jueves, 12 de julio de 2012

Demora

Estoy en la guerra. Es una guerra casi de dimensiones mundiales. Es horrible. No sé siquiera los motivos, la razón de por qué nos enfrentamos contra otros, otros como yo. Tal vez fue un mal entendido entre países o regiones, quizás una diferencia económica, es posible que sea para saber qué república se apropie el derecho de la nacionalidad de Gardel. Pero no me entrenaron para entender, para saber de motivos. Estoy acá y tengo que matar o, en otra situación, dejar que me maten.
Formo parte de un batallón, de un escuadrón de quince, veinte tipos encargados de las expediciones que reconocen el terreno. La guerra no se desata en nuestro país. Es así que debo ir a reconocer, confirmar que todo está bien para que las divisiones puedan seguir camino, avanzar. Mis tareas, entonces, se centran en afirmar que el terreno no está minado, que no existen desbarrancos o que el enemigo no se encuentra allí.
El lugar, todo, es casi desértico, como si Dios pensó en una super playa ahí y empezó por la arena pero se olvidó del mar. Hay, también, mesetas, picos altos donde se suelen esconder soldados del otro bando. Cargo con un fusil, varias granadas y un cinto repleto de cargadores; además, llevo una nueve milímetros en la parte izquierda de mi cintura. Se nos dio una nueva misión. Se nos encomendó reconocer y asegurar el terreno de una sutil elevación. Dijeron que era un punto estratégico, que si tomábamos ese lugar, el resto iba a ser fácil, que pronto volveríamos a casa.
Íbamos a partir al siguiente día, teníamos la noche libre. Habíamos constituido una especie de ritual entre nosotros, los quince, veinte tipos que formábamos el escuadrón de expediciones. La noche previa, construíamos una especie de semicírculo y meditábamos. Luego, nos emborrachábamos o consumíamos las drogas que podíamos conseguir. Una vez terminado el rito, nos dirigimos a dormir. Por mi parte, no logré conciliar el sueño de forma expedita. Sin embargo, a medida que realizaba esfuerzos para dormir, atravesé uno de esos tantos momentos de la vida. En esta caso, me abarcaba la sinuosidad en la que deambulamos entre el sueño y la vida consciente despierta. Así, pude percibir una especie de producción onírica. No recuerdo bien pero involucraba una urgencia, estaba en mi casa y tenía que irme rápido, no sé a dónde, entonces llamaba un remis; al momento de atenderme, caí en el profundo trance del sueño, del stand by.
Despertamos a una hora despropiciada, todos. Todavía no había amanecido y empezamos a preparar nuestros equipos. Repasamos la táctica, el cómo avanzaríamos, hasta qué punto llegar. Me designaron, en esta misión, como encargado de comunicaciones, avisaría los avances y necesidades. Marchamos.
Tres jeeps nos dejaron al principio de un camino que luego se desvanecía entre rocas y malezas, arbustos con pinches y pastos secos. Continuamos caminando, atentos. Encontramos una parte, una porción de terreno lleno de minas. Dividimos el grupo, algunos vigilaron, otros soplamos tierra por el lugar para sacar, con la cautela precisa, hasta la última munición enterrada. De repente, se sintió un disparo, un fuerte silbido que quebró el aire que estaba en nuestro alrededor. Uno de los muchachos cayó herido de un tiro en el hombro izquierdo.
El enemigo estaba oculto, tras rocas, tras arbustos, en pozos, en trincheras, salían de todos lados. Corrimos a refugiarnos, esquivando minas, algunos con suerte, otros no tanta. Mantuvimos resistencia, a borde de perderlo todo. Estaba cubierto de tierra, había perdido el casco, el fusil no daba abasto.  Arrojé tres, cuatro granadas, maté sin piedad. Sin ir más lejos, también mis compañeros se dedicaban a morir. El capitán del pelotón, me dijo que me arrastre hasta la mochila de comunicación de unos de los abatidos y que pida refuerzos, que la fuerza área venga, que quería vivir.
Veía todo como un sueño, la realidad es una constante linea recta que divide a los sueños de las pesadillas, que está entre medio y que, a veces, se digna en fluctuar. Entonces, todo era un sueño, borroso, tal vez una pesadilla. Me acerqué al comunicador, tomé el teléfono, pedí anticipadamente las coordenadas. - Alfa, tera, fox. Alfa, tera, fox. Acá silver pig. Necesitamos refuerzos. Repito, necesitamos refuerzos. Nos atacan, nos atacan. - solicité con paciencia, mientras esquivaba balas.
Una dulce voz femenina, del otro lado del tubo, solicitó coordenadas. Se las dí, un tanto desesperado. Luego de esperar, escuchando como ella tarareaba, repetí la solicitud. - Alfa, tera, fox. Estamos muriendo, todos mueren acá, necesitamos que envíen refuerzo, por favor. - lágrimas corrían por mi rostro y se hacían barro con la tierra pegada a la cara. Ella, sutilmente, indicó: - Sí, ya te escuché la primera vez. Pero hay demora, los aviones están en un viaje, tan pronto se desocupen, te los mando. Serán unos treinta, cuarenta minutos de restraso.
Sonreía mientras yacía en el piso, al mismo tiempo que comenzaban a rodearnos. El aire se tornaba puro, cada vez más puro. Cerré los ojos y tomé un último respiro. Caí en el profundo trance del sueño, del stand by.

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