miércoles, 25 de julio de 2012

Speranza

Speranza è una punizione più.

Muy dentro mío había calado esa parte de una canción que escuché cantar a unos borrachos en una lúgubre y maloliente taberna que se encuentra sobre la Via Pelliciciai, a escasos metros de la Piazza dei Signori. Es el fatal resumen de mi historia, de mi desdén.
Noche tras noche intento, en vano, explicarle a mi corazón que ella jamás podrá ser mía, que el mundo no está diseñado, aún, para quererse de esta manera. Sé que, además, debo respeto a su familia quien me ha concedido el placer de servirles, de ser parte de sus vidas, siquiera desde la discreción de un empleado más. Como si esto fuera poco, estoy al tanto que se viven momentos difíciles dentro de la familia. Al parecer, la raíz de los contratiempos se debe a un romance de la muchacha, de la muchacha que yo amo en secreto, que estaría manteniendo con un joven de una de las familias más pudientes del área.
Es así que ella me toma de confidente. Mientras yo me desvivo por servirle, por mejorar su día e intentar que pose sus ojos en mí más allá de la amistad, de la relación servil que nos conecta, la señorita procede a contarme sus encuentros clandestinos, las propuestas indecentes que él le dice, que ella también le dice. Me detalla en qué lugares y las maneras en que se amaron, al mismo tiempo que yo cepillo su cabello y oculto el llanto desgarrador que pondría al descubierto mis sentimientos.
Con el suspiro del enamorado, comienzo a congratular su oportunidad de amar, más allá de las diferencias, de los inconvenientes que apareja. La abrazo, procedo a rodearla con mis brazos e inhalo el aroma que desprende de su cuerpo. Ese instante de estupor, me brindó un empujón de bestial desenfreno y de ganas de pronunciar mi amor, de hacer mía a la jovencita.
Así fue que la aparté de mis brazos y la tomé por los hombros. Permanecimos así, ella con los brazos colgando, como si fueran una carga para su cuerpo,  mirándonos unos segundos que parecieron eternidad. Tuve la sensación de que, con esa escena, con esa demostración de decisión y afecto, la señorita cambió su parecer hacía mí, que comenzaba a quererme y a desearme. Entonces, emprendí el paso decisivo para llegar a sus labios, suave cuna de la voz prodigiosa del amor.
Para mí infortunio, un ruido se escuchó desde el balcón, el cual quebró todo el ambiente que se había generado. Al aparecer, fue el sonido de un golpe, de un tac seco sobre el rojizo balcón. Seguido a ello, se pudo percibir un suave canto, un murmullo que provenía desde la calle. Era el joven Romeo que venía a orarle a su enamorada, subiendo por las escaleras. La joven Julieta pidió que me retire, que mañana me contaba lo que sucedería. Luego, se acomodó sus ropas e improvisó un peinado para salir al balcón. No recuerdo haber visto una sonrisa tan llena, tan completa como la que Julieta practicó esa tarde.
Salí a la calle y lloré sobre el cordón mientras unos borrachos pasaron bebiendo del pico de botellas rojas de vino y cantando:

So che c'è una trappola in ogni sogno.
Che la speranza è una punizione più.
Se si poteva perdonare
Il di guasto perdere e piangere

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