lunes, 24 de septiembre de 2012

De la forma del mundo

Me trajeron a la oficina de redacción el cuento de un joven muchacho con aspiraciones de escritor. Era una compañera de trabajo quien me lo dio y me comentó que era de su sobrino, que a ella le parecía que tenía cierto talento pero ella no podía ser objetiva con él. Mariel siempre fue buena conmigo y accedí a tomar el trabajo para revisarlo, dar una opinión.
El muchacho ciertamente era talentoso. Tenía sólidas ideas y una capacidad expresiva admirable para su edad. Pero no podía evitar sentir cierta repulsión por sus tonalidades fantásticas. Lleva al genero un poco más allá, haciéndolo chocar con la ficción. El tema del escrito era sobre la forma del mundo, sobre la posibilidad de doblar en Boyacá, en el barrio de Flores, y luego aparecer en Austria, de ir por un túnel por Libertador y desembocar en París. Se podía ver cómo el chico se reía de los esquemas pero le faltaba algo más. Se lo dije a Mariel y me agradeció. Allí comenzó mi malestar, luego de los primeros sorbos.
La mañana siguiente me levanté muy temprano. El dolor en el hígado de tanto café hizo estragos en mi sueños. Toda la noche había estado ensayando un camino que se dividía entre la cocina, el baño y la pieza. Lo único que agradecía es haber podido llegar sin mayores complicaciones. más allá del calor que complicaba la situación. Seguía sintiendo calor. El día fue caluroso y adivinaba que la noche también, no podía percibir el sonido que el viento podría causar en las hojas de los arboles del fondo de la quinta.
La quinta, como le decíamos, era el campo que Josefina había heredado de un tío que la apreciaba. Quedaba en las afueras de Buenos Aires y era precioso, de un tamaño discreto en comparación a las fincas  y chacras que lo rodeaban pero tenía la particularidad de poseer una parte de la división hecha por un arroyo, por un pequeño río que estaba luego de una gran porción de arboles, como un pequeño bosque particular, personal. Comencé ese día a quedarme solo en el campo, en la quinta, por recomendaciones médicas. Al parecer, el stress no distingue raza, credo o religión. El médico me sugirió distraerme, salir un poco de la ciudad, de los cafés, de los bares también. En realidad, tenía la necesidad de pasar unos días afuera, la visita al médico fue sólo tener un aval, una excusa, un mandatario de recursos humanos y sus políticas de cuidar al personal.
Me dediqué a leer en lo que fue mi hospedaje. Por suerte, la casa de la quinta no tenía televisión. Así, los diferentes intercambios de información, los mantenía solo con los pájaros que se posaban en las cercanías del lugar. Lamentablemente para mí, no he llegado a impresionar a ninguno de ellos como para seguir un tema, continuar una idea. Entonces, los pájaros huían, con una rama, con un trozo de miga, con una semilla. Huían al paraje de los arboles, el refugio por naturaleza. Recordé que nunca nos adentramos hacia ese lugar. Sabíamos de la existencia del arroyo por el ruido, por los comentarios de los vecinos pero nunca fuimos más allá de lo que es, de lo que se dejaba ver. Los apuros y los atropellos del ritmo de vida, produce que solo podamos contemplar a media vista, todo por la mitad. Así, entiendo que aquellos apresurados turistas que buscan batir un récord en recorrer las capitales de Europa en una semana, con el fin de demostrar que estuvieron allí, en realidad, nunca estuvieron, sólo fueron parte del paisaje con la mente puesta en el próximo destino, en la próxima foto. El gusto de los momentos es cuando, al vivirlos, nos parecen eternos. Pero en esta ocasión, tenía tiempo y ya me había comenzado a sentir mejor.
Tenía en la quinta una pequeña radio que en ocasiones podía captar diferentes sintonías. No era usada porque las frecuencias deseadas eran interrumpidas por otras. De esa manera, podíamos escuchar un poco de bossa nova en radio Del Plata o semejantes. Curiosamente, esa tarde, donde decidí ir a investigar, la radio captaba toda las señales y la traje conmigo por compañía.
El sol ya daba su habitual retroceso cuando salí de la casa. Una suerte de brisa acariciaba a los elementos, como reconfortándolos luego de un calor intenso y agrupaciones de pájaros torcían sus alas en un cielo magnifico, casi al alcance de las manos. Luego de caminar por los sendos pastos de la quinta, comencé a notar pequeños arboles que se iban intercalando hasta llegar al punto de estar uno al lado del otro. En ocasiones, tenía que pasar de costado, era ciertamente impresionante la extensión que ocupaba esta forma de la naturaleza. La radio me devolvía tangos que hace tiempo ya no escuchaba. Los sonidos de la reproducción de viejos vinilos en tocadiscos de púas gastadas, se mezclaba con los suaves sonidos de un arroyo. En ese momento pensé en volver, ya había visto lo que precisaba y no me parecía oportuno continuar. Sin embargo, son los deseos de creer, la necesidad de ver, que me condujo a buscar el fluir del agua.
A medida que avanzaba, noté que los arboles cambiaban, parecían más y más tropicales. Me reí cuando vi la primera palmera al lado de un nogal. Luego de unos pasos más, pude escuchar tango más nítidos compuestos con cambios rítmicos más alegres, más suaves y con letras no tanto rencorosas. El sonido del arroyo se hacía más presente y, nuevamente, una ola de viento caluroso me recordó que el día se me escurría de las manos.
El lugar donde uno está, escuché una vez, es aquel donde uno quisiera estar. Crucé el morro de Pavão y mojé mis pies en ansiadas aguas de mar. Hizo calor en el día, cierto, y se seguía sintiendo ya por la noche pero una suerte de brisa acariciaba a los elementos, como reconfortándolos luego de un calor intenso y agrupaciones de pájaros torcían sus alas en un cielo magnifico, casi al alcance de las manos



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3 comentarios:

  1. Tanto el título como la matriz de lo que acabo de contar, pertenecen a Bioy Casares.
    No es un plagio, quisiera decir, ya que me falta mucho, demasiado par intentar imitar a tamaño autor. Es sólo un reconocimiento, un gracias che.
    Basta de estructuras, quisiera doblar en Boyacá y aparecer en Avellaneda.
    Gracias.

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  2. Suele pasar, cuando uno está solo, que la mente vuela, surca mares, remonta ríos, escala montañas, recorre calles conocidas y desconocidas, mezcla recuerdos visuales, agrega olores y sabores y por un breve instante, su vida se torna placentera. Son tal vez esos micro instantes los que le dan sentido al resto de los muchos instantes donde se entremezclan dolores, miedos, angustias. Es un Ying-Yang necesario, casi crucial. Abrazo!!

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    1. Y yo que me maté pensando todo para que vos vengas y lo resumas así.
      Igual, agrego. Más allá de que sea un Ying-Yang que sí, que sí pasa y es, también acontece la necesidad de poder pensar en más allá, de que todo pueda ser, por qué no. Como estar al lado del camino, diría Rodolfo Paéz.
      Las mejores cosas que producimos son aquellas que no les prestamos la debida atención. Muchas veces, los logros para ser reconocidos como tal, deben de estar enmarcados en los límites de lo material. Un auto, una casa, un título, una mina, un autografo, lo que fuere. Pero es lindo tomarse un respiro, ver que uno puede ser feliz, estar bien, sólo con sí mismo, con un salto del perro amigo, con unas lindas risas, con atardeceres que parecen nunca terminar.
      Gracias, Ato, por pasar. Siempre es grato leerte.
      Fuerte abrazo!

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