viernes, 26 de julio de 2019

Eso es todo

"La Sole se fue
de lo linda que era"
Esto es to-to-todo amigos
Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota


Cuando levanté la vista, luego de recoger el libro y los papeles que se me habían caído al piso y que se habían entremezclados con los de ella, la reconocí. Ahogué la puteada que estaba a punto de salir, la cual se transformó en una especie de sonrisa cargada de recuerdos, como si esa misma sonrisa se hubiera dormido hace muchos años atrás, de la época de adolescente, y luego, pum, despierta de nuevo, ahí, en la esquina de la peatonal, a la salida de la farmacia. Hacía tiempo no volvía por San Pedro y de las últimas veces que había regresado, intentaba no cruzarme a nadie por lo que no asomaba el hocico por el centro o me iba de noche, sin dejar rastros. Quizás ha sido una manera inconsciente de defender los recuerdos, nunca quise ver qué había pasado con todo eso que alguna vez me había hecho feliz, prefería dormir todas aquellas historias en la memoria sin contaminarlas con la histeria de la realidad, con el paso incesante del tiempo. Debo confesar, aprovechando estas rachas de querer sacar todo de adentro, que también habrá sido una manera de defenderme de mí mismo, de no querer ver en qué me he convertido. No, no por nada malo, qué se yo. Hice lo que pude conmigo. Quizás así debería llamarse mi próximo libro. En fin, no me quejo, en parte, me fue bien, no sé. Digamos que tuve algo de éxito. Pero ¿qué es tener éxito? Valgame Dios y la Virgen que llora lágrimas de fernet, diría una especie de amigo. La comodidad de una herencia me dejo lo suficientemente bien parado para poder escribir y dedicarme con algo de repercusión a esto, además de dar algunos talleres de escritura y narración, sumado a otros de interpretación de textos. No vivía con lujos pero tampoco me faltaba para comer o hacerme de un vino digno, algo de la segunda góndola del chino. A veces me podía comprar un lindo queso para acompañar, un fontina, algún saborizado artesanal. Ahí estaba la felicidad, la materialidad del sentimiento.
Pero ese día, temprano por la mañana, decidí ir por la peatonal luego de haber paseado por la rambla. Tenía que comprar algo para el dolor de cabeza que me entumecía y allí me encontré con Soledad, al recoger los papeles que se nos habían fugado de las manos al chocar uno con el otro. Los años, no sé cuántos ya, habían acentuado sus características faciales. Algunas pequeñas arrugas, la frente tensa, el brillo en los ojos, un flequillo recto de color casi negro, las pestañas arqueadas, la nariz como un botoncito y algo roja, los dos huequitos que se le formaban en los cachetes cuando sonreía y ella siempre sonreía. Creo que lo que me enamoró de ella cuando era chico era esa capacidad de poder hablar y sonreír, de hacer reír cada palabra que pronunciaba. Y en frente estaba yo, un tipo que podía escribir una novela de un tirón pero que en ese momento se quedó mudo cuando ella preguntó que cómo estás, tanto tiempo, mientras abrazaba sobre su pecho, con sus dos brazos, las hojas y la carpeta que juntó del suelo. Qué lindo verte, Abel, me dijiste. Sí, es toda una sorpresa, estás preciosa, te dije, Sole. Y te sonrojaste levemente, esquivando lo que acababa de decir. Nos pusimos a hablar sobre las cosas, y te pregunté de qué eran esas hojas, con dibujos, todas iguales. Son fotocopias, soy profesora de la escuela, la media uno, ¿te acordas? Donde íbamos los dos. Si vieras cómo son los chicos hoy, te morís. Éramos nenes de cuna comparados con estos de hoy en día. Y ahí abriste la boca, sorprendida y soltaste uno de tus brazos desde el pecho para acariciarme el antebrazo, jalándome con fuerza hacia vos. Tenes que venir, dijiste. A veces les hago leer de tus cuentos a los chicos y les cuento cómo eras vos a su edad y no se lo creen. Venite, dale. Jamás supe decirte que no. Está bien, el viernes que viene estoy ahí con vos. Y con los chicos, dijiste mordiéndote tu labio inferior.
