No vale la pena dilucidar
el asunto, camuflar lo cierto con peripecias del lenguaje y
sobreentendimientos. Sofía era prostituta y ejecutaba elegantemente su oficio.
Ella era rubiecita, con
el pelo largo y suave como si fuese un pastizal de trigo. Tenía ojos marrones
que le brillaban al sonreír. La piel, uh, la piel como seda, delicada, hacía
pensar que cada vez que la tocaban, la podían romper. Dos tetas, un par de
tetas, finas, cónicas, rosadas y casi hechas a la medida. Piernas suaves,
firmes, capaces de ser la cuna de cualquier dios o formarse como las
desgarradoras y potentes fauces de un león. Las mismas terminaban en un culito
redondo, eterno, que hacia pensar que jamás podría caerse, que podría erigirse
un imperio o un altar sobre el mismo. También, claro, no mejor dicho que Puig:
un pubis angelical.
Convengamos que ahondar
en las descripciones de Sofía sólo podría generar el replanteo total de la
vida.
Vivía en Palermo, jamás
me preocupé en saber a ciencia cierta en qué calle, bastaba con conocer el portero,
el piso y el departamento a cuál llamar. En ocasiones, en la mayoría de ellas,
el hombre se sesga a la hora de saciar el instinto básico y no sabe por dónde
camina, qué hace, qué tipo de mensaje de texto o llamado realiza, a qué
destinatario. En mencionada situación, sólo se sabe el deseo y el modo, el
resto es contexto.
De tal manera, los
vecinos notaron que personajes absortos deambulaban por el edificio, corrían
por las escaleras, se desajustaban las hebillas en los ascensores o fumaban
nerviosos en la entrada. Como todo, en un principio no fue más que un encuentro
extraño, un comentario en las reuniones de consorcio; pero, a medida que pasó
el tiempo, los ruidos, los movimientos y los gemidos despertaron el malestar de
los habitantes del edificio.
A Sofía no le molestó las
acusaciones, los agravios y el rebaje que las viejas coquetas intentaban
provocarle con sus miradas. Ella solucionaba todo con una sonrisa, un
encogimiento de hombros y, en algunos casos, una suave caricia sobre el brazo,
como queriendo dar fuerzas, esperanzas, a un animal moribundo.
El tiempo, voluta de humo
entre dedos parcos, se corrompió y, sin quererlo, nos fue abandonando.
Sofía seguía con su
trabajo. Sin embargo, cierto día me confesó que se volvía a su casa. Ella era
de Pigüé o de alguna localidad cercana. Me contó que se cansó, que la gente
hablaba demasiado y opinaba por demás. Al parecer, el dato de su oficio había
alcanzado los oídos del vecindario y todos tomaron un cierto enojo,
distanciamiento y encono injustificado para con ella. Aquella vez, le dije que
la entendía y me ofrecí a ayudarla a buscar algunas cajas para la mudanza.
Al bajar, encontramos que
se daba sesión a una reunión de consorcio extraordinaria y, al parecer, el
fervoroso tema era la solicitada para que Sofía sea forzada a irse del
edificio. Irrumpimos al momento de la división entre los que están en pro o en
contra de la propuesta: todos habían levantado sus manos. Sofía se indignó. Se
instaló en el centro del semicírculo que acobijaba a los miembros, dio una
vuelta para mirar bien la cara de cada uno y dijo:
- Mírense entre ustedes,
cobardes. Me juzgan, me señalan, por la profesión que ejerzo. No, no es algo
que me gusta, que me produzca orgullo o que sea humanamente digno. Pero he ahí,
ustedes, dueños de la suerte, hombres realizados, he ahí, vendiéndose en las
más detestables oficinas, dejándose abusar por inversionistas que cuelan dos
falanges con el premio al presentismo para matarlos haciéndoles viajar de
cualquier forma, a humilladoras horas y por cuánto tiempo, Dios, por cuánto
tiempo. Dejan la vida, se prostituyen para llegar lastimosamente a fin de mes,
e intentando disfrutarlo, que es peor, buscando convencerse de que así uno es
feliz, que eso está bien. Ustedes son las prostitutas y qué triste, qué triste
es todo esto.
