viernes, 30 de noviembre de 2012

La historia contada

Cerró el libro sin dar muchas vueltas. Tomó un sorbo de un café agonizante y prendió un cigarrillo. Luego, arrojó el ejemplar contra la mesa, lastimando la vajilla con furiosas cucharas saltarinas, embarradas de un dulce de leche brilloso y con muecas de haber agitado las aguas de la taza.
Pitó, lanzó humo espeso de un Parissiennes oscuro, capaz de ennegrecer al mejor día de verano. Luis se había cansado de leer los libros de historia, de grandes historiadores, de grandes epopeyas. Desde joven asumió que el entendimiento de los caminos del pasado ayudarían a dirección y trayecto al futuro. Además, cultivó una gran admiración por los personajes con hazañas heroicas o los pueblos que demostraban superioridad y, así, una trascendencia más allá del tiempo. Particularmente, Luis tenía cierta devoción por la historia antigua, por las narraciones de los tiempos de Homero y, sin ir más lejos, por aquellos guerreros que les interesaba más la inmortalidad de su nombre que el tiempo vivido. Eso de que vale más haber vivido poco pero bien antes de que haber vivido sin dejar vestigios de existencia. Claramente, Aquiles y sus historias fueron sus predilectas. Pero se había cansado.
Luis llamó al mozo para renovar su café y pidió dos medialunas rellenas con jamón y queso. Llevaba más de una hora esperando a Josefina pero ella volvía a recaer en sus clásicas tardanzas. Debían reunirse para tramitar la separación de bienes. Habían decidido arreglarse primero entre ellos y luego llevar todo a los abogados para que sea lo más justo para ellos. Luis masticaba bronca cuando volcó la ceniza sobre el piso de la vereda y tomó el libro nuevamente. Cuando años de intentar seguir luchando por aquello que tenía un final anunciado, se terminó, Luis se desahució del amor y de todos los conceptos que requieran una cuota de fe, de creer en algo, particularmente, en alguien más. Sin quererlo, los procesos de su inconsciente produjeron que el fenómeno llegara a sucintar un desplazamiento y condensación, manifestándose ello en una repulsión por la historia contada o narrada desde ópticas actuales. Es decir, dejo de creer.
Cuando el café llegó, junto a las medialunas, Luis miró hacia un costado, hacia la esquina, desde donde Josefina se bajaba de un auto nuevo, gris perla, con vidrios polarizados y aires de haber salido de una película, quizás de haber sido manejado por James Dean. Luis creyó reconocer el auto de algún otro lado, de otro momento pero nada pudo hacer cuando el humo de un renovado cigarrillo se elevaba frente a su visión hasta hacer desaparecer el auto, como si nunca hubiese existido, como si Josefina hubiera estado parada allí, frente a él, por siempre, desde siempre.
Ella se sentó y dejó una carpeta marrón con elásticos gastados sobre la mesa. Le pidió al mozo, todavía presente, un agua fría sin gas y prendió un cigarrillo, Luis creyó adivinar que era un Virginia Slims. Sin siquiera mediar palabra, Josefina comenzó a hojear el libro que estaba sobre la mesa. Leyó pasajes salteados, como un adolescente, y, en menos de lo que tardó el mozo en volver con el pedido, ya había recorrido los períodos de las guerras Médicas. Luis zambulló sus medialunas, en distintos tiempos, sobre el café y comió y fumó y bebió como si fuera la primera vez. O quizás la última.
Conversaron sobre lo qué iban a hacer, sobre a quién le correspondían las pequeñeces del departamento de Villa Crespo. Josefina seguía removiendo las hojas del libro aquel y deteniéndose en pasajes que leía en voz alta. Luis ahondaba, así, su descreimiento en todo. En su fuero interno, conjugó palabras y estructuras para dar paso a una seguidilla de conjeturas que le trasmitió a Josefina. Sin darse paso a respiro, le refirió que deje el libro, que la historia no existe, que no sabemos nada de lo que pasó hace tres mil años y, mucho menos, de lo que acaba de pasar. 'Son todos cuentos inventados, mentiras compartidas, verdades de cartón. ¿Acaso existió Alejandro Magno? ¿Hubo mongoles de los cuales cubrirse? ¿En verdad crees que los jeroglíficos significan algo? ¿Llegaste a sentir que Aquiles fue real? Creo que nada existió en verdad, que todo lo que sabemos es producto de narradores, de contadores de fábulas, de juglares que, sedientos de vino y hambriento de mujeres, inventaban, divagaban, creaban de la nada formidables historias para hacerse notar, para hacerse de sus cometidos. Y hubo quienes las escribieron, que las contaron por contar.' y respiró agitado, luego de haberse sacado eso que le pasaba dentro de sí.
Josefina virtió parte del contenido de la botella dentro del vaso, todavía con el libro abierto en una página aleatoria. Pequeñas gotas de agua cristalina, fría, salpicaron por sobre la carpeta marrón de elásticos gastados. Sin mayores problemas, sin siquiera aparentar un gesto, comenzó a apoyar los papeles que eran necesarios ser firmados. Repaso los items, marcó, como cualquier buena empleada de un organismo estatal, con cruces los lugares a ser firmados y aclarados para consignar lo pactado. El celular de Josefina sonó desde la cartera negra de tiras finas y alargada. Mientras contestaba, reía, se sonrojaba, por momentos murmuraba, casi hablando en secreto. Luego, cortó. Pero antes, Luis la escuchó decir algo como que esperara un poco más, que ya terminaba, que ella también lo extrañaba.
Dentro de los coloquios, de las tertulias que uno mismo establece consigo, todo puede pasar, suceder. La imaginación se regocija en los estadios donde acobija cada pensamiento haciéndolo propio, sorteando con ellos amarguras y sonrisas, sacrificios y plenitudes. Luis se paró, prendió un cigarrillo, soltó unos pocos pesos que tenía en el bolsillo que alcanzaban para pagar la cuenta y dejar una misera propina de monedas. Prendió un cigarrillo más - hace tiempo había aumentado la cuota de nicotina diaria, justificándose por los nervios, por necesidad - y soltó humo por sobre los restos de lo consumido. Tomó el libro, lo depositó en la axila izquierda, apretándolo fuerte, muy fuerte contra las costillas con su brazo, el brazo izquierdo que todavía tenía apresado al encendedor. Dió dos pasos para dar rienda a su marcha pero se devolvió para no masticar bronca luego y pronunció: 'Todo esto fue como la historia. No recuerdo los hechos, sólo algo me lo cuenta intentando dar brillo o destellos a aquello que fue bueno. ¿Acaso esto fue real? ¿En alguna ocasión nos hemos en verdad encontrado? Siento que hemos amado pero no nos amamos. Amar a destiempo es singular y, como un vampiro bailando frente a un espejo, no encuentra su reflejo, su contraparte. Así hemos querido, así nos ha salido. ¿Alguna vez me has amado? La pregunta es retorica más que interrogativa, perdón. Hoy sólo sé que la historia la escriben los que ganan. Espero que me des un buen papel en ella, siquiera un guiño de presentación. Hasta siempre'. Y Luis se marchó entre sollozos y con menos fe que antes, que nunca. En el camino, depositó el libro de historia en un cesto de basura, sin mayores sobresaltos.
Por otra parte, Josefina quedó sola en la mesa del lugar, con su agua a medio terminar, con su sobrino esperándola en el auto plateado que parecía ser conducido por James Dean y con un manojo de papeles marcados donde le cedía todo a Luis, en un último gesto de amor antes de contarle que ella tenía cáncer y que estaba por morir, que su historia estaba por terminar.



