viernes, 12 de octubre de 2012

Para la ocasión

Jorge tenía la costumbre, el sano hábito de leer, de darse un tiempo para la lectura narrativa, fantástica. Si bien no tenía el tiempo que quisiera para hacerlo, se conformaba con los pequeños espacios que el devenir diario le permitían para darse el gusto. Jorge estudiaba en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA para ahondar en conocimientos de, justamente, filosofía. Le gustaba, le interesaba las temáticas del estructuralismo o, mejor, del postestructuralismo y esos pequeños pellizcos al alma que hacían los existencialistas también. De todas maneras, no sería justo comentar que Jorge dudó en varias oportunidades en cambiarse de banco, de aula, de materia y de carrera para poder leer literatura, cualquiera, pero leer algo que le permitiera hacer de su vida un gran espacio, en vez de pequeño, para darse el gusto de leer.  Pero Jorge tenía su meta en conseguir la licenciatura en filosofía para poder, luego, enseñar, despertar en otros el idealismo, darle un empujón al motor del pensamiento, del sentimiento de los demás.
En una noche de invierno, entre otoño e invierno, donde comienzan a desplegarse mantos de hojas secas en las veredas y el viento sopla suave y constante, Jorge realizaba el mismo camino habitual desde la parada del colectivo hacia la facultad. Volvía de trabajar. Había conseguido un empleo en un correo privado el cual, últimamente, le estaba demandando mucho trabajo por supuestas futuras reestructuraciones. Internamente, se rumoreaba una especie de avance en la concreción de ciertas licitaciones y facilidades, lo cual le ahorraría a la compañía cientos de miles de pesos. De tal forma, se debía preparar el terreno. Jorge renegaba de ello porque, anteriormente, solía destinar su tiempo laboral, también, para leer, para conversar con sus compañeros, etcétera. Entonces, con una suerte de cansancio a cuestas y cubierto por un sobretodo gris con olor a estampillas, llegaba a cursar una de las materias que más le llamaban la atención. Así, ingresó en el edificio, compartió un cigarrillo con unos compañeros afuera del auditorio y, luego de terminado el ritual, se acomodaron para escuchar la clase.
Al momento de sentarse, Jorge eligió el asiento contiguo a una hermosa compañera. Rubia hasta donde la mente podría imaginar y hecha de la dulzura de lo puro, sonreía ruborizada a Jorge cuando éste se disponía a sentarse. María del Carmen y él, Jorge, habían compartido unas suertes de citas y salidas donde los besos rondaban lo glorioso y las charlas eran lamentadas cuando el cansancio físico o los condicionantes de las responsabilidades las interrumpían. Jorge apoyó unos apuntes y, encima de ellos, un cuaderno de hojas gastadas que encerraba una birome eterna. Luego, saludo a María del Carmen con un susurro en el oído que hizo estremecer a la muchacha mientras que sostenía en sus manos un ejemplar de Final del juego de Cortázar. Después de esos segundo que parecieron horas para los dos, Jorge apoyó el libro sobre el resto de las cosas y, a medida que la clase comenzaba, poco a poco recordó sobre Continuidad de los parques y el truco de realismo fantástico que usó Julio para articular las historias. María del Carmen notó que Jorge no estaba prestando atención a la clase de Filosofía contemporánea y sobre una temática interesante. Ese día debían debatir sobre la relación de Heidegger y el nacional socialismo. Así, todo el contexto histórico que se estaba dando se relacionaba de una manera casi somnolienta con lo que Jorge recordaba del cuento. Comenzó por criticar, hacia sus adentros, el uso de la idea trillada de la vertiginosa relación entre dos cuestiones que parecen ser paralelas pero terminan siendo la misma, sobre la continuidad, justamente, de las acciones, de los efectos. Le pareció muy bajo el uso del recurso por tamaño autor. Intermitentemente, con la mirada ausente y golpeando la birome en el cuaderno, escuchaba al profesor referir acerca de la noche de los cuchillos largos y la matanza de ciertos personajes fieles o no al Reich, asesinatos proferidos por las más sucintas desconfianzas. Escuchó, casi sin saberlo, el nombre de Röhm, seguido de algo acerca de la SA, de la promulgación de Heidegger como rector de una universidad, de su afiliación al partido, de los procesos de desaparición de personas, también acerca de la falta de juicio para los detenidos de la Sturmabteilung y sus ejecuciones y gritos en la noche.
