martes, 3 de julio de 2012

Inventos

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Lo hice todo, todo lo que te prometí alguna vez. Salí por teatros, comí en restaurantes caros, otros de dudosa calidad. Recorrí las calles, las veredas tristes de lluvia en noches de verano, mojándome por fuera, para no desentonar con el adentro. Pude notar, para sumar al infortunio, que al caminar solo, la lluvia ya no moja tanto, o como debería mojar, como se mojan los enamorados. Me quedé solo en casa, también, aquel día que se cortó la luz, intentando agarrar una frecuencia de radio, acompañar las lágrimas con un tango, con alguna canción; tomando mates, amargos como te solían gustar. Fui, además, de vacaciones a las montañas, salté sinuosos últimos suspiros de ríos, esos pequeños arroyos que tienen la fuerza suficiente para desestabilizar algún animal, sin embargo no tienen la suficiente como para cambiar el curso de los sentimientos, elegir a quién amar. Como si fuera poco, cambié el rumbo. Me dirigí a la costa, al mar, al frío del mar en otoño. Busqué, días, noches, toda la estadía, volver a pisar sobre tus huellas, caminar con vos, con tu recuerdo. Intenté aprender a bailar, como vos bailabas, hasta que un esguince de tobillo me dejó afuera de las clases. Probé, como si fuera poco, con el curso de cocina. Puedo decir, hoy, que hago ricas casuelas, diversas técnicas. Entonces, sé que aprendí, algo, siempre algo se aprende. Sin embargo, no puedo aprender que ya te fuiste, que no vas a volver, que en verdad nunca fuiste cierta. Y ese es el gran problema de los inventos; a veces, tienen esa manía de permanecer solo en la imaginación.


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