sábado, 16 de marzo de 2013

Al final, el tipo muere


Varias culturas engendraron la existencia de posibles prácticas y ejercicios que posibiliten la información sobre acontecimientos futuros.
Pueblos de la mesopotamia recurrieron a los astros en busca de historias escritas.
Se cuenta que dentro de la disciplina del Tao, se encuentra una historia devenida a fabula, que indica la existencia de un árbol que desprende hojas escritas, en su reverso, con la historia particular de cada ser viviente. Claramente, la historia es sólo visible para la persona a la cual corresponde. Como dato adicional, cada hoja que se desprende de las ramas significa la muerte de la persona correspondida.
Más acá en la historia, el judaísmo, con uso del método Kabbalah, busca interpretar las sagradas escrituras en búsqueda de la absoluta verdad, la cual, sin ir más lejos, llevaría a conocer el futuro, de yapa el pasado y el presente.
El cristianismo también aventuró un futuro un tanto cruento, dictado desde la sabiduría del Señor. El Apocalipsis depara un fin terrenal para luego, si se hicieron las cosas bien, reencontrarse en otro plano, en la perfección absoluta.
En el día a día, siempre han existido adivinos, brujos, magos y juglares que han jurado tener el poder de predecir los acontecimientos más inminentes en la vida de cada ser. Hoy en día, las cartas del Tarot, las borras del café y las líneas de las manos surcadas, brindan verdades y oportunidades a todo aquel que pueda aprovecharlas.
La humanidad toda se ha desvelado, siquiera en una oportunidad, en descifrar qué deparará el mañana. Hecha esta intromisión, es menester recordar que los sueños se han tenido en cuenta a la hora de tomar rumbos, esposas o imperios.
Resulta un tanto claro saber que aquella persona que ha podido ganarse el conocimiento de los sucesos por venir, ha obtenido ciertos privilegios y favores en pro de su sabiduría.
Juan Manuel sabía sobre ello y decidió favorecer su suerte aprendiendo ciertas destrezas y recordando ciertas fechas y sucesos. El muchacho del distrito de Bella Vista no tenía de muchos amigos y, los poco que tenía, no lo convidaban con aventuras y sorpresas capaces de calmar las llamas vivas de su juventud. Además, quería aprovechar su capacidad mnemotécnica para impresionar ciertas jóvenes que se paseaban por la peatonal de San Miguel.
Así fue que Juan Manuel se aprendió finales de películas, datos de historia, fecha de cumpleaños, nombres de calles, libros y novelas enteros, poemas inconclusos y colegios de la zona por donde habían pasado la mayoría de los habitantes de la localidad. Si bien conocer datos del pasado o el presente no habilitan a uno jactarse de saber sobre el futuro, Juan Manuel sabía cómo aprovecharlos para darse como entendido de la adivinanza y compañero del tiempo venidero. Simplemente soltaba frases, repetía fechas, anunciaba hacia qué palo se iba a tirar el arquero, indicaba cuándo moría el personaje en las películas e informaba sobre el momento justo cuando el colectivo iba a doblar en la esquina. Toda esa información, y he aquí la magia, la brindaba sin que nadie le haya preguntado algo.
Ha tenido suerte en distintos aciertos, principalmente con los colectivos ya que se acercó a la terminal de la línea 440 y la de la 176 para preguntar horarios y ramales que pasaban por la avenida Presidente Perón. En caso del tren San Martín, bueno, los horarios ya estaban colgados en la entrada de la estación y no era mayor prestigio conocer su llegada o partida.
Como todo, ciertos datos ayudaron a distintas personas y Juan Manuel fue adjudicado de cierta fama por sus capacidades mentales. Sin embargo, también como todo, la mera repetición de datos inconexos de preguntas y la cierta ineficacia de los mismos, lleva al cansancio de los oyentes. Andrés Casares se ha encontrado, más de una vez, sorprendido paseándose por la plaza ante la inescrupulosa intromisión de Juan Manuel con algún dato realmente innecesario. 
Vaya uno a saber cómo y bajo qué circunstancia ocurren ciertos hechos pero basta con saber que en el momento justo donde su imagen de futurista y de señalado como aquel que lo conoce todo se estaba desarmando, Juan Manuel fue visitado, en sueños, por una especie de ángel, dibujado en volutas de aire, como un garabato, quién le reveló la existencia de un panfleto que se repartía sobre la calle Conesa, cerca de la plaza de Muñiz, el cual brindaba, como un dato más, el número secreto con el cual se puede abrir las puertas de la esencia del universo. Más luego, despertado del sueño, Juan Manuel relacionó al ángel del sueño con el Angelus Novus y el Ángel de la Historia, a quien Walter Benjamín le hacía tanta gracia.
