lunes, 15 de abril de 2013

Y haga realidad sus sueños

Ramirez lo venía pensando hace tiempo. La idea, por aquella vez, le hizo pie en la cabeza y no se borró ni un solo instante. En cada momento libre, el plan se iba construyendo en los rumiantes pasillos de sus sinapsis. Pensativo, contaba los pasos que debía de dar, los giros que tenía que hacer, el pulso de la voz con la cual iba a pronunciar las palabras.
Esa mañana, protegido con un sobretodo marrón claro, se aventuró en el café de la esquina, en diagonal a su objetivo. El frío ya se filtraba por todas partes, por los burletes, por las sonrisas abnegadas del destino. Tomó el diario del día y ojeo los titulares. Pidió un café con leche y tres medialunas. Hasta eso había planeado. Hace más de un mes sabía que iba a pedir tres medialunas por más que no iba a comer más allá de dos.
Se sintió preparado, listo. La boca un poco seca, como árida pero dulce a la vez. Los labios un poco brillosos por la pintura del dulce de las medialunas. Solicitó la cuenta y la pagó. Acomodó su saco, largo hasta las rodillas, como el piloto de Humprhey Bogart en Casablanca. Sí, era idéntico a Humprhey Bogart, la corbata, el caminar, las manos en los bolsillos, acomodando el arma, pegándola bien al cuerpo. Así, salió a la calle.
Prendió un cigarrillo y permaneció al costado del café. Miraba de reojo a la financiera, a las empleadas que estaban más allá del escritorio, sentadas, hablando por teléfono, volcando palabras en las computadoras, como si ellas fueran sólo tetas, cuello y pelos erosionados de tintura, que sonríen y coquetean, que mastican chicles de goma eterna y escriben mensajes instantaneos. Las miraba, fugazmente. Contó nueve clientes: tres en la fila de la caja para pagos, con caras lánguidas y un tanto arrepentidos; otros dos en la fila para retirar efectivo, apresurados y con las manos temblorosas, los ojos hecho añicos de sueños; dos más estaban hablando con dos empleadas, se pasaban documentos, recibos de sueldos, presupuestos y miraban atónitos, los cuerpos inclinados hacia adelante, las bocas abiertas y el puso indescifrable, anhelando formar parte de la fila de retiro de dinero; los últimos dos, estaban en los bancos de espera, con números arrancados para el orden de llegada, mirando un televisor de cuarenta pulgadas, fino, como las costuras de labios vírgenes, y donde repetían una y otra vez la posibilidad de llevarse el dinero, la facilidad de pago y, fatalmente, el slogan de la compañía. Slogan que se podía ver pegado a todo lo largo de los vidrios del local, en la marquesina sobre la calle, en los volantes que se desprendían de hasta los árboles. Ramirez lo vio una y otra vez, siempre que pasó por el local, hace algo más de veinte años que venía leyendo y repitiendo para sí esa frase, ese truco de marketing: “Y haga realidad sus sueños”. Toda la composición rezaba algo como “Lleve el dinero y haga realidad sus sueños. Sin gastos administrativos.”
Él trabajaba cerca de ahí, en un local que ya no está, que ahora se convirtió en un expendio de cafés basura y galletas norteamericanas. Cada día que salía de allí, debía forzosamente recorrer todo el largo de la financiera hasta la parada del colectivo. De tal forma, contemplaba el asqueroso accionar que allí se gestionaba. Día tras día, empleadas tras empleadas, se producía la venta de dinero, la burla más explícita de un sistema corrompido desde su violenta concepción.
Entró al negocio, tomó un número y se sentó frente al televisor. El arma, una escopeta recortada, lo obstaculizaba para casi todos sus movimientos. Sin embargo, pudo acomodarse lo suficiente hasta que anunciaron su turno.
Contó, en voz bajita, como con un susurro divertido, como con un hipo y casi saltando, los pasos hasta llegar al escritorio de una resoplante muchacha agria, acompañada de gestos de repulsión, con dientes torcidos y una suerte de seña en el entrecejo, como si estuviera enojada desde jardín de infantes, como si se hubiese ofuscado una vez y para siempre.
Sin sentarse, Ramirez abrió su piloto al estilo Humprhey Bogart al mismo tiempo que la chica abría su estrepitosa boca de dientes chuecos. Todos convergieron en un silencio atroz, en la deliciosa y fatal espera de querer cuándo ese tipo iba a disparar, a matar a alguien, a demandar algo. Ramirez se paseó por el local, con la escopeta recortada apoyada en el hombre derecho, confiado, pensando en por qué no hizo esto antes. Todas las empleadas calladas, alguna habrá activado una alarma silenciosa y esperando. Ellas esperando ser, digamos, atendidas, solicitadas.
Ramirez rió. Dio un giro en si mismo y con el reverso de la mano izquierda intentó, en vano, secarse un poco el brillo pegajoso que las medialunas dejaron en su boca.
- Vengo, me apersono acá porque quiero algo. Eso está claro, ¿cierto? - lanzó la pregunta con la cabeza agachas. - ¿Cierto? - pronunció más fuerte, dando a notar que no era retórica su exclamación.
- Sí, s... Señor, ¿en qué puedo ayudarlo? - emitió, en un silbido nervioso, la chica de dientes chuecos.
- Miren, yo estoy desesperado. Ya lo ven, tengo una escopeta recortada en la mano, unos pocos pesos en los bolsillos y un puñado de malas anécdotas. Sí, libros varios, ausencias muchas, besos que no he llegado a dar. Pero, también, la vida se me escabulle, se me escapa, como que se ha dado por vencida conmigo. No sé si me explico bien. - refirió Ramirez, tomando claro poder de la situación, inflando el pecho y mirando el cielo raso.
Las muchachas no buscaban esconderse. Habían sido entrenadas para saber que cualquier movimiento podría producir una alteración del atacante y, así, desembocar en una reacción no deseada. Eso de acción reacción pero caótico. Se limitaban a asentar en las afirmaciones de Ramirez y a negar en los casos requeridos.
- Señorita, sí, a usted, la de dientes torcidos y mirada perdida. ¿Sabe qué es lo que quiero? No, por favor, no me de la plata. La guita corrompe, nos hace tan vacíos, tan vanos. Vengo acá, a pedir algo, porque hace veinte años que transito por lo largo de este local y siempre he visto a la misma gente. No, bueno, la gente no específicamente la misma pero sí el mismo tipo. Es como si existiera una clase social, una estirpe de gente con las mismas peculiaridades. A lo que voy, y perdón si hago de esto un extenso discurso, es que veo gente desesperada, todo el tiempo, gente como yo, que no sabe qué hacer, que no sabe siquiera morir por sus propios medios. Y eso me atrajo, en cierta medida. - Ramirez hizo una pausa. Una suerte de congoja lo abrigó. Solicitó un vaso de agua y tosió un poco para aclarar la voz. Una rubia le alcanzó un caramelo de menta.
- Vengo acá, hoy, con una escopeta recortada porque estoy desesperado y quería saber si ustedes me podrían prestar un sueño, alguna excusa para seguir viviendo. Pero no, mamita, la plata no me la des, saca la bolsa del mostrador, la plata es la que nos está matando, un poquito, todos los días.

