martes, 16 de octubre de 2012

Somos excusas

Sebastian estaba abatido. Todavía resonaba en su mente la combinación del pasado, del presente y la incertidumbre del futuro, de ese futuro que se iba deshaciendo como castillos de arena arrasados por las mareas, como grandes estampidas de cordones montañosos que se erosionan con el viento.
Caminaba desorientado, alentado sólo por la brutal rutina de emprender sus pasos, uno delante del otro, sin destino cierto, con la mirada ausente mientras el frío de la noche raspaba sus mejillas descubiertas. Fumaba con impaciencia, largando bocanadas de humo de tabaco que fluían conjunto al vapor que se produce por la diferencia de temperaturas existentes entre el adentro, entre el afuera. Las palabras que Mariela le había pronunciado luego de los primeros sorbos de café lo dejaron perplejo. Él sabía de qué se trataba cuando ella lo llamó la tarde anterior, con un tono de voz sumamente lineal, insípido, para solicitarle la reunión con la formalidad del 'tenemos que hablar'. La construcción colectiva del humanismo ha hecho que ciertas palabras, frases o circunstancias compartidas, signifiquen algo ya pautado antes de que ocurra, de lo que se diga; como si el uso de ciertas oraciones con el grado justo de voz bastaran para trasmitir lo que en verdad significan, la posterior consecuencia. Así, Sebastian entendió que el 'tenemos que hablar' no iba a aparejar nada nuevo, nada bueno. De todas formas, llevado por el principio del saber, él se dirigió al encuentro para confirmar que Mariela lo dejaba. No quisiera extenderme en explicar el por qué. Uno, cuando deja, cuando es dejado, debe saber que los motivos no importan, son pormenores que son usados en pro de no ocasionar un pasional rechazo del otro. Es, también, una forma de excusarse, de justificarse que de nada sirve a uno mismo o al otro también. Lo que verdaderamente importa, lo que es sutancial en todo el proceso, es que la relación termina por decisión de una de las partes y ya nada vale, ya no importan los por qués, las promesas que surgen instantáneamente. Y lo que jamás sirve son aquellos augurios de cambiar, de ser otro porque la contraparte ya no lo quiere a uno mismo, porque, también, la contraparte ya no es aquello que queríamos. Así, Sebastian escuchó las referencias, las explicaciones de por qué estaba siendo dejando mientras su mente divagaba en el futuro que se desvanecía, en la mezcla de las cuestiones que se habían dicho en el pasado, en lo que estaba ocurriendo ahora, como sí el presente fuera la bisagra de una puerta que conlleva a un mundo totalmente diferente a lo que se prometía. Llegado a un punto, Sebastian se levantó y se fue, dejando que Mariela siga hablando con la soltura del discurso preparado.
De tal manera, se encontró caminando, con el frío de la noche raspando sus mejillas y fumando, pensando en qué momento todo se fue a la mierda y en dónde habrán quedado todo esos bosquejos, esos proyectos que se prometían uno a otro, su futuro compartido. Sebastian quería estar con ella pero, desde el momento que se sentó en esa mesa pequeña de café, ya lo que él quería no valía nada. La desesperanza y la congoja se le hizo piel y, con ellas a cuestas, salió a dar una vuelta para nublar sus pensamientos un poco más.
Sebastian se sentó en un banco de plaza revestido ya por pequeñas escarchas de la noche húmeda. Las copas de los árboles danzaban por arriba de su cabeza mientras sus pensamientos lo punzaban produciendo ese dolor en las sienes que impiden el resto de la vida, haciendo que la vida sea todo dolor, toda presión ante las sienes. Sebastian se tomó la cabeza, apoyó sus codos en la finalidad de sus rodillas para acariciar sus pensamientos.
En ese instante, notó un papel que apretaba al piso con su zapato izquierdo. Se agachó un poco más y lo tomó con sus manos. El viento soplo despacio, en esta oportunidad, de una manera amable, como queriendo abrazar. Las luces de la plaza, sucias, casi melancólicas, iluminaban la escena y temblaban por el frío impiadoso. Los árboles se entrelazaban unos con otros, por sus ramas y la noche abrigaba con luna y nubes tenues a la disposición de los elementos en esa parte del planeta. Sebastian tenía el papel en sus manos, un trozo que no podía albergar más que un pensamiento, que una palabra. 'Mañana' (*) sólo decía el papel. Y a él le bastó para sonreír. Para entender que ese momento, esa situación era el resumen de la vida como él la entendía. Porque sintió paz, se sintió bien dentro de la vorágine de sentimientos que acababa de transitar, donde, ahora, una especie de tranquilidad cósmica lo embargaba por unos instantes donde sentía que nada podría salir mal. Así, su dolor de cabeza se apaciguó, sentía calor dentro de su pecho y respiraba diferente. Sebastian entendió que son esos momentos, esos resplandores de luz en la noche oscura de la vida, los que hacen que todo valga la pena, que todo sea diferente, por el simple hecho de que vivimos buscando aquellos suspiros en el aire que son esos espacios donde el confort nos embriaga y nos podemos sentar en el banco de una plaza a disfrutar la vida. El resto, los demás días, son sólo pretextos, son un diario devenir de la nada misma. Se convierten, más allá de la crueldad que ello implique, en rutinarias melancolías de aquello que fue o que vendrá, recordando o intentando crear esos instantes de verdad paz. De esa forma, los días, en su mayoría, del ser humano son solamente excusas, pasos agigantados rellenos de aire donde paramos todo el tiempo a mirar la hora, a ver si llega el colectivo, a chequear mails, a llamar por teléfono, a mirar el pronostico del tiempo, en pagar facturas, en preocuparnos por la próxima fecha de cobro.
Sebastian se levantó del banco, sacudió su sobretodo gris y prendió un nuevo cigarrillo. Tomó el papel y, contrario a lo que cualquier pudiera pensar, lo dejó olvidado cerca a otro banco, con la esperanza de que alguien más pudiera cambiar su día de excusa siquiera por un instante, por ese instante donde nace la vida misma.