Juan Manual tomó dos mates amargos esa mañana antes de partir hacia las cercanías de la plaza Muñiz. Una vez allí, encontró a una joven de ojos claros y de labios arrugados y partidos, repartiendo volantes. Nadie tomaba uno y, los pocos que lo hacían, daban dos pasos para hacerlo un bollo y arrojarlo lo más pronto posible. Se acercó a la adolescente para solicitar un volante. Ella, estática y con el rostro virgen de sonrisas, extendió su mano para darle una boleta rosada, escritas con unos dibujos similares a runas. Juan Manuel agradeció y tan pronto tomó el papel, la chica ensayó un gesto y se desvaneció. El muchacho de Bella Vista salió disparando en dirección a la estación de tren con la suerte justa que llegó a subirse a la formación con destino a su domicilio.
Una vez arriba, dio lectura al panfleto y bajó en el andén siguiente hecho un hombre nuevo, con aires de cierta sabiduría mística.
Comenzó a rondar los bares adivinando resultados de partidos de fútbol, fijas en el hipódromo de Palermo y ni hablar de las certezas para el sorteo de la lotería nacional vespertina. Siguió refiriendo a los gritos respuestas a preguntas no hechas, recomendaciones a consejos no pedidos. Así, advertía a jóvenes que no se enamoraran de ciertas muchachas. Varias veces lo echaron del Bingo de San Miguel por evitar grandes ganancias para la casa y no fue permitido en los bares por irse sin pagar adjudicándose el conocimiento sobre todo y la necesidad de alabarlo con la invitación de la consumición.
Momento a otro, Juan Manuel se fue quedando sin lugar donde desplegar sus saberes. También, alejó a sus amigos por el hartazgo que involucra conocer cada instante por venir. Sin embargo, pudo hacerse de amistades malévolas, interesadas en su habilidad para la timba y por su atractivo para las mujeres con interrogantes. Al respecto, Juan Manuel rechazó indecorosas invitaciones de señoritas con las cual sabía que iba a tener desencuentros seguidos del martirio del rechazo.
Un domingo de Septiembre fue la última vez que se supo de Juan Manuel por la zona de San Miguel. Ciertos vendedores ambulantes del tren, dicen que lo han visto por la estación de Paternal, vestido de harapos, mendigando monedas a cambio de una certeza. Los visitadores médicos del partido, indican que Juan Manuel se dedica a escribir poemas en el revés de las hojas secas de un árbol ubicado cerca de General Pacheco; poemas que luego regala en favor de una sonrisa o una palmada en el hombro.
Muchas otras historias se han entretejido hasta hoy en día sobre el paradero real de Juan Manuel. Es cuestión de tiempo para que su historia se convierta en referencia, luego en cuento, quizás en leyenda, como una explicación a todo esto que pasa.
Los jubilados que juegan a las bochas en el cajón de arena de la plazoleta de la calle Primera Junta, juran que Juan Manuel nunca ha existido porque ya está ausente.
En la sede del CBC, sobre la calle Gaspar Campos, un profesor de Ciencas Políticas indica a cada camada de cursantes que el camino al conocimiento es un camino de soledad. Nadie quiere darse por enterado de ignorante cuando cree que conserva los más rumiantes secretos. Tampoco nadie quiere enterarse de sucesos que de nada le han de servir en la rutina. Mucho menos sucede con el futuro. Conocer lo que vendrá hace eco en la falta de sorpresa, en machetearse en esto que es la vida.
Convengamos que lo lindo de los almanaques es arrancar las hojas día por día, como un suave y lento goteo de historias, como un árbol que se desviste de a una silueta a la vez.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, amigo. Espero tengas el tiempo de leer los anteriores. Tengo la esperanza de que podrán ayudarte en lo que acontece.
      Fuerte abrazo.

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  2. Lo único seguro en la vida son los impuestos y la muerte, dicen los anglosajones. La versión argenta se limita sólo a la muerte. Yo como veterano de varias híper, auguro que la inflación también será una cuestión endémica argenta. Pero volviendo al texto en sí, una verdadera joyita. Así como te preguntabas sobre mi afán horoscópico yo me pregunto qué nutre tamaña imaginación. En una fresca tarde otoñal, tu texto me abrigó un poquito el cerebro. Te lo agradezco. Abrazo!

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    1. No sabía eso de los impuestos, es cierto.
      Cada uno tiene sus razones para esas preguntas o interrogantes. Lo mío siempre, o hasta ahora, nace de una realidad, siquiera de un puntapié de algo que pasó o podría pasar o que imaginé que pudiera pasar. Después, en los giros de acá y de allá, intervienen todas esas ganas de que todo sea distinto. Y esas ganas no son de reproche contra el destino sino por la curiosidad de querer saber qué hubiese pasado sí...
      Esas preguntas.
      Me alegro que haya dado abrigo y, aún más, que le hayas dado tamaño refugio como tus reflexiones.
      Gracias a vos.
      Fuerte abrazo.

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