miércoles, 14 de agosto de 2013

Duerme, duerme

Un hombre se recuesta en el sofá, en busca de una reparadora siesta antes de la cena.
El tráfico de ida, el guiño prefabricado de la recepcionista, la oficina, el café instantáneo, los reportes de millones de pesos, el almuerzo de charlas banales, la reunión insípida, las transferencias de dinero a islas que sólo sueña con visitar, el tráfico de vuelta, una pronunciada indigestión en el estómago que lo aqueja, una promesa de visitar al médico, la corbata relajada y roja, las monedas para el peaje, la radio con interferencia, la camisa arrugada, el tanque de nafta suspirando, las luces de los autos, las adolescentes del barrio que asoman tetas tímidas y culos prominentes, la saliva secándose en la comisura de los labios, su espalda cubierta de sudor, una nueva puntada en el estomago, se acuerda de una novia que tuvo, se acuerda de que se sintió feliz alguna vez, las balizas encendidas, el sol que se descuelga del cielo, las nubes que abrazan la gris noche, el portón que corre manualmente, los perros que no acusan su llegada, el vecino que se acerca para preguntarle si tiene cable en su casa, el gesto señalando que recién llega, el aliento caliente que pasa por su paladar, la lengua espesa y lenta, la camisa arremangada, el saco que se arruga, la radio que cambia de segmento, el estallido del portón al cerrarse, las balizas que se apagan, observa la hora en su celular: las diecinueve y cero ocho minutos, asiente e ingresa a la casa.
Se recuesta en el sofá, en busca de una reparadora siesta antes de la cena. Vive solo. Ella se fue, se marchó hace unas semanas que ya parece una vida entera. Ella era la vida, le supo decir a un amigo en un after office. Ella era la vida y se fue, dijo, se fue con una valija. Mi vida y una valija, continúa pensando hacia sus adentros.
La heladera zumba en su carraspeo habitual. Dentro de la heladera se encuentran cuatro sobres de aderezos sin abrir, dos botellas grandes llenas de agua de la canilla, dos botellas chicas llenas de agua de la canilla, tres huevos blancos levemente manchados, siete ramas de perejil que se acodan en un vaso naranja, una bolsa de lechugas de hojas verdes que destellan puntas ennegrecidas, una botella de gaseosa por la mitad y sin gas, un plato de vidrio que sostiene a una porción de fideos con tuco. Piensa en los fideos, en cómo los va a tomar, en llevarlos al microondas, en que va a mirar su reflejo en el microondas, en las ojeras que aparecerán, en los segundos del microondas, en los segundos de su vida que se disipan en sus labios cortados, en que se acabó el queso, se acuerda que ella compraba el queso, en qué estará haciendo ella, y se duerme.
Se duerme el hombre en el sofá. Duerme y sueña. Y sueña que es un emperador chino porque hoy estuvo trabajando con unas cuentas de chinos. Es chino pero sus ojos son de occidental, y es emperador. Y dentro del sueño, como emperador, el hombre se duerme en el palacio imperial y también sueña. Y ahora como emperador sueña que es una mariposa que vuela, que emerge de un capullo, que vuela, que copula, que es feliz, que se acuerda que es feliz hasta que muere el mismo día y despierta, despierta como emperador. Y se sacude como en un espasmo en el sofá. Y ya no es más emperador. Y ya no es más mariposa.
El hombre se despierta ya de día. Consulta su reloj que marca las seis treinta y dos de la mañana del día siguiente. Y se sienta en el sofá. Sus hombros se encorvan y su cabeza cae aplomada. Siente que pesa más, siente pesado respirar, siente el corazón latir, sabe que está vivo en algún punto pero no en cuál. Se siente destrozado.
Y no es que duda entre si es un hombre o una mariposa o un emperador. Lo demuele la certeza. La certeza de ser un hombre, tan sólo un hombre que extraña, que sabe que fue feliz y que ya no recuerda el recuerdo de serlo.

4 comentarios:

  1. Alguna vez escuché la frase: "La mujer es o hace el hogar" - Es impresionante como lograste transmitir la sensación de agobio. El texto te iba aplastando, pero al final como uno que no es ni CEO, ni mariposa, ni sueña con ser Emperador y tiene una cuantas certezas, como ser: 12 milangas frizadas, 6 de carne, 3 de pollo y 3 de brótola, 2 bandejas de ravioles caseros frizados, tuco frizado, lentejas frizadas, repito tiene varias certezas, vive atormentado por la idea de que haya un apagón. Problemas lo que se dice problemas no tengo, pero como nunca terminé de poner el electrogenerador a punto, sigo con pesadillas...Abrazo!!

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    1. Para mí, es un tanto esclavizante tanto para la mujer como para uno el hecho de que el hogar dependa de ella. Uno debe ser el hogar propio. Las compañías harán que crezca o que se desarrolle de otra manera.
      Y claro, el agobio muchas veces sale como suspiro en la cotidianidad. Empero, esas certezas también, a veces, lo son. Más aún, cuando uno se da cuenta de que está donde no quiere estar, que es lo que no ha querido ser. He ahí el problema. Dependerá de cada quién la solución.
      Pero con esa docena y las bandejas que detentas, yo ni escribiría todo esto y estaría ansioso por escuchar ese bip del microondas diciéndome que algo ya está listo.
      ¡Fuerte abrazo!

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  2. Ese es el punto al que uno debe llegar para aceptarse y empezar a ver como remontar vuelo sin alas y reinar nuestro mundo interno sin coronas.
    El tema es la certezas de las verdades tan tangibles como el hecho de ser hombre y no mariposa, esas verdades que no tienen remedio.
    Muy bueno viejo!!!!

    Abrazo!

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  3. Exactamente. Con las certezas se muere un poco, mucho. Porque despues cómo se sigue, qué se hace.
    Y ahora cada vez que me decís "viejo" no puedo borrar la forma en como labraste aquella pregunta. Jaja.
    ¡Besos!

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