viernes, 19 de julio de 2019

Casa prestada

Cuando fuimos a vivir juntos nos pareció una idea sumamente beneficiosa para los dos, en los sentidos racionales e irracionales. Con esto me refiero a que ambos alquilábamos por separado y la casita que nos prestaban quedaba casi en el punto exacto entre la distancia que teníamos uno del otro.  Los motivos irracionales obedecían más que nada a la intensa necesidad que se nos hizo de intentar pasar el mayor tiempo juntos. Por su parte, la casa, aunque venida en años, conservaba la melancolía y el brillo de los años viejos, de todas las historias que habían pasado por ahí.
Quedaba sobre la calle Defensa, a dos casas de la esquina con Desmol. Pertenecía a una tía de Julieta, en realidad la había heredado un primo de ella que estaba viviendo en el exterior y, para darnos una mano y para evitar que extraños se metieran en ella, nos permitió vivir allí hasta que nosotros podamos acomodarnos un poco mejor. Los muebles estaban tapados con sábanas viejas y las sábanas viejas estaban tapadas con una película de tierra. El piso estaba algo desteñido y algunas baldocitas de parquet se habían hinchado y zafado de las otras. Había que arreglar las persianas, algunas no subían, otras no bajaban. Las cañerías estaban algo complicadas, manchones de humedad y pintura descascarada se reproducían casi siguiendo la línea de los caños galvanizados. De a poco vamos a ir arreglandolo, dijimos.
Decidimos limpiar un poco previo a mudarnos, empezamos con la cocina, luego con las piezas, la principal y dos auxiliares. Luego continuamos con la sala de estar, había un comedor aparte que decidimos repasarlo una vez mudados allí. Cortamos el pasto del frente y arreglamos las cortinas. Algunas fichas de luz no andaban y tuvimos que cambiar algunos vidrios. El sillón se había percudido e hinchado por filtraciones de agua por lo que decidimos dejarlo en el fondo, en un galponcito que previamente limpiamos. La tarea si bien ardua, era placentera. Compartíamos el tiempo juntos y estábamos construyendo algo para los dos, algo tangible y no sólo promesas de galantería. Una vez que todo estuvo medianamente prolijo, empacamos nuestras cosas en algunas cajas y nos mudamos juntos. Dejamos todo entre el living y la cocina. La primera noche dormimos sobre el colchón que pusimos en el piso, pedimos algo de comida y tomamos vinos en unos vasos de plástico. Tuvimos algo de frío pero nos teníamos uno al otro para apaciguarlo.
Una estantería llena de libros percudidos nos pareció sumamente agradable. A ella le gustaban los libros, sus diseños, ,la tipografía, la distribución de sus elementos. Por mi parte, adoraba el contenido. El Aleph, Ulises, Rayuela, Guerra y Paz, El viejo y el mar, y así se sucedían éxitos tras éxitos. La conservamos con la promesa de ir limpiando uno por uno y guardarlos en esa estantería. Fuimos acomodando nuestras cosas, dándole el toque personal a la casa. Algunas de mis pertenencias las dejamos en una de las habitaciones auxiliares por su volumen y disonancia con el resto de las disposiciones. Una guitarra, un amplificador, una bicicleta, una pila de libros. Cuando uno se muda es escalofriante cómo todo lo propio cabe en unas pocas cajas, todo lo que pudiste lograr en la vida se puede embalar en  unas pocas horas.
Se fueron sucediendo los días, seguíamos trabajando en las distintas oficinas que nos garantizaban una rutina, algo de remuneración y una obra social para hacernos de medicamentos y psicólogos que nos alienaban para poder seguir soportando la mencionada rutina. Compartíamos esa felicidad del retorno a nuestro convivir. Cocinábamos juntos, a veces alguno llegaba un poco más temprano que el otro y preparaba una cena sorpresa o lo esperaba con mates y algunas tostadas o un budincito de una panadería de ahí cerca. Amar era eso, darnos el uno para el otro con pequeños movimientos, aquellos que la vida nos regalaba.
La casa fue dando cada vez más trabajo. Ambos veníamos acostumbrados a monoambientes que no requerían demasiado mantenimiento pero acá la cosa era distinta. Siempre algo por reparar o limpiar o el pasto que crecía de nuevo o las cortinas que se trababan o las goteras del techo o el parquet que saltaba o la pintura de las paredes o las cucarachas. Sin quererlo, nos fuimos cansando y postergando ciertas cosas por reparar o hacer. Intentamos ir manteniendo los ambientes por los cuales siempre nos movíamos: el living, la cocina, el baño, la habitación. Convenimos que el asunto era temporal y que estaba bien que cuidemos eso que utilizábamos. La casa quizás la irían a demoler luego, sabíamos que unas personas estaban interesadas en hacer un pequeño edificio sobre el terreno.
