domingo, 26 de mayo de 2019

Candombe

Tres agudos repiqueteos del teléfono hicieron eco en los pasillos de la casa hasta que llegó para descolgarlo así arrimarlo al oído y a la boca gruesa. El calor y la humedad lo comían todo desde tiempos milenarios. Las paredes ocres, desgatadas y despintadas, parecían latir, bombeando más calor y humedad a toda la casa. Cuadritos de madera se esparcían entre la mesa ratona, el modular y la pared también, con fotos a blanco y negro y algunas a color. Un candor rítmico de salsa cubana se desprendía de una radio, añadiendo aún más calor a toda la escena.
No era de recibir llamados ni él ni la casa en general, por ello se extrañó en un principio pero luego se encontró con el tubo preso en su mano derecha y preguntando quién hablaba del otro lado.
- Hola, ¿hablo con la casa del señor Froilán?
- Si, él habla.
- Señor, no nos conocemos pero permítame presentarme. Mi nombre es Horacio y pertenezco a un área del Ministerio de Educación y Cultura, puntualmente trabajo con lo referente a cultura autóctona y afrodescendiente. ¿Podemos hablar unos minutos?
- Sí, claro.
- Señor Froilán, lo llamo porque me han comentado que usted es un referente sobre el candombe, que usted hace sus propios tambores, también. Mire, hay personas de afuera, de otro país, unos europeos que quieren filmar un documental sobre el asunto. Y me gustaría que ustedes los pueda recibir y contestar algunas preguntas, ¿a usted le parece?
- Si, por supuesto.
- ¡Fantástico! Señor, si le parece, mañana pasará por usted un auto a buscarlo así se puede acercar a mi despacho y conversamos. ¿A las 10.00 hs está bien?
- Si, está bien.
- Hasta mañana, señor Froilán.
- Adiós.
Colgó el teléfono y arrastró los pies por el piso pintado hasta el pasillo interno de la casa. Pasó por la cocina para calentar la pava con agua, preparó el mate sacudiéndolo con yerba en su interior a fin de quitar algo de polvo, luego volcó unas gotas de agua sin terminar de calentar para ir apisonando la yerba. Juntó mate y pava, y se dirigió a la vereda, a ver el sol morir desde los escalones que descendían de su puerta al espacio público y que le sirvieron de asiento. El calor daba una tregua y una ligera brisa corrió por las calles empedradas.
- Está bien – dijo, en la reunión – que vengan a casa, no hay lujos, eso sí.
- No hay problema, señor Froilán, es sólo un rato lo que van a filmar, estoy seguro que todo saldrá de maravillas.
- Gracias, Horacio, me iré yendo, nomás.
Finalmente convinieron que los europeos filmen en la casa de él, así no tenía que mover tambores y además estaba el taller ahí así que podían grabar tranquilos el proceso, no había problema dijo Froilán en ese recinto de paredes pintadas, sí, pero que desgastaban a los que estaban contenidos dentro de ellas.
Preparó unas sillas de madera y paja en un semicírculo en el patio, cerquita del taller para que les quede bien para grabarlo después, si eso querían, pensó. Tomaba mates con una mano apoyada en la mesada y la mirada perdida en dirección a la pared, haciéndole frente a la cocina que mantenía a fuego bajito la pava, y por convección, el agua caliente. Escuchó unos ruidos de autos rebotando en el empedrado y el descenso de personas a la calle, golpes de puertas cerrándose y conversaciones en un idioma extraño. Los europeos deben ser, pensó. Se movió hacia la puerta y los dejó entrar.
Ya en la entrevista, sin dejar de cebar mates para él y algunos de los europeos, alternaba sus respuestas a las preguntas que pasaban por un traductor, lo cual generaba un pasamanos de consultas y contestaciones con espacios en blanco, donde Friolán aprovechaba para acariciar el cuero de un repique, o hacer sonar el piano. Las preguntas se dirigían a cómo seguir el ritmo, de los materiales, el baile, lo que significa para todos ellos ahí. Avanzaba la tarde a medida de que se perdía la cuenta de las cantidades de pavas que iban tomando y se agotaba la indagatoria europea. 
Él, Froilán, siente que fueron esas últimas preguntas las que lo dejaron aún así, sopesando su respuesta a pesar de que hace días los europeos dejaron su casa, el país y el continente. Todo porque le preguntaron sobre de dónde venía su música y la tradición a lo que respondió sobre la marcha de esclavos de África para repoblar este continente diezmado de autóctonos, donde se produjo esas dos crueldades, aniquilando por todos lados. Y la música había ido adaptándose pero algo quedó de sus ancestros, de los tambores de la selva y de los rituales, la cual intentaba ahuyentar los peligros y los malos espíritus, también de generar encuentro y comunión. Entonces la repregunta llegó inmediatamente desde los visitantes y a través del traductor. “¿Cómo todo eso lo define a usted?”. Quedó mirando a un costado, buscando verbalizar lo que le pasaba con ese mar de sensaciones que genera una pregunta que uno vive evitando por miedo a la respuesta o a la falta de la misma. Creo yo, dijo titubeando, que lo que me define son estas cosas que les he hablado pero aún más me define todo aquello que me ha sido negado, todo eso que me han arrebatado. Eso de ser porque no soy.

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