sábado, 11 de julio de 2015

Te he hecho de menos

Te echo de menos.
No hice el duelo, no te lloré.
¿Qué sonidos habrán encantado
a tus oídos, a tus odios,
para que dances de esa forma?
De esas formas.
Sutiles, imperceptibles movimientos
que nunca pensé en observarte.
Sé de mi tendencia quijotiana, 
de querer ser Emilio Gauna,
el joven Werther,
el pescador sin la balsa
o
la misma cicuta.
Soy tan impredeciblemente
previsible.
Mis pasos están marcados
con la tiza de los pizarrones
de cuando eramos tan 
solo niños,
la misma que marcó
el destino,
las baldosas de rayuelas,
la misma que supo
dividir
entre
cielo,
entre
infiernos.
Pequé de inocencias,
de una basta falsa seguridad.
Te creía mía, como las arenas del mar.
Todo fue un fetichismo,
sólo un disfraz.
Fue guardarte como un
rayito de sol,
en una caja de fósforos,
en esta inmensa y obstinada
oscuridad.
Tan fútil como el aire
en las praderas.
Dulces mesetas verdes,
ahogándose en ternuras,
ternuras cómplices.
Pequeño paraíso terrenal,
el cielo llora porque
no te puede guardar.
Llorar. Suspiros.
Recuerdos de las noches,
de todas las noches
que en verdad fueron,
de todos los días
que en verdad fueron,
del sabor a la realidad,
el palpito de todos,
todos
los sueños juntos.
Con el mismo viento que te roza
una y otra vez,
en diferentes carnavales
de payasos
pintados de caras tristes,
de melancólicas sonrisas,
de alegres llantos.
No fui el mejor,
nunca pretendí serlo.
Autosabotearme fue
lo mejor que
supe hacernos.
Qué marchitas se ven
las horas,
las fotos se vuelen
amarillas
y
se desgranan
todas las células
de lo que alguna vez fui,
que fuimos.
Ocupa tanto lugar
todo este espacio
vacío.

4 comentarios:

  1. Gracias. Debo confesar que a mi también. Le regalo lo siguiente, lleve que es gratis. Ahí va.
    Un hombre se sienta todas las tardes en un bar de avenida san juan al 2300 y pide dos cafés cortados. Sólo bebe uno, ojea el diario y se concentra en la nada que se mueve luego del ventanal. Buenos Aires, el gris, las caderas de las jovencitas. Y se sucede el tiempo y el hombre pide los cafés, etcétera, etcétera. Y por la repetición de los ritos, que adquieren familiaridad como las panteras que irrumpen en los templos y beben de las aguas sagradas, un mozo toma confianza y valor y le pregunta al hombre el porqué de los dos cafés, eso. Y el hombre responde que espera a alguien que nunca vendrá. Y el mozo lo retruca diciendo que no tiene razón de ser si el sabe que nunca vendrá. Pero el hombre cierra las puertas del reino sentenciando que las esperanzas siempre siguen apareciendo y se hace imposible estar quieto con toda esa ilusión amasijandose en el cuenco del pecho.

    Llevalo con vos, y te tuteo. Abrazalo de noche, todo va a estar bien.

    Un beso en la frente.

    ResponderEliminar
  2. Amo tus palabras. Lo sabes. Quizás por tus palabras en algún momento yo te haya querido tanto. Si tus actos fueran casi tan hermosos como tus palabras, no lo dudaría un segundo mi amor. Pero las personas no son lo escriben, ni mucho menos lo que dicen. Las personas son lo que hacen. Y debo decirte que lo que hiciste no hizo más que destruirme o entristecerme.
    Todo el mundo conoce el dicho que se cosecha lo que se siembra. Creo que es así. Ojalá este adiós definitivo de la única mujer que quisiste tan desesperadamente y, aun así, no la quisiste en lo absoluto te enseñe a sembrar mejor en el alma de alguna otra mujer que eligas, para después no tener que cosechar el odio o el resentimiento en los albores de tu juventud. Ojalá seas lo suficientemente sabio, y también valiente, como para hacer carne y acto tus palabras, y que su belleza, tu belleza, se replique por tantas palabras como sea necesario, y así puedas saltar a la vida y romper espejos.


    Otro beso en la frente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esto lo cambia todo, dice Klein. Nos conocemos, al parecer. O me conoce. O conoce a alguien que me conoce. En fin, de algo se habla. Y entonces uno se desarticula al responder. Pero sin buscarlo, me pasa a veces, las palabras, las oraciones, las ordenes y las respuestas, se me vienen encima, apiladas, como en esa película Una mente brillante. No, no soy brillante. Bueno, si, en realidad soy fenomenal. Pero a lo que voy, a lo que iba, es que en esa película el personaje ve una luz propia en ciertos números, en ciertas palabras. Acá va lo que vi yo.
      "Las palabras no podían corromperse, no eran cosas. Las palabras eran el origen y el espejo de las cosas" en La fornicacion es un pájaro lúgubre, Abelardo Castillo.
      El título es para ponerse de pie, agitar las manos una contra otra hasta sangrar. Y el cuento también, claro. Y podría dejar la frase allí y cerrar la idea pero siguen unas palabras luego de ese punto que mi reconocida nobleza me obliga a verter en estas empantanadas aguas: "Después crecí". De pie. Ni a dios se le ocurrió algo similar.

      Eliminar