viernes, 12 de julio de 2019

Quizás algún día entenderás

"Hasta hay un momento, al principio mismo;
en que es preciso saltar un precipicio;
si uno reflexiona, no lo hace."
Jean-Paul Sartre


El largo día se convertía en cansancio y pesadez en los párpados. Manejaba en mi retorno a casa, pasando por la sombra de los árboles, con el último botón de la camisa desabrochado, intentando mitigar el calor abrazante. Cada pestaneo lo acompañaba con un consciente esfuerzo para no perder la concentración y el foco en el camino. Por un momento pensé: ¿esto es todo? Se avecinaron los días, los años, la vida hasta ese mismo instante. Era esto, cuarenta años más yendo y volviendo de oficinas hacia sólo Dios sabe dónde, bajo fríos inviernos o sucediendo calurosos veranos, cambiando zapatos, perdiendo paciencia, desgastando todos los sentidos. Era esto. La libertad prometida era una maltratada caja de fósforos.
Y llamaste, tenías que llamar, al menos eso dijiste luego. No podía creerlo. Tuve que detener el auto bajo frondozas copas de verdes hojas mientras el sol se desdibujaba entre nubes y una suave brisa comenzaba a despertar. Que tenías que llamar, que ya habían pasado algunos estos años de la última vez que hablamos y que muchas cosas habían sucedido, que querías contarme sobre ello porque, porque... Y no pudiste seguir. Te imaginé mirando el suelo, sosteniendo el teléfono con tu mano izquierda, cruzando tu brazo derecho por el pecho y dando pequeñas pataditas a inventadas palabras con tu pie, caminando en círculos ovoidales, buscando continuar.
Por mi parte, estaba desconcertado. Sabía que el tiempo había pasado, al menos eso marcaban los calendarios, desde aquella vez que nos sentamos a tomar un café en una esquina de Uriburu y alguna otra calle, se vuelve traición su nombre. Me acuerdo de tu cara al verme llegar, la blusa que teníasy la disposición de los platitod en la mesa del bar, aunque no me puedo acordar la calle, el nombre del lugar, lo que hice después de despedirnos es día, o lo que hice desde ese tiempo hasta ahora que acabas de llamar. La memoria vive seleccionando datos que se repiten infinitamente como momentos recientemente vividos a cada instante pero deja de lado otros actos perdiendolos en el olvido, provocando la sensación de que vivimos sólo unos minutos a lo largo de toda la vida. Por eso, al escucharte que habían pasado los años que dijiste, sentí que fueron cinco minutos, que pasé el tiempo sumergido en un estado de sueño, yendo y viniendo, usando camisas, leyendo algunos libros, algunas pisadas en una arena blanca, ciertas caminatas por montañas de paises vecinos. Eso fueron mis años desde aquella vez que me miraste más allá de la mesa decorada con tazas, pequeños platos, cucharas y servilletas, con esa misma mirada que estimo estabas usando para buscar palabras para continuar, la misma con la que en esa oportunidad, sin detenerte en mis ojos, jugando con unas miguitas sobre la mesa, dijiste que no, que ya se me iba a pasar, y que iba a ser cuestión de tiempo, que qué se le va a ser y te vi brillando tan apagadamente, Dios y todos los malditos milagros, eras lo único que estaba bien en este condenado mundo. Luego, sin quererlo o sin meditarlo, me contaste, sólo con tu silencio, que a vos te pasaba igual, que estabas a la espera a que el tiempo haga lo suyo y te limpie todos los sentimientos que tenías por alguien más y así poder dormir siquiera una noche sin pensar. Que darías todo por dejar de pensar, dijiste.
Porque, volviste a decir, he pensado, he pensado mucho y creo que debemos hablar, quisiera contarte algunas cosas.
Inspire y cerré los ojos. Lo único que he construido, pensé, a lo largo de estos años, en esta monoambiente vida, fue tu recuerdo, limpio de impurezas, arquitectonicamente fantástico. Luego comprendí que no habrá sido fácil entender cuando esta vez yo te dije que no, que no hacía falta vernos, después de, bueno, todo. Quizás algún día entenderas que no podría perderte una vez más, perderme una vez más.

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