jueves, 24 de enero de 2013

Medialunas de Atalaya

Jamás entendí el fenómeno de las vacaciones. Sí, sé lo que son  unas vacaciones,  el concepto, el contenido, el armar el bolso, cargar los pibes en el auto, parar a mear en una estación de servicio de pésimas condiciones, ir a los pedos para ganar una hora al destino, para escaparse lo más rápido posible de eso que vivimos todo el año, de eso, escaparse de nosotros mismos. Lo que no entendí es la fuerza, el empeño en apiñarse en lugares donde se encuentran mares de personas, una encima de otra, ahí, como si todos fuesen nuevos en el planeta, que están de paso, que ese momento hay que explotarlo al máximo porque, luego, sí, después, tocan que nos exploten una temporada más, un tiempo más.
Y, quizás, por eso nos vamos de vacaciones, para escaparnos, para ser otros por lo menos un ratito. Y, quizás, por eso acabo de parar en Atalaya, una docena y media de medialunas de manteca que brillan si la pones al sol, que brillan porque son casi un sol. Una fila de dos horas y dieciocho minutos en tiempos naturales, casi un año en el pesar del momento. En la costa me espera mi esposa, mis dos hijas que son mi todo. Una esposa que hace años ya no quiero pero me espera. Viajaron hace días, dos días creo, me quedé en casa a terminar con algunas cosas del trabajo. Sí, me acosté con una prostituta que un amigo me recomendó la noche del día que partieron. Lavé el auto, también, el día siguiente, antes de viajar.
No importa, llegué. Arena, sol, mates, medialunas que ya se opacaron un poco, como si Atalaya fuera su estado natural, como que las saque de su razón de ser, de su patria, como si allá brillaban más por poder correr libres por los campos, respirar aire puro, ir a tomar un café en el bar de la esquina un domingo de otoño, mojarse en el café hasta deshacerse.
Nos bañamos. Nos arreglamos, la mejor ropa, vamos a dar vueltas por la peatonal. Más gente. Mucha gente. Es como si calle Florida también se tomara vacaciones y se convierte en peatonal, en la costa, con los mismos oficinistas que la pisan allá pero ahora acá, acalorados pero menos empilchados, no hay corbatas o formalidades o secretarías que den pimienta al asunto, nada. Florida, calle Florida pero en la costa, acá sí le dan bola a los artistas que en la capital les estorban el paso. Hacemos filas. Miramos las peripecias, acrobacias y destrezas ejecutadas por distintas personas, piden colaboración. Hacemos más filas. Vamos a comer en un lugar que no vendríamos si estuviese en otro lado, al lado de casa por ejemplo, pero estamos en las vacaciones, en la costa, en la peatonal, la arena. Comemos. Me siento cansado pero las nenas quieren seguir, quieren ir a los juegos. Terminan de jugar, toman un helado además. Vamos a mirar ropa, quizás a comprar.
Eso. Eso tampoco lo entiendo muy bien. ¿Comprar ropa? ¿En la costa? ¿Estás segura? Mi mujer avanza sin contestar, se prueba, se mide, pide en otros colores, pide opinión, pide la tarjeta, el dni, que le queda lindo dice.
No quiero aventurarme a nada – si hasta ahora no lo hice, no sé por qué debería comenzar a hacerlo – pero algo me sucedió. Sin quererlo, sin pensarlo, sin siquiera percatarme, me estaba probando ropa. Estaba solo. Ella con las nenas fueron a mirar cómo un tipo sin brazos, sin pies, con pocos dientes, pinta. Pinta con aerosol, pinta con el muñón de la pierna izquierda, hace retoques con la nariz, firma con lo que llamaríamos codo derecho. Mientras, yo me pruebo un buzo, una campera, otro buzo, un sweater, tengo frío. No sé por qué. Puede que por el sol, el viaje, el dormir mal, el estar haciendo la digestión, el helado, la brisa, las dos horas y dieciocho minutos en Atalaya. Y yo le digo a la vendedora que tengo frío, que me quiero llevar algo con todas las ganas pero no, nada me abriga, que sigo sintiendo escalofríos, que no, que no tengo fiebre, gracias.
De pronto, una chica que esta comprando o esperando al novio o no sé, pero que esta ahí, contempla toda la situación. Me mira. La miro. Tiene el pelo castaño claro, suelto, rebota en sus hombros cada vez que se mueve, que se ríe, aros de perlitas blancas, linda. Continua mirándome mientras me pruebo un saco, una remera mangas largas, un cardigan. La vendedora se cansa. Piensa que le estoy tomando el pelo. Siento que quiere cerrar, que quiere ir a bailar, que alguien le diga que está buena, un pibe que nunca va a volver a ver, que la lleve a la playa, que la obligue a que se la chupe, al pibe, en la playa, las rodillas llenas de arena. Y yo siento frío.
Y está esta rubia. No, ya sé, es castaño claro pero la pienso y le quiero decir rubia, media bronceada, cintura justa, necesaria, suficiente, dos tetitas lindas, ricas. Me mira con el brazo derecho cruzado, agarrándose las costillas, con el codo del brazo izquierdo apretando la mano, los dedos, y con la mano restante sujetándose la pera, golpeando suave y esporádicamente el dedo índice sobre el cachete izquierdo, medio colorado.
De repente, sin mediar palabra, ella se acerca. El pelo rebota. Es petisa, medirá uno sesenta, sesenta y tres. Y me abraza. Me abraza con los dos brazos, ejerciendo la presión precisa que impide que sienta ganas de alejarla, de que se vaya. Quiero que me abrace más, toda la vida, así, con su perfume saltando en mi paladar, tomando por sorpresa mis sentidos.
Pasa el tiempo, ya no me importa el tiempo, es solo una formalidad.
Ella se aleja, se separa de mí, pone sus manos en mis hombros. Me siento mejor. Los escalofríos, esa sensación desapareció.
- Vos tenías frío en el alma, campeón. – me dice. Me da un beso en la mejilla derecha con labios suaves, tiernos y espesos, como la miel. Y se va.


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Imagen de acá

3 comentarios:

  1. Es el peor de los fríos. Cada tanto aparece una rubia o castaño claro, petisa, linda, siempre son lindas, para darle calor (si el congelado es varón) - Algún día me gustaría que fuera un bagarto o un borracho con olor a tinto rancio y cartón mojado el que de el abrazo, porque para darle calor al alma, lo que menos importa es la cáscara. "Beauty lies in the eyes of the beholder" Fuerte abrazo!

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    1. También podría decirse: "Beauty lies" - que podría traducirse como la Belleza miente o Mentiras de la belleza. El inglés y la realidad son así. Otro abrazo!

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    2. La realidad es así, claramente. Pero sí, capté la esencia, el mensaje.
      Sí, tenes razón, también quiero que pase algo así, que venga un otro, de aquellos que siempre hacen el extra. Tal vez el tipo que pinta pero viste que se le dificulta eso simbólico del abrazo que es parte de la esencia del cuento.
      Pero, valga, un poco más acá o allá, lo que vale es el calor al alma.
      Gracias por pasarse, maestro.
      Fuerte abrazo!

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