sábado, 30 de enero de 2021

Garúa

A Poty.

Y no me acuerdo bien pero creo nunca me llamaste, no desde que empezó esto de los celulares sin botones y con conexión a internet, las aplicaciones y las jorobas incipientes acompañadas de las tendinitis y la insensibilidad en los dedos meñiques y anulares de la mano derecha de la población. O sí, sí me has llamado antes. Pero primero me mandabas un whatsapp, me preguntabas qué tal, esperabas que respondiera y ahí me decías si podías llamarme, que querías consultar algo o comentarme una cosita, que si sabía yo dónde habías dejado el pañuelo rojo con pintitas blancas que solías llevar a teatro, cuando hacías ese curso de improvisación en el tallercito mal iluminado cerca de la estación. Pero me preguntabas primero si podías llamarme, si podía hablar. Por eso me sorprendió, me cagué todo. Encima justo había puesto el teléfono con audio, yo que lo uso siempre en silencio y, como estaba ocupado, trepado a una silla descolgando algunos cuadros que eran tuyos, una macetita color marrón gastado con un cactus que dejó de crecer un día, deliberadamente, como si hubiera dicho 'hasta acá, y que todos me chupen un huevo si no les gusta', que estaba acomodado al lado de una taza, de esas tazas grandes para el café con leche, que se rompió un domingo a la tarde, en otoño, ¿te acordas?, y que rellenaste con tierra y pusiste una de esas plantas, cómo se llaman, esas que están ahí y a veces ni las notas, que no crecen ni decrecen, están ahí, las suculentas, esas. Entonces puse el teléfono con sonido porque no sé, algo me dijo que tenía que hacerlo y ahí escuché que llamaban pero no pensé que ibas a ser vos. Y me cagué todo. ¿Qué pasó?, pensé. Tu vieja, me imaginé. Algo le pasó a tu vieja, que está grande, que no se queda quieta. Hola, ¿cómo estás?, bien y vos, bien, todo en orden. Bueno, disculpa que te llame así pero quería hablar con vos, ¿che está todo bien? ¿pasó algo?, yo estaba duro duro, sentía las cervicales que se ponían tensas, como uniéndose en un solo hueso, a la mierda los discos intervertebrales. No, no, todo bien, quedate tranquilo, pero podés hablar. Sí, sí, decime, qué pasó. No, nada, ¿vas a andar por casa mañana? Si, si, en eso habíamos quedado, ya compré las cosas y justo estaba juntando unos cuadros que eran tuyos, te los llevo. ¿Cuáles cuadros? Uno que habías pintado, el del atardecer, ¿te acordas? Después te llevo también el de la foto de Paez Vilaró. Ah, bueno, dale, dale, entonces te espero mañana. Si, quedate tranqui, mañana nos vemos. Bueno. 

Y desde esa tarde hasta la tarde siguiente, quedé anulado. Nadie llama por llamar, pensaba. Si ya estaba hablado que iba a ir, que te iba a llevar los cuadros y las otras cosas. Era raro, al menos. La concha de su madre, pensé. Encima tengo esa mierda que se me pegan las dudas y hasta que no se resuelven, no les dejo de dar vueltas y vueltas, que también me pasa lo mismo cuando me quiero acordar de un jugador del Newells previo a ser campeón con Bielsa, o recordar los partidos que jugó Diego con la Lepra y me quedo pensando, mirando a la nada, como en pausa, así como en el cuento ese de Fontanarrosa, que copió descaradamente el gordo aquel de Mercedes, El ocho era Moacyr. Qué cuentazo. Bueno, qué carajos está pasando, pensaba. Si hasta llegué al peaje en la moto y quise pagar cuando las barreras estaban levantadas.

Y bueno, cómo estuvo el viaje. Bien, te respondí, no había nadie en la ruta. Ah, qué bueno, qué bien, y miraste al piso de lado, inclinando ligeramente tu cabeza hacia la derecha. ¿Tomas mate?. Si, claro que tomo mate, dije y esperaba que soltaras lo que tenías para largar. Y me hablabas de espalda, cebando los mates desde la pava que estaba a fuego despacito. Que las cosas iban bien, que había sido difícil en un principio pero que bueno uno se adapta, que las cosas son malas o buenas porque son novedad que después uno se acomoda. ¿Estás con alguien más?, te interrumpí. Y apoyaste las dos manos morochas en la mesada fría y te encogiste de hombros. Está bien, eh, no le des vueltas, sabíamos que esto nos iba a pasar alguna vez, empecé a hablar. Que está bien que te dieras la oportunidad, que si, que mientras estés bien, todo va a estar bien, que ya vamos a ver cómo hacemos con el trabajo, el negocio, pero que si hay que darle para adelante, hay que darle para adelante, otra no queda. Estoy embarazada, dijiste aún de espaldas.

Y que bueno, que vos querías preguntarme si me molestaría que, en caso de ser varón, le pudieras poner el nombre de mi viejo, Guille, Guillermo, que también podría funcionar para nena pero no sabías, que lo sentías varoncito. Y que querías que se llamara así porque veías en mi viejo cosas que te hubiera gustado de tu papá, que estuvo ausente tanto tiempo rebuscando la vida en el barrio Sur de Montevideo, pateando candombe y tomando cerveza caliente en las calles húmedas del puerto. Que veías en papá esa dureza con los hijos que le había puesto la vida, esa distancia, las pocas palabras y la cara de culo, pero con el amor en los ojos, que los grandes pueden empezar a transmitir cuando van ganando tregua y pueden bajar un poco la guardia como en el doceavo y último round cuando los boxeadores, ya cansados, saben que no se van a pegar más y esperan por los puntos y la decisión de los jueces, y pueden bajar la guardia un poco, los hombros cansados y tensos de cubrir tantos pero tantos golpes. Que eso te trasmitía el viejo, que era todo amor con los nietos, quizás como revancha de lo que no pudo ser con los hijos pero que sentía lo mismo con nosotros, dijiste, que vos lo veías cuando se sienta en la punta de la mesa y no empieza a comer hasta que todo el resto lo haga y que primero sirve vino a los demás antes de tomar él. O cuando toma mate, también, que empieza por comerse las facturas que nadie quiere como esas que tienen membrillo y son de hojaldre, que es preferible masticar una lechuga con el mate antes que eso, pero que él lo hace para dejarle las medialunas o las de crema pastelera para mi vieja o para los nietos. Que me entenderías si te decía que no pero bueno, que la culpa fue de los dos también, que dijimos de no tener hijos y nunca más hablamos de eso y habían pasado como diez años de la última vez que charlamos del tema, que vos tenías mucho para dar aún.

Y me puse a mirar por la ventana con la mano izquierda sobre la boca y la pera, apretando los labios contra los nudillos. Garúa, dije. Y pensé automáticamente en el tango del Polaco y en esa frase que siempre me gustó decir 'El tango te espera'. Seguido se me vinieron todas esas cosas que van a ocurrir de inmediato o en veinte años y te van esperando. Uno se acerca, poco a poquito, pero indefectiblemente se te vienen encima, estemos preparados o no.

Y si, garúa, dijiste, estaba anunciado que iba a llover. En verano a veces llueve y refresca, viste. La cagada es cuando sale el sol después, la humedad y los mosquitos que rebrotan con todo, ¿no?, continuaste. Creo que voy a irme, te dije. Y me fui tocando tu panza llena de nada aún, que luego iría hinchándose a medida que pasara el tiempo, pensando que nadie llama porque si.

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