miércoles, 4 de julio de 2012

Treinta y dos metros

Crucé la avenida Alvear en dirección a la plaza Vicente López. Venía con una marcha modesta, pateando piedritas, buscando la autoestima que pienso perdida por el piso. Era la tercera, cuarta vez que caminaba por la calle Rodriguez Peña con ese motivo, infructuosamente. Ya era de noche, de noche acontece el frío. Percibo que se resquebraja la tranquilidad por alborotadas risas, carcajadas y pequeñas corridas. Eran dos sujetos, podía distinguir una risa de la otra. Habían doblado desde Posadas y continuaban a mis espaldas. Al darme vuelta, llegando casi a la esquina, los veo, los observo y los presumo conocidos. No pude recobrar el aire despues de un minutos, dos. Quedé contra la pared, como quedan los condenados a muerte, esperando la bala, el disparo salvador; yo esperaba que me vuelva el aliento.
Te lo cuento, así, como me sale porque pensé en cómo decirlo. Te pareceré un idiota, un ebrio pedante que vio y encontró lo que quiso ver y encontrar. Pero no, yo los vi, se reían, se abrazaban y escupían. Era Borges que, ensayando un ringraje, corría junto a Bioy Casares cagándose de risa, los dos. Todavía late mi corazón, se turba mi vista, me sudan las manos, al recordar, a ver las siluetas en la noche. Los seguí, ¿qué querías que hiciera?
Pararon en un chino, de esos que se quedan hasta las doce de la noche abiertos, y Borges entró a comprar una birra descartable mientras Bioy Casares prendía un pucho y le miraba el culo a una mina que pasaba por ahí. Luego, emprendieron una jolgorica caminata hasta Corrientes y Uruguay, escuché que Adolfo le decía a Jorge Luis que quería ir a sacarse una foto con Olmedo y Portales, tal vez hacerle cuernitos al gordo. Llegados ahí, hecha la petición del escritor de 'La invención del Morel', partieron. Les perdí el rumbo aunque podía escuchar cómo reían. Era uno de esos días, de esas noches, donde no anda nadie; donde los pocos que andan, están abstraídos en sí mismos, mientras Borges y Bioy Casares van escabiando por Corrientes.
Al seguir sus risas, los encontré subiendo a un taxi. Tomé el cliché de las películas y decidí arrojarme a un taxi también pidiendo que siga a aquel que acaba de partir. Fuimos hasta la plazoleta Cortazar donde Bioy Casares meó detrás de un árbol mientras Borges le contaba un chiste verde. Mientras me hacía escondido detrás de unos arbustos, escuché que Adolfo le dijo a su amigo que ahí estaba la calle que portaba su nombre, que sería lindo recorrerla, tocar algún timbre, patear un perro quizás. Jorge se pilló de risa cuando pensó lo ilógico, lo absurdo de que la plazoleta quedará ubicada en la calle que llevaba su nombre. Salieron a caminar. Los seguí, por la vereda del frente, a unos treinta, treinta y dos metros atrás, enderezaron rumbo a Plaza Italia al mismo tiempo que Bioy lo cargaba a Luis por el barrio donde le tocó su calle, éste último se lamentaba. 'Palermo siempre me pareció una mierda, suerte la tuya que tenes tu calle ahí nomas de tu casa' dijo el creador de la Casa de Asterión. 'Sería lindo que escribas algo, acá, sobre esto. Te dieron una calle larga, che.' reclamó el padre de Dormir al sol. Borges asentó con un leve movimiento de su cabeza, tomó una piedra y escribió sobre una pared en la esquina de Charcas. Luego, salieron corriendo, ambos, jugando una apuesta a ver quién llega antes a la avenida Santa Fé. Jorge Luis dejó caer la piedra en el medio de la corrida. Desafortunadamente, la dejó caer en la vidriera de un local.
Sonaron las alarmas, vecinos bajaban o miraban por los balcones, en paños menores, algunos que recién llegaban. Tal vez fue el infortunio, la desdicha, la falta de planes. Me señalaron como causante del hecho. Se labró un acta en la dependencia de la comisaria primera de la comuna número catorce. Sería el presunto autor de daño a la propiedad privada con tentativa de robo, conjunto a vandalismo y hacedor de daño a la moral y buenas costumbres.
Creo que me tomaron como loco, como incapaz, porque pregunte, tuve que preguntar, qué había escrito en la pared, en la esquina.
- 'Puto el que lee', señor. 'Puto el que lee', escribió. - contestó el oficial.

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