domingo, 30 de junio de 2019

Indicadores

"Cómo cambian las cosas los años"
Como dos extraños
José María Contursi (1940)


Porque cuando se despertó en el hospital, pensó primero qué hacía él ahí, qué carajos había pasado. Un dolor agudo lo atravesó de sien a sien y sintió la garganta seca, los labios partidos y descascarados también. Intentó pararse pero las piernas no le respondieron. Todo el lugar estaba impregnado de ese aroma a medicamentos y gasa. La habitación era para él solo; contaba con un baño, una mesa de luz, un silloncito en el cual entraban dos personas de forma ajustada y una silla de madera. También habían un pequeño televisor, un teléfono y una botella de agua abierta. Tomó la botella y bebió aunque tomar y tragar le hacían doler por dentro, le provocaron ganas de doblarse en sí mismo. Buscó conservar la calma y comenzó a pensar sobre qué era lo último que recordaba. Haber llegado al departamento aquel, haber tomado unas latas de cerveza antes de llegar, haber manejado escuchando algo de música, ir fumando con la ventanilla baja. Bien, hasta ahí bien, si, me acuerdo, se dijo. Una compañera de trabajo lo había invitado a la reunión, una pequeña fiesta de un amigo de ella. Si, perfecto, había dicho él. Una autentica oportunidad de poder acercarse para arremeter una vez más, de intentar hacerse de una oportunidad. Tomé algo de cerveza, recordaba, y bailamos un poco. Si, eso, bailamos. Ella se me acercó y comenzó a bailar alrededor mío. Ella tenía un vestido bordó casi pegado al cuerpo, lo suficientemente holgado para permitirle los movimientos. También tenía un perfume dulce pero no empalagoso, un aroma que casi se había hecho para ella. Si, eso me acuerdo. ¿Y qué pasó, dios mío? La angustia comenzaba a apoderarse de él.
Intentó calmarse, ejercitar la respiración, cerrando los ojos para poder hurgar dentro de sus recuerdos. Ella se había acercado y bailaron, ella le dio un beso en el cuello y el mundo se le volvió un poco más ameno, más justo. El corazón palpitaba en aquel departamento y ahora cuando recordaba en la cama del hospital. Ella le susurró de irse a otro lado, cada cual en su auto, para ver qué pasaba. No recordaba qué dijo pero indicó un sí, que vamos, te sigo. Y ganaron la calle.
Y de ahí todo se borró, no podía recordar. Algo pasó. En ese momento ingresó un médico que se sorprendió al verlo, había avanzado empujando la puerta mirando el piso y cuando lo encontró sentado se detuvo y dio unos pasos inconscientes hacia atrás. Llamó a una enfermera y comenzaron a ver las estadísticas de sus ritmos cardíacos, azúcar en sangre, mediciones de suero, los indicadores  de vida. Vieron todo sin aún saludarlo. Una vez resuelto de que todo estaba en condiciones normales, comenzaron a hablar. Le preguntaron cómo se sentía, si tenía algún dolor, si recordaba algo. Sobre esto último dijo que no, que llegaba hasta un punto y quería saber qué pasaba, por qué estaba él ahí y por qué estaban tan sorprendidos de que haya despertado.
El médico acercó una silla a la cama y pidió a la enfermera que se retire. Se sentó y entrecruzó las piernas, la derecha sobre la izquierda. Le contó sobre el accidente. Que él manejaba, que iba solo, según las personas que estaban con él esa noche, estabas feliz, contento, que ibas al departamento de una chica, una compañera de la oficina, y que se te veía bien. Y que no viste el camión estacionado, quizás te distrajiste o confiaste de más en tus habilidades, eso pasa mucho. Por suerte, una ambulancia acudió al instante junto con los bomberos, pudieron sacarte rápido. Pero bueno, tómalo con calma. No todos los días se despierta uno después de diez años.
Cuando dijo diez años, así, a la ligera, sintió recorrer su sangre por todas las venas con un ritmo cálido para luego congelarse y dejar de fluir. No sabía si volverse loco, si salir corriendo aunque no pudiera, si cagarlo a trompadas al médico. Diez años. Fue cerrar los ojos antes del choque y abrirlos después, en un hospital, diez años después. El mundo comenzaba a desmoronarse, o lo que quedaba de el.
Porque cuando se despertó en su cama, soñando que se despertaba en un hospital, sintió los pinchazos en la piel y el dolor en la espalda, el costo de haber estado unos diez años en casi la misma posición, todos los músculos hechos un manojo de material inservible. Agitó su cabeza de un lado a otro, cerrando los ojos, intentando borrar la neblina matinal, intentando entender qué era verdad y qué un sueño. Manoteó el control del televisor, encendió el aparato que le decía que era junio, que ya terminaba el mes y que aún estaba ahí, en el mismo año en el cual se había dormido y que no había pasado el tiempo que creía haber pasado. Aturdido aún, se levantó, caminó arrastrando los pies, se lavó la cara, los dientes, orinó con algo de acierto y se dirigió a la cocina. Mientras desayunaba, con la mirada en un punto fijo que podría ser cualquier cosa, sintió que refilones de ese sueño volvían y lo aturdían. Entrecerró los ojos de nuevo intentando buscar imágenes y respuestas pero resulta que no estamos preparados para todo, verás. Porque ahí se dio cuenta que un lugar dentro suyo le quería decir algo, que sí, que más o menos así, que pasaron diez años de su vida en la cual no había cambiado nada, siempre lo mismo, la cama, el desayuno, el transporte, el trabajo, la casa, la comida, la cama, el desayuno, el transporte, el trabajo, la casa, las mismas cosas. Cada quien choca con distintos camiones.

()

No hay comentarios:

Publicar un comentario