Hugo mojó el peine, ennegrecido por los restos de mis cabellos, en el pote de gel. Con un ademán, con un recurso de mi mano derecha, le dije que parara, que estaba bien. Me baño en casa, Hugo, ¿qué le debo? Le dije, nada más.
Ya se me estaba haciendo tarde. Hugo se toma su tiempo para cortar el pelo, es una cosa de locos. Uno va, ahí, apurado, quizás, y el tipo te habla del peronismo, también de cómo los pases de los futbolistas al exterior es todo un lavado de dinero, que mirá si esa fortuna de guita será solo por un tipo que sabe pegarle más o menos a la pelota. Sí, hablamos de minas, siempre se habla de minas en la peluquería.
El tiempo, en esta peluquería que es la única que frecuento desde que tengo uso de razón, parece no existir. Los banderines de fútbol, la foto de Julio Sosa y la de un avión de Lapa sobrevolando la capital, parecen que fueron creados con ese color entre lo oxido, lo añejo y los tintes amarronados del paso indiscreto y sangrante de las agujas de los relojes. Los personajes que uno se encuentra también parece que fueron los mismos, como esos viejos que jamás fueron jóvenes que nacieron viejo y que ahí están, discutiendo si Houseman corría o bailaba en puntas de pies como solía hacerlo allá, en Parque Patricios.
Hugo me dijo que me sentara, que si le podía afinar la guitarra. Le quise explicar que estaba apurado pero recordé que el tipo me había enseñado a tocar la viola, que me tuvo paciencia y me alentaba. Me quedé un poco más. Pero, al decir la verdad, no sé sí fue un poco menos. El tiempo, allí, no tiene razón de ser.
En silencio, tocando suavemente los hilos de las cuerdas, reflexioné sobre ello. Es que sí, el tiempo es un arquetipo, es una mentira compartida por todos nosotros. ¿Qué es una hora? ¿Qué compás tienen los minuteros? Si, acercándonos a los casos prácticos, no tiene la misma velocidad las noches de felicidad plena que un minuto a oscuras subsumido en la agonía, en la tristeza. El tiempo parece un suspiro cuando dos enamorados se tienen que separar pero tiene los pies pesados cuando se trata de esperar la hora exacta para fichar y salir de la oficina. Se me hizo nostálgico intentar aceptar que nos condicionamos de momentos por un sistema dado para que los trenes lleguen a tiempo.
A todo esto, mientras daba filo a la vieja navaja, Hugo me miraba y convidaba con distintas preguntas a todos lo que estábamos ahí. Él me había visto crecer y era tal su función como peluquero de barrio que, por lo menos, tres generaciones de familia asistían en búsqueda de sus servicios. Es más, mi abuelo, mi padre, también, se cortaron el pelo en la vieja peluquería durante años.
Seguimos hablando, entremezclando la nacionalidad de Gardel con la rapidez mental de Bochinni y su fidelidad para con el club de sus amores. Recordamos a los que ya no están, haciéndolos presentes y trayendolos un poco con nosotros, dándoles vida, arrebatándolos de las garras del olvido. También se hicieron los mismos chistes que se repiten siempre, conjunto a las anécdotas que son parte de ese clamor popular como lo saben ser el ruido de las hojas de las tijeras al chocar.
Dado un punto, todos nos miramos complacientes y anhelantes de un próximo reencuentro. Era momento de seguir por otros rumbos, distintos destinos. Algunos iban a continuar la charla en el viejo bar La Moneda que estaba a escaso metros de la peluquería. Sin quererlo, recordé que un compromiso previo, aquel que al principio tanto me cegaba, me estaba esperando.
Al despedirme de todos y luego de dar los primeros pasos en soledad, pensé que estaba llegando tarde. Pero, quizás, ya había llegado tarde desde hace mucho antes.
___
He escrito esta desprolijidad en mención a que en el día de la fecha, este lugar cumple un año de su creación.
Inventado como recopilador de anécdotas, de pensamientos libres o como anotador virtual, se fue modificando hasta llegar a esto que, valga lo que es, no es mucho.
Escribo, sí, pero no me considero que lo hago bien. Lo que cuenta es que lo disfruto y, aún mejor, es que los pocos o muchos que lo leen, también lo hacen.
