martes, 6 de noviembre de 2012

Adormecido

Cuando coloqué la llave en la puerta de hierro verde que está fuera de casa, sentí que todo el peso del día, de los días, de la vida, se agolpaba por sobre mis hombros y hacía esforzar por demás a mis piernas cansadas. Hizo bastante calor y ya la camisa no tenía ese aroma entre lavanda y planchas oxidadas que emanaba cuando la retiré de la lavandería. Al poner el primer pie dentro de eso que la sociedad de la propiedad privada ha dado el nombre de hogar, giré sobre mis pasos y cerré mi prisión personal a medida que una suerte de relámpago iluminaba el cielo y a los elementos de la tierra, incluido ese extraño hombre que decidía pasear en bicicleta a esa altura de la noche, con ese tipo de clima. Porque, dentro de las magias de Buenos Aires, se encuentra también la facilidad de imitar o recrear ambientes, microclimas. Así, hubo calor de día y vientos, relámpagos y gruesas gotas de lluvia por la noche. Humedad todo el tiempo. Llovía y hacía calor. Observé la secuencia desde el porche a medida que tanteaba el juego de llaves para introducir la correcta, aquella que me permitiera ingresar a esas cuatro paredes donde uno siente la libertad. Siquiera, era viernes y el lunes era feriado.
Una vez dentro, revisé la heladera por más que sabía que no existía nada en ella. Sin embargo, para mí sorpresa, me encontré con dos porciones de una suculenta torta que hice mía al instante, sin preocuparme el por qué estaban ahí, quién fue que las había colocado en ese lugar. Mientras caminaba hacia el living, reposé el portafolio por los aires hasta que se estrechó en la pared y dormitó en el suelo. Luego, me deshice de mis zapatos gastados de entrar y salir de cubículos en oficinas decoradas de esa luz artificial, de esas sonrisas artificiales y de esas mujeres también artificial. Pisé mis zapatos y los deslicé cercanos a la puerta que daba hacia el patio trasero, me prometí a mi mismo sacarlos antes de irme a dormir.
Entonces, con las dos abundantes y propicias porciones de torta, me fui a sentar en el sofá, frente al televisor, allí donde la vida ocurre. Con ademanes torpes y bruscos golpeteos sobre los almohadones de mi aposentó, pude encontrar el control remoto. Desde la oscuridad de la habitación, iluminado por la radiación del aparato, me disponía a comer ese regalo de otro, esa magia hecha torta de chocolate con frutillas y crema. Cansado de andar por distintos canales, encontré una película para ver. Portaba el nombre de 'Numb' y era protagonizada por uno de los actores de la sitcom Friends.
Recuerdo el principio, algo del medio y el argumento. No llegué a mirar el final. La cuestión era que el personaje, el protagonista, aquel que siempre es el héroe  iba teniendo una vida desastrosa producto de una experiencia, de un instante. Él estaba fumando un faso y de repente todo cambió. Nunca jamás logró recobrar la percepción de aquello que se llama realidad. A través de estudios, de secuencias de exámenes e idas y venidas a distintos médicos, se le diagnostico que sufre de un desorden de la personalidad llamado despersonalización. Básicamente, el no vé las cosas como son, todo es sueño, casi todo el tiempo.Ya no distingue lo que es la realidad, lo que es sueño, lo que es de lo que no es.
Sentí en mis manos discurrirse chocolate y una frutilla cayó, redonda, sobre el sofá para rebotar y continuar su camino rodando por el piso, hasta terminar por debajo del modular donde se encontraba el televisor, entre otros aparatos tecnológicos. Mientras tanto, el protagonista lloraba o creía que lloraba pensando que todo eso iba a terminar, que iba a despertar, pero esta vez lo sentía real.
En determinado momento de la película, él, el despersonalizado, quiso contarle qué era aquello que le pasaba a su ex novia o a su novia, no sé, a una. Le contaba, sin transmitir sentimientos, una lágrima o signo de desesperación, lo que le sucedía, a medida que ella se desintegraba. Pero para él, era un sueño, ya nada era real, ya el gusto de la comida, la textura de la sal, el sentido del agua, nada era real, tampoco ella era real para él, siquiera. En aquel momento, sin querer, recordé ese examen de Literatura de la secundaria que me hacia comparar la Continuidad de los parques de Cortázar con el proverbio chino de ese emperador que se soñó ser mariposa y que, al despertar, no sabía si era emperador que soñó que era mariposa o si, en verdad, era una mariposa que sonó que era emperador. Y me quedé dormido con las migas de las porciones de torta en el plato, con los dedos aún manchados.
Al otro día, me desperté con renovados humores, con una suerte de dolor de espalda por la mala postura pero contento al fin. Ya era de día y ya era viernes, el última día de la semana. Tomé el control remoto que estaba al lado de un plato con migas que no recuerdo haber usado y escuché desde el noticiero que durante el día iba a primar el calor, para dejar paso, a la noche, a las lluvias, a fuertes vientos y a relámpagos. Todo adornado con húmedad. Siempre me sorprendió la magia de Buenos Aires de recrear microclimas o imitar situaciones climáticas. Me vestí con la camisa que había traído la noche anterior de la lavandería. El aroma de lavanda era singular, mezclado, quizás, con el óxido de planchas que ya no quieren más.


