viernes, 18 de mayo de 2012

Diferencias

¿Sabes cuál es la diferencia entre vos y yo?
Claro, no la sabes. Tampoco es para preocuparse, yo tampoco lo sé. Sé, por lo menos, que somos diferentes. No sé si al punto de lo complementario, no me trago esa basura del amor único y dos almas en búsqueda de su otra parte. Es que me parece muy ilusorio. Somos seis mil millones de personas acá, por estos pagos y vos me queres decir que justo vos que te conocí en el barrio, en un bar, en la facultad, en un trabajo, en una ascensor, por medio de un amigo, por un mail equivocado, por un libro en común, y que estamos destinados y somos lo que el otro andaba buscando.
Perdón pero no me cierra. Para mí, el amor de mi vida debe de estar cociendo zapatillas en Indonesia al cómodo valor de 5 dólares el día. O tal vez se encuentre alistándose en la Cruz Roja, partiendo en este día de lluvia a Etíopia para devolverle al mundo siquiera algo de lo que ella tomo, consiguiendo dormir plácidamente al final del día. Tal vez hasta la conocí, la habré cruzado esperando algún colectivo, me habrá atendido a la hora de hacer una compra, tal vez me escupió al encontrarme mirando sus atributos o tal vez le deba plata y por eso ni se me acerca.
No sé. Últimamente estoy pensando en que mis días van a transcurrir en plena soledad. Pero no es nada malo, no te hagas drama. El problema no es uno sino la visión que da uno en la sociedad al estar solo.  Igualmente, esto es un tanto más crítico para las mujeres. Pero a nosotros también nos pasa, créelo. Nos pasa porque ves como el resto de tus amigos van adquiriendo parejas, hijos, cumplir con la biblia. Y vos no.  Sos envidiado por algunos y sentido en pena por otros. Porque es así. En un punto, a cierta edad, se ve a mal la no conformación de un prototipo familiar. Es como un protocolo. Cumplís 30 y deberías de empezar a tener un pibe. Mínimo. Digo no, no hace falta, no quiero. Por lo menos ahora no. Y me siento bien, no me preocupa. Pero a los demás sí. Es ir en contra de la costumbre, del orden establecido de las cosas. Por eso les jode.
Entonces, un domingo cualquiera, tal vez un sábado a la noche, una mención a un cumpleañero, alguna festividad religiosa o patria que amerite el aglutinamiento de personas consanguineas o de relación política, se produce el momento. Ese espacio entre el último que esta comiendo en una mesa larga, poco ancha, un rectángulo de madera sostenido por caballetes, decorado por un mantel de finas margaritas, ese mantel que la abuela sabe cómo cuidar luego de tantas reuniones y manchas varias. Como te decía, queda un espacio entre el inicio de la sobremesa donde pende de un hilo pasar a la próxima etapa de la reunión por aquel que llego tarde y come con la pasividad e impunidad característica o por aquel que esta desde temprano comiendo y parece que seguirá hasta que ardan las velas. En ese momento, llegará una tía, una prima, la abuela o quizás la novia o esposa de alguien. Siempre pero siempre va a ser mujer.
Te pregunta, impunemente. Pero antes de la interrogación, el momento ya había sido presentido. Claro, solo  las mujeres entendieron qué iba a pasar.
Entonces vos, hombre entrado en años, saliste del lugar de la mesa de los niños para compartir tu ensalada con los grandes. Ya nadie te mira de reojo al servirte un vaso de vino, de cerveza o lo que fuere. Podes opinar, estas en edad de opinar. De todo, no importa. Siempre tenes algo que decir de fútbol, de política, de minas.  Es básico, siempre algo nuevo de lo viejo inventamos.  Pero todavía no estas tan cerca de la punta de la mesa, de ese domo invisible, repelente, hacedor de respeto.  Estas en el grupo pero un poco más alejado.  Sos el medio entre hombres y mujeres.
Y ahí esta el momento.  Sabías que iba a llegar.  Te estuviste preparando pero, como todo en la vida, no hay preparación que valga en momentos como estos. Es ahí, donde te dije, que se te acerca alguien, mujer por seguro. Tu piel se eriza, una lenta y fría brisa rosa tu cuello, tu nuca. Ves el escenario, el contexto. Hombres riendo, varios vinos bebidos. El que sigue comiendo, mirando de reojo mientras hunde la mandíbula hasta el punto de casi comerse el plato. Mujeres que levantan una parte de la mesa, chicos corriendo, pidiendo monedas para ir a comprar algo al kiosko, tal vez alguna golosina que tanto añoran, de esas que también nosotros queríamos comprar.
Se sienta al lado. Te mira con una ligera sonrisa. Haces que no la ves y tenes tu cara, tu mirada, tu atención puesta en el extremo opuesto de donde se sienta. Te acaricia el antebrazo para llamarte. Tierna, dulce y sin ánimos de reservorio. Mujeres pasan por detrás de ustedes. De pronto convergen la mayoría enrededor de este suceso, se detienen con recipientes en las manos, poniendo su visión ante vos.
Animada, jugando con las sonrisas y las comisuras de sus labios, con el volumen y tono de voz justo, suelta.
- ¿Y tu novia?
Desde el fondo, se escuchan, como en un susurro, el caer de los cubiertos del último comensal.


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