- Papá, estás sangrando. - le dije aquella vez a mi viejo cuando tenía la pantorrilla izquierda empapada de sangre. En realidad, lo que alcancé a ver, fue el pantalón humedecido y pequeñas gotitas de líquido rojo, consecutivas, en una prolija línea que provenía desde la puerta de calle hasta la punta de la mesa, donde papá se sentó para tomar unos amargos.
Esa mañana, como todas, papá venía de buscar la camioneta de reparto. La guardaba en la casa de una vecina ya que en casa no entraba por su ancho. Resulta que la vieja tenía perros, muchos. Ninguno de una raza particular o de una fiereza temible. Siempre fueron perros medianos, de esos que se dejan acariciar. Papá los conocía desde siempre. Habría que saber que papá ya contaba unos doce años en el reparto y siempre guardando la camioneta en el mismo lugar.
Sin embargo, esa mañana, los perros estaban desorbitados. No se reconocían entre sí. Papá me contaba, mientras se arremangaba el pantalón y yo le acercaba una palangana, que los encontraba peleando, revolcándose de un lado a otro, mostrando los dientes, desafiando. Mientras abría el portón, contaba, uno de los perros se le acercó. Bueno, en realidad, el perro lo embistió, clavando sus dientes en la pantorrilla izquierda de papá. Es claro, a esta altura, que los perros estaban alzados.
En bruscos y acelerados movimientos, papá sacudió su pierna y se soltó rápidamente del can. Sin quererlo, en el apuro y en el desatino, las sacudidas erráticas desembocaron en la profundización de la herida, llevando a los músculos al desgarro por los colmillos punzantes. Papá no se dio cuenta de lo sufrido hasta que se lo hice notar en casa.
Papá, como un dato no menor, es diabetico. La persona diabetica tiene hondas dificultades en poder cicatrizar una herida por la exagerada glucosa que poseen en sangre. En la sala de emergencias le comentaron que, además, no podían hacerle puntos tanto por su enfermedad como por el origen de la herida y dada su profundidad. Entonces, sólo debía dejarse cicatrizar. Sí, unos cuidados de entre casa pero no nada que requiera de mayores cuidados.
Poco a poco, papá se fue recuperando. Movía la pierna si problemas, raramente le dolía y continuaba con esos cuidados. Claro, eso sí, no volvió al médico porque, como siempre decía, - Sí a mi no me duele nada, ¿para qué voy a ir? - y continuó con los cuidados.
Cierto día, notamos un olor extraño mientras cenábamos. Era un olor muy similar a lo podrido. Sí, era la pierna de papá que se estaba pudriendo, desde la herida. Él ya no nos mostraba la pierna y cuando se tenía que hacer los procedimientos de limpieza, los hacía a escondidas. Una suerte de cascarita, de una frágil piel negra había crecido. Si uno posaba el dedo sobre este lugar, se podía hundir la zona, como si fuese un melón en estado de putrefacción, tierno, suave pero podrido, muerto.
Recurrimos al enfermero que atendió la ultima vez a papá. Se acordó de él y lo hizo pasar de inmediato. A primera observación, notó lo que sucedía.
Oscar, el enfermero, le dijo a papá que la herida cicatrizó mal, que no era así cómo debería haberse sellado, que por lo menos así le enseñaron en el curso aquél. Dijo la palabra raspaje entre gestos que rozaban la repugnancia y el dolor. Papá no objetó, él es un hombre grande, me dijo que sí total le iban a poner algún tranquilizante, que no iba a pasar nada. Oscar volvió (Oscar se había ido a buscar los elementos necesarios) justo cuando papá nombraba los tranquilizantes. El enfermero negó con la cabeza, le dijo a papá que no, que no puede aplicar nada porque sino no cicatriza, que esto tenía que cicatrizar desde adentro hacia afuera, para que el tejido se regenere, que el músculo se tense, que esto y lo otro. Y que, además, debían pasar, por lo menos, diez sesiones.
Oscar, el enfermero, tomó una especie de lija, roja, como para sacar pintura, y la apoyó sobre la herida con la mano derecha. Con la mano restante sujeto fuerte el tobillo flaco de papá. La fuerza que aplicó al raspar era singular, con la suerte de poder ser despiadado pero sabiendo que está ayudando. Así. Raspó y raspó mientras papá se esforzaba por no llorar y por no levantarse y pegarle una trompada a Oscar, el enfermero.
Luego, Oscar, tomó un algodón con el cual envolvió la punta de su dedo indice derecho y comenzó a "perforar" por sobre la herida, como a tomar la raíz del problema, simulando querer sacarle el corazón a alguien que justo se le está por explotar. Oscar sacaba la lengua y miraba al techo, en pleno acto de concentración, a medida que perforaba, que hacia girar el algodón, el dedo. Papá hubiese querido estar muerto. Y le quedaban nueve sesiones más.