Y ahí estaba, el viernes siguiente, parado frente al portón de ingreso de la escuela media uno, mirando hacia la esquina donde fumaba los cigarrillos que le robaba a mi viejo, en el mismo lugar donde nos cagábamos a trompadas por cualquier cosa. Ahí estaba yo, usando el saco de un traje que hacía años no utilizaba, mezclado del perfume que rocíe para combatir el olor a naftalina, lo cual generó un nuevo aroma entre aquellas dos esencias. Llevaba unas hojitas para guiarme en lo que iba a decir, en lo que iba a contar. Habían reunido a toda la escuela en el viejo patio techado. Conservaba el mismo color el piso y la exacta disposición de las cosas. Sólo faltaba el viejo Quique, el portero, que seguro había muerto tiempo atrás pero juro que si lo embalsamaban y lo dejaban al lado de la banqueta que usaba para apoyar el termo y el mate junto a su trapeador, cualquier ex alumno que pasara se podría confundir en la línea de tiempo y dudar en qué año del mundo se encontraba. Todo el alumnado secundario sentado en las sillas de plástico, los profesores, la directora en el improvisado escenario junto con vos Soledad, Sole como pedías que te llamen, con tus huequitos marcados, los labios finos levemente pintados. Te miré y algo en mí se tranquilizó, pude acercarme serenamente a una silla al costado del atril.
Un alumno comenzó a leer un cuento mío, de esos que escribía al principio, uno de esos desgarradores que solía crear cuando sólo me importaba chocar las sensaciones del otro, y yo escribía borracho de vino, tirado en el suelo de algún departamento o encorvado sobre la mesa del comedor, agarrándome con fuerza la cabeza y temblando palabra tras palabra. Cuando escribía con pasión, con sentimiento. Alguien comenzó a aplaudir una vez que terminó, el resto lo siguió. Me acerqué al atril con mis hojas sueltas y empecé a leerlas. Les conté un poco de mi infancia en San Pedro, las calles por donde me movía, las naranjas que se caían y continuaban cayéndose desde las copas de los árboles del centro, los torneos intercolegiales, los primeros escritores que admiré, las primeras novelas. Les conté sobre cómo comencé a escribir, qué era la inspiración, cómo desarrollar una idea. Y compartí con ellos cómo fue irse de San Pedro, qué hice en mis años vigorosos, qué había estudiado, los países por donde había viajado, las veces que me enamoré. En un arrebato de confianza, les expliqué por qué me costaba tanto volver y que aún no tenía muy en claro qué pasaría conmigo los próximos siete días, siete años, siete vidas.
Algunos escuchaban con mayor atención que otros. Sole, la Sole, me miraba con algo de entusiasmo. No tenía más que decir luego de veinte minutos de hablar sin parar. Entonces decidí abrir el juego y consultar al público allí presente si tenía alguna pregunta. Y ella se levantó. Algo rubia, el guardapolvo blanco, ojos claros, unas leves pecas en la nariz. Sí, señor, quiero preguntarle algo, dijo. Está bien, ¿qué pasa?, contesté. ¿Eso es todo?, dijo. Y me trabé al contestar porque quise responder rápido entendiendo que la pregunta iba por un lado pero antes de amagar una palabra la miré nuevamente, parada entre sus compañeros, mirándome fijo, y entendí que la duda iba por otro camino. ¿Eso es todo?, volvió a repetir. Gracias, dije. Hice una reverencia al público, a los directivos, a vos Sole, también. Y me fui. Me tenía que ir.
Casi como una profecía autocumplida, entendí por qué no quería volver a San Pedro o no quería cruzarme con nadie de aquella vez. No sabía que esta pregunta me esperaba ahí, en una adolescente de unos dieciséis, diecisiete años. Una persona creada, puesta en el mundo, que aprendió a caminar, a hablar, a escribir, a leer, a interpretar, a querer, a soñar, a desilusionarse, a resucitar de sus mismos infiernos, puesta ahí, para cruzarme una sola vez en la vida, en todos los años del mundo, para hacer esa pregunta, esas tres palabras. ¿Eso es todo? Luego de pensarlo y sentir desde adentro, puedo contestarte ahora, así, de esta cobarde manera, lamento no haber tenido el coraje de hacerlo en esa oportunidad. Pero si, nena, eso es todo. La vida es eso, sólo veinte minutos parado frente a una multidud que te mira.


*A María Soledad Rosas. La Sole.

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