Movidos por la menudencia de los días, y sin preveerlo, la casa se nos fue viniendo encima. Estábamos agotados, al decir verdad. El pasto no dejaba de crecer y el techo de una de las habitaciones, la que no usábamos para nada, comenzó a hundirse en sí mismo. Entre nosotros comenzaron a darse una serie de raspones por las condiciones donde nos encontrábamos pero nos convencíamos mutuamente sobre el futuro que se nos aproximaba. Cada vez que podíamos, salíamos a tomar algo juntos, a pasear y tomar unos mates en un parque que quedaba cerca. Queríamos adoptar algún perro, uno de esos que quedan a media altura, bigotudos y con cara de vago. Pero sentíamos que la casa no iba a estar bien para él y postergamos la llegada. Por suerte, pensé en una ocasión, cuando la primera viga del techo cedió y con ella un parte de la pared. El frío general fue menguando a medida que la primavera tomaba cartas en el asunto y se hacía responsable del clima.
Julieta empezó a salir un poco más con sus amigas, también había conocido unas compañeras del trabajo de las cuales siempre traía una anécdota nueva para contar hasta que dejo de hacerlo. Ella se veía feliz y, cosa extraña porque antes no me había sucedido, yo me volvía feliz por verla en ese estado. Por mi parte, en los momentos que pasaba en la casa, intentaba ordenar la estantería con los libros pero me distraía leyendo unos y otros. Usualmente recorría la vista por El viejo y el mar; siempre ha sido uno de mis libros favoritos por su capacidad de llevarme a Cuba y ver a Ernest escribiendo en una rambla, mirando de frente al viento incesante que le acaricia la cara. También me deslumbraba el por qué del nombre, esa apuesta que le hicieron a Hemingway para que titule un libro con palabras de tres letras. Algo de ello me parecía fantástico. Un día me encontraba leyendo estando solo y sentí el temblor primero y el ruido después cuando una nueva pared se derrumbó dejándome atrapado de un lado de la casa. Los escombros de aquello que se caía se acumulaban y las goteras dejaron de serlo para ser cascadas o canillas abiertas que lo bañaban todo. De a poco, la disposición azarosa de los derrumbes, fueron provocando la distancia entre nosotros ya que se volvía imposible sortearlos y llegar a vernos. Por eso, cada vez que coincidíamos en compartir el mismo techo, nos comunicábamos a los gritos pero manteniendo un nivel justo para no provocar el chisme en los vecinos. Podía imaginarla más allá, acurrucada en algún rincón, intentando dormir o quizás silbando despacito. A veces me imaginaba su silbido, casi lo podía oír en las canciones que solía repetir inconscientemente, en una especie de mueca de concentración cuando comenzaba a hacer algo que le gustaba y que exigía la máxima atención. Casi sin darnos cuenta, pasábamos días sin hablar o vernos pero sentíamos, o por lo menos sentía, que estábamos el uno para el otro, acompañándonos, diciéndonos buenos días o buena suerte cuando escuchábamos que el otro salía por alguna puerta dado el ruido del marco de la misma o de la cantidad de pasos que llevaba desde el punto donde uno se encontraba hasta la salida. Sentía cuando ella estaba de mal humor y ofuscada, también cuando tenía congoja del pasado o ansias del futuro. Había llegado al punto de poder presentir cuando tenía hambre o frío, también podía adivinar el momento previo cuando se decidía a acurrucarse en sí misma para pensar en qué hubiera pasado en todos los universos posibles. Creo que ella también me entendía porque a veces yo buscaba el silencio y más allá de todos los escombros o los muebles rotos, ella intentaba no moverse o respiraba despacito para darme mi espacio.
No puedo precisar cuánto tiempo estuvimos así, viviendo juntos y a la distancia. Tampoco puedo precisar cuándo se marchó, la nota que encontré no está fechada pero pedía que la sepa entender. La verdad que sí, que la entiendo, tampoco sé cuándo yo estuve o dejé de estar. Las cosas se nos habían venido encima tan de repente.

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