porque sí). Y lo de la caña de azúcar es cierto. Es un "arma" de doble filo. Y es increíble todo lo que moviliza (así como cualquier cultivo) y todo lo que vamos no sabiendo al respecto. No sabía lo de la familia Leach, voy a averiguar, desde ya me resulta interesante la traducción como sandijuela de su apellido. También algo parecido pasó con Patrón Costas que era llamado "el patrón Costas" como si el apellido mismo ya sea porte de toda la vida como patrón.
      Por otro lado, está copiado en un word, los empecé a hacer ahí y guardarlos aparte. Ya estaré haciendo el back up correspondiente y le preguntaré a La Novia qué herramienta es la que tiene. Te agradezco el dato.
      ¡Fuerte dulce abrazo!

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    2. Conocí a una Patrón Costas en Salta o en Tucumán, no recuerdo bien - Una concheta imbancable - Encima bagarto, pero como iba por cuestiones de laburo, fui muy cortés - Otros tiempos :-) Y haga el back up nomás. En cualquier momento lo designamos como Embajador de las Letras de la Isla Maciel...:-)

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