martes, 24 de julio de 2012

Encuentro

Entré en el bar, dejando atrás el frío de la calle con su regular tránsito de vidas apenadas, que buscan por el piso ánimos, tal vez alguna esperanza o un motivo para seguir. Hacía frío en verdad, el sol emprendía su cotidiana retirada.
Cuidadosamente elegí una mesa que pude divisar entre la neblina del humo de cigarrillo, pude percibir como un viejo arrugaba un diario mientras fumaba un toscano. Precipitadamente dejé caer mi vida sobre la silla, con la pena de aquel que siempre ha sabido fallar. Coloqué el abrigo en el respaldo del asiento y pedí una medida de whisky ante la mirada atenta del mozo cansado de ver la triste escena que acabo de repetir.
Intenté escribir unos versos en un viejo cuaderno gastado de verme llorar pero no cabían palabras para expresar algún sentimiento, entonces dediqué el tiempo a trazar finas líneas en las pálidas hojas, haciendo un bosquejo de una escena que nunca ocurrió. El mozo se acercó con el pedido y un cenicero, prendió un cilindro de tabaco y me convidó de su cajetilla, lo que le dió pie de decir: - Ya no sufra, buen hombre. Aquel que vive para la pena no puede olvidar, volver a empezar. Nada malo tiene amar, tampoco sufrir por amor, mientras sea llevado con dignidad. - y se retiró luego de colocar su repasador sobre un hombro.
Hice temblar los hielos del vaso con la desdicha de mi pulso. Tomé un sorbo con la disciplina necesaria para crear el cosquilleo de la bebida en la boca, lograr producir una sensación de afecto sobre mí. En el momento que el vaso comienza a recorrer el camino de retorno a la mesa, detrás de la cerrazón de humo, apareció un hombre alto, flaco, con un largo traje a rayas y zapatos gastados, quien emprendió rumbo hacia donde me ubicaba, mirándome a los ojos con una sonrisa burlona. Llevaba consigo una carpeta, aferrada a la axila izquierda.
Miré hacia otro punto, buscando sacarle tensión a la situación empero el señor, prontamente, se colocó detrás de la silla opuesta que presentaba mi mesa y, con la mano derecha apoyada sobre su respaldo, preguntó si estaba ocupada, si podía acompañarme. Descubrí que en el preciso momento que se intenta estar solo, cuando se encuentra refugio en la soledad propia por sobre la devastadora perenne socialización, se es invadido, se resquebraja la foto que uno quiso ensayar por un haz de luz que es ser acompañado.
Tal vez por cortesía, quizás por lástima o aburrimiento, probablemente porque ya había corrido la silla y se disponía a sentarse, permití que el hombre tome parte del asunto. Al estar más cerca, noté que tenía la piel curtida, que sus cabellos, de un rubio desgastado, iban perdiendo la fuerza de la juventud, como si la vida lo abandonara lentamente. De todas formas, exhibía una dentadura de envidiar, que mostraba sin cuidado en cada sonrisa que practicaba. Curiosamente, conllevaba un fino aroma, casi imperceptible al principio pero que era, sin lugar a dudas, algo similar a  algo quemado, a humo, a llanto de desesperación.
- Lo busco para proponerle un negocio, un intercambio diríamos mejor. - dijo el caballero, a medida que apoyaba su carpeta y sacaba hojas membretadas, escritas en delicadas cursivas.
- Siento decepcionarlo, señor. No tengo nada que arraigue algún valor, tampoco existe en este mundo algo que alimente mi deseo. - le dije mientras volcaba la cenizas en un cenicero de lata, luego escupí el humo hacia arriba, tapando momentáneamente el esfuerzo de una lámpara bajo consumo.
- No lo crea así. Mire, le diré la verdad y sin miramientos, no me agrandan los detalles de presentación. Soy el Diablo, mucho gusto. - extendió una mano manchada de finos tintes amarillos producto de años de tabaquismo.
- El gusto es mío. Diego, a su servicios. - respondí estrechándole la mano. - Adivino que el señor estará interesado en mi anima. ¿He pecado de vanidoso?
- No, señor, para nada. Está usted acertado. Obviamente, sabrá que tendrá a cambio lo que usted desee. Solamente tendría que firmar en estos apartados, aclarar acá, colocar una gota de sangre en este renglón y un número de teléfono de referencia. Así de sencillo. - refirió al mismo tiempo que señalaba con una birome las partes precisas a completar.
- Lo sé, caballero, pero sabrá usted que no podrá hacer o darme nada que merezca mi interés. Ya ve, estoy enamorado de alguien que no me corresponde. No hay solución para estos asuntos.
- Siempre hay soluciones, hay que saber encontrarlas. Asumo que usted lo sabrá empero su situación impide que utilice su raciocinio como acostumbra. Así que, si al señor le apetece, podemos concretar un plan de pagos, alguna modalidad que le quede cómodo para lograr su cometido, por supuesto, también el mío. - y se prendió un cigarrillo dorado con un fuego que iluminó el lugar en un santiamén.
- Verdaderamente, lo menos que quiero es que pierda su tiempo. Nada podrá ofrecerme que haga recuperar el tiempo, el amor, las caricias y los besos que no fueron dados en los instantes pasados. Sin embargo, por su amabilidad, le concedo el poder de mi alma. Hasta ahora, no le he encontrado un uso apropiado y creo que usted podrá darle alguna especificidad. Tome, acá la tiene. - le contesté mientras firmaba los lugares precisos y, con un escarbadientes, pinché mi indice izquierdo y derramé una gota de sangre sobre una letra mayúscula.
- Ha sido usted muy amable. Pero, verá, yo soy un hombre forjado a la vieja usanza. No puedo retirarme sin concederle siquiera algún deseo. Pida, anímese, solicite lo que quiera. - dijo el Diablo agitando las manos.
Ya un poco cansado de que persista la presencia del caballero oscuro y con ganas de continuar mi mundana existencia, atiné a decirle:
- Ya que insiste. Regaleme una sonrisa, hace mucho que no logro una por mi cuenta, no estaría mal sonreír otra vez. - dije con la tristeza de la sinceridad.
Satanás pensó un poco mientras aspiraba el humo de un cigarrillo interminable, luego dijo:
-Ya no sufra, buen hombre. Aquel que vive para la pena no puede olvidar, volver a empezar. Nada malo tiene amar, tampoco sufrir por amor, mientras sea llevado con dignidad. Se aprende mucho en los senderos del desencanto. Siéntase oportuno de vivir esta agonía ya que el corazón lastimado pertenece a aquel que se ha enamorado. Y amar, créame, es un deseo que ni yo puedo realizar.
Asentí con la cabeza, mirando al suelo, y pude sonreír, con esa mueca de los que se dan por enterados de una gran verdad. Me mordí el labio inferior mientras tomé, con renovadas esperanzas, el vaso y, en el momento que iba a agradecer por tamaño repertorio, noté que el ángel caído se disponía a retirarse.
Entonces, el hombre se levantó, apurado, y acomodó las hojas firmadas en la carpeta mientras caminaba hacia la puerta. Ensayó otra sonrisa burlona luego de hacer una reverencia exagerada y dejó, a su paso, ese particular olor, que luego estimé como similar al azufre, mientras la cortina de humo de tabaco consumía su figura para perderse en el nunca jamás. El tango María comenzó a sonar en el viejo combinado del bar.


