sábado, 10 de agosto de 2013

Lolita

No exagero si digo que fue un día tal como el de hoy.
Los días bisagras e híbridos donde uno no sabe a ciencia cierta si se encuentra en otoño o en invierno o en verano o en primavera, poseen esa dulce magia de rayos ardientes del sol sobre el rostro que se tornan en brisas frías en las apresuradas noches. Las luces de los postes se encienden tan pronto se resuelven los relojes a marcar las seis treinta de la tarde. El malón derrotado disfrazado de mamelucos y corbatas horrendas abarrota los trenes, los subtes, los colectivos, las autopistas, las calles, los bares.
Y ahí me encontraba yo. Una camisa blanca percudida debajo de un saco negro, un libro abierto en la mano izquierda y la oscilante mirada entre las líneas de la novela y la verificación del arribo del colectivo. Sentía un ardor de fuego en los ojos cansados. Un último cigarrillo se consumía entre los dedos de mi mano derecha.
En uno de esos vaivenes de mi mirar para la comprobación de la llegada de mi transporte, la vi. Dios, ¡cómo la vi! Hoy maldigo haberla visto, haberme encadenado a su recuerdo.
Tenía la mirada extraviada y preocupada, con los ojos brillosos y titubeantes. Consultaba constantemente un reloj pulsera plateado, el cual bailaba en su fina muñeca. Una mochila gris y gastada colgaba por uno de sus hombros y arrugaba, aún más, el guardapolvo blanco que se resignaba a perder la elegancia, luciendo el moño posterior con ligeros toques de suciedad. Tenía muslos robustos y las medias azules pegadas al par de mocasines marrones. El pelo, a dos aguas, lacio, con terminaciones rubias en las puntas, caía sobre los hombros y la abrigaba frente a la soledad de la espera. Tenía la nariz breve, puntiaguda y rosada, la cual fruncía conjunto a sus cejas al notar el movimiento constante de las agujas del reloj. Además, pude notar que arrugaba los labios como si estuviese saboreando alguna sustancia amarga. Sin embargo, en los pocos momentos donde pudo relajar su boca, la misma se develo como pulposa, suave pero ofreciendo la firmeza precisa que garantizan los besos eternos.
Comenzó a caminar, de un lado hacia otro, motivada por una angustia nerviosa que podía divisarse por los movimientos exasperantes que repetía una y otra vez. Exhalaba un aire frutal que combinaba exquisitamente con el aroma adolescente que se desprendía de su cuerpo. El pelo la seguía a veces como una sombra y a veces como una fijación craneal. Inclinaba su cuerpo, quebrando su cintura efímera, hasta quedarse parada sobre una pierna para obtener mayor precisión acerca de qué colectivos se acercaban. De tal forma, el juego de sus muslos se volvía intimidante. Mis manos sudaban y se tornaban aún más torpes todos mis movimientos. Eché un vistazo alrededor para verificar si alguna mirada externa se encontraba juzgándome en aquella situación. ¿Qué hacía un hombre como yo observando con tanta obstinación a una jovencita como aquella?  No quedó más remedio que intentar disimular con lectura esa pequeña y ocasional obsesión.
De pronto, noté que se acercó a la calle e hizo parte de una fila improvisada para subir al transporte. Mi boca se secó y noté disminuida mi visión a causa de una especie de ceguera temporaria, obtusa y empapada en nieblas. Sentí los suaves vellos de mis brazos erizarse y un escalofrío hizo que temblara casi imperceptiblemente. Sin siquiera darme cuenta, estaba formando parte de esa fila para abordar a aquel colectivo que ni siquiera se asomaba a mi destino original.
Hacia mis adentros, me repetía que no podía estar haciendo esto, con qué fin, hasta dónde llegaría. Dentro de mi pecho, los ritmos de mi corazón fluctuaban ante las miradas casuales que exploraban a la jovencita. Su edad, bueno, no sería prudente decirlo pero su piel tenía la tibieza de una niña ligada a la firmeza de unos senos vírgenes y escondidos detrás de un corpiño aún con vestigios de estreno.
Viajé parado, colocando mi ser a dos asientos de donde ella se encontraba acomodada. Miraba, ella, a través de los vidrios húmedos, con una expresión ausente y abrazada a su mochila gris. Cada tanto, las luces de la avenida desgastaban su visión y entrecerraba sus ojos color miel y dormitaba unos segundos. Por mi parte, la observaba con brutalidad, con ansiedad de querer acercarme y tener una propuesta imposible de ser rechazada, así poder llevarla a mi departamento y hacerme con ella entre mis brazos.
En determinado momento, tuve la oportunidad. El asiento de al lado de ella quedó vacante. Sólo yo estaba parado en el transporte y podía sentarme allí e inventar alguna pregunta para iniciar la conversación primera. El resto sería fácil, todo fluiría como el agua de los rápidos.
No recordaba estar tan nervioso anteriormente. Por Dios, pensé, soy un hombre exitoso o siquiera  medias. Ella aceptaría un café, quizás bajo la promesa de un regalo, un libro muy lindo que muchas adolescentes habían convertido en best seller. Sí, eso debería funcionar.
Apoyé mi cuerpo en el asiento de cuero. Conservé mi visión hacia el frente. Ella seguía recorriendo las vidrieras de los comercios desde su butaca, traspasando el vidrio.
Tomé aire, profundamente. Exhalé e inhalé tres veces. Apreté el libro en mi mano y viré mi rostro hacia ella. Incliné mi torso para lograr una ilusoria cercanía y cuando mis labios se separaron para pronunciar las primeras palabras, ella tomó su mochila, abrazándola y me miró. Brillaban sus ojos dulces y su pelo cubría tal manto su rostro. Permanecimos breves segundos mirándonos, sin decir una palabra. Sentí mi corazón latir tan fuerte que el sonido bien podría inundar a todo el vehículo.
Súbitamente, los labios suaves y pulposos de ella se abrieron y comenzó a gesticular. Algo dijo pero no pude descifrar qué. Tenía un tono de voz preciso, como de un susurro tímido y convincente. Ante mi inmutable presencia, ella repitió las palabras que, nuevamente, no llegué a descifrar.
Finalmente, repitió ahora trinando los dientes y abriendo los párpados. Los músculos de sus ojos se contrajeron y pude percibir una ligereza de rencor en su expresión.
- Permiso, señor. Tengo que bajar.
Me dijo señor.