Dije todo lo anterior sólo por los siguientes dos, tres renglones: es hoy en día que veo hombres (por no querer llevarlo al plano femenino) que se alborotan por sanar las heridas con soluciones superficiales. Es claro que hablo de heridas sentimentales. Muchas veces, en el apuro de intentar "recuperar el tiempo perdido" con aquella que nos ha dejado, salimos desbocados para poder conquistar a aquella que esté más a mano. Y, así, vamos buscando tapar el cráter con la mano. Esas soluciones de copetín, sirven en el primer tramo, para salir del apuro. Empero, a medida que los días avanzan y la herida sigue latente, notamos que el tiempo ya no es tiempo, que nos quedamos paralizados en el último beso, en el último te quiero de aquella que se ha alojado en el laberinto de los recuerdos. Luego, los malos olores nos advierten que estamos a flor de llanto, saboreando el vaso de la agonía, de saber que no existe el regreso.
Sin embargo, me permito ir en búsqueda de la esperanza y podríamos decir que, más allá del sufrimiento y de las restantes nueve eternas sesiones, la solución es posible, se puede volver a construir los tejidos.
Todo, hasta que una nueva herida, producida de una nueva gresca, se interponga en el camino y, así, el procedimiento se vuelva a repetir, hasta el fin de los tiempos.
Se lo digo de una: UNA EXQUISITEZ!! Tan bueno está que más que mandarlo a Mis Mejores Cuentos me gustaría copiarlo y pegarlo como entrada en LT, así lo disfrutan los demás torronteses. Obviamente consignando al autor. Espero su respuesta.
ResponderEliminarAbrazo!
Pero, primero gracias, por supuesto. Más que agradecido si así ocurriera.
EliminarSentite libre.
¡Fuerte abrazo!
Gracias! Y ya lo subí Abrazo!
EliminarEs grandioso, un deleite para los sentidos, uno se ve envuelto en tu historia, se relaja, se deja llevar.
ResponderEliminarComo en el amor,como en la vida, cuando es sana.
Alguna vez alguien que admiro me dijo que no tenía sentido contaminar con la razón, el momento.
Que había que dejarse sentir. Que después, siempre habrá tiempo para arrepentimientos, para curar heridas.
Bueno, muchas gracias. Es eso, justamente, lo que espero a la hora de generar algo. No, bueno, en realidad no. Quiero quedar bien, sé que me entiende. Cuando escribo intento ser otro, ser yo mismo, que me guste, también lo hago todo apurado, como todo.
EliminarNunca me ha gustado arrepentirme, de nada. Ahora bien, lamentarse, querer que las cosas sean distintas, sí, pero si me ofrecieran modificar un poco, una coma en el decurso de mi vida, creo que no lo haría, así está mal pero siquiera la conozco, la entiendo como verdad.
Fuerte abrazo.
No fue en vano pasar a sugerencia del amigo Ato.
ResponderEliminarLas fotos a la derecha hablan de vos. Espero que antes del fin de los tiempos no encuentren las heridas lugar en mi cuerpo.
Abrazo y estamos acá!
Bueno, Dany, gracias por pasarse y quedarse. Espero que vaya siendo a su gusto.
EliminarLamento no haber podido responder antes pero esto de las vacaciones lo alejan a uno de ciertas cuestiones.
Sí, las fotos son personajes parte de todo el sitio, de todo mío. Faltan varias pero a veces menos es más y el resto son relatos cortos.
Con relación a las heridas, lo bueno de ellas, si deberían de tener o bien por moral o bien por estética, algo bueno, es que nos dicen que hemos vivido. Como la herida de un torero que fue corneado dos veces en la misma zona en el libro "El verano peligroso" de Hemingway. Quiero decir que de los cuernos y de la muerte nadie se salva y, en ocasiones, todo ocurre en el mismo sitio, en la misma vida.
Fuerte abrazo.
El tema es que hay que encontrar un Oscar que se anime a meter dedo, creo que Oscar es el gran catalizador, el que sabe qué hay que hacer.
ResponderEliminarSean heridas físicas o espirituales, el valor de un enfermero (un simple enfermero, si me permitís usar la palabra 'simple' como enfatizador), es fundamental.
Te dejo un abrazo y, me pregunto, ¿esto no es hablar del amor eterno, en cierta forma?
HD
Oscar a veces es un amigo, un hermano, un psicólogo, algún empleado público cuando nos dicen lo que tenemos que hacer, cómo hacerlo, cómo seguir adelante.
