lunes, 3 de noviembre de 2014

El sabor de todos tus miedos o el equilibrio de las cosas

Una vez más pasar por la vieja puerta alta, de madera, de pintura gris y descascarada. Y luego esperar. Sentado. Vitrinas tras vitrinas a su alrededor exhibiendo libros aún más viejos que la puerta, trofeos de un brillo opaco, fotografías grupales de distintos años, los mismos profesores que se sucedían en cada grupo, al ritmo del paso del tiempo, perdiendo cabellos, ganando peso, las caras que anteriormente eran todas sonrisas se iban transformando en profundas ojeras y entrecejos marcados. Y podía verlos fumar más allá de la vieja puerta alta, alejados de los alumnos, bebiendo café, mirando continuamente las agujas del reloj, esperando algo.
Mediados de junio y ya cuenta con diecinueve amonestaciones, piensa. ¿Cuántas serán esta vez? ¿Dos, tres, cuatro? Eso complicaría el resto del año. Pero la satisfacción no podría ser mejor. Entre la angustia de sus pensamientos y el condicionamiento que tendrá hasta el próximo ciclo lectivo, se le escapan sonrisas, se frota sus manos una con otra, sus rodillas tiemblan y recuerda lo que hace minutos acaba de pasar. Tres precisas trompadas que voltearon a Pacheco. Tres preciosas piñas que lo dejaron atontado, ensangrentado, con los lentes por el piso y las monedas para golosinas a disposición. Aún siente en sus nudillos, de la mano derecha, la piel de Pacheco hundiéndose y cediendo al empuje de la fuerza concentrada.
Entra a la oficina del director, barbudo, con el pelo casi gris, un chaleco de lana y una camisa cuadriculada pegada en la piel. Hay olor a cigarrillo y café, la luz entra por el lado izquierdo del recinto provocando que sea innecesario encender algún foco artificial. Toma asiento y su corazón late tan fuerte que bajo el debido silencio, se puede escuchar su galopar.
Ése fue un recuerdo marcado en las antípodas de la mente de Ernesto. El colegio normal cuatro, la primaria y la secundaria allí. No fue un alumno brillante, tampoco un repetidor. Un simple y común transeúnte más que ocupó pupitres, rindió exámenes, trabó amistades y se enamoró. Claro, era inquieto también. Llegar a pelearse era una actitud de él ante la vida. Su padre le pegaba, su hermano le pegaba, él debía pegarle a alguien más, el equilibrio de las cosas. Y Pacheco padeció su forma de desenvolverse. Pacheco, de hombros venidos hacia delante, el pecho hundido, con abundante cabellera negra y la piel blanca como un resplandor. Era estudioso y no le gustaban los deportes, no jugaba al fútbol y prefería quedarse leyendo en las clases de educación física antes que correr alrededor de una cancha o tras una pelota. Y le llovían las trompadas por ello, por ser distinto. Fue un suplicio aquella época.
Pero cuando vio la radiografía, no la entendió. No era como siempre salían, como es la costumbre ver. No se distinguían muy bien las costillas, el esternón o las mismas clavículas. Pensó que quizás existía un error. Revisó el nombre que figuraba en el sobre de papel madera que le acabaron de entregar. Sí, Ernesto Chazarreta. Era de él. No es nada, seguramente, le dijo su esposa cuando notó el rostro de Ernesto. Y aún le quedaba ir a trabajar, ir a la fábrica, comenzar con dos semanas de turno noche, luego volverá a dos semanas más al turno mañana y así serían los ciclos hasta que se jubile o renunciara o, en un noble acto, se matara. No te preocupes, Ernesto, vas a ir al médico y él te va a saber decir qué tenes y te va a dar más estudios para hacer, no es nada. Y Ernesto fue al médico, a los médicos porque tuvo que ir a cientos para hacerse a la idea que el cáncer se encontraba ramificando por sus pulmones, de la misma forma que los árboles arman sus copas de hojas verdes. No había opción, debían operar.
Bien, contá de veinticinco hacia atrás, ¿entendes? Sí, veinticinco, veinticuatro, veintitrés, veintidós, veintiuno, veinte, dieci, dieciocho, diecisie, diecis, quin... Revisen la presión. Estable. Revisen la frecuencia cardíaca. Estable. Cortemos. Ahí está. Dios, qué desastre. Acá, presiona acá, bien, ahí. Un poco más. ¿Presión? Estable. ¿Frecuencia? Estable. Bien. Pueden irse un momento a descansar, voy a coser. Sí, me las arreglo solo, no hay problema. Los llamo, en dos minutos pueden volver. Vayan.
Ernesto, Ernesto. Podes despertarte, Ernesto. Estás bien, todo salió bien, vamos Ernesto, desperta. Su esposa le mordía el oído a palabras para que despertara. La operación fue un éxito. Seguirían análisis, quimioterapia, procedimientos, controles, dietas liquidas. ¿Qué? ¿Estoy bien? ¿Salió todo bien? Ernesto sonreía al hablar, aliviado. Sí, Ernesto, todo salió bien. Apoyado en el marco de la puerta, se erguía con un metro ochenta y tres centímetros el cirujano. El ambo verde, cabellera abundante y negra. Estuvo todo el tiempo con vos, Ernesto, ha sido una maravilla, si lo hubieras visto cómo se desvivió por atenderte Ernesto, si lo hubieras visto. Está bien, señora, es mi trabajo, además, a Ernesto le guardo un especial aprecio, ¿o no, Chazarreta? Ernesto estaba confundido. El dolor, el primer despertar, desnudo tras una fina gasa como sabana, el pecho que parecía de alguien más. Y lo pudo ver. Pacheco frente a él, a él caído en una cama, con vida gracias a Pacheco. Quiso agradecer pero las palabras en su mente no se hacían eco en los movimiento de su lengua. Está bien, Ernesto. Descansa. No tenes nada que agradecer. Además, ahora, sí, ahora si estamos a mano, dijo Pacheco. Y desapareció.
Luego, la vida de Ernesto no tuvo mayores inconvenientes. Vivió sin problemas tan sólo con las restricciones de salud que implicaron la operación. Pero siguió visitando médicos, pidiendo órdenes para verificar su cuerpo mediante radiografías, electros, resonancias, etcétera, etcétera. También buscó a Pacheco para saber qué fue aquello de quedar a mano, qué había hecho con él. Eso le preocupaba, por eso continúo con exámenes por el resto de su vida, para saber qué hizo con él.

4 comentarios:

  1. Da gusto después de tanta lluvia ver que finalmente vuelve a salir el sol. Calculo que los peores fantasmas son los que uno se imagina. Estupendo relato Adrián! Abrazo grande!

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    1. Muchas gracias, Ato. Y eso es exacto lo que sucede, ¿qué hacemos con el peor juez y verdugo?
      Abrazo grosso, maestro!

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  2. Excelente! Excelente!

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