jueves, 13 de septiembre de 2012

Un estudio no difundido

Tenía ese malestar hace un tiempo atrás. Suerte de episodios alternados comenzaron una mañana, creo que fue un lunes de octubre, uno de esos días donde parece que nunca hubo noche, uno de esos días donde parece que el sol no tomó descanso. Habrá comenzado todo con una especie de molestia entre la sexta y séptima costilla del lado izquierdo. A veces se movía hacia abajo, luego rondaba por arriba pero siempre del lado izquierdo del cuerpo, siempre circundando el tórax. Era una sensación particularmente rara, era como sentir un vacío, un espacio sin nada pero que duele, que molesta. No le dí mayor importancia y dejé que el tiempo vaya acostumbrándome a la sensación o, en el mejor de los escenarios, que desaparezca.
Transcurrieron mis días. Cumplí, jornal a jornal, las diferentes obligaciones que atañen el vivir en una sociedad de tipo capitalista. Fuí a la universidad, también a trabajar y me comporté como un fiel consumista sin mayores inconvenientes. Pero, de vez en cuando, el dolor reaparecía. La molestia me quitaba el hambre, las ganas de todo. Si bien en un principio fue esporádico, el paso de los momentos solo dejó secuelas más graves. Supe llegar al punto de despertarme por la angustia del dolor. Sí, creo que esa es la palabra justa, angustia. A veces, se solía pasar luego del desayuno pero empeoraba al llegar al trabajo, mientras viajaba en el colectivo, frente al primer cigarrillo del día. Luego, me acompañaba, particularmente, luego del almuerzo, antes de un café de media tarde. Decidí consultar un médico.
De todo ello serán unas tres, cuatro semanas que han transcurrido. Acudí al doctor Zamorano, un especialista en putas que se había graduado de medicina por su capacidad intelectual más que por decisión o vocación. 'En la medicina está la guita, Dieguito', me decía cuando era pibe. La confianza que habíamos entablado entre ambos era solo superada por su manía de hacer chistes ante todo. Por ello mismo, no recuerdo haberlo encontrado nunca en algún velorio u ocasión que amerite seriedad.
Le comenté lo que me venía sucediendo, lo que me estaba pasando. Él, por primeriza vez, se puso serio y comenzó a preguntarme ciertas indagaciones que hacen al diagnostico. Es que Zamorano sabía que sí acudía a él era porque algo me pasaba, nunca fui de acercarme a la atención médica. De tal forma, los interrogantes circundaban a los momentos previos y posteriores de las fuertes sensaciones de angustia que sentía. Le comenté que, en la mayoría de los casos, ocurría luego de despertarme y antes de llegar al trabajo. También era frecuente que ocurriera cuando terminaba de almorzar. Y, un dato que no me pareció menor, fue aquel que mencioné indicando que una ligera pinchazón se producía en mí, en el mismo lugar, cuando podía ver a la recepcionista de la oficina siendo persuadida por diferentes empleados. Lo mismo ocurrió cuando aprecié a Martinez, un supervisor, robando resmas de hojas y un cuaderno tapa dura.
El doctor Zamorano me escuchaba atentamente mientras miraba a la nada, al piso, a la azul alfombra desgastada que cubría la oficina de él, su consultorio. Colocó el codo del brazo izquierdo sobre el escritorio para poder apoyar su rostro sobre la palma de su mano, y así pensar. Se acomodó, lo recuerdo como ayer, sus cabellos casi grises en su totalidad. A medida que yo seguía enumerando situaciones, me abordó una cierta consternación por no sentirme escuchando ya que Zamorano iba procediendo a rascarse la oreja derecha con las yemas de los dedos índice y pulgar. De pronto, el doctor pidió que pare. Luego, dijo:
- Te faltan unas buenas putas a vos, pibe.- y me miró, abriendo bien los ojos, como recuperando la conciencia.
- Perdón, doctor, no creo que sea eso, vengo bien.- le contesté no conforme con su diagnostico.
- Mirá, pibe, te voy a decir lo que pasa. Existe un estudio no difundido, encajonado, que se hizo en simultaneo entre los años ochenta y noventa en diversos puntos del globo. El estudio tenía como fin encontrar el desgaste general en la vida, es decir, a dónde se iba la nafta del ser humano. Pero, al encontrar la respuesta, las multinacionales hicieron callar a los investigadores con dos mangos del orto.
- Zamorano, sabe usted que lo respeto y lo aprecio mucho pero, sinceramente, no le entendí un carajo, ¿tengo algo acaso? ¿Me está diciendo que tengo un enfermedad incurable? ¿Me estoy muriendo? ¿Me estoy desgastando? - referí sintiendo que hice muchas preguntas casi similares.
- Todos nos estamos muriendo, pibe. Pero a vos, lo que te pasa, lo que se descubrió también con esa investigación, es que se te está acabando la nafta. Al entrar a la oficina, estás dejando un poco de tu vida, cada día, todos los días. Eso es lo que tienen las oficinas, pibe, te chupan todo pero nunca acabas. Son unas putas de mierda.- y dió un solo aplauso que lo llevó hasta su rostro para largarse a reír.

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4 comentarios:

  1. Quisiera preguntarle al Doc, cuáles son, dónde están y cuánto cobran esas putas buenas. No vaya a ser que la cura sea peor que la enfermedad :-)
    Entre nos, respeto lo que se dice respeto no le tiene. Creo que pasa más por el aprecio.
    Abrazo!

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    1. Ato, siempre la cura es peor que la enfermedad. Pero que lindo se pasa con lo primero!
      Por otro lado, sí, es una mezcla de ambos. Uno respeta pero también aprecia sino Zamorano no sería escuchado.
      Fuerte abrazo!

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  2. No será "él" cura? Digo, pq si aparece uno es pq viene a darle el "saludo de despedida" :-) Abrazo!

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    1. No despedirse es una falta de educación fatal. Y de gustos, no hay nada escrito. Igual, dejeme con la cura.
      Fuerte abrazo, buen fin de semana.

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