miércoles, 20 de noviembre de 2013

Para que no te olvides

Su boca se colmaba de aliento caliente, de rincones húmedamente secos y labios quebradizos. El aire frio y erotizante del melancólico otoño, conducía a su cuerpo al apuroso escondite entre los hombros. Las manos ocultas en los bolsillos del sobretodo, sudaban nerviosas, retorciéndose en sí mismas como serpientes que se acurrucan por sobre su mismo cuerpo. Contenía lágrimas, claro, en las comisuras de sus ojos limpios y extraviados, los cuales divagaban, aún, en rededor de la escena que no lograba comprender.
Sus zapatos lustrados se sucedían en el cementerio de hojas secas, improvisado en la vereda de baldosas rotas y sueltas. El bolsillo trasero de su pantalón negro retenía las palabras dispersas a modo de ayuda memoria que había volcado, esperanzado, en las líneas cuadriculadas del papel. De pronto, su propio suspiro lo hizo estremecer. Detuvo su andar en la ochava inusual que es Buenos Aires. Bien podría estar en París, en Roma, en Cuzco, en Pekín, pensó, bien podría ser alguien más, terminó por lamentarse.
Se sintió perdido, algo tosco para memorizar nombre de calles y saberse plenamente ubicado. Siempre pensó que Buenos Aires o la vida, bien valen lo mismo, se limitan a ser lo que uno sólo alcanza a ver. El resto, lo lejano, es sólo una repetición constante de aquello que uno hace, como góndolas de supermercados atiborradas de un mismo producto una y otra vez. Ahogó un bostezo con la mano derecha, obedeciendo más a un acto de llamarse a silencio previendo un insulto al aire que a esconder la gesticulación del sueño.
Primitivo, pensó. Si tan sólo hubiera sido primitivo y menos entendedor, otra sería la historia, se debatía en el fuero interno. Antes el hombre se hacía respetar y era la mujer quien humedecía los pañuelos y suplicaba por afecto a la mirada esquiva, se consolaba. Acalló sus explicaciones cuando notó que ya se encontraba sentado en la mesa, revolviendo un pocillo de café, mirando por el ventanal que daba a Avenida San Juan, sorprendido entre no saber qué sucedió de un instante a otro. Aún conservaba el sobretodo cuando se percató que le molestaba por el calor, la restricción de movimientos. Nuevamente pensó en ella, en su mirada breve y abstracta como extraída del periodo azul de Monet. Pensó e imprimió dolor sobre sí al cerrar fuertemente los parpados, buscando recordar más y queriendo sentirla cerca. Finalmente, dejó caer su cabeza sobre la palma de la mano izquierda que ofició como sostén. Se sintió cansado, la viste le ardía indiferente. Soltó, impaciente, un suspiro que contenía un deseo: “quizás en el paraíso ella sí este conmigo”. Pidió la cuenta, dejó propina.
Ganó la puerta y la calle sólo para recordar que  olvidaba el sobretodo. Sin embargo, antes de amagar un intento de reingresar, se detuvo aguardando un escalofrío producto del viento y del frío que no jamás llegó. Extrañado, giro su vista por el lugar y notó un clima templado, de árboles frondosos, coloreados de un verde que jamás pensó que existía. Mientras deambulaba, un pequeño perro amorronado y regordete, jugueteaba con los cordones de sus zapatos. Al momento de querer echarlo, una suerte de calor en el pecho se hizo presente: era Duncan, su entrañable perro de la infancia. No podía dar crédito a lo que veía.
Siguió caminando, olvidado de todo lo anterior, para encontrarse con amigos de la niñez donde él mismo también podía ser niño y jugar a la escondida, a la rayuela, a las bolitas y a las tantas aventuras que se crean a cada instante cuando todo es nuevo. Más luego, esperaba por él su familia, en una amplia mesa dispuesta en el jardín de una casa que, bien podría jurar, era la casa de sus abuelos donde tan feliz supo ser. Pidió que lo aguarden, un instante más, que iría a verificar algo y que pronto volvería. Su familia, alzando las manos, lo saludaban, dichosos y en espera a su retorno. Se topó con sus ídolos, con jugadores de fútbol, escritores, músicos, pintores y profesores del colegio que aún recordaban su nombre. No entendía cómo podría estar pasando todo ello pero bien sabía que otra explicación no podría existir: se encontraba en el Paraíso.
Finalmente, la hipótesis era certera. Estaba ella, en una esquina, precisamente una ochava. La mirada que tanto le gustaba se encontraba entumecida, turbia, nerviosa y esquiva. Cuando corrió para tomarla entre sus brazos, ella rechazó el abrazo y quedó triste frente a él.
De pronto, todo lo recorrido hasta allí, se derrumbó ante la negativa. Era inconcebible, era el Paraíso y ella no lo abrazaba. Se sintió estafado, Dios, otra vez estafado. En sí, murmuró, todo es distante, todo es una suave sucesión de amargura, ¿por qué no me abrazas?
Ella atinó a acomodarse el pelo y relamerse los labios, con la mirada en otro punto, en otro lado, como esperando a alguien o algo. Es el Paraíso, sí, dijo ella, pero también es el mío y a quien quiero y espero, está aguardando y queriendo a alguien más, desafortunadamente. Lo siento, concluyó en su retirada, al parar un taxi y al dejarlo acongojado en la ochava.
Dubitativo, pensó en volver al café a buscar su abrigo y quizás salir por otra puerta, ver otros destinos. Sin embargo, decidió, por último, no salir de su casa. Leyó nuevamente la hoja cuadriculada con palabras sueltas a modo de ayuda memoria que acababa de escribir. Ella quizás ni aparecería a la cita, el frío otoñal era de temer. 
Se apenó, sí, pero la pena era suya. Por fin tenía algo propio en este mundo repleto de hipotecas.

4 comentarios:

  1. Alegrado de verlo por aquí de nuevo. Temía que tanta melancolía finalmente lo hubiese terminado convirtiendo en un personaje de sus cuentos. Leyendo su enorme entrada con el fondo de Firth of Fifth de Genesis y ahora, mientras escribo, escuchando I know What I like. Cosa que tiene que ver con su "Siempre pensó que Buenos Aires o la vida, bien valen lo mismo, se limitan a ser lo que uno sólo alcanza a ver" Hace un tiempo escuchando la radio entrevistaban a un inglés, radicado en la Argeentian, "porque conoció una argentina" (obvio) que escribió un libro sobre el recorrido de los colectivos y sus vivencias. Un inglés escribiendo sobre el colectivo argentino...Si uno ve la vida chiquita, se queda en el microcentro, se pierde lo más grande, lo que excede inclusive a la General Paz. ¿Me entiende amigo? Y ya que estamos, el periodo Azul es de Picasso. Debía aclarárselo por si su futuro editor no lo sabe. Abrazo grande y haga una lista en una hoja más grande.

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  2. Pues tienes razón, el período azul es de Pablo. Sin embargo, dejo la entrada así para que perdure el error. Como ultima pulseada, digo que en verdad estaba pensando en los nenúfares de Monet y he allí el error.
    Por otro lado, ahí hay una cuestión a libre interpretación: "Siempre pensó que Buenos Aires o la vida, bien valen lo mismo, se limitan a ser lo que uno sólo alcanza a ver", es decir, ¿cuánto llegamos a ver?
    Le regalo otro abrazo.

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  3. Respuestas
    1. Diana,
      Sería un facilismo responder "Como la vida misma". Pero convengamos que es como cualquier domingo, como cualquier recuerdo.
      Un abrazo para usted.

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