sábado, 24 de noviembre de 2012

Breve ensayo del viento

Buenos Aires siempre fue catalogada de diversas formas, con distintas comparaciones. En su momento más europeo, por citar un ejemplo, fue llamada como la París de Sudamérica. Cada vez que transito por las calles porteñas me encuentro que Buenos Aires es muchas ciudades dentro de una, que conviven, luchan, se pugnan por territorios o tiempos o momentos por ser. Así, puede ser New York como Bangladesh. La he visto pasar de un melancólico y lluvioso Londres a un escaso, sediento e irreal Macondo.
De noche y de día, Buenos Aires ha sido diferente. Las personas que caminan las calles en distintos puntos cardinales del reloj son distintas, no se conocen entre ellas y, me animo a decir, que tampoco a sí mismos. De tal forma, un taxista de Parque Patricios que se rehúsa a colocar balizas o luces de giro en las avenidas principales durante el día, en la noche puede perfectamente ser un gran conocedor de tangos, marchando en un dos por cuatro por las calles de San Telmo, quejándose de los autos lujosos y apresurados.
Luego, también, acontece el fenómeno de los lugares, de los sitios específicos que tienen su característica, su magia particular. Claro ejemplo de ello es la esquina de Paraguay y Uriburu, en los rincones del barrio de la Recoleta.
Allí, donde jóvenes con aspiraciones a médicos, ortodoncistas, enfermeros y toda relación con la salud se agolpan para pulir sus ideas, para hacer propias las artes de Hipócrates, las del genial Pasteur y un tal Paracelso. Esa esquina se hizo propia, desde tiempos inmemorables, de un viento particular. Eso, simplemente viento. Ráfagas frías en invierno y templadas en verano que dan empujones para seguir o se establece como una pared casi impidiendo el paso cuando es agarrado de contramano.
El dato original, y lo que le da particularidad a este lugar de la ciudad, es que el viento ha llegado a ser tan fuerte que ha podido cambiar el destino. Son numerosos los testimonios de parejas que iban de la mano por Uriburu en dirección a Marcelo T. de Alvear y que terminaron abrazados a otras personas, huyendo y prometiéndose amor con un completo desconocido. También están los muchachos que, habiendo visto el fenómeno, corren detrás de las estudiantes de ambo blanco y las acarician impunemente bajo la excusa de un soplido fantasmal.
El viento también ha sabido afectar calificaciones donde despreocupados muchachos han sabido recibirse antes de tiempo por el desorden de los parciales o prolijos alumnos siguen en carrera por intervenciones en sus destinos.
En pro de verificar esta información y recopilar datos al respecto, me aventuré a ir un día primaveral previo a las etapas de finales de los alumnos, hace mucho tiempo atrás. Recuerdo todavía el haberme entrevistado con distintos personajes y todos corrían y hablaban, me respondían y caminaban, como una coordinación compartida, como una estrategia para que el viento no se llevara hasta el último de los anhelos. Es menester aclarar que, en ciertos casos, me ha tocado escuchar el relato de muchachos que juraban haber visto al viento arrebatar el alma de un viejo que esperaba que cambie el semáforo.
Luego de tomar nota de un testimonio sobre la calle Uriburu, a metros de Av Santa Fé, emprendí mi retorno para la Av Córdoba, caminando siempre por Uriburu. Dentro de mis cavilaciones, olvidé todo el asunto del viento y, casi llegando al a esquina de la calle Paraguay, un fuerte rasguño invisible mordió mi pómulo derecho para darle paso a una gran ráfaga que impedía el paso. Duró, sin escatimar tiempos, uno cuarenta segundos, casi un minuto. Había quedado inmóvil  inclinando el cuerpo hacia delante, intentando que el viento no me condujera a un destino incierto. Sin embargo, en la sabiduría de los procesos inconsciente, una lágrima rodó por sobre el pómulo herido poniéndole fin al acontecimiento.
Controlé que todas mis pertenencias hayan estado en los lugares correspondientes - qué ingenuo que fuí - y, hecha la tarea, me largué a caminar nuevamente para tomar el subte. Cuando pasé el molinete, en dirección a Congreso de Tucumán, una suerte de angustia, de vacío me cubrió, quitándome todas las fuerzas que tenía para seguir. Es a hoy en día que no recuerdo bien cómo fue que llegué a mi hogar.
He recapitulado el hecho miles de veces y siempre una sabor amargo recorre mi garganta y se torna difícil establecer el acto de tragar saliva por contener las ganas de echarse a llorar. El viento ese día me robó todos los sueños que tenía. Me quitó todas las ganas de seguir, de establecer metas y generar utopías.
Desde ese día, una o dos veces por semana recurro a la esquina de Paraguay y Uriburu en busca de que el viento se apiade y me devuelva siquiera un poco del sabor de esos años, que me dé un motivo. Pero, dentro de este ensayo que se ha convertido en crónica, debo admitir un suceso que me ha ocurrido unos años atrás. En una ocasión sentí que el viento me había devuelto esos sueños perdidos y añorados, posibilitandome las ansías de vida. Pero instantes después - que no habrá alcanzado los cuarenta segundos, el minuto completo - me percaté que eran mis sueños en verdad aquellos devueltos pero yo ya no era el mismo y ya no podía soñar igual. En un rapto de piedad, una brisa me reconfortó y me despojó de esos sueños vencidos, invitándome a continuar.


()

*Brindo por aquellos que no olvidan sus sueños por más fuerte e incesantes que sean los vientos.

4 comentarios:

  1. Es curioso, uno de mis sueños era armar algún tipo de artefacto a velas/ruedas para navegar por Libertador/Alem, en la zona del edificio IBM/Catalinas. Siempre hubo una brisa más que intensa. Bienvenida en verano, no tanto en invierno. Tendré que visitar su Fastnet capitalino.
    Abrazo!

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    1. Bueno, Ato, esa zona también tiene esa particularidad. Quizás tiene mucho que ver el río que está ahí nomas o la altura de los edificios y la llanura de las avenidas.
      Pero ahí, donde hago referencia, sí, pasa lo que escribí. Voy a la facultad a la vuelta de esa esquina y es curioso ver distintas situaciones dadas por el viento. Más allá que ello es la cuota real o física o empírica de la historia, también creo que existe la otra parte que me dediqué a narrar.
      Igual, no sé si recomendaría que vayas para ahí. No hay nada, verdaderamente. Pero, quizás, con decirte que es un rejunte de preciosas estudiantes de medicina y sociales baste como para que sea todo.
      Fuerte abrazo.

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  2. En realidad me hice el náutico al referirme a su Fastnet, para no parecer un viejo verde, pero ya que insiste, si quiere me presenta como un tío macanudo...:-) Abrazo!

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    1. Miré usted que hay profesoras que todavía se mantienen en sus cabales. Es decir, dan cátedras solas solas. Están fuera de mi liga pero a un tío macanudo no le podrán decir que no.
      Fuerte abrazo.

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