Una delicada gota de sudor recorrió la espalda de Jorge, quien había olvidado sacarse el sobretodo. Es feo traspirar cuando hace frío, pensó, y salió del aula para fumar un cigarrillo y prometerse ingresar nuevamente para darle la atención correspondiente a la clase. Ya en el pasillo, solo, repensó acerca del tramado que tejía Cortázar para su historia, los silencios, los pasos, el sillón verde. Esos artículos que son de uno pero que se transfieren y se vinculan con algo más. Cuando terminó su cigarrillo, tomó aire como si fuese la ultima vez que lo haría, y se dispuso a ingresar. Al momento de abrir la puerta, una estampilla de dos pesos, con la figura de un halcón con laureles verdes y portando una espada entre sus garras derechas y una serpiente en la otra, se le calló haciendo lentos giros en el aire hasta aterrizar delante de su zapato izquierdo. Se agachó a tomarla y sonrió al contemplarla. Jorge entró y la clase proseguía abarcando, brevemente, la ideología alemana de tercer reich y el pensamiento de Heidegger. Cuando corrió el banco y se sacó el sobretodo para apoyarlo en el respaldo, Jorge sintió un ligero malestar que María del Carmen notó. La muchacha, llevada por la más linda de las ternuras, apoyó su mano sobre la mano izquierda de él para acariciarla y sonreirle de una manera cómplice.
El profesor divagaba sobre distintos temas y caminaba en círculos mientras, ayudado por un micrófono, daba la clase. De repente, un súbito corte de luz afecto el desarrollo de la currícula pero, de pronto, volvió el servicio a la normalidad. Jorge aprovechó el breve intervalo de oscuridad para besar a María del Carmen y decirle que la quería. Desde la calle provenían ciertos ruidos molestos, de autos y camionetas que tocaban bocinas y frenaban desenfrenadamente. Algunos se extrañaron por esa situación, ya que en ciertos lapsos el ruido era demasiado vigoroso, pensando que a esa hora de la noche y bajo esa situación climática no era posible tamaño alboroto de tráfico y corridas. El profesor retomó el asunto facilitando el cómo las SS acuchillaron a las SA en filas que relucían cuchillos ensangrentados, afilados para la ocasión, bajo sólo una simple orden, con una inocente clave secreta.
Cuando el profesor, quien era judío y la temática le causaba pasión e impotencia, amor y odio, fascinación y repugnancia, se paró un momento para aclarar su voz, cientos de pasos se escuchaban trepar las escaleras, correr por los patios y el primer grito se escuchó de una chica que pedía por sus apuntes, los cuales eran pisados por unas botas lustradas para la ocasión. Jorge se alarmó desde su asiento y tomó el libro de Cortázar y lo apretó contra su cintura. De nada le sirvió cuando los militares le pedían que cruzara las manos por detrás de la nuca mientras el cuerpo de soldados formaba una doble fila por todo lo largo de la facultad de Filosofía y Letras, abanicando bastones, bastones largos y botas lustradas para la ocasión.


Imagen de acá

2 comentarios:

  1. Soy yo, o a usted la filosofía lo cachondea? Aún con la Noche de los Bastones Largos se las arregla para meter una mina hot. Nunca un bagarto.
    Y encima estudiante de FyL, que con un mate con bizcochos ya entregan. Andá y ganate una de Marketing, que apenas te besa después de una cena en el Faena. Aguanten las filósofas!!!

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    1. Siempre, Ato, siempre debe de de haber una mina hot. Sino, ¿para qué uno hace todo lo que hace? Y, claro, mucha razón tenes. Más allá de la forma de conquistas, las de FyL no tienen drama alguno, no tenes que estar elegante sport todo el tiempo, sale pancho en plaza Miserere, recitales, etcéteras. Me sumo, ¡Aguanten las filósofas!
      Y, no, por otro lado, no. La filosofía no me calienta. Me interesa, me embarga, pero no me trasmite deseos carnales. Ahora bien, sí una rubia me encara y me dice algo como 'Dame todo tu materialismo histórico' o un 'Quiero todo tu discurso del método' y bueno, ahí uno no puede, soy humano también che.
      Fuerte abrazo!

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