Me dijo señor.


___
A Lolita, libro del que sólo sé la módica suma de su precio.

6 comentarios:

  1. Nada debería envidiarle a la imaginación y al detallismo de un verdadero psicópata.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Permitame dirimir. Digamos neurótico, del corte obsesivo. Zafé de la psicosis, siquiera por ahora.
      Y la imaginación, bueno, no existe tal. Todo tiene impreso la realidad. Uno sólo se dedica a atar ciertos cabos o quizás simplificarlos. La vida misma es una fantasía, una voluta de imaginación, quiero decir.
      Gracias por pasar y perdón por este improperio. Admito que me ha gustado el uso de términos psicológicos en su comentario.
      Le dejo el más sincero de los abrazos.

      Eliminar
  2. Una exquisitez de descripciones, rayando tal vez en la memoria febril de un Taxidriver de colectivo veinteañero que puede todavía describir una colegiala así sin terminar en cana o con la división de Pedofilia de Interpol plantándote un troyano para ver qué páginas o fotos solés visitar.
    Esa juventud cuasi torpe debo admitir que me atrae muy poco-Tanta lozanía, algunas veces pintarrajeada me distrae sólo unos instantes. Recién comienzo a fijarme detenidamente en las de 24/27 para arriba (me cuesta diferenciarlas), cuando el andar es un poco más felino, aplomado y su aroma más almizclado. Es más, curiosamente, y sin saber porqué, casi que si prenden un pucho de coté -preferiblemente un parucho con una caja de fósforos- les agrego 2 puntos más al puntaje. Y sí, hasta han habido doces...Por ahora todas morochas.
    En cuanto a lo de, señor, ya te lo dijimos antes y no recuerdo bien las palabras exactas de Magah, pero a los 22 casi 23, si la memoria no me falla, es casi una palabra lapidaria para un voyeourista colectivo. Abrazo y por si acaso, aprendete esta frase: IT WAS JUST A STORY...(sólo era un cuento) Abrazo de geronte!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Para ser sincero, costó la descripción. Tuve que mirar bastante (con fines artísticos) para erigir esto que no es mucho. Fue mirar minas que no miraría aún, quizás en unos años. Fue un buen ejercicio en sí pero a vista de otros habré sido un pervertido.
      Y, claro, ese tipo de mujeres ya tienen algo más, un poco más de sana carrera y es distinto, seducen de otra forma. Y ya lo del parucho de coté y con fósforos, uf, la veo difícil. Siquiera no he presenciado tamaño acto.
      Y lo que Magah dijo fue algo como: "¿Vos sos grande desde chiquito?" pero sí, con la cara larga y la barba de unos días, se me suman unos años. Y se ahonda la diferencia ante adolescentes del tipo ya descrito. Y, claro, it was just a story.
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
    2. Ah, menos mal que aclaraste pq hoy cuando escuché esta noticia
      http://elsolonline.com/noticias/view/179854/desbaraton-una-red-de-pedofilia-que-distribuia-material-desde-argentina me dije: pucha, encima de viejito joven ahora se lo van a manducar en la gayola!! Eso sí, cuánto material para bloguear tendrías! Y sí, esa frase es de antología!! :-)

      Eliminar
    3. Nunca está de más aclarar, por si acaso. Y no, nada que ver con esa noticia. Y espero no tener que manducarme nada en ningún lado en ningún momento. Jaja.
      ¡Fuerte abrazo!

      Eliminar