6 comentarios:

  1. Numb-hasta decirlo tiene un dejo de Om.
    Cada tanto, como mini spa mental, hace falta. Cada tanto, sino la inmensa fortuna de ser una persona feliz, saludable y mas o menos despierta, sea hace insoportable. Abrazo! PD: descubrió el origen de esa torta K-Niche! (y sí frutillas y crema)

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  2. Totalmente. Recomiendo la película, existe.
    Quizás, puede ser, que siempre todo es un numb, un estado de adormecimiento. Tal vez todo siempre es un spa mental hasta que algún día, quizás, lleguemos a despertar, a encontrarnos con una 'realidad'. Ahora que lo escribo así, me acuerdo de la alegoría de las cavernas de ese muchacho de espaldas anchas.
    Y la torta, debe ser siempre de chocolate y frutillas.
    Fuerte abrazo, Ato.

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  3. Estimado Diego, el privilegio del spa mental regular suelen dárselo sólo una pequeña minoría mundial, digamos entre el 5 al 10%. La gran mayoría, la llevan como pueden y luego hay un sector, que recurre al alcohol, drogas varias, Rivotril y hasta los blogs. Y aprovechando que es un blog de culto, debo admitir que cada tanto, en momentos de debilidad canicheana, con la ñata contra el vidrio, suelo observar con cierta impudicia, esas míticas tortas de chocolate con frutilla que me remontan a mi tierna infancia, pero luego el impulso lobuno latente -personificado en Boogie el Aceitoso- me abofetea la mejilla y me dirijo con cierto desgano a una panadería a comprar una docena de mediaslunas de grasa. Es dura la vida de un aspirante a lobo pero según me contaron, vale la pena. Abrazo grande!

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    1. Ante todo, Ato, la palabra culto a este lugar le queda muy grande, demasiado. Con relación a lo otro, coincido plenamente. Pero, agrego. Todos tenemos un spa mental. Lo que pasa, lo que sucede, también, es que algunos lo estrenaron y otros no se percataron de su existencia. Asimismo, se encuentran ellos que lo usan pero no saben lo que hacen. Cosas por el estilo.
      Y, como todo, como siempre digo, es necesario que exista la tensión, las medialunas de grasa, para recordar, para relajarse en la imagen de otra cosa, de una torta de frutillas, por así decirlo.
      Creo que, de todas formas, debo volver a escribir más seguido. Me falta poco para terminar de rendir y muchas ideas se me están escapando por subirme a esa moto de cumplir con los tiempos.
      Fuerte abrazo!

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  4. La relación del personaje con la torta es netamente sexual, con lo que me sentí leyendo un relato erótico apenas disimulado. Claro, después del orgasmo, vino el adormecimiento.
    Un abrazo.
    HD

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    1. Me atrevo a decir, Humberto, que desde tu postura de neuropsicólogo tenés una gran inclinación freudiana para la interpretación de esto. Lo cual no hace menos válido tu comentario. Pero, quizás, siempre uno estuvo adormecido hasta probar esa torta, o no. O el orgasmo es el despertar del adormecimiento.
      Fuerte abrazo, gracias por acordarte de este lúgubre sitio.

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