domingo, 6 de octubre de 2013

Click

Detuvo el auto, pisando la senda peatonal. El semáforo, de un súbito rojo, le impedía el paso.
En el reflejo de sus lentes de marca, vidriados, ennegrecidos, se sucedían las imágenes de la triste derrota: colectivos atisbados de gente, autos con música celta a todo volumen, adolescentes que piensan que el colegio jamás se acabará, mamelucos azules que no saben qué día es, otra gente corriendo entre autos, camiones y colectivos para tomar algún medio de transporte. Los lentes, además, ocultaban las ojeras de una noche más. Noche rellena de peleas con su novio por los mismos temas de siempre. Ojeras de haber cogido por inercia pura, para ver si podía sentir algo; algo que ya sólo es un recuerdo en la sinsabor rutina.
También estaba el peso en los hombros. La tensión constante tal si dos rinocerontes alzados estuvieran apostados en sus deltoides, en el trapecio, en la cervical, en los discos de su columna que se apretan cada vez más como dientes que rechinan de furia. De la furia que sintió esa misma mañana al hablar con su madre y que la misma le recordó que estaba muy flaca, que debía comer, que ya no tenía tetas y que el culo estaba flojo, que se cuide, que se quiera, que tenga un buen día.
El semáforo se volvió eterno, recubierto de esa pausa melancólica que es común en los barcos que están por zarpar, de pañuelos agitándose. El gesto amargo que se sellaba y retroalimentaba en la comisura de sus labios, se complementaba con la presión  que ejercía sobre el volante del automóvil.
Por azar del juego de la radio, comenzó a sonar una canción que creyó haber olvidado. Una canción de la adolescencia, donde la preocupación era que el chico que le gustaba la mire y tener la pollera del colegio sugerente también.
Comenzó a aflojar los falanges y a seguir el ritmo con golpecitos de las terminaciones de sus dedos. Luego, tomó un cigarrillo y arrojó la caja sobre el asiento del acompañante. Encendió el cilindro con el encendedor del coche a medida que mecía su cabeza con la melodía de la canción.
Inhaló todo humo, espeso, blanco, penetrante. Su pecho se cubrió de calor. Los senos prominentes se erizaron y podían llevarse por delante a todo el mundo. La deliciosa sonrisa lentamente se erigió en la montaña de sus pómulos.
Exhaló humo hasta que sólo quedó el aliento desprendiéndose de la humedad de la boca.
Luego, no sucedió más nada. El semáforo cambió, prosiguió por el camino, un embotellamiento, malas noticias en las radios, las caras arrancadas de los sueños, el agrio café de la oficina, las adolescentes que desparraman todas sus risas por las veredas de la ciudad.
De un tiempo para acá , viene no sucediendo nada.

4 comentarios:

  1. Una de dos, o cambia su vida o cambia su cabeza. Sino le puede pasar como a Racing, que piensa que cambiando de Presidente o de DT cambiará el equipo. Podría estar hablando del personaje del cuento. Abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Quién dijo que ya no ha cambiado?
      He ahí la cuestión.
      Le dejo un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. "De un tiempo para acá, viene no sucediendo nada..." Excelente, Die!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En la brevedad de su comentario es que, bueno, encuentro una suerte de confort. No sé si habla tan bien de usted como tan mal de mí.
      Muchas gracias.

      Eliminar