()

(*) Me tomo la licencia de hacer referencia a esa palabra por haber sido utilizada con el ideal de la esperanza en la historia de Los árboles mueren de pie, del genial Alejandro Casona. También, quiero mencionar a tamaño autor y hacer de esto un pequeño homenaje a la fantasía teatral que creó.

6 comentarios:

  1. Después de leer el texto, me dije 'voy a bajar línea existecialista', pero enseguida me pareció una gilada, el relato es sustancioso, no necesita de ningún sabiondo que venga a decir más de lo que ya expresás vos.
    Lo que no me impide, por cierto, decir que en mi caso, siempre lo que vino fue mejor... espero que eso nunca cambie.
    Lo loco es que ese 'Mañana' a mí me llevó a otro autor, Graham Swift.
    Un abrazo.
    HD

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    1. Aquello que es mejor y peor, el pasado y el futuro, se reúnen en una graciosa danza que es el presente, el ahora. En verdad, el hoy no existe, no es más que un rejunte de lo que fue con lo que vendrá, una bisagra de ello. Todos tenemos un ayer y un mañana, y el presente depende de ambos, de uno mismo también.
      Y, con referencia a lo que decís querido Humberto, todo me hizo acordar a la canción Cantata de puentes amarillos de un extrañado Flaco Spinetta.
      Gracias por acordarte de éste trastabillado sitio. Espero que el contacto se mantenga. De más está decir que espero algún día hacer un siquiera mero bosquejo de lo que creas.
      Fuerte abrazo.

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  2. Hay varios dichos, que remiten al Mañana, la mañana es mi momento favorito, es como que se me presenta un camino a transitar, y hablando de caminos y tránsito, ya que estoy en modus motus, algo que aprendí es: si no está lloviendo aprovechá. Mañana no se sabe.
    Pero un dicho que rigió gran parte de mi vida fue: "Vive todos los días como si fuera el último, algún día tendrás razón" - Después me ofrecieron éste y lo adopté: "Vive como si fueras a morir mañana, pero planifica como si fueras inmortal"
    Está la famosa frase de John Lennon sobre la vida y los planes que también me sirve, pero al final del día, las Marielas de este mundo (sean mujeres, tsunamis, accidentes, fortuna, etc.) también tienen su agenda. Abrazo!!

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    1. Me gusta el modus motus que estás operando. Y más ahora en verano, seguro que lo sabrás disfrutar.
      Sí, como decís vos, Ato, la vida tiene muchas comparaciones, similitudes, etcéteras. De ahí surgen diversas frases o temáticas para encarar. Siempre pensé que pensar en el mañana no traía nada bueno para el hoy, el ahora. Es decir, sí, hay que pensar en el luego pero también haciéndose espacio para el ya. Soy medio rebuscado para eso, bien libriano como vos dirías.
      Y de Marielas se vale el mundo, también. No existiría la felicidad, la alegría, la dicha, el amor, lo bueno sin la contraparte de cada cuestión. Uno se necesita y se vale del otro, de la comparación. Vivir eternamente feliz sería sumamente triste por no haber experimentado el dolor siquiera una vez.
      Fuerte abrazo.

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  3. Así, es, igualmente nada es tan bueno ni tan malo como suele parecernos en ese momento, algunas veces puede ser mejor o peor en el recuerdo. Abrazo!

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  4. "Vivir eternamente feliz sería sumamente triste", no te preocupes, que si algo te garantiza la vida es una vida no eternamente feliz.

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