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2 comentarios:

  1. Notable transmisión de sensación de fastidio, impotencia, bronca contenida y falta de espina dorsal. Claramente Luis no tiene pasta de héroe. Claramente Luis, es un pobre iluso que vivió en un mundo de fantasías. Claramente Luis es un miserable sentimental y económico. Dejar una propina de monedas con el pedido que hizo no es de semidioses griegos. Lo único rescatable de Luis, es que fuma paruchos, pero seguro que dentro de una semana se pasa a Virginia Slims/Derbys. Lamentablemente hay demasiados Luises y pocas Josefinas. Muy pocas, es más descreo que Josefina sea real o que tenga cáncer y mucho menos que el del auto sea su sobrino.
    La mina se enganchó un tipo con mucha guita y quiere tener todos los papeles firmados así lo puede abrochar lo antes posible. ¿No le dije? Hay demasiados Luises. Abrazo!

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    1. Todos somos Luises en el momento que hay que ser un Ramón, un Carlos, quizás un José.
      Nos traicionamos a nosotros mismos en cada roce. Es que, también, nos ha pasado que no siempre encontramos a una Josefina sino a una Mónica, una Yesica, quizás a una Samantha, con la cual nos permitimos confiar, creer, firmar sin leer.
      Luego, nos condenamos. Somos Luis y no vemos más allá. Intentamos, eso sí, pero uno ya no cree ciegamente, corremos el humo del cigarrillo para ver todo bien.
      Algún día, Ato, todo cambiará.
      Fuerte abrazo.

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