Que vieja y cansada imagen me devuelve el espejo.
Ah, si pudieras verme.
Solo, aquí, en la gris penumbra de mi pieza.
De este cuarto nuestro,
que parece tan grande desde que faltas tú.
Sabe Dios por qué senderos de infortunio
pasearas tu tristeza.
Y yo solo, con tu adiós
golpeándome el alma.
Mientras la madrugada febril
de mi desesperanza,
me trae el eco alucinado de tu paso pequeño
que te aleja.
Y la música triste de tus palabras,
que se van adelgazando hasta el silencio.


()

1 comentario:

  1. Luego del tango, subsumido entre la perplejidad de lo escuchado y el intercambio de mi alma, configure entre la borra de la niebla de tabaco, la cara y la voz de la mujer amada que pronunciaba palabras de afecto, sentada desde una mesa en la cual se podía ver tan solo su contorno sombreado. Pasado este episodio, siguió con frases de alejamiento, con sabor a un viaje del cual no retornaría jamás. Observé como su figura se perdía por el mismo camino que el hombre alto de traje había dejado marcado.
    Fue allí donde entendí que todas son la mujer amada y que estamos destinados a encontrarla pero no hacernos de ella jamás. También comprendí que siempre se irá con un hombre de traje y que ella, luego, reclamará la potestad sobre nuestra alma.

    ResponderEliminar