3 comentarios:

  1. No hay caso, los soñadores nunca deberían cometer asaltos, sobre todo los que quieren justificarse. Calculo que a esta altura ya debe estar en gayola, con el ojete roto, que debe distar mucho de su sueño. O tal vez no. Tal vez su sueño era salir del clóset y no encontraba la forma. Cada persona es un mundo. Abrazo!

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    1. Para mí, la intrincada combinación de desesperación y ganas de algo, juega un tanto en contra. Redunda todo en no preguntarse o plantearse el después. Claro, todo es poesía, el momento, el tipo con el piloto y la recortada, la exigencia en su todo. Si nos podríamos quedar con ese cuadro, un instante, todo sería distinto. Pero sí, yo también pensé en el después, en que todo salió, digamos, mal. Pero también salió mal que el tipo pasara por ese lugar veinte años, mordiendo un sentimiento.
      Te leí a vos, una vez, potato-potatoes.
      Cada persona es un mundo y cada sueño un boleto a Plutón.
      Fuerte abrazo y nos veremos prontamente!

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    2. Y alguna vez leí: Mejor morir de pié que vivir de rodillas (salvo el en el caso de Mónica Lewinsky) Pero a las frases hermosas las enaltecen los actos. "Talk is cheap" dicen otros. Te guardo un chori y un par de sanguchitos y una birra bien fría o totin!
      Mandame un email con tu hora de llegada aprox. Así no se chamusca la oferta! Abrazo!

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