lunes, 20 de agosto de 2012

Revisionismo adaptativo

Cenamos a la luz de dos, tres velas, cortitas y distribuidas por una mesa que nos queda grande. Siempre te he dicho que anhelo a que lleguen estos jueves, estos días así para poder cocinar juntos, decirte cuánto te extrañe en la semana, en todo el tiempo que no comparto a tu lado. Noto en la relajación de tus sonrisas, dentro de la paz de tus ojos, que jamás te han abrazado así, que nunca habías reído con estas ganas, que nunca pensaste que la vida podía salir de ese guión tan desastroso para convertirse en una película linda, real, que nunca quisieras que termines.
El rubor de la radio deja estelas de sonidos que nos acompaña mientras creamos un beso, una caricia en tu hombro desnudo. Me apresto a deambular entre cortes en juliana, otros en brounoise y me apodero de un vaso de vino, tinto, con notas de frutos rojos, de chocolate y de madera de pino traído desde Bielorrusia, acorde reza la etiqueta, pero yo te digo que le siento gusto a vino y vos reís, cubriendo tu sonrisa con el antebrazo y luego me contestas que la percepción es la idea que tenemos sobre lo que nos rodea y que es lo único con lo que contamos ante la idea de que no sabemos nada, de que nada existe, y por ello siento gusto a vino pero que tomaste y notaste que tenía gusto a notas de cerezas.
Juego con la copa en la mano derecha, mientras cruzo el brazo izquierdo sobre mi pecho, me recuesto sobre la mesada y te miro. Noto que queres decirme algo, que queres conversar mientras terminamos de cocinar, de cenar, hablar cara a cara, dejar de lado esas comunicaciones por celular, por internet, mirar al otro y hacer un recuerdo de todo. Así, te veo ir a apagar la radio mientras me dedico a acomodar platos, cubiertos, elementos en la mesa. Y desde el fondo, venís aclamando que la realidad no existe, que todo es una mentira colectiva y que te hartaste de ello. Yo me río, miro el modo en el que agitas los brazos y te abrazo. Te contesto que las trampas son necesarias, que sin la mentira sería imposible vivir, son los efectos del contrato social, del sistema.
Me apartas y vas a echar los ravioles en el agua. Ravioles de ricota y verdura, pienso, y prendo un cigarrillo. Me decís, desde la cocina, que estás cansada de esta mentira que es la libertad, del fraude del capitalismo, arrojas que Nietzsche te parece un pelotudo importante que lo único que hizo fue introducir conceptos ya conocidos. Te aviso que no, que no coincido con lo que referís del autor, que si bien es un tanto oscura, pesimista su relato, es realista, si podemos llegar a coincidir que la realidad existe; pero remarco que coincido con las mentiras del capitalismo, del sistema corrupto y agrego que el cambio de paradigma está cerca, a unos trescientos, quinientos años. Ya venís con los platos rebosantes de ravioles y brindamos.
Entre bocados, me recordas que lo peor de Nietzsche fueron los que le sucedieron, aquellos que tomaron la posta de sus enseñanzas. Te pregunto si te referís a los estructuralistas y me indicas con un ademas de tus ojos que sí, que esos forros te tienen la tetas hasta el piso, referís que se dedicaron a temas tan abstractos y desprolijos sobre el conjuntos social mayoritario, que te dan repulsión.
Te entiendo, asiento con la cabeza para decir que comprendo a donde queres llegar y, al momento en que decido contestarte, noto que miras el reloj y buscas el control en la noche, el control del televisor en el medio de la mesa y prendes el aparato. Me percato que también buscas tu celular, que corres a la pieza a buscarlo mientras te voy gritando, como cuando un profesor grita, como cuando grita en el aula magna de la facultad de economía de la UBA para quinientos alumnos, te grito que no me parecen tan malos los estructuralistas pero que eran mejor los post por los años, por la experiencia y la posibilidad de contrastar teorías, que no podes negar los signos lingüísticos de Lacan, los análisis de Foucault y los estudios del genial Lévi-Strauss. Pero ya no me escuchas, te sentaste en la mesa y masticas un raviol que dejaste olvidado en el tenedor.
Y creo que no escuchaste nada de lo que dije, de lo que intente hilar desde la mejor de mis ignorancias. Es que te veo escribiendo un mensaje, te veo que estás mandando BAILA CHARLOTTE al 20200, y que me pedís que me calle, que Pachano está dando su veredicto y no te lo queres perder.


Imagen de acá

3 comentarios:

  1. ¿A quién se le ocurre preparar ravioles justo antes de que baile Charlotte? Pizza y champagne! Igual no hay mucho que discutir con la realidad. Ella se dedica a ser nomás y le chupa un huevo lo que creamos nosostros sobre ella.

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    1. Estimado A. Torrante.
      Es tal como lo dice usted. La realidad es algo que se brinda sin importarle lo que podamos pensar sobre ella.
      En cuanto a lo que referencia sobre Charlotte y la poca vinculacion de ella con tan buen plato como puede ser uno de ravioles, le digo que sí, que pizza y champagne hoy toma cualquiera; pero ravioles con tuco y un agraciado vino, eso, eso, mi estimado, es manjar de pocos dioses.
      Fuerte abrazo.

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    2. Coincido 100% Diego. Los ravioles, con un buen tinto, y pan fresco, son un manjar, de los pocos gustos que me doy. Igual la culpa no son de las Charlottes, sino de las que le dan de comer. Es parte de esa realidad con la cual convivimos. Igual habiendo cable, se puede optar.

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