EliminarEn realidad, Oscar debería ser uno mismo, anteponiéndose a todas las situaciones, arriesgando hasta la última lagrima por aquello que uno crea verdad. Porque, al fin y al cabo, si la verdad no es más que una construcción burocrática, jugemosnos las pocas fichas que nos restan por una mentira que nos deje soñar.
De amores eternos hablaré prontamente. Espero que siga leyendo.
Fuerte abrazo.
Qué lo parió!!
ResponderEliminarCasi me retiro en medio de la curación, pensar en semejante sufrimiento, en el olor, en lo invasivo del asunto me puso mal. Es que soy un poco impresionable, un poco cobarde tal vez. Pero la cosa remontó de una manera impensada y tan esperanzadora...!
Me gustó mucho.
Una Torronteza que se queda por acá!
TorronteSa dijo Ato!
Eliminar¡Bienvenida, Magah!
EliminarAnte todo, siento mucho no haber podido dar una respuesta un tanto más rápida y, también, más nutritiva. Estoy de vacaciones pero pude leer todos los comentarios. Espero que si visita sea gustosa y prolongada.
Muchas veces nos pasa que, bajo esa misma óptica, no podemos ver nuestras heridas, no queremos, las rechazamos. Ahí es cuando se produce el desenfreno, la impaciencia, el querer borrar lo escrito con el codo. No soy quién para decir cómo hay que afrontar cada situación, de qué modo llevarla, pero lo mejor de todo es sentirse vivo en cualquier situación, olor, dolor, más allá de lo invasivo del asunto. El resto es puro cuento.
Por más esperanzas.
Le dejo un fuerte abrazo.
PD: Ato nos corrige. Más de una vez me habrá mandado un mail haciéndome una aclaración (siempre acertada) acerca de una equivocación morfológica de una situación en un cuento o cuestiones ortográficas. Lo queremos igual. Jaja,
A) Me dolió. La resantísima madre de Oscar y la lija.
ResponderEliminarB) Me pasó (con lija y todo): necrosis en herida de brazo izquierdo.
C) Me pasó: herida sentimental mal curada.
De una me quedaron diecisiete puntos de recuerdo, de la otra ... un punto de recuerdo.
¡Bienvenida, Malena!
EliminarGracias por el tiempo y perdón por la tardanza en la respuesta y la pobreza de la misma. Estoy de vacaciones y me desenchufé un poco de todo. Espero que el sitio sea de su agrado y que la visita sea indefinida.
Bueno, a mi viejo le pasó algo así, me acordé un día sobre la situación. Claro que exageré ciertas cuestiones pero fue el puntapié para establecer la base a la idea.
Lo bueno de que haya pasado (si, claro, podemos establecer algo bueno de ello) es que uno entiende qué es. Dicen que la curiosidad mató al gato. Siquiera murió sabiendo.
Las heridas van queriendo sanar pero su presencia es inevitable. Siempre quedará un manchón, alguna cicatriz, una canción o un perfume que nos arrime los recuerdos pertinentes para que desafiemos a los deseos. Uno quiere volver a dónde estuvo bien pero jamás se debe intentar regresar al lugar aquel donde fuimos felices. Lo entendí viajando por la ruta 9, por Córdoba. El camino del retorno es el más anhelado pero el que no existe.
Brindemos por las sombras de las sonrisas pasadas.
Fuerte abrazo.
La necrosis del corazón y del alma son taaan difíciles de curar, avanzan más rápido que cualquier Oscar!!!!!
ResponderEliminarExcelente, me alegra haber seguido la sugerencia de Ato, por aquí me quedo...
Imagino que ya te dijeron que sos reparecido a W.A., No???? :)
¡Bienvenida, La Novia!
EliminarGracias por pasar, por el tiempo. Perdón por la respuesta tardía pero verá, estoy de vacaciones. Espero, sin embargo, que se quede, haga de sí este humilde lugar. Recuérdeme en cada raviol, en lo posible de cuatro quesos.
Sí, esos sucede. Lo que también pasa es que Oscar no sabe dónde empezar a curar. Y, lo más desesperante, uno no sabe bien dónde duele o cuándo deja de doler. Lo que mata es la angustia del tiempo. Sufrir por algo es cosa de chicos. Ahora bien, la incapacidad de determinar cuándo esto cesará eso, sin saberlo, es lo más triste de todo.
Pero pasará.
¿Sabes que nadie ha sido tan observador como vos? Todos están apurados, nadie ya conversa acerca de cómo uno se parece a otro. Desde ya, siempre somos otros.
Fuerte abrazo.