Se cruzó de brazos y me
hizo una seña con la cabeza para que vayamos. Nadie logró articular una
palabra.
Particularmente, yo no
logré hilvanar algún diálogo. La acompañé en las diligencias y me fui
prometiendo volver más tarde para despedirla. Pero no, no pude. Tenía que
levantarme temprano al otro día, mi jefe me había pedido que esa semana entrara
dos horas antes vaya a saber para qué. No volví a saber nada de Sofía.
Y yo cuento esto porque la
extraño. Extraño más que todo un momento preciso que siempre acontecía. Una vez
que el acto terminaba, yacíamos los dos recostados sobre la cama deshecha,
desnudos y sin hablar, mirándonos. En un instante que jamás se podía descifrar,
Sofía sonreía y se encogía de hombros. Luego, me acariciaba el brazo,
comenzando por el hombro y descendiendo hasta el codo, para retornar hacia
arriba. Me miraba, sonreía y me acariciaba, como si fuese un animal herido,
como dando ánimos, brindando la sensación de que era viernes, a la tarde,
siempre, y que ya no había más oficina, siquiera por un rato.
Una joyita!! Para enmarcar le diría, pero te vas a tener que conformar con el archivo del blog...
ResponderEliminarMe hizo recordar a una que vivía en un edificio de Gurruchaga y Guatemala, pero ella era "amante". Vale decir que fue mi ex quién con una mezcla de admiración y hasta envidia una vez dijo: "Qué lo parió, nunca vi a un tipo de Edenor trabajar tan contento. Yo pensaba que era por el café que le ofrecí, hasta que la vi a ella rozarle el hombro con la yema de sus dedos y decirle: Gracias".
Yo creo que es hora de que comiences a buscar la manera de acabar con tu laburo "prostituto". A buscar editores. Consultá con Dany o Humberto. No te quedes en el decir. Abrazo! PD: hablando de Palermo...:-)
Bueno, todos tenemos una motivación para, siquiera, tener un goce en la brutal explotación. Hay que intentar buscarle la vuelta antes de que terminemos de volvernos locos.
Eliminar¿Vos decís que puedo tener chances con esto de la escritura? No sé cuánta bola un editor, editorial, crítico o lector le pueda dar a esto. Es decir, me encantaría que llegue a distintas personas pero no sé si escribo para que llegue más allá.
Y, por otro lado, tampoco pienses en aquel Palermo como este mismo. No anticipemos nada. Jaja.
¡Fuerte abrazo!
No hay dudas que podés publicar. No se si algo de 500páginas. Pero asesorate, buscá consejo en aquellos que ya lo hicieron, como Dany o Humberto. Aprovechá los recursos disponibles. Gente que ya conocés y que son de buen corazón.
EliminarEn cuanto a Palermo, no pensé que se tratara de la misma persona, pero hay un hilo conductor: el goce, lo ideal sería que fuera mutuo y no rentado. Abrazo!
Estupendo Diego!!! Es un placer leerte, siempre.
ResponderEliminarLos halagos, de cualquier índole, son la perdición del alma creadora. Es decir, si hubieses puteado, insultado, profanado mi nombre o el de mi familia, bueno, es más fácil sortear el desafío. Alguna construcción inequívoca, un fraseo, una comparación insurgente y algún remate que diga todo sin decir nada, dejando el criterio del lector empastillado como león de circo, podría ser suficiente.
EliminarSin embargo, míranos acá, vos leyendo, yo escribiendo, cuán perfecto puede ser todo esto. Lástima, qué pena, que no me parece que escribo bien.
Me refiero a que gracias, es un placer que me leas, otra vez.
Besos en luna de Avellaneda.