En un mundo como el de hoy, donde conviven la fragilidad de lo hecho, lo inerte al tacto y los restos del vidrio de la foto hecho añicos, el tiempo se ha hecho un patrón común, una moneda de cambio como en esa película donde el dinero era sustituido por tiempo. Es imposible no impactarse ante esa conclusión de que el momento que acaba de pasar ya no retornará jamás.
Una vez, Bioy Casares dijo una frase, una respuesta en la cual refería de que la vida le parecía poca, de que si le ofrecían vivir quinientos años más, el aceptaría y pediría por unos pocos años más.
Tempus fugit.
Ya se me estaba haciendo tarde. Hugo se toma su tiempo para cortar el pelo, es una cosa de locos. Uno va, ahí, apurado, quizás, y el tipo te habla del peronismo, también de cómo los pases de los futbolistas al exterior es todo un lavado de dinero, que mirá si esa fortuna de guita será solo por un tipo que sabe pegarle más o menos a la pelota. Sí, hablamos de minas, siempre se habla de minas en la peluquería.
El tiempo, en esta peluquería que es la única que frecuento desde que tengo uso de razón, parece no existir. Los banderines de fútbol, la foto de Julio Sosa y la de un avión de Lapa sobrevolando la capital, parecen que fueron creados con ese color entre lo oxido, lo añejo y los tintes amarronados del paso indiscreto y sangrante de las agujas de los relojes. Los personajes que uno se encuentra también parece que fueron los mismos, como esos viejos que jamás fueron jóvenes que nacieron viejo y que ahí están, discutiendo si Houseman corría o bailaba en puntas de pies como solía hacerlo allá, en Parque Patricios.
Hugo me dijo que me sentara, que si le podía afinar la guitarra. Le quise explicar que estaba apurado pero recordé que el tipo me había enseñado a tocar la viola, que me tuvo paciencia y me alentaba. Me quedé un poco más. Pero, al decir la verdad, no sé sí fue un poco menos. El tiempo, allí, no tiene razón de ser.
En silencio, tocando suavemente los hilos de las cuerdas, reflexioné sobre ello. Es que sí, el tiempo es un arquetipo, es una mentira compartida por todos nosotros. ¿Qué es una hora? ¿Qué compás tienen los minuteros? Si, acercándonos a los casos prácticos, no tiene la misma velocidad las noches de felicidad plena que un minuto a oscuras subsumido en la agonía, en la tristeza. El tiempo parece un suspiro cuando dos enamorados se tienen que separar pero tiene los pies pesados cuando se trata de esperar la hora exacta para fichar y salir de la oficina. Se me hizo nostálgico intentar aceptar que nos condicionamos de momentos por un sistema dado para que los trenes lleguen a tiempo.
A todo esto, mientras daba filo a la vieja navaja, Hugo me miraba y convidaba con distintas preguntas a todos lo que estábamos ahí. Él me había visto crecer y era tal su función como peluquero de barrio que, por lo menos, tres generaciones de familia asistían en búsqueda de sus servicios. Es más, mi abuelo, mi padre, también, se cortaron el pelo en la vieja peluquería durante años.
Seguimos hablando, entremezclando la nacionalidad de Gardel con la rapidez mental de Bochinni y su fidelidad para con el club de sus amores. Recordamos a los que ya no están, haciéndolos presentes y trayendolos un poco con nosotros, dándoles vida, arrebatándolos de las garras del olvido. También se hicieron los mismos chistes que se repiten siempre, conjunto a las anécdotas que son parte de ese clamor popular como lo saben ser el ruido de las hojas de las tijeras al chocar.
Dado un punto, todos nos miramos complacientes y anhelantes de un próximo reencuentro. Era momento de seguir por otros rumbos, distintos destinos. Algunos iban a continuar la charla en el viejo bar La Moneda que estaba a escaso metros de la peluquería. Sin quererlo, recordé que un compromiso previo, aquel que al principio tanto me cegaba, me estaba esperando.
Al despedirme de todos y luego de dar los primeros pasos en soledad, pensé que estaba llegando tarde. Pero, quizás, ya había llegado tarde desde hace mucho antes.
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He escrito esta desprolijidad en mención a que en el día de la fecha, este lugar cumple un año de su creación.
Inventado como recopilador de anécdotas, de pensamientos libres o como anotador virtual, se fue modificando hasta llegar a esto que, valga lo que es, no es mucho.
Escribo, sí, pero no me considero que lo hago bien. Lo que cuenta es que lo disfruto y, aún mejor, es que los pocos o muchos que lo leen, también lo hacen.
En un mundo como el de hoy, donde conviven la fragilidad de lo hecho, lo inerte al tacto y los restos del vidrio de la foto hecho añicos, el tiempo se ha hecho un patrón común, una moneda de cambio como en esa película donde el dinero era sustituido por tiempo. Es imposible no impactarse ante esa conclusión de que el momento que acaba de pasar ya no retornará jamás.
Una vez, Bioy Casares dijo una frase, una respuesta en la cual refería de que la vida le parecía poca, de que si le ofrecían vivir quinientos años más, el aceptaría y pediría por unos pocos años más.
Tempus fugit.
Interesante. Leerte es una delicia con muchas calorías. El tiempo, no solo es tirano en la televisión.
ResponderEliminarEsas peluquerías de barrios hacen estragos en los caballeros, entre futbol y minas, siempre se llevan un corte militar. Siempre en exceso. Como el tiempo.
Yo, aún me convenzo que si la mortalidad no nos asechara a cada paso entregado, todo sería mucho más superficial e inocuo.
Pero coincido con Bioy, si me dan 500 años, en Ibiza, con un buen mojito en mano, no me niego, serán bien recibidos.
Gracias por compartirte.
Bueno, gracias por los halagos, en líneas generales.
EliminarUna vez escuché, leí, no recuerdo cómo, pero llegó a mí una cierta información que refutaba eso de que la felicidad es, digamos, el camino y no un fin en sí mismo. Bueno, resulta que se complementaba eso, mejor que refutar. La cuestión es que alguien decía que la felicidad si bien puede ser el camino, lo es mientras tanto haya un fin que le de una razón de ser a ese camino. Algo así.
Bueno, también podemos decir eso del tiempo. O, por lo menos, así lo quiero decir yo. El tiempo es un camino y un fin en sí mismo. Verá, yo solo quiero tener más tiempo, quiero un fin también. Es que siempre aparece algo nuevo en las vidrieras que intentamos tener y a veces no alcanza.
Gracias por dejarme compartir.
Comparto tu idea. Si algún día, en algún momento, exiben a la "felicidad" en alguna vidriera como parte de la colección primavera-verano, quizás, se justificaría un poco, el trabajar tantas horas dirias, el resignar el tiempo, el compartir con amigos, los ravioles de la abuela el domingo al mediodia, las tardes sentada en el pasto al sol.
ResponderEliminarQuizás.
Bueno, lo que quizás me olvidé de decir es algo importante también, fundamental me refiero.
EliminarLa felicidad será propicia, será el camino, será el fin, siempre y cuando exista pero jamás sea alcanzada. Así, por lo menos, lo he visto yo.
Lindo abrazo le mando.
Ante todo Feliz Aniversario!! La verdad se me pasó volando. Suele suceder cuando uno la pasa bien. Con respecto al tiempo, depende, 5 minutos con alguien aburrido es una eternidad, en una montaña rusa una experiencia irrepetible, escuchando a Ricardo Fort, acuciante, contemplando un Monet, sublime, disfrutando un helado realmente artesanal, celestial, y ser abrazado por un amigo de verdad o un hijo, priceless.
ResponderEliminarNo hace falta vivir 500 años, sino coleccionar 5 minutos de los realmente buenos, porque sino, podés vivir 500 más al pedo. Abrazo grande y vamos por 735 segmentos de 5 minutos realmente más! (ojo, algunas veces tardo más que eso en leer tu entrada...)
Bueno, muchas gracias, Ato. Sí, sin quererlo, el tiempo se nos ha ido, siquiera acá, en este mundo blog.
EliminarSí, a eso me refiero. Quizás no valgan quinientos años si con ellos no se ha hecho nada. Pero, lo que pasa, es que, tal vez, se precisan cien, doscientos años para poder discriminar, de todos ellos, esos cinco minutos o una gran colección de los mismos. Me refiero a que si vivís diez minutos, cinco minutos es mucho, tanto que no logras saber a ciencia a cierta cuál es mejor, peor, todo eso.
Fuerte abrazo.
Estimado, lo más probable es que una vez cumplidos más de 100 años ni siquiera recuerdes lo que hiciste hace un minuto...Pero suerte con eso! :-)
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